Quinn

Quinn


Siete

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Siete

—Dime que ella no está implicada.

Quinn se arrepintió de esas palabras en el momento en que salieron de su boca. Sin embargo, ese arrepentimiento no evitó que contuviera la respiración mientras esperaba la respuesta.

Había estado al teléfono con J.D. varias veces a lo largo de la noche. Hasta ese momento había dejado a su segundo el peso de la conversación. Las noticias habían ido saliendo con cuentagotas desde el punto en que se había anulado el sistema de seguridad hasta llegar a la detención de un cómplice en el aeropuerto. Ninguna de las noticias había sido buena. Al menos no exoneraban a Corbin.

J.D., que acababa de sentarse en el asiento del acompañante del coche de Quinn, se subió la cremallera de la chaqueta e ignoró la afirmación de su jefe.

—Aquí dentro está helando. ¿Llevas aquí sentado toda la noche?

«Helando» era una exageración, lo mismo que «toda la noche», ya que sólo llevaba unas tres horas. Apenas había notado el frío. Había pasado cada segundo de esas horas pensando en Evie. Reviviendo el pasado, el beso, preguntándose qué demonios debía haber hecho esa noche. Sinceramente, no se le había ocurrido que podía hacer frío.

—¿Qué has descubierto? —preguntó a J.D.

—No mucho —le tendió una carpeta, después juntó las manos y se echó el aliento en ellas—. ¿Puedes poner la calefacción?

—Quejica —murmuró mientras abría la carpeta.

A su lado, J.D. se movió en su asiento y se metió las manos en los bolsillos.

—Eh, ¿qué quieres que diga? —se recolocó el arma—. Soy un tipo de sol, arena y surf.

Quinn lo ignoró y siguió leyendo. Su preocupación creció. La situación era más o menos la que había esperado. Maldición, algunas veces odiaba tener razón. Evie quería pruebas. Bien, ahí las tenía. No sabía si tendría el valor de decírselo.

Cerró la carpeta.

—¿Me has traído algo más?

—¿Café?

A J.D. le llevó un momento darse cuenta de la preocupación de Quinn. Finalmente sonrió y asintió.

—Claro. ¿Tienes un donut para acompañarlo?

—Veré —llamó por el móvil y, antes de que hubiese colgado, alguien salió del coche en el que había llegado J.D. y que estaba aparcado detrás de ellos.

La mujer, Alyssa, del equipo de J.D., se acercó al coche de Quinn, golpeó el cristal de J.D. y, cuando éste bajó la ventanilla, le entregó dos vasos de café y una bolsa marrón.

Quinn arqueó una ceja.

—Así que habías traído desayuno y no me lo querías dar hasta que me hubiera leído el informe.

—No sabía cómo reaccionarías. No hay donuts. Dos magdalenas.

Quinn tomó una de las magdalenas y después dijo a modo de agradecimiento:

—Puedo afrontar las malas noticias. No hace falta que me mimen como a un colegial.

J.D. asintió, pero no se disculpó, en lugar de eso, dijo:

—Si fuera mi mujer la que estuviera ahí —señaló con un gesto de la cabeza hacia la casa—, y tuviera que entrar y contarle lo que acabas de saber sobre su hermano, supongo que estaría tan enfadado con ese canalla que no podría estar aquí sentado tranquilamente tomando café.

—Entonces es buena cosa que no sea mi mujer, ¿verdad? —miró a los ojos a J.D.

Con gesto desafiante mordió la magdalena y masticó en silencio. Lentamente. Con calma. Para asegurarse de que J.D. no malinterpretaba su forma de masticar y la confundía con ira.

No quería que J.D. pensara que necesitaba que lo protegieran. La mejor protección era tener información y lo antes posible, no cuando alguien pensara que estaba preparado para escucharla. Su fingida indiferencia no tenía nada que ver con cómo se sentía porque todo el mundo en su empresa estuviera al corriente de sus asuntos.

