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Segunda parte. Un Dios, una Fe, un Bautismo » Eloi (1538) » Capítulo 10

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Capítulo 10 Amberes, 4 de mayo de 1538

—No volví a verlo nunca más. Me llegó el rumor, mucho tiempo después, de que había muerto de peste en Basilea, a finales de aquel año.

A punto de hacérseme un nudo en la garganta, pero también la tristeza se ha moderado.

—¿Y su familia?

—Fueron acogidos en casa del hermano Jacob Dachser. A Hut lo apresaron el quince de septiembre, aún lo recuerdo. Confesó su amistad con Müntzer solo después de haber sufrido un largo tormento. Murió de un modo estúpido, igual de estúpidamente que había vivido. Intentó la huida incendiando la celda en la que estaba encerrado, para que acudiera la guardia a abrirla. Nadie lo socorrió: se asfixió por el humo que él mismo había provocado. Leupold, el más moderado de los hermanos, resultó finalmente ser el más duro: ni confesó ni se retractó en ningún momento. Tuvieron que soltarlo, lo expulsaron de la ciudad junto con su facción: yo conseguí unirme a ellos. Dejé Augsburgo en diciembre del veintisiete para no volver jamás.

Eloi es una forma oscura en la silla tras la gran mesa de trabajo de abeto:

—¿Adónde fuiste, entonces?

—En Augsburgo me enteré de que un viejo compañero de estudios vivía en Estrasburgo. Se llamaba Martin Borrhaus, más conocido como Cillerero. Hacía cinco años que no lo veía y que él no tenía noticias mías. Cuando le escribí para pedirle ayuda, me demostró que era un verdadero amigo.

El vaso está lleno de nuevo, me ayudará a recordar o me embriagaré, no tiene mucha importancia.

—¿Así que te fuiste a Estrasburgo?

—Sí, al paraíso de los anabaptistas.

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