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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Basilea (1545) » El diario de Q.

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El diario de Q.

Viterbo, 13 de mayo de 1545

En el fresco soy una de las figuras del fondo.

En el centro destacan el Papa, el Emperador, los cardenales y los príncipes de Europa.

En los márgenes, los agentes discretos e invisibles, que atisban desde detrás de las tiaras y las coronas, pero que en realidad sostienen toda la geometría del cuadro, lo llenan y, sin dejarse descubrir, permiten a aquellas cabezas ocupar su centro.

Con esa imagen en la mente me decido a llevar estos apuntes.

En toda la vida no he escrito ninguna línea para mí mismo: no hay página del pasado que pueda comprometer el presente, no hay ningún rastro de mi paso. Ni un nombre, ni una palabra. Nada más que recuerdos en los que nadie puede creer, ya que son los de un fantasma.

Pero ahora es distinto: tal vez hoy es más difícil y arriesgado que en Münster. Los años italianos enseñan que los palacios son mortales de necesidad, tanto como los campos de batalla, solo que aquí dentro el ruido de la guerra está amortiguado, absorbido por el parloteo de las negociaciones y por las mentes agudas y asesinas de estos hombres.

Nada es lo que parece dentro de los palacios romanos.

Nadie puede captar el cuadro de conjunto, ver al mismo tiempo la figura y el trasfondo, el objetivo final. Nadie excepto aquellos que tienen en sus manos los hilos de la trama, hombres como mi señor, como el Papa, como los decanos del Sacro Colegio.

Nota: comprender, anotar, no descuidar detalles en apariencia irrelevantes, que podrían resultar ser las claves de bóveda de toda una estrategia.

Los elementos del cuadro: un libro peligroso; un Concilio inminente, un hombre poderosísimo; el servidor más secreto.

Sobre «El beneficio de Cristo».

Hará casi dos años que se imprimió el libro. Ha desencadenado polémicas (el cardenal Cervini lo ha prohibido en su diócesis), pero pese a eso continúa circulando sin problemas, o mejor dicho aún, conoce una gran difusión.

Los «viterbeses» fingen que no pasa nada, mientras se preparan para llevar las tesis del libro al Concilio de Trento (Reginald Pole: «Hay momentos y lugares adecuados para las ideas que, cuidadosamente escogidos, pueden impedir a los nuevos tribunales pararlas»). Pole espera derrotar a Carafa en lo que al tiempo se refiere: la difusión de las ideas reformadas contra la creación de la Inquisición.

¿Puede ser El beneficio de Cristo un arma de doble filo que golpee a quien la ha forjado? ¿Y cómo?

¿Arreglárselas para que el Concilio lo condene inmediatamente y desenmascare a sus autores? ¿Atribuirlo a Pole y a su círculo de amigos?

No, el inglés lo negaría todo, su credibilidad es demasiado alta para poder hacerle la imputación de herejía, y además, no hay pruebas de que haya sido el autor del libro. Si consigue disculparse saldría más reforzado que nunca. Mi señor esto lo sabe; es hombre demasiado prudente para conceder una oportunidad semejante a su mayor adversario.

Mejor aún: urdir una tela de araña, donde uno tras otro caigan todos los cardenales que ven con buenos ojos a los reformados. Un libro que pase de mano en mano, de biblioteca en biblioteca, y contagie a todo aquel que lo toque. Y cuando se recoja la red, pescar a todos los peces gordos de una vez. Es preciso dejarlo circular, aunque el Concilio lo condene, dejar que los amigos de Pole lo lean, se queden fascinados por él, tanto como lo están por ese brillante intelecto inglés. Mientras tanto Carafa trabaja, construye paso a paso la máquina capaz de darles la puntilla a todos de un plumazo. Sí, así es como razona mi señor. Pero un juego de este tipo puede escapársele de las manos, volverse demasiado grande incluso para su mente ubicua.

Sobre el Concilio

29 de junio de 1542: publicada la bula papal de convocatoria del Concilio ecuménico.

21 de julio de 1542: bula papal Licet ab initio que instituye la Congregación del Santo Oficio de la Inquisición.

Entre estas dos fechas, reanudación de la guerra entre Carlos V y Francisco I.

Por lo que parece, si no hay Concilio, habrá guerra, de ejércitos o de intelectos, no existe mayor diferencia.

De Concilio: una defensa velada de las tesis de El beneficio de Cristo. Los cardenales espirituales quieren transformar el Concilio de Trento en la sede privilegiada para afrontar la cuestión de la justificación. El Concilio debería convertirse en la fuerza contrapuesta a la Inquisición, que debe robustecerse bajo la astuta guía de Carafa. No cabe duda de que mi señor se prodigará a fin de que las tesis de El beneficio sean condenadas aun antes de ser discutidas.

Sobre Carafa

Cabe preguntarse qué debió de encontrar Vesalio, el necrófilo, dentro de ese hombre cuya mirada parece apuntar hacia un horizonte demasiado lejano, no de esta tierra. Tal vez todo el temor que él infunde. O la gracia divina de la mente insondable del Creador bajo las celadas facciones de la crueldad.

Pero ¿quién es este?

Mi señor y monje, maestro del disimulo y de la simulación, de casta de mando, primero prelado y luego pobre teatino por voto. Enemigo del Emperador, al que tuvo de hecho sobre sus rodillas, despreciándolo ya; de intuición que diríase diabólica, si no conociéramos su fe; sumo arquitecto del Santo Oficio, renacido para él y bajo él, que custodia sus secretos, sus miras, y lo hace crecer como una prole amada, con desmesurada energía, a una edad en la que gran parte de los hombres hace ya tiempo que está entre tierra y gusanos; apóstol de lo que lo entusiasma por encima de cualquier otra cosa: la guerra espiritual, lucha interior y exterior, sin cuartel, contra los embelecos de la herejía, bajo cualquier forma en que estos se presenten.

Pero ¿quién es este?

Sobre mí

El ojo de Carafa.

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