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Prólogo » Fuera de Europa, 1555

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Fuera de Europa, 1555

En la primera página hay escrito: En el fresco soy una de las figuras del fondo.

La letra meticulosa, sin borrones, pequeña. Nombres, lugares, fechas, reflexiones. El cuaderno de los últimos días convulsos.

Las cartas amarillentas y decrépitas, polvo de décadas pasadas.

La moneda del reino de los locos se bambolea en mi pecho para recordarme el eterno movimiento pendular de la humana fortuna.

El libro, tal vez el único ejemplar impreso, no ha sido abierto aún.

Los nombres son nombres de muertos. Los míos, y los de aquellos que recorrieron los tortuosos senderos.

Los años que hemos vivido han sepultado para siempre la inocencia del mundo.

Os prometí no olvidar.

Os he salvado del olvido.

Quiero tenerlo todo bien controlado, desde un principio, los detalles, el azar, el fluir de los acontecimientos. Antes de que la distancia empañe la mirada que se vuelve hacia atrás, atenuando el estruendo de las voces, de las armas, de los ejércitos, la risa, los gritos. Y sin embargo solo la distancia permite remontarse a un probable comienzo.

1514. Alberto de Hohenzollern es nombrado arzobispo de Magdeburgo. A los veintitrés años. Más oro en las arcas del Papa: compra también el arzobispado de Halbertstadt.

1517, Maguncia. El más vasto principado eclesiástico de Alemania aguarda el nombramiento de un nuevo obispo. Se obtiene el nombramiento, Alberto tiene en sus manos un tercio de todo el territorio alemán.

Hace su oferta: catorce mil ducados por el arzobispado, más diez mil por la dispensa papal que le permita conservar todos los cargos.

El asunto se negocia por medio de la banca Fugger de Augsburgo, que anticipa la suma. Una vez cerrada la operación, Alberto debe a los Fugger treinta mil ducados.

Son los banqueros quienes deben establecer las modalidades de pago. Alberto debe fomentar en sus dominios la predicación de las indulgencias del papa León X. Los fieles deberán realizar una contribución para la construcción de la basílica de San Pedro, a cambio de lo cual obtendrán un certificado: el Papa los absuelve de sus pecados.

Solo la mitad de lo recaudado será para financiar los astilleros de Roma. Alberto empleará el resto para pagar a los Fugger.

El encargo será confiado a Johann Tetzel, el más experto predicador del lugar.

Tetzel recorre los pueblos durante el verano del 17. Se detiene en la frontera con Turingia, que pertenece a Federico el Sabio, duque de Sajonia. No puede poner los pies allí.

Federico recauda por su propia cuenta las indulgencias, a través de la venta de reliquias. No acepta competidores en sus territorios. Pero Tetzel es un hijo de puta: sabe que los súbditos de Federico harán de buena gana unas pocas leguas más allá de la frontera. El paraíso bien vale un pequeño obstáculo en el camino.

El ir y venir de almas en busca de palabras tranquilizadoras tiene terriblemente indignado a un joven fraile agustino, doctor por la Universidad de Wittenberg. No puede tolerar el obsceno mercadeo puesto en marcha por Tetzel, con escudo de armas y sello pontificio bien visibles.

31 de octubre de 1517. El fraile clava en la puerta sur de la iglesia de Wittenberg noventa y cinco tesis contra el tráfico de indulgencias, escritas de su puño y letra.

Se llama Martín Lutero. Con ese gesto da comienzo la Reforma.

Un punto de origen. Recuerdos que recomponen los fragmentos de toda una época. La mía. Y la de mi enemigo: Q.

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