Porque claro que estaba enfadado. Si dependiera de él, cazaría a Corbin y lo haría pedazos. Sólo deseaba que sus motivos fueran puros. Desear atrapar a Corbin porque había quebrantado la ley. O porque le había hecho un daño irreparable a McCain Security. O incluso porque su acción rompería el corazón a Evie. No, Quinn despreciaba a Corbin porque probablemente él había terminado con cualquier posibilidad que tenía de recuperar a Evie.

Porque atraparía a Corbin y se lo entregaría a las autoridades. Tenía que hacerlo. Porque era su trabajo y era lo correcto. Pero una vez que lo hubiera hecho, Evie jamás se lo perdonaría.

Así que, en lugar de hacer lo que debía, que era entrar en casa de Evie y volver a interrogarla, se sentó a comerse la magdalena y beberse el café como si el corazón no se le hubiera hecho pedazos dentro del pecho.

Estaba masticando cuando volvieron a llamar al cristal. Alzó la vista esperando ver a Alyssa y se encontró con Evie.

Estaba de pie, temblando, con un suéter color crema y unos pantalones anchos que parecían demasiado finos. Tenía los brazos alrededor de la cintura lo que, combinado con las ojeras, la hacían parecer más frágil que nunca.

J.D. bajó la ventanilla y la miró mientras preguntaba:

—¿Puedo ayudarla en algo, señora?

—Dámelas —dijo ella.

—¿Dar qué? —dijo J.D. bebiéndose el café con aire inocente.

—Las noticias que sean —miró a Quinn—. Es evidente que tenías algo de lo que informar o no estarías aquí a las seis de la mañana. Si aparca algún coche de policía más delante de mi casa, los vecinos van a pensar que vendo crack por la ventana de atrás.

—No somos policías…

—Da lo mismo —cortó ella—. Ninguno de los dos hacéis juego con el vecindario —volvió a mirar a Quinn—. Si os ponéis una capa, se os confunde con el Capitán América. Y ahora dime lo que sabes.

Quinn sabía qué estaba preguntando en realidad. Lo había retado a darle pruebas. No quería saber qué había encontrado, quería saber si ya tenía esas pruebas. Consiguió con mucho esfuerzo poner coto a sus turbulentas emociones y la miró a los ojos.

—Vamos dentro. Será un minuto.

Ella le sostuvo la mirada un largo tiempo. En sus ojos verdes se acumulaba la preocupación, su rostro estaba exhausto. Finalmente asintió y se giró hacia la casa murmurando algo sobre un café.

Mientras Quinn y J.D. salían del coche, éste último preguntó:

—¿Quieres que me quede aquí?

—No, vuelve a la oficina. Házmelo saber si te enteras de algo más del FBI. Pero no compartas con ellos lo que has descubierto hasta al menos otro día más. Esperemos que confíen lo bastante en su propia investigación como para no venir a preguntarnos a nosotros.

—¿Y si lo hacen?

—Entonces les das el informe. No quiero ser acusado de obstrucción a la justicia —rodeó el coche y añadió—: Y asegúrate de que el avión está lleno de combustible y el piloto listo.

—¿Plan de vuelo? —preguntó J.D.

—Islas Caimán. Lo antes posible —dijo firme—. Voy a ir allí, encontrar a ese canalla y a traerlo.

Pero primero tenía que enfrentarse a Evie y decidir si le contaba la verdad sobre su hermano o no.

* * *

Evie tenía la sensación de no haber dormido nada en absoluto. Le ardían los ojos como si los tuviera llenos de arena, la garganta seca e hinchada como si hubiera pasado la noche llorando, cuando en realidad la había pasado tratando de no llorar. Cuando se había quedado dormida, había entrado y salido del sueño, soñando una y otra vez con Quinn y ella recorriendo en coche oscuras carreteras mientras las luces de la policía los perseguían. Sólo cambiaba que en el sueño quien sacaba a Quinn del coche no era el sheriff Moroney, sino Corbin. Después aparecía un agente del FBI y la detenía a ella y la metía en la cárcel. Y cada vez que la metían en el coche de la policía, Quinn la mirada impasible y sin ninguna emoción.

