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El ojo de Carafa (1518)

Carta enviada a Roma desde la ciudad sajona de Wittenberg, dirigida a Gianpietro Carafa, miembro de la consulta teológica de Su Santidad León X, fechada el 17 de mayo de 1518.

Al ilustrísimo y reverendísimo señor y padre meritísimo Giovanni Pietro Carafa, de la consulta teológica de Su Santidad León X, en Roma.

Ilustrísimo y reverendísimo dueño y señor mío meritísimo:

El más fiel servidor de Vuestra Señoría se dispone a dar cuenta de lo que acontece en esta perdida landa, que de un año a esta parte parece haberse convertido en el centro de toda diatriba.

Desde que hace ocho meses el monje agustino Martín Lutero clavara sus tan cacareadas tesis en el portal de la catedral, el nombre de Wittenberg ha viajado a lo largo y a lo ancho en boca de todos. Jóvenes estudiantes de los estados limítrofes afluyen a esta ciudad para escuchar de viva voz del predicador esas increíbles teorías.

Muy en particular la predicación contra la compraventa de las indulgencias parece ganarse los mayores aplausos entre las jóvenes mentes, abiertas a las novedades. Lo que hasta ayer mismo era práctica corriente e indiscutida, el recibir el perdón de los pecados a cambio de una piadosa donación a la Iglesia, parece ser hoy criticado por todos como si se tratara de un escándalo innombrable.

Una fama semejante y tan repentina ha vuelto a Lutero insolente y arrogante; este se siente poco menos que investido de una misión ultraterrena, cosa que lo lleva a aventurarse aún más, a llegar mucho más lejos.

De hecho, ayer sin ir más lejos, como todos los domingos, mientras predicaba desde el púlpito sobre el evangelio del día (se trataba del texto de Juan 16, 2: «Os echarán de la sinagoga»), añadió al «escándalo» del mercado de las indulgencias otra tesis, a mi juicio más peligrosa si cabe.

Lutero ha afirmado que no hay que temer demasiado las consecuencias de una excomunión injusta, puesto que no atañe más que a la comunión exterior con la Iglesia, y no a la interior. Esta última, en efecto, atañe únicamente al vínculo de Dios con el fiel, que ningún hombre puede declarar disuelto, ni tan siquiera el mismo Papa. Tanto más cuanto que una excomunión injusta no puede perjudicar al alma, y si es soportada con resignación filial con la Iglesia, puede incluso convertirse en mérito estimable. Así pues, si alguien es excomulgado injustamente, no debe desmentir mediante palabra o acto la causa por la cual fue excomulgado, debiendo soportar pacientemente la excomunión aun cuando tenga que morir excomulgado y no ser enterrado en tierra consagrada, pues tales cosas son con mucho menos importantes que la verdad y la justicia.

Concluyó con estas palabras: «Dichoso y bendito aquel que muere en una excomunión injusta, pues por el simple hecho de sufrir este duro castigo por amor a la justicia, que él no ha querido callar ni abandonar, recibirá por la gracia de Dios la eterna corona de la salvación».

Uniendo al deseo de servirle el agradecimiento por la confianza que V. S. ha demostrado tener en mí, tendré ahora el atrevimiento de escribir lo que es mi parecer acerca de las cosas que he expuesto más arriba. Al humilde observador de Vuestra Señoría Reverendísima le ha parecido claro que Lutero se huele en el ambiente una excomunión para él, así como el zorro huele el olor de los sabuesos. Y está afilando ya sus armas doctrinales y buscando aliados para un próximo futuro. Muy en especial creo que busca el apoyo de su señor el príncipe elector Federico de Sajonia, quien aún no ha manifestado públicamente su disposición de ánimo con fray Martín. No en vano es conocido como el Sabio. El señor de Sajonia sigue sirviéndose de ese hábil intermediario que es Spalatino, el bibliotecario y consejero de corte, con objeto de sopesar las intenciones del monje. Un personaje taimado y que no inspira la menor confianza, este Spalatino, del que ya hice una sumaria descripción en mi última misiva.

