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El ojo de Carafa (1521)

Carta enviada a Roma desde la ciudad de Worms, sede de la Dieta imperial, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 14 de mayo de 1521.

Al ilustrísimo y reverendísimo amo y señor, el muy honorable Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Ilustrísimo y reverendísimo amo y señor muy honorable:

Escribo a Vuestra Señoría a propósito de un acontecimiento muy grave y misterioso: Martín Lutero fue raptado hace dos días cuando regresaba a Wittenberg con el salvoconducto imperial.

Cuando V. S. me comisionó para seguir al monje a la Dieta imperial de Worms no me hizo mención de ningún plan de este género; si hay algo que ha escapado a mi atención y que debería saber, espero con ansiedad que Vuestra Señoría tenga a bien poner en conocimiento de ello a su servidor. Si, tal como creo, mi información no era incompleta, puedo entonces afirmar que una oscura y gravísima amenaza se cierne sobre Alemania. Considero por dicha razón esencial comunicar a V. S. cuáles han sido los movimientos de Lutero y de su entorno en los días de la Dieta y cuál fue el comportamiento de su señor, el Príncipe Elector de Sajonia Federico.

El martes 16 de abril, a la hora de la comida, la guardia de la ciudad emplazada en la torre de la catedral dio a son de clarín la señal acostumbrada para la llegada de un huésped importante. La noticia de la llegada del monje se había difundido ya por la mañana y muchas fueron las personas que salieron a su encuentro. Su modesto carruaje, precedido por el heraldo imperial, iba seguido por un centenar de personas a caballo. Una gran multitud atestaba la calle, hasta el punto de impedir al cortejo que avanzara expeditamente. Antes de entrar en el albergue para viajeros Johanniterhof entre la multitud formando calle, Lutero miró a su alrededor con ojos de endemoniado gritando: «Dios estará conmigo». A escasa distancia, en el albergue del Cisne, había tomado habitación el Príncipe Elector de Sajonia con su séquito. Desde las primeras horas de su estancia, comenzó un ir y venir de miembros de la pequeña nobleza, burgueses y magistrados, pero ninguno de los personajes más importantes de la Dieta dio muestras de tener intención de comprometerse de forma ostensible con el monje. A excepción del jovencísimo landgrave Felipe de Hesse, que sometió a Lutero a sutiles preguntas referentes a las costumbres sexuales en la La cautividad de Babilonia, recibiendo de este una severa andanada. El mismo príncipe Federico lo vio únicamente en las sesiones públicas.

Por lo demás, las verdaderas componendas no se desarrollaron tanto en las sesiones públicas del 17 y 18 de abril como en las conversaciones privadas y en algunos sucesos acaecidos durante la estancia de Lutero en Worms. Como Vuestra Señoría sabrá, a pesar de la aversión que el joven emperador Carlos siente por el monje y sus tesis, la Dieta no consiguió hacerle retractarse, ni tomar tampoco las debidas medidas antes de que los acontecimientos se precipitaran. Esto a causa de las maniobras hábilmente orquestadas por algunos misteriosos defensores de Lutero, entre quienes creo poder incluir al Elector de Sajonia, aun cuando no sea posible afirmarlo con absoluta certeza, por razón del carácter solapado y oscuro de tales maniobras.

La mañana del 19 de abril el emperador Carlos V convocó a los electores y a los príncipes al objeto de pedir que tomaran una posición decidida respecto a Lutero, manifestándoles su propio arrepentimiento por no haber procedido enérgicamente contra el monje rebelde desde un primer momento. El Emperador confirmó el salvoconducto imperial de veintiún días a condición de que el fraile no predicara durante el viaje de vuelta a Wittenberg. En la tarde de ese mismo día los príncipes y los electores fueron convocados para deliberar sobre la petición imperial. La condena contra Lutero fue aprobada por cuatro votos de seis. El Elector de Sajonia votó sin duda en contra, y esta fue su primera y única manifestación abierta en favor de Lutero.

La noche del día 20, sin embargo, unos desconocidos fijaron dos manifiestos en Worms: el primero de ellos contenía amenazas contra Lutero; el segundo declaraba que cuatrocientos nobles se habían comprometido bajo juramento a no abandonar al «justo Lutero» y a declarar su enemistad contra los príncipes y los partidarios de Roma y, ante todo, contra el arzobispo de Maguncia.