Estaba perdiéndolo otra vez. No era que lo hubiera tenido. No era que necesariamente lo quisiera. Pero durante unos minutos esa noche había atisbado la posibilidad de volver a merecer su confianza. Y durante esos embriagadores momentos su corazón había remontado el vuelo.

Después de la tarde y la noche que habían pasado, no estaba en condiciones de analizar qué significaba todo aquello para ella emocionalmente. Sólo sabía que en ese momento, cuando se había acercado a su coche, la mirada de Quinn lo decía todo: Corbin tenía un grave problema. Y Quinn, siendo Quinn, iba a tratar ese asunto con su incuestionable sentido del honor.

—Oh, por Dios, no debería ser tan difícil —tiró frustrada la cuchara del café.

—¿Necesitas ayuda?

Dio un brinco al escuchar la voz de Quinn sorprendida de verlo en la puerta de la cocina.

—¿Qué? —entonces se dio cuenta de que miraba a ella y a la cafetera con una ligera expresión de confusión en el rostro—. Oh —murmuró recogiendo la cuchara y siguiendo con la tarea—. No. Ya está. Asumo que voy a necesitar cafeína para esto.

La falta de respuesta de Quinn ya era suficiente contestación. Lo miró esperando que cruzara la diminuta cocina y la rodeara con sus brazos. Que le ofreciera el consuelo de su abrazo, aunque las noticias que iba a darle no fueran a ser en absoluto cómodas. Pero no caminó hacia ella, y con cada segundo que pasaba la grieta que había entre los dos se ensanchaba.

Quinn frunció el ceño. Permaneció de pie apoyado en un armario y las manos en el borde de la encimera.

—Evie, al respecto de tu hermano…

Sus dudas la sorprendieron. El Quinn que conoció en el instituto siempre hablaba despacio, pensaba bien antes de abrir la boca. Pero el Quinn adulto no era así. Era apasionado, decidía, se enfadaba, incluso a veces resultaba desdeñoso. Pero cauto no lo había visto.

—Sí —animó ella agarrando fuerte una taza.

—Dime cuándo descubriste que debía dinero a los Mendoza.

—Fue… no sé, hace un par de semanas, supongo —su mente estaba lenta fruto de los nervios. Para aclararse, se dio la vuelta y sacó la jarra de la cafetera—. Corbin empezó a actuar de un modo extraño. Siempre estaba nervioso. Supe que estaba pasando algo. Le pregunté hasta que cedió.

—¿Qué fue lo que te dijo exactamente?

—No mucho —admitió echándose una generosa cantidad de azúcar en el café—. Sólo que debía a una gente una importante cantidad de dinero. Había estado jugando otra vez y perdido mucho.

—¿Otra vez? —preguntó Quinn.

—Cuando dejó la universidad, se vino abajo una temporada —admitió triste—. Mi padre lo apoyó durante un año, pero después lo desheredó. Insistió en que se pusiera a trabajar o volviera a la universidad a terminar sus estudios. Como Corbin no hizo ninguna de las dos cosas, empezó a jugar profesionalmente.

—¿Profesionalmente?

—No lo sé —se ruborizó, no quería admitir que había estado voluntariamente ciega a la conducta de su hermano—. Supuse que serían torneos de póquer y cosas así. Como lo que se ve en la tele. Pensaba que sería algo elegante.

—¿Y vivía de eso?

—No muy bien —Quinn parecía mirar su taza de café, así que se puso a prepararle otra a él—. Pedía mucho dinero, pero tras unos meses las cosas se asentaron. Empezó a irle mejor, supongo. Dejó de hablar de ello. No pidió dinero en mucho tiempo. Supongo que asumí que todo iba bien —le dio la taza de café y rió nerviosa—. Cambiaba de piso cada dos por tres, cada uno mejor que el anterior. Mejoró de forma de vestir. Cada vez coches más rápidos —no quería admitir que había ignorado lo que gastaba. Averiguar cómo había ganado ese dinero no era asunto suyo—. Obviamente debería haber prestado más atención.

