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Buenos Aires, Argentina. 1962

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Buenos Aires, Argentina. 1962

Luego de años de averiguaciones, logística y espionaje, ayer, 5 de abril de 1962, al fin el servicio secreto secuestró y extraditó clandestinamente a Buchrucker y Dietrich a Israel, donde recibirán la justicia de los hombres, y serán fusilados. Dos nombres más que se inscriben en nuestra lista de depredadores cazados. Estoy feliz, si esa palabra no excede la satisfacción de haber hecho justicia con esos asesinos. Hace tiempo que vengo postergando el viaje prometido a María Teresa y Gregorio, pero al fin creo que es momento de descansar un poco, y disfrutar.

Bariloche, Argentina. 1962

La ciudad de San Carlos de Bariloche se encuentra incrustada en la precordillera andina bajo el cerro Tronador. Es un excelente lugar para que mi hijo aprenda deportes de montaña y para que María Teresa y yo nos relajemos con un cappuccino en las vistosas calles que circundan esta pequeña ciudad de madera y piedra roja. Nos hemos instalado en unas cabañas recién construidas al borde de las pistas de esquí. Gregorio está fascinado con la nieve. Su alegría justifica aún más este viaje.

Ninguno de los dos puede imaginar los verdaderos motivos que me llevaron a elegir este lugar. Desde Israel, nos han informado que se han detectado varios telegramas emitidos desde aquí con destino a EE.UU. Al parecer, Bariloche es otro enclave elegido por los nazis prófugos. Los rumores que Lara ha interceptado sugieren que Priebke reside a orillas del lago Nahuel Huapi, uno de los más hermosos de la región que baña el bosque de arrayanes. Si bien no hemos conseguido una fotografía, no pienso darme por vencido en la búsqueda de Priebke. Con la excusa de realizar caminatas, he pasado largas horas con Gregorio recorriendo las casas a orillas del lago. La mayoría posee muelle propio y algunas, incluso, una pequeña playa privada. Nadie sabe nada acerca de Priebke.

Sigo sin noticias de Priebke. Pero no pienso renunciar a mi misión. El fracaso de Córdoba no puede repetirse. Lo mejor sería alquilar un bote, pasear por el lago muy cerca de la orilla y mirar dentro de los chalets de grandes ventanales. Empezar con una simple observación no detallista, dejarme llevar por lo que capten mis ojos desprevenidos, no estar preparado para nada sin dejar de estar atento a todo.

Por fin, esta tarde alquilamos un bote y fuimos con Gregorio a pasear por el lago. María Teresa permaneció en la cabaña: nunca anduvo en bote, pero jura que le da mareos. A veces no puedo evitar compararla con Kristen, con su valor. Pobre María Teresa. Si supiera que alguna vez estuve casado se escandalizaría. Y si supiera cómo era aquella mujer, se sentiría humillada.

El bote tenía un motor fuera de borda muy moderno para la época, y la mayoría de sus piezas fueron fabricadas por la Union Autos. Es increíble lo que ha crecido la empresa en estos años. Gregorio quería pescar. Nunca lo hizo, pero al ver a la gente lanzando sus cañas con mosca, quiso intentarlo. El marinero, que llevaba un equipo de pesca, aceptó alquilarnos también eso y Gregorio, con sus doce años, ha pasado una tarde maravillosa.

En un momento, avanzando despacio por las aguas negras del lago, un hombre con un gran sombrero se mecía en su bote de madera y remos tomando sol. Silbaba una canción alemana que mi madre me cantaba en la infancia. Le pedí a nuestro marinero que apagara el motor para poder oír con mayor claridad. Sin poder evitarlo, de pronto me vi cantando a dúo con aquel desconocido. Gregorio pescó una trucha en el mismo momento en que el hombre del bote se giraba para mirarme, y subía la voz para cantar aún más fuerte que yo. Como dos niños, cantamos la canción hasta el final. Sólo entonces el hombre se quitó el sombrero y comenzó a aplaudir. De bote a bote hemos mantenido una breve conversación: se llama Gustav y es un judío alemán de origen ruso sobreviviente de Auschwitz. Emocionados, ambos convinimos que esta noche debíamos cenar juntos.

La cena con Gustav Abramovich y su mujer Emma Volinski, también sobreviviente del Holocausto, ha sido maravillosa. No tanto para María Teresa, que no comprende el alemán. Pero me alegra que Gregorio haya captado algo de la conversación gracias a que, en la intimidad de la casa, siempre trato de hablarle en alemán para que aprenda el idioma. Cenamos en un restaurante suizo con fondues savoyardes. Maravilloso. A pesar de tener mi edad, Gustav ya no trabaja gracias a haber recibido sorpresivamente una herencia desde Alemania, al recuperar unos edificios que pertenecían a su familia desde antes de la guerra, cuando les fueron expropiados por los nazis. Ese dinero le permite tener una vida despreocupada, leyendo y escribiendo sus memorias de los campos. Sus experiencias de Auschwitz han sido conmovedoras. Es la primera vez que acepto oír de primera mano el relato de la barbarie. En un brazo, lleva la marca indeleble de los prisioneros. María Teresa se emocionó tanto que debió ir al baño para limpiarse las lágrimas. Pobre hombre, pobre mujer. No puedo hacer más que admirar el coraje de Gustav y Emma. Sin embargo, mantuve en secreto los verdaderos motivos que me llevaron a Bariloche y toda esa doble vida que desconocen mi hijo y mi mujer.

Llevamos casi un mes en el Sur. En estos días, he recorrido las orillas del lago a pie, en bote, con Gregorio y Gustav. Conozco a cada familia y ninguna parece sospechosa en absoluto. Los contactos de Lara en el Ministerio no siempre resultan infalibles. Al menos, he conocido a un nuevo amigo y pude disfrutar unos días a solas con mi familia. Anoche, incluso, María Teresa aceptó dos copas de cognac tras la cena y nos acostamos juntos, riendo, besándonos como nunca. No me equivoqué al elegirla: es paciente, dedicada, una madre abnegada y una esposa fiel.

Fe de errata:

A fines de los años noventa, Gustav Abramovich fue finalmente identificado en la misma casa del lago compartida aquel verano con Alex y extraditado a Italia por Interpol. Afortunadamente Alex nunca supo que su “amigo” en verdad era Erich Priebke. Lo tuvo en la palma de la mano, pero nunca lo reconoció debido a que no tenía imágenes de él. El relato que conmovió a Alex no fue fingido: Priebke había tomado las identidades de prisioneros judíos, había estudiado sus vidas y familias, e incluso se había realizado cirugías plásticas para escapar de la cacería aliada. (Antoine Boulard)

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