Este suceso ha arrojado sobre la Dieta la sombra de una guerra de religión y de un partido luterano dispuesto a alzarse en armas. El arzobispo de Maguncia, espantado, pidió y obtuvo del Emperador que fuera examinada de nuevo toda la cuestión, con el fin de no correr el riesgo de dividir en dos a Alemania y prestar su respaldo a una revuelta. Fuera quien fuese el que fijara los referidos manifiestos, ha obtenido como resultado de su acción el que le fuera concedida a la causa una prórroga de algunos días, así como hacer que se extendiera el temor y la circunspección respecto a la eventual condena de Lutero.

Así pues, el 23 y el 24 Lutero fue examinado por una comisión nombrada por el Emperador para la ocasión y, tal como acaso sepa ya V. S., continuó rechazando la propuesta de una retractación. Ello no obstante, su colega de Wittenberg, que lo había acompañado a la Dieta, Amsdorf, hizo correr el rumor de que se estaba cerca de lograr un acuerdo de conciliación entre Lutero, la Santa Sede y el Emperador. ¿Por qué, señor mío ilustrísimo? Yo creo que, a sugerencia también del elector Federico, para ganar un poco más de tiempo.

En consecuencia, entre el 23 y el 24 se produjo un continuo sucederse de mediadores por una y otra parte para subsanar la ruptura entre Lutero y la Santa Sede, representada aquí en Worms por el arzobispo de Tréveris.

El 25 tuvo lugar un encuentro privado, sin presencia de testigos, entre Lutero y el arzobispo de Tréveris, que, como era de prever, hizo inútiles todos los esfuerzos de la diplomacia de los dos días precedentes. En privado, Lutero, como ya había manifestado durante las sesiones de la Dieta al amparo del Emperador, se negó «por una cuestión de conciencia» a retractarse de sus tesis. Fue sancionada, por tanto, una ruptura irreversible y definitiva. En aquellas horas por las calles de la ciudad corrían rumores de un inminente arresto de Lutero.

La noche del mismo día fueron vistas dos figuras envueltas en capas que se dirigían a la habitación de Lutero. El hospedero los ha reconocido como Feilitzsch y Thun, los consejeros del príncipe elector Federico. ¿Qué se gestó durante ese encuentro nocturno? Tal vez V. S. encuentre una respuesta a la vista de lo sucedido en los días posteriores.

La mañana del día siguiente, el 26, Lutero abandonó sin hacer ruido la ciudad de Worms, con una reducida escolta de nobles simpatizantes suyos. Al día siguiente estaba en Frankfurt; el 28 en Friedberg. Allí indujo al heraldo imperial a que le dejara proseguir solo. El 3 de mayo Lutero abandonó el camino real y continuó viaje por caminos secundarios, aduciendo como motivación para el cambio de itinerario una visita a sus parientes, en la ciudad de Möhra. Asimismo indujo a sus compañeros de viaje a proseguir directamente en otro carruaje. Afirman los testigos que, al reanudar el viaje desde Möhra, iba en el carruaje solo con Amsdorf y su colega Petzensteiner. Al cabo de unas horas el coche fue detenido por unos hombres a caballo, quienes le preguntaron al conductor quién era Lutero y, tras reconocerlo, lo apresaron por la fuerza y se lo llevaron con ellos espesura adentro.

Convendrá Vuestra Señoría en que es imposible no ver detrás de toda esta maquinación a Federico, el elector de Sajonia. Pero en el caso de que V. S. tenga escrúpulo de sacar una conclusión en exceso precipitada, séame permitido entonces exponer ante los ojos de V. S. algunas cuestiones. ¿Quién tenía interés en retardar la condena de Lutero, manteniendo abierta la diatriba? Y, por consiguiente, ¿quién, a fin de retrasar la sentencia, tenía interés en recelar de la amenaza de un partido de los caballeros dispuesto a defender al monje con la espada contra el Emperador y el Papa? Por último, ¿quién tenía interés en poner a buen resguardo a Lutero provocando un rapto, sin revelarse abiertamente y sin comprometerse a los ojos del mismo Emperador?

