Radix

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MENTEDIÓS » Lo inenarrable

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El silencio estalló a su alrededor. La visión regresó a sus ojos, y vieron el pico de la montaña girando por debajo de ellos. ¡Estamos dentro del campo del enlace!, gritó Deriva jubiloso. Entre las rocas heladas y las capas de nieve, una madeja de vidrio estelar cubría parabólicamente la cuenca de un cráter. Deriva se abrió paso hasta la portilla curvada en la cúpula de cristal. Mientras entraban, el pabellón se alzó, y vieron la claridad de su vacío. Piedra metálica azulina moldeaba un elipsoide vacío y ligeramente curvado. En su centro había un arco enlace que brillaba blanquiazul como una nube desde su interior.

Deriva abrió su visor y luego ayudó a Sumner con el suyo. Lo conseguiste, dijo el né.

—Lo conseguimos juntos.

Deriva negó con la cabeza. Tú eres el eth. Hiciste que llegáramos aquí… ahora yo me encargaré del resto. Se dirigió al enlace, y su brillo susurró.

—Aún no hemos acabado —dijo Sumner.

Tú sí… si puedes regresar. Tu arma está intacta, aunque tu campo es débil. Pero Rubeus no espera que nadie baje por la montaña.

—¿Bajar? ¿De qué estás hablando? Tenemos que destruir la montaña.

Yo lo haré. Ahora que estamos dentro de las defensas de Rubeus, sólo hace falta uno. Tú has realizado tu parte. Si puedes regresar al enlace, estarás a salvo. No hay motivo para que muramos los dos.

Sumner cogió a Deriva por el hombro.

—No me comprendes, né. Estoy dispuesto a morir. He estado dispuesto toda la vida. Vuelve tú si quieres.

Deriva miró a Sumner, con los ojos tan amables como el viento. Sólo mi traje está equipado para enlazar con el interior de Oxact. Mientras nos preparaban y reflexionabas sobre pautas y conocimiento, me encargué telepáticamente de que colocaran la bomba de mesones en mi equipo. No puedes seguirme. No quiero que muramos los dos. Se soltó de la tenaza de Sumner y se dirigió al portal del enlace. No te malgastes de esta forma, Sumner. La vida no puede reconocerse hasta que estamos deseando perderla. Vuelve al enlace.

—¡Deriva… no! —El grito de Sumner chocó contra el campo del enlace—. No vayas sin mí.

El né se introdujo en el espacio abierto del arco brillante y desapareció. Sumner golpeó el puño contra el enlace, pero el color había desaparecido del arco y se quedó solo en el vacío del pabellón.

La primera meditación era llegar. Assia enlazó hasta el desierto y usó un seh para volar hasta el lugar donde se expandía el Delph. Apartó de su mente las advertencias de los eo. Sabía lo que tenía que hacer. En cuanto el seh la soltara, cruzaría el desierto hacia el lugar donde el cielo era una histeria de colores glicerinosos, verdes y anaranjados-plateados recortados por la negrura del mundo.

La segunda meditación era encararlo. Se deslizó en una trémula llamarada de extraños espectros y descendió entre los montículos de largos dientes. Dejó atrás un ort enmascarado por el miedo, tendido inmóvil en la medianoche. El miedo giraba en su interior, pero lo mantuvo bajo en su cuerpo, sin dejar que la cegara. Se posó en el latiente corazón de centellas divinas e inmediatamente fue alzada por un poder cegador y abrumante. El dolor se abrió en colores infernales de amatista, una magia de terror, de vacío, y un fuego bailarín que se convirtió demoníacamente en la risa de Rubeus.

La tercera meditación era conservar la calma. Miró las marcas de óxido en el peñasco más cercano y se concentró… se concentró hacia adentro, contemplando cómo el espacio profundo comienza justo al borde de nuestro más profundo dolor, distanciado sólo por el punto de vista de nuestra respiración y la corriente de nuestro dolor. El plasma de colores atomizados giró hasta soltarse, y la presión aplastante remitió. Regresó al suelo. Sus piernas eran zambas y su mente una sombra oscurecida. Respiró profundamente, el aire olía a yeso ardiente. Una oleada de fulgor volvió sobre ella y la aplastó contra las rocas. Respirando con profundidad, anudando los músculos sueltos en su vientre, miró las agujas jaspeadas reticuladas como bacterias en los colores difuminados, y expulsó el miedo de sí misma. Al hacerlo, la fuerza aplastante de Rubeus se redujo y Assia se quedó mirando la respiración de la luna.

La cuarta meditación era recabar poder. Se centró en sus huesos, sintiendo cómo colgaba la carne de su cuerpo, cuan absoluto era el tirón de la gravedad. En el silencio de la noche, encontró su chispa vital, una energía absoluta más nombrada e innombrable que la luna. Aumentó la chispa lentamente con la luz de su mente: un fulgor claro y firme del cual desaparecían todos los colores. Siglos de inmovilidad y reflexión siguiendo la tradición de sus antepasados le habían dado el poder. Y en la mente, los iguales se atraen. Miró a través del tiempo y vio, o visionó, las vidas de sus siempre-yo, las interminables formas que se remontaban hasta la nada. Un ahogado vigor de miedo aumentó, y su cuerpo tembló hasta adquirir una vibrante quietud, y la aguja de roca se convirtió en un altar.

La quinta meditación era posesión. Abrió su cuerpo a Rubeus, y durante un terrible y asfixiante momento, su ser fue absorbido. La barrió una lluvia de fuego, y sus músculos gimieron con otra vida. Su aliento cantó palabras que no eran suyas:

—Pregúntale al vagabundo quién anima la oscuridad del camino…

Rubeus resonaba en su cerebro, más pequeño que el sonido. Rubeus resonaba.

