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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » El diario de Q.

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El diario de Q.

Viterbo, 25 de junio de 1549

Farnesio está moribundo. Podría ser mañana, como dentro de tres meses. El frenesí de las negociaciones crece a medida que la salud abandona el cuerpo cansado de Paulo III.

Los equilibrios no son favorables a los guardianes de la ortodoxia. Reginald Pole es el caballo de batalla del Emperador y su fama está por todo lo alto. El campeón de la fe parece capaz de poner de acuerdo a muchos. Si se entrara mañana en el Cónclave, el asunto estaría arreglado. En dicho caso toda la trama urdida por Carafa en estos años se deshilacharía. Su gran adversario en el solio pontificio elegido por su más acérrimo enemigo: el Emperador. No hay día que perder: Carafa incita al aliado francés a intentar contraataques. Quiere descomponer el actual marco, retardar el curso de los acontecimientos, reiniciar el juego.

El rey de Francia, Enrique II, siguiendo los pasos de su padre, ha renovado su alianza con los príncipes protestantes. Carafa lo incita a reanudar la guerra, pero existen muchas resistencias: finanzas con muchos agujeros, equilibrios internos tambaleantes, el progresivo alejamiento de los asuntos italianos. El cabeza del Santo Oficio debe poner en juego todas sus artes, para darle la vuelta a un resultado que le sería fatal.

El clima no es otro que el de un arreglo de cuentas. Quien salga vencedor, no dudará en borrar de en medio al adversario. El cálculo es incesante, cualquier voto que cambie de bando puede resultar decisivo. Se promete todo a todos. Los privilegios que deben repartirse y el tiempo que queda son los verdaderos dueños y señores de este enfrentamiento.

Carafa ha de hacer frente al momento más importante precisamente cuando la suerte favorable del odiado Emperador está en su punto álgido; casi se palpan su humor negro y su fría determinación. Aquí en Viterbo, en cambio, se ven rostros mucho más distendidos, pues va extendiéndose la confianza en la inminente «cosecha de una antigua siembra», como les gusta llamar al resultado que se tiene en perspectiva. El inglés reparte sonrisas y pocas, moderadas palabras, mientras que a su alrededor crece la euforia.

Viterbo, 7 de septiembre de 1549

Farnesio se resiste a morir. Los espirituales están que trinan, sus sonrisas son más bien raras: la espera los consume. Se temen acontecimientos que puedan modificar los equilibrios que los favorecen. Temen, sin disimularlo, cualquier movimiento de Carafa.

No les falta razón. El viejo teatino siempre se guarda algún arma secreta, la extrema ratio de una guerra que no puede permitirse perder: El beneficio de Cristo.

Aun en el caso de que los pronósticos no cambiaran, no dudaría en emplearla. Me ha dicho que estuviera alerta, pero mantiene sus planes aún en secreto.

Podría utilizar El beneficio para atacar a Pole y a los espirituales de forma frontal, acusando al inglés de ser el verdadero redactor de un libro condenado por el Concilio. Podría interrogar a alguno de los peces chicos del círculo viterbés para hacerle confesar. Pero tendría que hacerlo ahora, exponerse personalmente. Y ello sería arriesgado, pues a Carafa no le gusta ponerse en medio del fuego adversario. Si puedo preciarme de conocerlo, elegirá otra vía: hacer circular rumores, cada vez más insistentes, más detallados, sobre las consecuencias del ascenso de Reginald Pole al solio pontificio. El Papa que sostiene doctrinas excomulgadas por el Concilio de Trento. Imágenes de disgregación, sombríos presagios de un conflicto paradójico e incurable, el dramático debilitamiento de la Iglesia de Roma, su total dependencia de la autoridad secular del Emperador.

Un cuadro sombrío que espantaría a muchos, que haría perder votos decisivos.

Solo entonces Carafa entraría en el juego, con el Cónclave en curso, como quien sale en defensa del orden y de una razón superior. Carafa el Conciliador.

Me dan ganas de echarme a reír.

Roma, 10 de noviembre de 1549

Paulo III Farnesio ha muerto. Se extingue una de las dinastías más influyentes de Europa.

Una larga agonía y ahora nadie respira, como congelados por la sensación de algo amenazante. No es cuestión ya de quién será la próxima familia que tenga en sus manos las riendas del poder pontificio, no es este ya el debate. Es el papel de la Iglesia, la concepción misma del poder que ella deberá ejercer. Estamos al final de una época y en el durísimo enfrentamiento entre dos facciones, dos formas enfrentadas de entender la Cristiandad.