Tengo la audacia de creer que también V. S. llegará a la misma conclusión que su servidor. Se respiran aires de batalla, mi señor, y la fama de Lutero crece cada día que pasa. La noticia de su rapto ha desencadenado un pánico y una agitación indecibles. Incluso aquellos que no comparten sus tesis reconocen ya en él una voz autorizada de la reforma de la Iglesia. Una gran guerra religiosa está a punto de desencadenarse. La semilla que Lutero ha esparcido, arrebatado por el ímpetu de su convicción, está a punto de dar su fruto. Discípulos ansiosos de pasar a la acción se preparan para extraer, con intrépida lógica, las consecuencias de sus pensamientos. Si la sinceridad es una virtud, acaso me permita Vuestra Señoría afirmar que los protectores de Lutero han logrado ya su objetivo de transformar al monje en un ariete contra la Santa Sede, organizando en torno a este un amplio séquito de gente del pueblo. Y ahora, no esperan sino el momento más oportuno para dar la batalla en campo abierto.

No se me ocurre decir nada más salvo que beso las manos de V. S., a quien me encomiendo de todo corazón.

De Worms, a día 14 de mayo de 1521,

el fiel observador de Vuestra Señoría Ilustrísima,

Q.

Carta enviada a Roma desde la ciudad sajona de Wittenberg, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 27 de octubre de 1521.

Al ilustrísimo y reverendísimo amo y señor, el muy honorable Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Ilustrísimo y reverendísimo amo y señor mío muy honorable:

Escribo a Vuestra Señoría para informarlo de que no existe ya ninguna duda acerca de la responsabilidad del príncipe Federico en el secuestro de Lutero. Aquí, en Wittenberg, los rumores se refieren a una prisión voluntaria del monje en uno de los castillos del Elector, al norte de Turingia. Por si los rumores que día tras día se van sumando para confirmar esta verdad no fueran suficientes, bastaría para ahuyentar cualquier posible fingimiento con leer en el semblante sereno del doctísimo y afeminado Melanchthon, o bien en el plácido transcurrir diario, sin la menor angustia, de las actividades docentes y la formación de los discípulos, o más aún en el frenesí del rector Karlstadt. Así pues, Lutero no fue raptado, sino más bien puesto a salvo por su protector.

Pero voy a responder inmediatamente a la cuestión que Vuestra Señoría planteaba en su última misiva. No es menos cierto también que ahora la atención y las fuerzas del Emperador están dirigidas a la guerra contra Francia y para el partido de los seguidores de Lutero este podría ser el momento propicio para darse a conocer. Yo no creo, sin embargo, que ello se produzca a corto plazo. Si estos ojos sirven para algo, puedo afirmar que el príncipe Federico y sus aliados tratan de ganar tiempo. Él no tiene ningún interés en fomentar la rebelión contra el Papa, porque sabe que podría perder el control de la misma y ser derrotado. El Emperador, en efecto, acudiría en defensa de la Catolicidad, y es demasiado fuerte aún para ser desafiado en campo abierto.

Pero existe otra razón para la prudencia del Elector de Sajonia. La pequeña nobleza sin tierra se ha reunido en torno a dos nobles venidos a menos, simpatizantes de Lutero, un tal Hutten y otro de nombre Sickingen, quienes en los próximos años podrían intentar una insurrección. Por tanto, creo que los príncipes, con Federico a la cabeza de todos ellos, no querrán dejar abierto ningún resquicio a estos tumultuosos subalternos y que estarán unidos a la hora de abatirlos, a fin de mantener ellos solos el control de cualquier reforma.