Vuestra Señoría comprenderá mejor que su servidor la perniciosa gravedad de la tesis sostenida por Lutero: quisiera despojar a la Santa Sede de su mayor baluarte, el arma de la excomunión. Y no menos evidente es que Lutero no osará nunca poner por escrito esta tesis suya, consciente del desatino que representa y del peligro que podría derivarse de ella para su persona. Por dicha razón he considerado oportuno hacerlo yo, a fin de que Vuestra Señoría pueda tomar a tiempo todas las precauciones que juzgue oportunas para pararle los pies a este fraile del diablo.

Beso las manos de Su Señoría Ilustrísima y Reverendísima, encomendándome como siempre a su gracia.

De Wittenberg, a 17 de mayo de 1518,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

Carta enviada a Roma desde la ciudad sajona de Wittenberg, dirigida a Gianpietro Carafa, miembro de la consulta teológica de Su Santidad León X, fechada el 10 de octubre de 1518.

Al ilustrísimo y reverendísimo amo y señor meritísimo Giovanni Pietro Carafa, de la consulta teológica de Su Santidad León X, en Roma.

Ilustrísimo y reverendísimo amo y señor mío meritísimo:

Como servidor de Vuestra Señoría me he sentido enormemente halagado por la magnanimidad de que ha querido hacerme objeto, pues si el servirle es ya para mí un gran privilegio, el serle de utilidad me colma de verdadera alegría. La acusación oficial de herejía dirigida contra el fraile Martín Lutero, al que el Sermón sobre la Excomunión ha brindado un definitivo apoyo, había de inducir al príncipe elector Federico a tomar por fin una postura respecto al monje, tal como Vuestra Señoría presagiaba. Los hechos de que me apresuro a ponerle al corriente son ya acaso una primera reacción del Elector ante el inesperado precipitarse de los acontecimientos, pues, en efecto, se dispone a cerrar filas con los teólogos de su universidad.

El 25 de agosto llegó a Wittenberg, como profesor de griego, Philipp Melanchthon, procedente de la prestigiosa Universidad de Tubinga. Creo yo que nunca en ninguna universidad del Imperio se ha visto a un profesor más joven que él: no tiene más que veintiún años y, con su aspecto débil y demacrado, diríase que tiene menos aún. Si bien lo precedió y acompañó una cierta fama durante el viaje, la acogida inicial de los doctores de Wittenberg no fue lo que se dice entusiasta. Su actitud, y en particular la de Lutero, no iban a tardar en cambiar, tan pronto como ese prodigio de saber clásico pronunció su discurso inaugural en el que ilustró la necesidad de un estudio riguroso de las Escrituras en sus textos originales. Desde ese momento, hubo con Martín Lutero un entendimiento intenso y fuerte. Esos dos profesores son seguramente un arma poderosa en manos del Elector de Sajonia, desde el momento en que, a pesar de lo distintos que son, están tan unidos. Cada uno de ellos proporciona al otro aquello de lo que carece para convertirse en un verdadero peligro para Roma: Lutero es osado y enérgico, por más que tosco e impulsivo, mientras que Melanchthon es persona de gran cultura y refinada, aunque más joven y delicado, hecho más para los enfrentamientos doctrinales que para los campales.

El primer alumbramiento peligroso de este maridaje será sin duda la Biblia en alemán, en la que se dice están trabajando de concierto y para la cual los conocimientos de Melanchthon serán como maná caído del cielo.

Como sé que Vuestra Señoría suele apreciar las informaciones concretas sobre las cosas importantes, seguiré en futuros días con atención a los doctores y referiré todo a Vuestra Señoría, con la única esperanza de poder serle de alguna utilidad.

Beso humildemente las manos de Vuestra Señoría Ilustrísima y Reverendísima.

De Wittenberg, a 10 de octubre de 1518,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

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