Una sola cosa es cierta: que no hay vuelta de hoja.

Se acabó ya el alternarse de potentados familiares, el alinearse o separarse, ahora es la necesidad de mantener en equilibrio una constelación de fuerzas, aparatos y nuevas entidades que emergen con fuerza. La Iglesia luterana, Calvino y sus seguidores, la Inquisición, las órdenes de caridad, los jesuitas, con ese Ignacio que no da tregua a nadie. Y todo ello haciendo frente a la mudable fortuna de imperios, reinos, principados.

Por más que sean acérrimos adversarios y con miras distintas, tanto Carafa como Pole saben que la Iglesia deberá ser otra cosa respecto a lo que ha sido hasta ahora. Miran adelante, lejos de los viejos modelos.

Roma, 29 de noviembre de 1549

Los cardenales han entrado en el Cónclave. En las calles de Roma se apuesta por Pole, el favorito.

Yo he apostado en contra.

Siguiendo las directrices de Carafa me muevo por los corrillos de curas, clérigos, curiosos, tahúres y gente del pueblo que atestan las plazas. Los desoriento con las indiscreciones sobre los verdaderos autores de El beneficio de Cristo. No soy el único.

Los espirituales tratarán de resolver la partida enseguida, aprovechando el hecho de que los cardenales franceses se retrasan. Un trayecto difícil el suyo, tanto por tierra como por mar, a través de los territorios del Emperador que obstaculiza su llegada.

No salen los números para contrarrestar a los espirituales, Carafa tendrá necesidad de infundir todo su proverbial temor en el corazón de los indecisos.

Roma, 3 de diciembre de 1549

Fumata negra. Veintiún votos para Pole. Necesita veintiocho para alcanzar los dos tercios necesarios.

Cómo consiguen salir las noticias de aquí dentro no deja de ser un misterio, pero no cabe ninguna duda de que por lo menos un par de veces al día llegan puntuales y detalladas.

Roma, 4 de diciembre de 1549

Fumata negra. Pole ha obtenido veinticuatro votos. El consenso aumenta, pero corre el rumor de que los cardenales franceses están a punto de llegar. Si Carafa consigue retrasar la elección de Pole un día más, el inglés podría quedar fuera de juego.

Roma, 5 de diciembre de 1549

Los rumores afirman que Carafa ha lanzado la acusación.

No un ataque frontal, que no es propio de él. Más bien una advertencia, una invitación a razonar sobre los riesgos que es conveniente evitar. Sin duda habrá sugerido a los venerables oídos qué paradoja y qué enorme problema representaría encontrarse con un Papa coautor de El beneficio de Cristo, un libro condenado por el Concilio. Seguramente ha agitado ante aquellos ancianos el espantajo de las luchas entre obispos y pontífices que la Iglesia conociera ya en tiempos pasados.

Ha sembrado la duda en aquellos que ya correspondían a la seráfica sonrisa del inglés.

Cada tarde la votación.

Me ha hecho llegar un mensaje. Pocas palabras, pero suficientes para transmitir la tensión del viejo teatino. Los espirituales han llegado a acuerdos con tres cardenales neutrales: si Pole obtiene veintiséis votos favorables, transferirán su voto a él. Si lo consigue, la orden es presentarse inmediatamente en la sede central de los dominicos.

Si lo consigue se acabó.

Dentro de una hora la votación.

Mato el tiempo nerviosamente.

Veinticinco votos. Falta uno, uno solo. Se han mirado largamente. Ninguna otra mano alzada. Fumata negra.

Roma, 6 de diciembre de 1549

Los cardenales franceses en el Cónclave. Pole no puede ya conseguirlo.

Hemos estado pendientes de un hilo que no se ha roto.

Roma, 14 de enero de 1550

Extenuante. Llevan encerrados allí dentro desde hace cuarenta días. No hay acuerdo: cada día un nombre nuevo, sin que nadie crea en él. La gente apuesta también acerca de quién no saldrá vivo del Cónclave. Poderosísimos ancianos que se consumen dentro de aposentos cerrados en medio de un hedor a pis y excrementos. Imagino los rostros cansados, los cuerpos debilitados, las mentes nubladas. Lo ideal para Carafa.

Roma, 8 de febrero de 1550

Fumata blanca.

Nuntio vobis magnum gaudium. Habemus papam. Sibi nomen imposuit Iulius III.

Setenta y tres días para llegar a mediados de este siglo y encontrar el compromiso: Giovanni Maria Del Monte, cardenal-obispo de Palestrina.

Julio III.

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