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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » El diario de Q.

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El diario de Q.

Venecia, 5 de noviembre de 1548

He recorrido la ciudad a lo largo y a lo ancho. Busco a un alemán, confiando en mi intuición: las librerías donde podría haber comprado El beneficio de Cristo.

He visitado el establecimiento de Andrea Arrivabene, el librero con el letrero del pozo, un lugar que Tiziano debe de conocer sin duda. He fingido estar interesado en las doctrinas anabaptistas, esperando que me indicasen a alguien a quien dirigirme.

Nada de nada.

Venecia, 7 de noviembre de 1548

El niño y la estatua de Cristo.

El niño que creía que Jesús era una estatua.

El niño de cinco años.

El niño al que Bernhard Rothmann, pastor de Münster, preguntó quién era Jesús.

Una estatua.

La anécdota repetida hasta el infinito, en los días de la enfermedad.

Los días del rey David.

Es difícil mirar atrás. Doloroso. Recuerdos de conversaciones, largas, interminables, instigando la locura del predicador, sugiriendo a una mente desilusionada y extraviada las elecciones más insensatas.

Terror y lenta disolución.

Los últimos días de Münster.

Extramuros, el primer estremecimiento de incertidumbre. Quise olvidar.

Tiziano, el peregrino alemán que bautizó a Adalberto Rizzi, alias fray Álamo, fray Lucifer y los piratas del Po, conoció a Bernhard Rothmann.

Alguien de Münster, alguien que he conocido.

He bajado de nuevo a la calle, esta vez buscando un rostro. Me he vuelto de golpe a cada palabra pronunciada en mi lengua. He escrutado los rostros, bajo las barbas, más allá de los pelos largos o cortos, entre las cicatrices y las arrugas. Como una alucinación, en cada uno había algo para confirmar una sospecha.

Esto no servirá.

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