Q

Q


Tercera parte. El beneficio de Cristo » Qoèlet » Capítulo 39

Página 161 de 173

Capítulo 39 Venecia, 6 de octubre de 1551

Noche profunda. La Giudecca es una larga lengua de casas y árboles que se recorta contra el cielo. La barca aborda despacio el embarcadero de Ca’ Barbaro, hago una señal al remero de que se detenga y ato la amarra al palo.

Pago deprisa, justo el tiempo de contar, y empujo la embarcación mar adentro, a riesgo de delatarme.

Mis pasos resuenan en las tablas como un tambor. La puerta.

Llamo.

Nada.

Más fuerte.

El ruido de una ventana que se abre sobre mi cabeza.

—¡Dejad que os reconozca!

—Soy Ludovico. He vuelto.

La puerta se abre de par en par de repente, una luz difusa ilumina el cañón de una pistola.

—¡Soy yo, Duarte!

Abre sus adormilados ojos:

—¡Diablos! ¿Te has vuelto loco? ¿Qué haces aquí?

—Tengo que hablar con João.

Entro en el jardín de la casa. Alboroto desde las escaleras:

—¿Quién es?

—¡Es Ludovico!

Un juramento en portugués.

Lleva una camisa ribeteada de encajes, los cabellos sueltos sobre los hombros:

—¿Por qué has vuelto? Te escribí…

—Ya sé que me escribiste. Pero no hay tiempo que perder. Hemos de hablar.

Con el índice y el dedo medio João se oprime un ojo.

—Ah, al infierno, estás loco. Ven dentro.

Me indica el camino hasta el escritorio:

—La Inquisición está indagando sobre el concilio de tus amigos anabaptistas. El nombre de Tiziano ha salido a relucir en más de una ocasión. Venir aquí es una estupidez por tu parte.

Reanima las brasas en la chimenea. Luego se sienta, sin dejar de frotarse los ojos para quitarse el sueño.

Me mira con la expresión de quien espera una explicación.

—¿Desde cuándo sabes lo del alemán?

Contiene un bostezo:

—Desde hace algunas semanas. No se le ve el pelo por ninguna parte, es inencontrable.

—¿Cuándo llegó a Venecia?

—No lo sé. Hace seis meses, tal vez más.

Bisbiseo una blasfemia entre dientes:

—Yo diría que cuando empezaron los arrestos de judíos.

João, expresión seria:

—Dicen que es el consultor particular del inquisidor, que se pasa todo el tiempo leyendo los libros que se imprimen en Venecia para descubrir hasta el menor indicio de herejía.

—Olvídate de los rumores. Hay de por medio otras cosas.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te parece extraño que Roma envíe a uno de los suyos a Venecia y de repente se pongan a detener judíos aquí?

Se pone en pie de un brinco, despierto de repente, algún paso nervioso, los ojos fijos en el suelo.

—¿Acaso crees que se han puesto de acuerdo para tendernos una encerrona?

—Está claro. Y si se trata del alemán que yo creo, es un hombre de Carafa. El mejor.

Se pasa una mano por la barba y resopla sonoramente.

—Siendo así, tenemos que cerciorarnos de eso. Sin embargo, desde hace un tiempo se ha vuelto cada vez más difícil obtener información. Están haciéndonos el vacío alrededor. Hasta el Tonel está vigilado. He tenido que poner espías para vigilar a sus espías.

Se interrumpe, evita mi mirada.

Lo apremio:

—Dímelo todo.

—Ha salido a relucir un turco, un estafador de tres al cuarto que frecuenta el Arsenale. Se ha puesto a echar mierda sobre nosotros. Dice haber recibido dinero de un rico judío para pasar a los turcos toda la información sobre la flota de Venecia.

Una punzada en la muñeca me hace apretar los dientes.

—Hemos de intentar algo, João. Antes de que sea demasiado tarde.

Lo recorre un escalofrío. Recoge una pesada hopalanda y se la echa encima. Los arabescos dorados relucen al fuego de la chimenea, mientras se arrellana en el sillón de cuero.

El cansancio ha desaparecido, su tono es nuevamente el de siempre:

—Dime lo que te ronda por la cabeza.

Ir a la siguiente página

Report Page