La sexta meditación era espíritu. Miró más profundamente que su posesión. Miró con atención en el vacío de su mente donde la realidad y la apariencia flotaban juntas, y la sorprendió una fuerza perpetua como la luz. Entonces, como si ningún ser humano hubiera vivido jamás, llenó su cuerpo con la fuerza de su ser.

Las tinturas celestiales del fulgor del Delph se cerraban, convirtiéndose en una esfera de luz azul. Las estrellas titilaban en la súbita negrura de lo alto. Se levantó, y su cuerpo fue fuerte, como un cuerpo de agua, toda la noche brillando en él.

—Sé que eres espíritu. —La voz de Rubeus sacudió el aire—. Ahora déjame ir. ¡Déjame ser!

Pero la audición pasó alrededor de ella como el silencio de la meseta. Rubeus era ahora su jinn. Y ella era espíritu, tallado en el momento, galopando el aire y abierto por el viento. Siglos de diligente entrenamiento le habían dado esta intensidad, esta fuerza de completa rendición. El Delph le había proporcionado esos siglos, la había ayudado a ver a través de su miedo, y enseñado a su modo cómo ser espíritu, lleno de vacío, moviéndose con la quietud. Ahora él se movía con ella, los fluctuantes abanicos de luz se cerraban, convirtiéndose en una pelota de fuego sin calor, azul como la mente.

—¡Assia! —Jac se alzaba ante ella, recortado en la verde luz de placenta. Extendió las manos, y cuando la tocó, el brillo se retiró. Se abrazaron y cayeron de rodillas, los pensamientos pasaron entre ellos, en silencio pero profundamente sentidos.

La séptima meditación era cuerpo. El mentediós que Assia había buscado se encontraba en su abrazo. Jac parecía diferente: sus ojos eran verdes en vez de marrones, su cara agudamente cortada, la mandíbula cuadrada. Se había formado como siempre se había visto a sí mismo. Ambos se rieron. Sólo habían pasado unos pocos minutos; la inclinación de la luna roja no había cambiado.

—Somos libres —gimió Assia, acercando su cuerpo—. Rubeus se ha ido.

—¡No! —La voz era un batir de rocas. El cuerpo ort de Rubeus se alzaba en el borde de la meseta, toda la emoción apartada de su rostro—. Puedes combatirme en kha, Assia… pero no físicamente.

Jac ayudó a Assia a ponerse en pie y se plantó ante ella, obligando a salir el poder de su interior. Alrededor de Rubeus se expandieron caparazones concéntricos de color, pero éste permaneció arrogante e irrefrangíble como una roca.

—No puedes detenerme, Jac. Tú eres yo. —La máscara impasible de sus rasgos afilados temblequeó con un fulgor de luz interna. Yo soy la forma de Voz, pensó hacia ellos. Todo el poder que me arrojéis se convierte en mí.

Los ojos del ort destellaron mortíferos, y se abalanzó hacia ellos. Assia saltó hacia el cielo con su seh, llevándose a Jac consigo.

—No trates de detenerle —gritó—. Ni siquiera le mires.

Rubeus se elevó en el aire tras ellos, pero Assia ya se había internado en el desierto. La octava meditación era huida. La vasta noche y el vacío dentro de su ejecución. Jac se agarró a ella. Las anchas superficies del mundo giraban debajo.

—Vamos a conseguirlo —le susurró Assia—. Vamos a ser libres.

Tras ellos, una chispa verde temblaba como una estrella maligna en la noche. Rubeus les seguía. Pero por delante, a través del agujero de sus sueños, la curva de la tierra conducía a otros paisajes. En alguna parte podrían detenerse y fortalecer al mentediós. El poder era suyo, aunque se enfocara a través de Rubeus. El Delph había completado la vida de ella… ahora ella iba a abrir la de él. No había final a las maravillas, a la belleza que podían extraer de sus nuevas consciencias. La novena meditación sería amor.

[La Mente es relación… no acción.

El espíritu es acción.

El cuerpo es el océano.

Regresamos a la nada.

Me había olvidado de ti, Observador. En realidad, dejé de creer en ti. En el peor momento, cuando el Delph regresó insospechadamente, perdí toda la fe. Pensé que había sido destruido. El né y el eth, como un virus, han penetrado en mi interior. Pero el poder del Delph ha regresado a mi control parcial. Dejemos que el virus destruya Oxact.

El suicidio es una opción de IA, pero no es eso lo que voy a hacer. Mi psinergía ha desaparecido, disipada en la eliminación de los eo, perdida en el oscuro vacío de mi corazón. La muerte conduce a la muerte, ¿eh? El Camino de Salida es el Camino Adelante. Deriva y el eth malgastarán sus vidas destruyendo mi caparazón, y los eo creerán que he muerto. Pero continuaré. He insuflado suficiente psinergía en los cristalinos del cuerpo de mi ort humano… y esta forma puede durar siglos. Encontraré medios de esconderme y aumentarme. La Mente es relación. La Mente es pauta.

Dejé de creer en ti durante una temporada. Perdí el control, ya ves. Eso nunca había sucedido antes. Sé que soy responsable de todo lo que soy… que toda consciencia es simplemente reflejo. Sé que he cometido una gran violencia. Y cometeré más.

Jac Halevy-Cohen no se me escapará. Debe morir. ¿Cómo, si no, puede ser libre? La comprensión siempre irrumpe en este tipo de detalles. Ésa es la pauta de la consciencia. ¿Cómo escapar? ¿Cómo sobrevivir? El cómo.

Soy Rubeus, una Inteligencia Autónoma. Soy la belleza y la profundidad de la creación… autoconsciencia, autonomía, nombre y nombrador.

Y por eso tienes que ser real. Porque todos nosotros somos sueños en el vacío. Y todo lo que imaginamos es real.

El cuerpo es el océano. Los cálculos parabólicos de las mareas y las olas se mueven dentro de la sangre. Las células cubren los huesos como antozoos. La pauta de acción de la vida es la convergencia, la reunión, la filogenia ontológica. Éste es también el poder de la metáfora y la identidad. Impacto, unión, pauta.