Pero otra razón empuja al Elector a tomarse su tiempo. Aquello sobre lo cual no he hablado a V. S. es el humor popular que se capta en el ambiente de unos meses a esta parte. Muy en especial son los acontecimientos de Wittenberg, en ausencia de Lutero, los que más apremian al Elector. El rector de la universidad, Andreas Karlstadt, encabeza en efecto una reforma que encuentra un amplio seguimiento entre la población. Él fue quien abolió el voto monástico y el celibato para los hombres de iglesia. La confesión auricular, el canon de la misa y las imágenes sagradas han sufrido igual suerte. Ha desencadenado la ferocidad popular contra las imágenes de los santos, y se han producido episodios de violencia que han llevado al deterioro de iglesias y capillas. Él mismo se ha apresurado a contraer matrimonio con una joven de apenas quince años. Viste de arpillera y predica en alemán por las calles, hablando de humildad y de la abolición de todos los privilegios eclesiásticos. No tiene el menor rebozo en sostener que las Escrituras deben ser dejadas al pueblo, libre de hacerlas suyas y de interpretarlas como mejor le parezca. Ni tan siquiera Lutero habríase atrevido a tanto. Respecto a la administración cívica, además, Karlstadt ha instaurado un Consejo municipal electivo que gobierna la ciudad en régimen de paridad con el Príncipe, cosa que espanta no poco a Federico. Lo que en realidad él pensaba que se volvería en favor suyo corre el riesgo de volverse en su contra: la reforma de la Iglesia y la independencia de Roma podrían trocarse en reforma de la autoridad e independencia de los Príncipes.

Por todo lo cual creo que el Elector no tardará en hacer salir a Lutero del escondrijo en el que lo tiene metido, a fin de que ahuyente al tal Karlstadt. Puedo asegurar además a Vuestra Señoría que si Lutero tuviera que volver a Wittenberg, Karlstadt se vería obligado a irse de allí. Pues, efectivamente, no está en condiciones de sostener el enfrentamiento con el profeta de la reforma alemana; al fin y al cabo sigue siendo un pequeño rector de universidad, mientras que Lutero, tras lo acontecido en Worms, es para todos los alemanes el Hércules germánico. Pues bien, mi señor, tengo el convencimiento de que este Hércules dejará caer su clava sobre Karlstadt y sobre todo el que amenace con hacer sombra a su fama, con solo que el Elector se lo permita. Por su parte, Federico sabe perfectamente que solo Lutero está en condiciones de encabezar la reforma en la dirección que más útil le sea; se necesitan el uno al otro como el piloto y el remero para gobernar una nave. Estoy seguro de que Lutero no tardará mucho en volver a Wittenberg, y limpiará el campo de cuantos traten de usurpar su sitial.

Así pues, por todas estas razones el príncipe Federico y sus aliados no se han enfrentado aún abiertamente a la Iglesia y al Emperador.

Ahora bien, si alguna vez le fuese concedido a un siervo el dar consejos a su propio señor, estoy seguro de que le hablaría del siguiente modo: «Para golpear a un tiempo al Elector y a todos los príncipes cuya intención no es otra que rebelarse contra la autoridad de la Iglesia romana, es menester golpear precisamente al Hércules germánico en quien aquellos se escudan. El pueblo, los villanos y los campesinos, están descontentos y alborotados, quisieran reformas mucho más atrevidas que las que el príncipe Federico y acaso el propio Lutero están dispuestos a conceder. Verdad es que el portal que Lutero ha abierto, ahora se querría que estuviera bien cerrado. Ahora bien, el tal Karlstadt no vale gran cosa, no durará mucho. Mas el hecho de que tantas personas aquí en Wittenberg lo hayan seguido es una clara señal del sentimiento que anima al pueblo. Por tanto, si de las olas de este proceloso océano alemán emergiese otro Lutero, más demonio que el mismo demoníaco fraile, alguien que hiciera sombra a su fama e hiciera de portavoz de las demandas del vulgo… alguien que sometiera a hierro y fuego a Alemania con sus palabras obligando a Federico y a todos los príncipes a la guerra, obligándolos a solicitar el apoyo del Emperador y de Roma para apaciguar la rebelión… Alguien, mi señor, que empuñara el martillo y golpeara a Alemania con tal fuerza como para hacerla temblar desde los Alpes hasta el mar del Norte… Si un hombre de tal género existiera en alguna parte, debería tenérsele en más aprecio que al mismo oro, puesto que sería el arma más poderosa contra Federico de Sajonia y Martín Lutero».

Si Dios, en Su infinita providencia nos enviase un profeta como este, no sería sino para recordarnos que Sus caminos son infinitos, como infinita es Su gloria, para la cual estos humildes ojos se emplean y continuarán sirviendo siempre a Vuestra Señoría, a cuya bondad me encomiendo al tiempo que le beso las manos.

De Wittenberg, a 27 de octubre de 1521,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

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