—Tu hermano ya es un hombre. No eres responsable del lío en el que está metido.

Sonrió irónica por el intento de reconfortarla, aunque se preguntó si él mismo se lo creía. Debía de estar deseando excusarla de algún modo, pero eso no se traduciría necesariamente en que la perdonara por la parte que le tocaba en todo aquello.

—Así que finalmente se vino abajo y te habló de las deudas de juego…

¿Era sarcasmo lo que había en su voz cuando había dicho «vino abajo»?

—Eso fue hace un par de semanas. Estaba tan hecho polvo… No quería mi ayuda —insistió—. Tuve que rogarle que me dejara buscar el dinero.

—Estoy seguro de que lo hiciste.

—Se sentía humillado por tener que pedir ayuda. Pero le dije que haría cualquier cosa. Que hablaría con nuestro padre. Que pediría un préstamo. Cualquier cosa —sacudió la cabeza. Tenía la taza sujeta con las dos manos y notaba el calor del café a través de la cerámica.

—¿De quién fue la idea de recurrir a mí?

—Fue idea mía.

¿Era eso? ¿Era ésa la razón de que se mostrara tan frío? ¿La hacía responsable de haberlo metido en ese lío?

—¿Él no lo sugirió? —preguntó Quinn.

—No. Yo pensé en ello.

—¿Estás segura?

—Sí —pero de pronto ya no estaba segura, de pronto deseó desesperadamente que la abrazara, pero él permaneció en el otro extremo de la cocina—. Quiero decir que así lo creo. Tu nombre salió en la conversación. Una vez que sucedió así, yo supe cómo conseguir el dinero que él necesitaba. Ciertamente él no me pidió que recurriera a ti —lo que era cierto, pero recordando, no era capaz de saber con precisión quién había mencionado el nombre de Quinn en primer lugar.

Pero claro, tenía que haber sido Corbin, ¿no? Ella jamás había mencionado a Quinn. No había pensado en él. Nunca había dejado que el menor indicio de él se colara en su cabeza por temor a que se quedara allí a vivir. Que su anhelo de él lo acogiera y lo hiciera crecer. Que hiciera una madriguera en su alma y jamás se marchara de allí.

Pero no podía pensar en nada semejante en ese momento. Porque Quinn estaba allí, delante de ella, imposible de ignorar. No sólo su corazón estaba en peligro, sino también el futuro de su hermano.

—Por favor, no me hagas más preguntas. Dime lo que habéis descubierto.

Después de un momento de estudiarla detenidamente, asintió.

—De momento parece como si hubiera sólo una persona responsable del robo… que es la persona que violó el sistema de seguridad y físicamente sacó los diamantes del edificio.

El temor que llevaba calentándose en su vientre desde la semana anterior finalmente alcanzó el punto de ebullición. Se sentó en la silla de al lado de la mesa. Sabía lo que iba a decir.

—El FBI cree que fue contratado con el equipo del catering. Quizá hace semanas.

Quinn había tenido mucho cuidado de no mencionar el nombre de su hermano, todavía. Hablaba de él en un misterioso modo impersonal, pero ella sabía a quién se refería. Los dos lo sabían.

Le había pedido que no le dijera nada de lo que no tuviera pruebas. Aparentemente lo estaba haciendo en sentido estricto. Como si no mencionando el nombre de Corbin la protegiera a ella.

—Estaba con el personal del catering durante la preparación de la tarde. Así consiguió acceder a la oficina. Debía de haber alguien más trabajando en el edificio para desconectar el sistema de seguridad porque en algún momento fue capaz de escabullirse sin que lo notara el resto del personal. Desde el pasillo de servicio usado por los camareros creemos que es desde donde accedió a los conductos por los que llegó hasta la oficina de Derek. Como era sábado y todo el mundo estaba ocupado preparándose para la fiesta, nadie del personal de Messina estaba en esa planta.