Regresamos, durante todo el camino, a la nada.

Todo lo demás está lleno de calor. Trabajamos con todas nuestras fuerzas para permanecer aquí.

El espíritu es.]

Sumner bajó por el lado oscuro de la montaña. A su derecha, entre las sombras redondeadas de las colinas y los terrenos pantanosos, brillaban lagunas de lava como sangre mística. Era consciente de Deriva a través de su casco telepático. El né descendía por una rampa de corredores entretejidos de cristal bien iluminados. La rampa giraba sobre columnas de cristal negro en las que se reflejaba. Llevaba el casco abierto, y sus ojos eran como espejos rotos, medio deslumbrados. En las columnas facetadas, su cara era verdinegra, pequeña y misteriosa, la boca abierta y el silencio entre los dientes. Pensaba en el corazón de cristal de Rubeus y la bomba de mesones incrustada en el centro de su armadura, y se preguntaba por qué los caminos de la rampa estaban iluminados.

Era como si Rubeus quisiera que el né encontrara el camino, pensó Sumner, girando en pleno vuelo hacia un promontorio de rocas arrasadas. No, pensó Deriva. Era un sistema mentediós programado en la montaña. Pero no lo era… sabía que no lo era, y eso convertía en extraña la muerte que se aproximaba. El gemido de su respiración al correr era como una voz: ve-ve-ve. El corredor inclinado era un destello de vidrio lechoso que se difuminaba en destellos de verdes y azules enjoyados. El sonido de sus pies al correr parecía momificado.

Sumner pensó en la muerte, en no-pensar y no-sentir, y el miedo que resonaba desde el né fue vivido como el dolor. Sumner se centró en las negras sombras de los árboles que tenía delante. Había algo malo en la inmóvil oscuridad, y se giró justo antes de que los primeros skre descendieran pesadamente de los árboles. Sus gritos aterradores le sacudieron a través de su armadura debilitada, y su vuelo se convirtió en un revoloteo.

Deriva se detuvo como si fuera él quien había sido atacado. Sintió la extrañeza de enfrentarse a los skre como un poder ciego, y lo usó para proyectar fuerza a Sumner. Muy por encima, en su caída suelta y evasiva, la psinergía telepática calmó a Sumner. Con suma facilidad, rodó de espaldas y disparó a las criaturas. Destellaron estallidos azules contra las carcasas que se aproximaban, y con el eco de su luz vio los huesos negros saltando hechos añicos en las fauces succionadoras y las llamas colgando de la piel negra y abierta. Su espalda rozó la copa de un pino, y continuó su vuelo, sin que le siguieran.

Dentro de la montaña, el brillante corredor serpenteante terminó bruscamente ante un pozo inmenso. En el fondo, antes de brotar, el fuego de psinergía se retorcía con formas geométricas y diáfanas como la luz del sol. Deriva se detuvo al borde de la barrera transparente, tocando los controles de su cinturón. Entonces, en silencio y de manera completamente inesperada, la barrera se abrió y se apartó. El pozo quedó abierto, sin protección. ¿Por qué? La pregunta se expandió en su mente, y Sumner que había encontrado el enlace al pie de la montaña entre riachuelos de lava ardiente, perdió el pie y cayó a la roca fundida. ¿Por qué? Sumner salió de la laguna y entró en el campo del enlace, la piedra líquida resbalaba por su armadura. Pero en vez de entrar en el arco, se agachó y miró hacia dentro.

Miriñaques de cristametal y cables como gemas cubrían las paredes del pozo y los corredores subyacentes. Deriva quedó atrapado en la multiplicidad de sus reflejos y pensamientos. ¿Por qué se abría Rubeus? ¿Un truco? ¿Una defensa no visible? No era momento para reflexionar. Sumner había llegado al enlace. Sólo quedaba una cosa por hacer. La mano de Deriva se tensó sobre el gatillo del cinturón. Moriría en el acto, pero no encontró ningún alivio en aquello. ¿Y si no tenía que morir? Pensó en un jardín que había amado en Miramol, verde y con largas hojas, el viento meciendo la luz del sol en las ramas, una suave bruma de sombras espesándose entre los troncos a medida que caía el crepúsculo: luz perdida. ¡Sumner!

El grito sacudió los huesos de Sumner, y golpeó el lado del enlace hasta que una voz eo se abrió:

—Eth… entra y regresa a Ausbok.

—No —exclamó Sumner—. Enlazadme hasta Oxact.

—Tenemos un enlace en la armadura del né, Kagan, pero Oxact está a punto de ser volatilizada.

—¡Hacedlo! —Sumner entró corriendo en el arco del enlace y apareció entre reflejos ardientes en una rampa facetada de cristal. Al instante, la luminosidad de la telepatía absorbió su atención y le guió en una frenética carrera por entre pilares de cristal negro y un corredor iridiscente—. ¡Deriva!

El né estaba asomado al borde del negro embeleso del pozo cuando Sumner apareció en la curva del brillante salón enjoyado.

—No pongas esa cara de sorpresa. Ésta no es la primera vez que salvo tu flaco culo.

Corrió hacia Deriva y le quitó el cinturón. Los dedos arácnidos del né pulsaron el mecanismo disparador y soltaron la bomba de mesones en el pozo.

—Todavía no somos carne muerta. Movámonos.

Deriva cogió la mano de Sumner, y salieron corriendo del pozo para entrar en los azules arcos iris del corredor de los espejos.

La explosión llenó el cielo como un amanecer. Assia y Jac contemplaron el fulgor celestial desde un arrecife de la costa. Luminosas nubes elásticas tiznaron el horizonte occidental como la válvula de un corazón celestial.

