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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » Capítulo 21

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Capítulo 21 Ferrara, 4 de febrero de 1547

El depósito secreto de los libreros Usque está bajo tierra. El único acceso a él es una trampilla de no más de un brazo de diámetro, disimulada entre las tablas del suelo. Luego se baja por una escalera y se encuentra lo que se diría una bodega. Pero el local es seco, los Usque han pensado en una manera ingeniosa de evitar que los libros conservados aquí abajo, aquellos que podrían resultar más incómodos y peligrosos, se vean destruidos por la humedad. Unas escotillas de entrada y salida permiten la circulación del aire, hasta el punto de que no puedo evitar unos escalofríos: hace más frío que en la superficie.

Nuestro impresor nos indica el camino con una linterna hasta un rimero de volúmenes excelentemente ordenados.

—Aquí tienen, señores. Mil ejemplares listos para la expedición. Los próximos dentro de menos de un mes.

Miquez señala la mitad de la pila:

—Quinientos ejemplares vendrán a retirarlos mis encargados dentro de unos días y serán embarcados en la costa. Los otros los cojo ahora mismo, pues pienso llevármelos conmigo a Milán. Haré que os tengan preparados los balances para Pascua.

Usque lo interrumpe:

—Dejadme cien ejemplares. Creo que puedo venderlos aquí.

Los rasgos mediterráneos resaltan a la luz de la linterna:

—Cogedlos de mi parte, entonces. El carruaje está ahí fuera, podéis cargar enseguida.

Volvemos a subir al elegante taller de los más importantes impresores judíos de Ferrara. Seis prensas, una docena de operarios atareados, me quedo encantado observando la sincronía de movimientos: meter la matriz de la composición, entintarla, insertar la hoja en el torno y acto seguido bajarlo y apretar bien para imprimir los caracteres sobre el papel. Un poco más adelante se componen las páginas, colocando los caracteres uno por uno dentro de los cajetines preparados al efecto, sacándolos de dentro de grandes cajas de matrices, con un ojo pendiente del manuscrito y el otro de las pequeñas piezas de plomo.

Al final de la cadena los encuadernadores, aguja, hilo y colapez, dando forma acabada a los volúmenes.

Miquez se me acerca con indiferencia. En voz baja:

—Los Usque publican exclusivamente obras relacionadas con el judaísmo. Han hecho una excepción con El beneficio.

Sonrío maliciosamente:

—Los favores recíprocos de una inmensa familia…

—Sí. Y la fuerza de persuasión de un buen negocio.

Usque pregunta algo en español.

—Sí. Podéis continuar. Ahí fuera está mi hermano Bernardo, ya se encargará él de asegurar la carga.

El impresor parece dubitativo:

—Hay otra cosa más, don João… —Una mirada de Miquez lo convence de que puede hablar en mi presencia—. Me ha llegado una extraña petición. De la corte. Un ejemplar de El beneficio de Cristo.

Nos miramos perplejos. Es de nuevo Miquez quien toma la palabra:

—¿El duque?

—No. La princesa Renata, la francesa. Está interesada en la teología.

Chiavenna. República Rética.

Hace dos años.

Camillo Renato y su círculo de exiliados.

Yo le traía los libros de parte de Perna la primera vez que vine a Italia.

Camillo Renato, alias Lisia Fileno, alias Paolo Ricci. Siciliano, literato, prorreformista, predestinacionista, sacramentero, celebraba la Última Cena con un banquete provocando el escándalo general. Cuando lo conocí hospedaba a Lelio Socini y a otros literatos exiliados. Me quedé allí poco tiempo, pero el suficiente como para saber que había dado la vuelta a Europa, había estado en Estrasburgo en casa de Capiton y en Bolonia lo habían interrogado y procesado. Condenado a la cárcel de por vida en Ferrara por herejía, consiguió evadirse gracias a la ayuda de una noble señora de la corte. La princesa Renata. Su agradecimiento había llegado al punto de adoptar el nombre de su salvadora.

A Usque:

—Es importante hacerles llegar hoy mismo un ejemplar.

Lo cojo de la alforja, en el escritorio de Usque encuentro pluma y tintero. Escribo en la primera página.

No hay buena obra o acción que pueda igualar el beneficio de Cristo con los hombres. Solo la Gracia recibida por el Salvador y el don inconmensurable de la fe pueden marcar el destino de un alma. Es este renacimiento el que une en comunión en Cristo a los verdaderos creyentes.

Con la esperanza de conocer a la dama que ha salvado a un amigo común.

Tiziano Renacido. Posada del Pan.

Los dos judíos me miran aterrorizados.

Entrego el volumen a Usque:

—Este es el ejemplar.

A Miquez:

—Tú déjame a mí.

Divertido:

—Desde que te dejaste crecer esta barbaza te comportas de modo extraño.

—Fuiste tú quien me enseñó a cultivar las amistades de alto copete.

Sacude la cabeza, saluda al impresor en español. Fuera nos están esperando Bernardo y Duarte; las cajas de libros han sido cargadas y aseguradas con correas.

João me coge por los hombros:

—Hasta luego, amigo. Nos veremos en primavera.

—Dale recuerdos al pequeñajo Perna de mi parte.

Un gesto a los dos compadres, mientras el carruaje arranca.

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