Quiso preguntarle por ese sistema de seguridad, el que había dicho que era imposible de atravesar, pero esa pregunta sonaría acusatoria y aquello no era culpa de Quinn. Además, lo conocía lo bastante bien como para saber que ya se habría culpado él solo bastante. Así que permaneció en silencio.

—Debió de llevarse los diamantes antes de que llegaran los invitados. Tenía que salir por los conductos también. Dado que el espacio era estrecho, debía de estar cubierto de polvo. No podía volver al trabajo de camarero. Tenía que haber sabido que eso ocurriría porque tenía a alguien que desconectó las cámaras del piso once, donde salió del conducto, se cambió de ropa y salió del edificio antes de que llegaran los primeros invitados.

La mente de Evie seguía agarrada al último rayo de esperanza.

—El conducto de ventilación es pequeño, has dicho. Mi hermano es alto —no tanto como Quinn, pero sí bastante alto.

—Es alto, pero es delgado.

—¿Cómo lo sabes? —saltó irracionalmente de la silla dispuesta a defenderlo—. No has visto a Corbin desde el instituto. Ahora podría ser como un jugador de rugby.

—Pero no lo es —dijo sacudiendo lentamente la cabeza como si lo decepcionara su defensa de Corbin.

Abrió la carpeta de la que sacó una fotografía en blanco y negro y se la dio.

—Esto es una ampliación de la cámara de seguridad de la zona del catering.

A pesar de la escasa calidad de la imagen, Evie pudo reconocer a su hermano, vestido con una chaqueta blanca de chef que le quedaba grande y que enfatizaba la estrechez de sus hombros y su constitución delgada.

Volvió a sentarse.

—Ah, Corb, ¿qué has hecho?

Quinn se agachó y le tomó las manos.

—No eres responsable de esto. Corbin ha elegido.

Gracioso, en otras circunstancias era ella quien decía eso. Decía lo mismo en el trabajo constantemente. La gente decide. Puedes ayudarlos cuando te lo piden, pero no puedes asumir la responsabilidad por sus errores. Pero se trataba de su hermano. De quien se había ocupado desde que tenía cinco años. Y se descubrió haciendo las mismas protestas que hacían siempre los miembros de las familias.

—Has hablado de otras personas —dijo ella—. Los que desconectaron las cámaras y el sistema de seguridad. ¿Qué pasa con ellos?

—¿Qué pasa con ellos?

—Bueno, también están implicados, ¿no? ¿Qué pasa si encuentras primero a Corbin? Hablas con él. Lo convences de que devuelva todo y negocie un acuerdo con las autoridades. Puedes hacer eso, ¿verdad?

—Así no es como funciona esto.

—Seguro que sí. Se ve constantemente. Los programas de protección de testigos y todo eso. La gente llega a acuerdos para pescar a peces más gordos. Eso lo mantendría fuera de la prisión al menos, ¿no?

—Te prometo una cosa, Evie. Encontraré a tu hermano. Y lo haré antes que el FBI. Si se puede hacer un trato, haré todo lo posible para que así sea.

Y dicho eso, se irguió y se dispuso a marcharse. Ella salió corriendo detrás alcanzándolo en el salón.

—Espera un segundo. ¿Dónde vas?

—A encontrar a tu hermano.

—Iré contigo.

—Imposible. No.

—Sí —se lanzó sobre la puerta para que no pudiera salir—. Iré.

—No.

—Quinn, esto es importante. Tienes que dejarme ir. Yo puedo ayudar. Puedo hablar con él. Sé que puedo.

Después de un minuto, Quinn asintió pesadamente. El alivio que ella sintió se atemperó al escuchar sus siguientes palabras.

—Sólo si tienes pasaporte.

—¿Para qué demonios necesito el pasaporte para ir al piso de mi hermano?

Mientras decía la frase se dio cuenta de que su hermano podía no estar en su casa. Podía estar oculto en cualquier sitio. Quinn respondió a su siguiente pregunta antes de que tuviera tiempo de hacerla.

—No está en su piso —dijo—. Creo que ya está en las Islas Caimán.

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