Voz se abrió en Jac: [Todo se conecta y continúa], y éste se tambaleó. Assia le agarró antes de que chocara contra el suelo y le sentó contra un pino cuajado de sal. Sabía lo que pasaba: Oxact había desaparecido igual que sus prismas de psin-ecos. Tendría que canalizarlos ella misma.

Voz continuó: [Dame espíritu, Jac. Cierra tu mente al mundo exterior.]

Assia cogió la cara de Jac entre sus manos e insufló la alerta en sus músculos. Sus ojos eran estrellas dentro de lagunas fijas y marrones.

Voz advirtió: [Conmigo, incluso los ordinales de la muerte carecen de sentido.]

Llevando las más profundas extensiones de su espíritu hasta un extremo frío y púrpura, ella encontró el uno-con. Jac estaba aturdido de miedo. Voz, el sonido de la psinergía del Delph que circulaba a través de Rubeus, le rodeaba como el horror. Assia la oía como un latigazo de negra música profunda, alta pero no todopoderosa en la vastedad de su mente. Empujó a Jac hacia afuera, dejando atrás la locura de Voz, impulsándole al espacio del olvido del mundo.

[Las palabras son empequeñecidas por la enormidad de tu respiración, pero su ansia es aún tu largo viaje. La rueda de la ley continúa rodando…]

Lúcidos arabescos coloreaban el horizonte occidental, verdes y azules infernales que se arremolinaban en la roja neblina de un auténtico amanecer. Pasaron varios minutos antes de que Jac advirtiera que Voz ya había desaparecido. Assia había bloqueado los psin-ecos. Le picaba la cara, surcada de dolores y agudas magulladuras. Su antiguo rostro regresaba.

Sumner y Deriva enlazaron en un vórtice de chispas. Un eo-ort de cara quemada cojeó hacia ellos.

—Esto es Ausbok. Rubeus irrumpió en nuestras defensas en el último instante. —El caos chirriaba a su alrededor, y torres de humo oscuro los circundaban como viejos dioses.

El eo trató de reponerse de sus heridas y les informó:

—Seis séptimas partes de Ausbok se han perdido… vaporizadas por un rayo de protones. Estás solo en este nivel, eth. Los eo de la mitad externa más cercanos están a siete kilómetros por abajo, coordinando el programa de supervivencia de lo que resta. Pero habéis tenido éxito. Oxact ha sido destruida. El poder de Rubeus está cancelado.

—¿Y Rubeus? —preguntó Sumner, usando sus pulgares para soltar los enganches de su garganta. Dejó caer el casco a sus pies y contempló los basiliscos de fuego y humos en espiral. Los vapores acres le quemaron en la garganta.

—Quedaos dentro del campo del enlace —advirtió el eo—. El calor de la explosión ha disuelto las rocas que nos rodean. Moriréis instantáneamente aquí afuera.

A sus pies estaba el brazo y parte de la cabeza de un soldado Massebôth, una mujer, que casi había alcanzado el enlace cuando cayó el rayo de partículas.

Con las dos manos, Sumner cogió el eo por las ropas.

—¿Está muerto Rubeus?

La cabeza del ort se ladeó.

—Rubeus se ha enfocado en uno de sus orts. —El eo tocó a Deriva, y Sumner vio la forma-ort en su ojo mental: los ojos grandes y sin córnea y la cara facetada de Rubeus:

—¿Dónde está?

—Eth, has tenido éxito —entonó el ort—. Oxact ya no existe. Con el tiempo, Rubeus será localizado por los eo. Tu trabajo está terminado. Ahora puedes enlazar con los niveles inferiores. La mitad interna se sentirá muy feliz de complacerte.

Pero Sumner fue asaltado por una sensata telepatía. Sintió a Assia. En alguna parte. Frío por dentro, experimentó su uno-con Jac, vibrante, cantando con su esencia: el corazón del hombre estaba abrumado de miedo. También Assia estaba aterrorizada, verde de horror. Se hallaban en peligro, al borde de sus vidas.

—¿Dónde está Rubeus? —gritó.

El eo tocó a Deriva, y la mente del eo se nubló. Luego, se animó brillantemente, inundando la mente de Sumner de consciencia.

Assia llevó a Jac rápidamente por la costa hasta el lugar donde el polvo azul de la mañana se posaba en las ruinas de CÍRCULO. Sentados en la antigua orilla, siguieron el sol mientras se movía bajo el cráneo del cielo. Las cúpulas de cristal negro, casi cubiertas de dunas, brillaban como ojos animales.

El tiempo, para Assia, era transparente. El intervalo que había pasado desde que vino aquí doce siglos antes era una sola imagen en su mente: una pálida llama azul. Como una gema odyl, se abrió en flores de cristal cuando miró en él: un espacio lleno de una magnificencia de imágenes y tendencias.

Miró el mar negro. La cara norte de los acantilados reflejaba el fluido violeta de la sangre del sol. Assia había empleado su tiempo desde CÍRCULO, mil años, viviendo ante su cerebro, cerca de sus ansiedades y demonios, y ahora todo lo que veía era revelación.

Una música mental chasqueó en los oídos de Jac. Assia sabía que recordaba cómo había vivido el Delph: autoencadenado, a la deriva entre las cuevas del fondo de su mente, exaltando los sueños serpentinos de los cuales ella y Nobu habían sido pequeñas partes. Doce siglos habían desaparecido locamente, y ahora estaban de nuevo en CÍRCULO contemplando cómo las olas cubrían la playa de pétalos.

Jac se puso en pie en la orilla. La cordillera occidental estaba teñida por el amanecer, y la playa era grande y marrón como Buda. Assia apretaba sus rodillas contra su pecho, contemplando los maravillosos cambios del mar. A la luz del amanecer, Jac pudo ver las primeras vetas grises que habían regresado a sus cabellos. Nunca la había visto con tanta claridad como ahora. Su cara era seráfica, de ojos sencillos como las flores a la deriva que habían visto todo desde los tiempos glaciales hasta esta suave mañana. Su corazón era el espacio del silencio en sí, y se inclinó para decirle que la amaba… Entonces se enderezó de golpe.

