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Segunda parte. Un Dios, una Fe, un Bautismo » Eloi (1538) » Capítulo 13

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Capítulo 13 Amberes, 5 de mayo de 1538

—La ciudad estaba tranquila, Michael Weiss, mi anfitrión, es generoso, y mi mujer estupenda. Y aunque solo fuera por cambiar tenía un nuevo nombre. Le debía a Martin mucho más de lo que yo hubiera podido corresponderle. El círculo de doctores que frecuentaba el bueno de Cillerero se enorgullecía de contar con personajes verdaderamente anómalos para aquellos tiempos de represión. Tenían ganas de discutir.

»Wolfgang Fabricius, llamado Capiton, era el que más curiosidad despertaba en mí. Aunque se declaraba ferviente seguidor de Lutero, miraba con ojos de respeto a aquellos que entonces comenzaban a ser llamados anabaptistas y parecía querer integrarlos en la cristiandad reformada. Me preguntó muchas cosas, con una curiosidad que me pareció sincera. Había leído los escritos de Denck, quedándose admirado. No le hice saber que había conocido a aquel canalla, pero me divertí poniendo a prueba su tolerancia con alguna salida valiente.

»Asimismo conocí a Otto Brunfels, el botánico, experto en las propiedades curativas de las plantas, el cual estaba compilando un herbario universal y se interesaba por el mundo natural. No conseguí sacarle una excesiva información sobre su fe, pero intuí que debía de haber simpatizado con los campesinos de la época de la revuelta. Era un ser bondadoso, contrario a la violencia, lleno de sentimientos de culpa por el modo en que había terminado la insurrección. Un día, cuando nuestras mutuas confidencias debieron de parecerle lo suficientemente sólidas, me dio incluso a leer algunos apuntes para una obra que estaba escribiendo y en la que sostenía que eran tiempos en los que los verdaderos cristianos, como en la época de Nerón, habrían hecho mejor ocultando sus ritos en las catacumbas del espíritu, disimulando su fe y fingiendo estar de acuerdo, en espera de la venida del Señor. Esta religión privada suya provocaba en mí de vez en cuando alguna que otra sonrisa, pero era interesante discutir con él.

»El más avinagrado era Martin Bucero. Me lo encontré en una sola ocasión, en casa de Capiton: un hombre sombrío y serio, aterrorizado por la desolación de los tiempos. Reacio a la vida.

»Estrasburgo era una ciudad mundana, culta, y al mismo tiempo pacífica y dividida por el odio que maduraba fuera de sus murallas.

Eloi me sirve agua, para que pueda continuar. No abre la boca, saborea cada palabra en silencio, los ojos centellean en la sombra como los de un gato.

—Ursula era una mujer extraña, embrujada. Cabello color azabache, nariz afilada, rostro duro y sensual a la vez. No conseguimos fingir por mucho tiempo: la pasión se adueñó de nosotros, nos embriagó desde un buen principio. Tampoco ella tenía una historia, no sabía de dónde venía, su acento no me decía nada, y no quise tampoco saberlo, era así, sencillamente. Se acercaba a escondidas, sinuosa y callada como un felino, apretaba sus pechos contra mi espalda y entonces percibía su deseo. Lo que nos atormentaba a ambos era aquella incertidumbre, aquel no saber. De haber estado en otra parte, habría sido distinto, todo.

—¿La amaste? —Su voz es ronca.

—Creo que sí. Como se ama cuando no se tiene nada a las espaldas y solo un eterno presente sin promesas. Dios no tenía ya nada que ver con nuestras vidas: habían sido marcadas a fondo, tal vez también ella llevaba consigo el recuerdo de alguna catástrofe, de alguna desventura inmensas. Tal vez también ella había muerto alguna vez. A menudo, de noche, después de un encuentro amoroso, me parecía leerle ese mal en los ojos. Sí, nos amamos de verdad. Era la única persona a la que confiaba todas las impresiones sobre el círculo de personajes en el que me movía por el día. Ella no decía nada, escuchaba con atención, luego de repente apostillaba con una frase lapidaria mi juicio inseguro, una frase que instantes después me veía compartiendo plenamente, como si me hubiera leído el pensamiento, como si razonara más deprisa que yo. Y estoy convencido de que así era. No tenía el valor rabioso de Ottilie, aunque a veces en su enojo volvía a ver la preocupación de aquella gran mujer, la mujer de mi maestro. Era distinta, pero no menos extraordinaria, una de esas criaturas que te hacen dar gracias al Creador por haberte concedido pisar la tierra a su lado.

Contemplo fijamente el crepúsculo que entra en el escritorio y me represento de nuevo ese cuerpo sinuoso:

—Lo supimos desde el primer momento. Que un día nos despertaríamos en otra parte, lejos, sin una razón para ello, siguiendo el curso divergente de nuestras vidas. Ursula fue una estación, una quinta estación del espíritu, medio otoño, medio primavera.

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