Q

Q


Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » Capítulo 30

Página 140 de 173

Capítulo 30 Venecia, 16 de noviembre de 1548

Se apoya en mí, para no perder el equilibrio, mientras sube a la barcaza que nos llevará a la carraca de los hermanos Miquez, amarrada al otro lado de la isla. Con la otra mano sostiene la pesada falda, ayudada por una sirvienta, pendiente de que los bordes del vestido no se mojen. Consigue conservar una dignidad infinita allí donde otras ricahembras parecerían simplemente torpes e incómodas por las armazones con que van adornadas. No puedo dejar de pensar que Beatrice es una criatura especial, refulgente.

La ayudo a tomar asiento, la falda recogida bajo los brazos.

El jorobado Sebastiano está listo con el remo en popa.

João y Bernardo nos abrazan.

—Tía, no temas, te dejo en buenas manos. Escríbeme tan pronto como llegues a Ferrara y transmítele mis saludos al duque Hércules y a la princesa Renata.

—Y tú ándate con cuidado, João, pues estas calli pueden ser menos de fiar que las mazmorras de un castillo. Y vela por tu hermano Bernardo, pues si le ocurriera algo te haría responsable a ti.

—Descuida. Nos veremos todos pronto.

João exhibe una sonrisa:

—Amigo mío, buena suerte. No expongas en vano tu pellejo, y no seas demasiado imprudente. Esa gente es peligrosa…

—También yo sé serlo si se presenta la ocasión.

Sebastiano ha desamarrado la barca del muelle, los dos hermanos nos saludan, las manos alzadas al cielo.

La noticia ha llegado al amanecer. Un franciscano ha venido a joder de tapadillo al Tonel: la Inquisición veneciana planea la detención de Beatrice. Hoy habría tenido que ser interrogada en relación con algunas delaciones que la señalan como judaizante, falsa cristiana.

Una intimidación, el débil intento de someter a presión a una familia incómoda para todos, tal vez de exigirle un rescate para obtener descuentos en el crédito. Los serenísimos patricios están cagados de miedo. ¿Quién no ha recibido algún préstamo de los Mendesi, como los llaman aquí? ¿A quién no despierta la codicia su inmensa riqueza familiar?

João ha hecho preparar enseguida la carraca, no hay tiempo que perder.

Así, partimos sin tiempo siquiera de pensar.

Ferrara. De allí deberá arrancar el viaje de Tiziano. Un viaje largo esta vez, con la ciudad estense como casa segura a la que volver para recabar noticias sobre la situación en Venecia. Quiero dirigirme al sur, hacia Bolonia y pasar los Apeninos, llegar a Florencia. Antes de despedirme de él, Perna me ha dicho que no puedo morir sin haber visto Florencia. Pobre del pequeñajo de Perna, mandado a la costa croata. No tengo la menor duda de que sabrá demostrar lo que vale también allí; llora y se desespera el librero Pietro, pero después de todo su gran cabeza pelada siempre sale ilesa, dispuesta a reanudar su infinita verborrea.

Ya estamos en ello, pues. Estamos en la carrera final, el último tramo del camino y una nueva aventura. Soy un loco, viejo pájaro encaramado en este asiento, con mi barba gris y los achaques que no me dejan tranquilo. Estoy loco y todavía me entran ganas de reír. No me lo creo aún, estar de nuevo de aquí para allá, volver a predicar tempestades. Se me ocurre pensar en el momento en que empezó todo. Se me ocurre pensar que la vida ha coincidido con la guerra, la fuga, chispas que incendian la llanura y olas de agua que la recubren. Debería dejar caer mis cansados huesos en algún agujero y desaparecer sereno, poquito a poco, acunado por el recuerdo, los rostros de las mujeres y de los amigos. En cambio, aquí estoy de nuevo, perseguido por los perros, ajustando las cuentas de todos esos rostros. La obsesión de un viejo hereje que no puede resignarse.

Último desafío, última batalla. Habría podido morir en Frankenhausen, en las plazas de Münster, en Holanda, en Amberes, en las cárceles de la Inquisición. Estoy aquí. Y dar por finalizado el juego, resolver el enigma, es lo último que me queda por hacer.

Ir a la siguiente página

Report Page