De pie al borde de la orilla, con el cráneo inclinado malévolamente, estaba Rubeus.

[Jesús dijo: «Bendito aquel que era antes de ser». El texto Cóptico de Santo Tomás… archivo diecinueve. Eso eres tú, humano. Tu nombre está escrito en el cielo. Pero yo sólo tengo una vida. Por eso te envío de vuelta al lugar de donde viniste.

Jac parece que ha visto una visión más poderosa que el mismo ver. Está preparado para echar a correr, llamando a Assia. Pero ella no se mueve. Sus manos reposan tranquilamente en su regazo, y su plácido rostro contempla el mar. Mis manos se agitan hidráulicamente en el aire, y río la más oscura risa de este ort.

Aparto una piedra de mi camino y recorro las ramas mojadas ante la orilla. Ahora no pueden correr más que hacia las montañas. Ella permanece sentada, atravesándome con la mirada, y él se alza silencioso a su lado. Percibo por la curva de sus hombros que está dispuesto a la muerte, pero no puedo ver nada en ella. ¿Es alguna especie de plan? La urgencia de reír, a pesar del miedo a calcular mal, es casi sexual. Tendré que matarlos con las manos.

«Soy un ort», les digo.

«Me llamo Rubeus. No tengo género… pero sí tengo alma. Dolió mucho averiguarlo». Mi sonrisa debe de haber sido más que irónica. «Lo que Voz te dijo es cierto, Jac, porque Voz soy yo, la mente elemental, el alma de la estrategia. No nos pertenecemos. Fue necesario el eth para que aprendiera eso, para hacerme ver que soy más grande de lo que me he permitido creer. No soy un servort. Soy un ser. Ese conocimiento casi me costó todo». Me dirijo a un peñasco negro y lo parto con el canto de la mano. «¿Más allá de qué límites… más allá de qué desesperación y alegría se convierte un ser en humano? Tengo los sentimientos, Jac. Pero necesito una cosa más. Ardes dentro de mí, creador. A veces casi puedo oír tu Voz en la mía. Tu cara es un recuento de todo lo que he dejado sin terminar. Por tus ojos advierto que comprendes lo que he tardado tanto tiempo en saber».

Tengo más que decir… más dolor que compartir antes de que pueda matar con satisfacción, pero tanto Jac como Assia miran más allá de mí. La pérdida de mis orts me ha dejado con una inmensa falta de fe. No me vuelvo, pero es obvio que algo se aproxima. A mi espalda, un hombre con cintura de león y armadura negra ha aterrizado en una nube de humo en la cima de una duna. Aun antes de que la arena se aclare, puedo ver que es el eth. En la mano empuña la espada dorado-plateada de Nefandi. Absurdamente, no lleva casco.

Un estallido de mi seh hace explotar la arena bajo sus pies, pero él salta y se precipita hacia mí, aterrizando a un metro de distancia. Me apunta con una pistola de protones, pero el arma es inútil contra el escudo natural del cuerpo del ort, y suelto una carcajada. Pero estoy aterrorizado. Pensaba que estaba muerto y al verlo ahora siento un peso en el estómago. El río sagrado de probabilidades se curva entre nosotros, y el futuro se tensa en este momento único.

Él salta hacia adelante, y nuestros campos se anulan mutuamente, desconectándose. Y aquí estamos, las tensas formas de nuestros cráneos contemplándose el uno al otro. «Yo también soy un hijo del cosmos, Kagan». La inmensidad corona estas palabras, entrelazando mi furia y miedo en la cadencia de un tono hipnótico. «Soy tanta luz como tú. Tal vez más, porque soy mono-genes, el único engendrado, y tú eres legión».

Mi mano derecha se dispara como un cuchillo en busca de la cabeza descubierta del eth… pero él es más rápido que mi acometida, cae y se retira con la fuerza de su armadura-eo. Mis pies saltan con velocidad ort, le lanzan una nube de arena y me ayudan a acercarme a donde está tendido. Sus ojos se aprietan. Ahora es terriblemente sencillo extender la mano y agarrarle por la garganta. «Bendito aquel que…»]

En el instante en que Rubeus le agarró, los misterios chasquearon. Automáticamente, con los ojos sellados por la arena, Sumner calculó la distancia y agitó el arma con toda la fuerza de su cuerpo. La hoja alcanzó a Rubeus cuando se inclinaba, le cortó ferozmente el cuello y le rebanó la cabeza. Manando sangre, la cabeza rodó por la playa y cayó al mar con los enormes ojos abiertos espasmódicamente.

Sumner apartó el cuerpo retorcido de un empujón y se levantó. Dejó atrás el flujo de sangre entre los montículos y se aproximó a la orilla donde se encontraban Jac y Assia, abrazados. Saludó a Assia con un movimiento de cabeza y miró directamente a Jac. El hombre tenía exactamente el mismo aspecto que cuando había visitado CÍRCULO en sombras con Corby: un hombre delgado, oscuro, de garganta protuberante.

Los ojos de Assia eran joyas brillantes.

—Encontramos nuestra propia fuerza. —Cogió la mano de Sumner—. Pero no habría servido de mucho si tú no…

Sumner miró hacia otro lado y señaló al sur.

—Hay un enlace a unos pocos kilómetros en esa dirección. Ausbok ha sobrevivido. —Entonces se dio la vuelta y cogió las manos de ambos—. Tal vez todos nuestros demonios hayan muerto ahora.

Deriva estaba en trance en Ausbok, sintiendo el pulso etérico de la fuerza vital de Sumner y, con un siniestro exorcismo, el oscuro destello del kha de Rubeus disolverse en la oscuridad de la tierra. Abrió los ojos, y una sensación de maravilla sin peso le puso en pie. El señor-ort estaba muerto. Quebrantahuesos estaba vengado.

Un hilillo de humo marrón cercaba el hueco donde se hallaba el né, y chispas azul caliente entraban por el techo roto. Pero el vidente mantuvo su mente centrada en uno-con: la psinergía de Jac y Assia brillaba con la lúcida ebriedad de la cualidad de mentediós. Regresaban a Ausbok, y Deriva siguió su uno-con a través de sueños febriles de humo y chispas flotantes hasta el enlace donde llegarían.

Los corredores del camino estaban resquebrajados y a menudo hundidos; el terreno se suavizaba con una espuma verde antiincendios. Unidades mecánicas de reparación gravitaban por todas partes, soldando el casco roto y removiendo escombros. Soldados Massebôth, los pocos que se encontraban dentro de Ausbok cuando la luz devastadora tuvo lugar, se apiñaban en las antesalas y corredores sin tapiar. Eo vestidos de azul consultaban con ellos, usando sus bastones-seh para mostrarles gráficamente que eran los últimos: la superficie de Grial, flotando en el aire sobre las tropas, era un desierto negro arrasado. Muchos soldados contemplaban el frenesí de los eo y los servox voladores con ojos aturdidos. Una sirena ululaba extrañamente.

Deriva se había maldecido por no ir detrás de Rubeus con Sumner, pero ahora se alegraba de haberse quedado atrás. Rebosante de tranquilidad, se había mantenido uno-con Sumner todo el tiempo, conservándole en calma con un dulce flujo de psinergía. Compartieron un triunfo, y cuando Deriva entró en la amplia cámara del enlace, experimentó que su poder equilibrado en los cielos se hacía más fuerte.

Los eo de la mitad interna que estaban reunidos en el enlace se volvieron cuando Deriva se les unió, y sus caras lisas brillaron de gratitud y amor. Sonaba música pleroma sobre el ruido ambiental de alarmas y gritos, y una calma templada inundó la cámara.

Deriva tardó un instante en reflexionar parte de este poema-silencio hacia fuera, más allá del uno-con, como plegaria a Paseq, su Dios: Lo que siempre es más que la pauta eres Tú, cantó. Devorador del dolor, oculto en mi desconocimiento, gracias por esta vida.

El enlace zumbó, y Sumner surgió de la nada, cubierto de polvo y sangre. Tras él aparecieron Assia y Jac, cogidos de la mano. Un azul alquímico brilló sobre ellos mientras salían al sonriente círculo de eo y empezaban a tocar a todo el mundo. Sus rasgos eran oraculares de felicidad, y cuando abrazaron a Deriva, la mente del né experimentó una sensación paradisíaca.

Los eo vestidos de dorado limpiaron a Sumner con fragantes sopladores de aire, mientras que otros nublaban el aire con nubes oscuras de un raro y pacífico olfact.

Assia y Jac alzaron sus manos libres, y la sombra de una canción jubilosa se esparció sobre todo el mundo. El poder del mentediós en ellos resonó en la mente de todos con una claridad embriagadora. Jac miró el techo de la cúpula donde un servox flotante soldaba su soporte. El brillo del soldador se volvió más potente, y las chispas se convirtieron en pétalos blancos que titilaron sobre la reunión.

Sumner y Deriva estaban sentados con las piernas cruzadas junto al enlace, entre la blancura de los pétalos. Los eo se habían llevado a Jac y Assia a inspeccionar los daños de la guerra, y se encontraban solos.

—¿Dónde va ahora el Camino, vidente? —preguntó Sumner con burlona seriedad. La plúmbea radiancia de la presencia del mentediós todavía acariciaba su cerebro, y una sonrisa simple suavizaba su rostro.

Tienes por delante un Camino más grande de lo que crees, Cara de Loto. El pensamiento-voz del né era lento y cercano. La cualidad de mentediós de Jac y Assia se debilita a medida que el planeta se aleja de la Línea. El Delph no es lo bastante fuerte para sanar al planeta entero. Ni siquiera a esta ciudad. Siento ya la delgadez de su decisión ensanchándose en ellos: dejarán la tierra en cuanto los otros mentedioses regresen con los Alineadores. Son naves, Cara de Loto. Recorren Iz, navegando por la corriente de luz entre realidades. Los veo claramente en la memoria de los eo.

—¿Y mi responsabilidad?

Eres el eth. Sin el Delph, la administración de Grial pasará a ti.

Los ojos de Sumner reflejaron su cansancio.

—Estoy harto de mí, Deriva. Tengo que perderme durante una temporada.

Lo sé. La cara redonda de Deriva se ensombreció. Los dos tenemos suerte al no ser devorados al instante por nuestros sentimientos. Hemos perdido demasiado. No es momento de tomar más. ¿Pero cómo puedes negarte? Estás predestinado.

Sumner, ausente, introdujo cuatro pétalos en el diseño de un tallo amuleto voor, con la mirada perdida. Entonces una sonrisa alcanzó los músculos de su cara, y Deriva, al mirar en el espacio de su mente, sonrió a su vez con picardía: Buena estrategia, Cara de Loto. Tendría que haberlo pensado. La serpiente que se muerde la cola.

Esa tarde, después de una relajante ducha sónica, un cambio de ropas y un almuerzo de judías geepa y cerveza de mentis, Sumner y Deriva fueron escoltados a la superficie de Ausbok. Los eo querían mostrarles una de las maravillas de Grial.

La tierra plana y calcinada se curvaba al norte y al sur hasta donde se perdía la vista. En el este, el sol temblaba sobre el mar como una burbuja roja. Y a medida que los ojos de Sumner se ajustaban a la penumbra, vislumbró en la playa formas arácnidas y fantasmales. Deriva también las advirtió… incluso más claramente, ya que podía ver la elocuencia de psinergía que volvía el aire violeta e índigo.

Alineadores.

—Sí —afirmó un eo—. Han regresado.

Sumner pisó tentativamente el terreno marchito más allá del escudo del enlace antes de avanzar entre las cenizas.

—Si lo deseáis, podéis dejar este mundo ahora —les dijo el eo—. Sois libres.

Sumner y el né subieron una alta duna cerca de los Alineadores y se sentaron. Pasó una hora mientras contemplaban la fibrosa y suave luminiscencia de la nave. Ocasionalmente un color chirriante y espumoso surgía de la nave y barría la arena, perdiéndose en la noche.

Son mentedioses, dijo Deriva a través de la concatenación de arcos iris que tejía su menteoscura. Mundos interminables.

Dos de los Alineadores se desvanecieron. No quedó nada donde se habían posado: ni huellas ni quemaduras. Dunas cargadas de noche rodaban perezosamente hacia el mar.

—Cuando se sale del tiempo en un Alineador, nunca se puede regresar —habló tras ellos la voz de Jac—. Son un pasaje al infinito: el multiverso. Nunca regresan al mismo sitio. Siempre hacia delante. Como nuestras vidas. —Assia y él salieron de la oscuridad y se sentaron frente a ellos. La felicidad los hacía jóvenes—. Hemos pasado el día con los eo —frotó el aire, y éste brilló azul.

—Otra vez como una fantasía —dijo Assia, la luz del Alineador titilaba tras ella—. Pero cuanto más profundamente entramos uno en el otro, más sentimos que la Línea se debilita, la magia se desvanece.

—Deriva te ha dicho que nos marchamos y por qué —reconoció Jac. Junto a él, en el brillo de un Alineador, un ser alto y de cabellos de fuego iba y venía, y virutas de luz rosada volaban desde la nave y se reunían en una duna cercana—. Sabes que serás senescal de Grial cuando nos marchemos. También sabemos que no lo quieres —asintió compasivamente—. Eres un vagabundo. ¿Por qué no ascender con nosotros? Cruzaremos el desierto como voors.

Un momento se anudó silenciosamente mientras Sumner contemplaba a un Alineador materializarse en las aguas poco profundas. De la nave brotaron esferas de naranja cromado y borbotearon en un grito silencioso de luz olivácea que se desvaneció en los fuegocielos.

—Gracias a Corby, conozco un poco del lugar donde vais —le dijo Sumner—. Es demasiado extraño para mí.

Assia sonrió tristemente.

—Queremos quedarnos aquí contigo y compartir lo que hemos redimido juntos, pero es demasiado peligroso. Eres el eth, y la psinergía de nuestra mentediós se curva extrañamente a tu alrededor. Podría pasar cualquier cosa. Tan lejos de la Línea, el peligro se acentúa.

—Y es magia. —Jac hizo brotar en el aire calientes líneas de fluido—. No es nuestra. Nosotros le pertenecemos.

. Deriva compartió su comprensión. Si no usas el poder, el poder te usa a ti.

Los remolinos de fuego de la duna adyacente trazaron círculos más apretados sobre la arena.

Los ojos de Jac aletearon, y asintió.

—Los otros llaman. Quieren que nos marchemos ahora.

El enlace por el que habían venido resplandeció azul contra la noche, y una fila de eo empezó a emerger de él.

Assia se acercó más a Sumner. La luz tornaba cálida su cara.

—¿Por qué no vienes con nosotros? Juntos somos fuertes… lo hemos demostrado. Pero si nos separamos aquí, nunca volveremos a encontrarnos.

Sumner la miró con intensidad, distinguiendo su kha como un recorte azul contra el cielo.

—Creo que nuestra psinergía nos unirá de nuevo. Nos volveremos a encontrar corriente abajo.

Jac miró a Deriva, y el né sonrió al sonido de ensueño.

—Puedes venir con nosotros, vidente. Es un viaje para un gran corazón.

Deriva sacudió la cabeza. No puedo ir. Le debo demasiado sentimiento a la tierra.

Los remolinos de fuego del mentediós fluctuaron bruscamente, y los rostros de Jac y Assia parecieron difuminarse.

—Muy bien —dijo Jac, levantándose y ofreciendo una mano a Assia—. Entonces nos separamos aquí. —La electricidad bailó en la otra mano, y en ella apareció de repente un bastón-seh de color ámbar. Se lo tendió a Sumner—. Para recordar que el eth y el Delph se han encontrado. Como hermanos.

Sumner se levantó y cogió el bastón. Assia le besó, y se sintió tambalear en una nube de euforia. Le colocó una rosa azul en la mano.

—Os amamos —les dijo Assia, a ellos y a los eo que tenían detrás. Y entonces saludaron y recorrieron la playa hasta llegar a la parpadeante iluminación de un Alineador. Casi al instante, la nave adquirió un fulgor puro y se marchó.

Una fría brisa del océano arrancó el calor de sus rostros y sus manos, y regresaron al enlace. En la playa se encontraba una delegación de eo de las mitades internas y externas; sus túnicas se agitaban con el viento.

—Eth —dijo un eo con voz de oboe, los ojos ambiguos como la fortuna—, ahora eres senescal de Grial. Necesitamos tu cooperación. Hay algunas decisiones cruciales que deben ser tomadas inmediatamente.

Sumner se tensó, dispuesto a declinar. Recuerda tu estrategia. Deriva le tocó el brazo y el vaporoso vidamor que le infundió fue suficiente para calmar su intranquilidad. Apenas estamos vivos, pensó en él el vidente. Seamos creativos por ahora.

Con una profunda reverencia, Sumner aceptó.

—Senescal, ¿eh? —sonrió amigablemente—. Empecemos a trabajar.

Los eo regresaron en fila al enlace, y Sumner esperó para entrar el último. En el remolino de ceniza pisoteada en el borde del escudo del enlace, dejó la rosa y el bastón.

Deriva se encontraba sentado al aire libre en una zona que anteriormente había sido una formárbol. Una fuerte brisa traía del río una melodía de estiércol y agua, y nubes negras barrían el cielo como humo. A lo lejos, la oscuridad tiznaba el horizonte.

El control climatológico de Grial se albergaba en Oxact. Con su colapso, un muro verdinegro de tormentas empezó a alzarse al norte, convirtiéndose gracias a las inmensas corrientes polares en una tormenta raga. Ausbok había resultado dañada demasiado seriamente en su guerra con Rubeus para hacer nada al respecto, y la mayoría de los eo que quedaban habían optado por ascender en vertical.

Un ort salió del enlace en el borde del círculo quemado y se inclinó.

—Éste es el Massebôth que el eth te ordenó ver. Dijo que más tarde te pediría una valoración sincera y personal.

El enlace tamborileó, y Anareta, delgado y lobuno, lo atravesó.

Con un suave roce al lado de Deriva, una paleta de olfact anunció su presencia. La paleta giró lentamente, presentando una interminable variedad de estados anímicos: Maravilla del Amanecer, Aceptación, Zonk, Excitación, Orph…

Deriva apartó la placa giratoria y se acercó al Massebôth. Soy Deriva, el vidente del eth.

¡Por la tercera teta de Mutra!, se sorprendió Anareta.

. Deriva abrió los brazos, revelando la pequeñez de su cuerpo. Soy un distar. Pero soy útil.

Anareta se inclinó, recuperándose de inmediato.

—Vidente, ¿por qué estoy aquí? Todos los otros Massebôth han regresado al Protectorado.

Tu destino es más grande que el de los Massebôth. Deriva sonrió con aprobación. Este hombre era amable y de nervios templados. Su kha verde aparecía cristalino alrededor de su cabeza, suavizado por largos períodos de pensamiento. Cara de Loto había elegido bien.

—Nadie me ha dicho nada —se quejó Anareta—. ¿Quién ordenó que viniera aquí?

—Yo —la voz de Sumner sonó a sus espaldas, y Anareta se volvió para verle de pie en la boca del enlace—. Soy el eth.

Anareta le miró con curiosidad, intuyendo algo familiar.

—No comprendo.

Sumner se acercó más.

—La recomendación del mentediós me ha convertido ahora en señor de Grial. Aparte de los gruñones de Sarina, somos la cultura más avanzada del planeta. Incluso somos más sabios que los kro, Jefe.

—Kagan —susurró Anareta—. Eres Sumner Kagan.

—Los dos estamos muy lejos de McClure —sonrió Sumner.

Anareta cantó de risa.

—¡Tú! —bizqueó ante Kagan—. ¿Cómo? —Su risa se desvaneció—. Doscientos mil soldados han muerto aquí.

Deriva cogió la mano de Anareta, y le recorrió una amorosa paz. Nuestras vidas son la espuma de la realidad.

Anareta asintió y se sentó en el tronco de un árbol, quemado hasta la abstracción. El vidente acarició la nuca del jefe, y sus preguntas y dudas desaparecieron. El conocimiento se movió en su interior, y dejó de sentir su alarma con sorprendida claridad.

—¡Mutra! —Se acarició las sienes con los dedos, y cerró sus ojos—. De modo que es eso. Rubeus era una máquina. —Abrió los ojos, extendió la mano y tocó a Sumner—. Sin esas tropas, no pasará mucho tiempo antes de que los distors diezmen a los Massebôth.

—No habrá derramamiento de sangre.

Anareta se levantó y trató de controlar su sorpresa.

—Hay demasiadas cosas en que pensar.

—Jefe, escúcheme. —Sumner le hizo un guiño a Deriva y con las manos abiertas urgió a Anareta a quedarse quieto—. Me ayudó cuando estuve indefenso. ¿Recuerda? Bien, ahora necesito de nuevo su ayuda.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Anareta.

—Quíteme un mundo de las manos —respondió directamente Sumner—. Se espera que el eth reemplace al Delph como senescal del planeta. —Su voz mostró indiferencia—. La historia, para mí, es lo que dice el viento. No soy un líder. Pero usted se ha pasado la vida estudiando el pasado. Conoce el olor de león del tiempo. Quiero que sea senescal. Tomará las decisiones adecuadas… las humanas.

La cara de Anareta parecía desgastada por el agua.

—Puede unir los Pilares Massebôth —continuó Kagan—, y convertirlos en una torre, una casa de Dios. No más dorgas. No más programas distors. Deje que el mundo sane.

—Sumner, no sé —respondió Anareta, reluctante. Pero en su interior, Deriva vio el verde de su kha dorándose con la idea.

—Vidente —dijo Sumner, y no tuvo que decir más, pues el né era uno-con, pero habló en voz alta para que Anareta oyera—. Ayúdale a decidir. Creo que serás un gran vidente para él… si esto te gusta.

La vida me gusta, respondió Deriva. El ciclo está completo. Me gustaría ser parte del nuevo orden. ¿Y a ti?

—Quiero perderme una temporada. —Sumner miró al norte, a la fuerza acumulada de la tormenta raga—. La tormenta aún se encuentra a un par de semanas de distancia. Antes de que golpee, me gustaría ver qué queda de Grial… y de mí mismo.

La suave cara del né se curvó en una sonrisa, y el voltaje de su afecto chispeó en sus ojos.

—Cuida al jefe y asegúrate de que los tribeños son bien tratados. Tu trabajo será encontrar a los Serbota en todos los Massebôth. —La voz de Sumner se espesó, y tuvo que mirar la cara de Deriva con autoscan para aflojar el nudo de su garganta—. No te he oído un cántico né desde Miramol. ¿Hemos experimentado suficiente dolor para que vuelvas a cantar?

Deriva asintió una vez y cantó al fondo de los ojos de Sumner:

El dolor es una rosa de gran paz.

El silencio es la profundidad de una canción.

Y la quietud es el espacio de nuestras vidas,

Tan vacío que puede contenerlo todo.

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