Danae & Proust

Danae & Proust

Sergio Guti

El comisario de la exposición estaba exultante. A pesar de ser una pequeña muestra, se trata de tres obras maestras, y es la primera vez que pueden verse juntas dos de los tres Danaes que Tiziano llegó a pintar.

Además, quedaba demostrado que el lienzo que el Rey de España regaló al Duque de Wellinton, no pertenecía a la serie de las seis poesias que Tiziano hizo para Felipe II, sino que era anterior a ellos, y que fue comprado al veneciano por Velázquez.

Tras la restauración, su valor se ha multiplicado por cincuenta, pero los restauradores han descubierto algo sorprendente: el cuadro estuvo a finales del siglo XVIII en la Casa de la Química de Segovia.

Se desconocen los avatares y periplos del lienzo para llegar a la capital castellana, pero se cre que fue un regalo que hizo el rey Carlos IV en El Escorial a los cadetes de la Academia, tras el exitoso experimento con un globo aerostatico llevado a cabo por los artilleros y que supuso un auténtico hito en la historia militar.

La sorpresa fue descubierta gracias a una inscripción semiborrada en el reverso del lienzo:

"Club du Jeudi

Segovia. Año bisiesto de 1796"

La sorpresa fue mayúscula, pues nadie esperaba encontrar tal inscripción en un cuadro que lleva vistiendo doscientos años la pared de un palacete de Hyde Park Córner. ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo se podría descifraz?

Mario cogió su cazadora y salió pitando por la puerta trasera del Museo del Prado con destino a la Estación de Chamartín. Necesitaba respuestas, y sabía dónde podría encontrarlas.

Eran las seis de la tarde cuando Mario entró a trompicones en casa del señor Eutimio. El anciano, enjuto y oculto tras su boina y su barba de cinco dias, dibuja una mueca que se asemeja a una sonrisa al ver llegar, cargado de energía, a su nieto.

A pesar de los años de tranquilidad y sosiego, Uti, como le llamaban sus compañeros del periódico, parecía estar siempre alerta, como reminiscencia de los dos años que estuvo en el frente durante la Guerra Civil. Acabada la guerra y sin un cuarto, buscó oficio en una publicación mensual, la cual perduró hasta principios de los años setenta, cuando a pesar de no resultar rentable su publicación, sobrevivió durante un tiempo con el fin de terminar una serie de artículos de investigación sobre los afrancesados y la guerra de la Independencia. Y si, Uti era el coordinador de aquella sección, y la persona que más indagó en los archivos del Alcázar y en el de la Alhóndiga.

Mario, enseñó a su abuelo la inscripción del lienzo a ver si sabía de que podía tratarse. El viejo cerró los ojos durante un momento, que se hizo eterno para Mario. Pero súbitamente, y con un tenue hilo de voz, comenzó a narrar una historia que ocurrió hace más de doscientos años:


Eran cerca de las 6 de la tarde y la niebla inundaba todo el valle del Eresma y del Clamores, cuando los tres jinetes arrivaron a la ciudad, cansados y llenos de polvo y frío. El camino desde Madrid, fue duro, ya que el cordel que atravesaba la sierra estaba embarrado y los lobos acechaban entre los pinos. También había cierto temor a los castellanos nuevos que habitaban los montes desde la Pragmática Sanción de 1873 de Carlos III. Afortunadamente, en esta ocasión, no hubo noticia de ninguno de ellos.

Uno de los jinetes era segoviano, conocia bien el terreno y le llamaban Don Javier de Ayllón. El otro era nacido en Tarazona, era valiente y recio y todos le conocían como el aragonés. El objetivo era llegar al menos con dos jornadas de antelación a la comitiva que traería el grueso de los enseres y productos del laboratorio que iba a montarse en la Casa de la Química de Segovia, y que iba a estar dotado con los mejores instrumentos y utensilios de la época.

La casa del francés, como sería conocida en Segovia a partir de ese momento, estaba ubicada cerca de la Iglesia de San Nicolás y del Convento de las Hermanas ..... , A escasos diez minutos a pie del Alcázar y de la Real Casa de la Chimia. Pero tan solo estaba a escasos veinte metros de la Tasca de Angelín.

El local, lúgubre y oscuro, apestaba a bodega vieja y tenía el suelo cubierto de serrín. En el centro de la estancia, bramaba una estufa cilíndrica de leña, que tenía un tubo que rezumaba por un ventanuco que iba a dar al callejón de los gatos, y al que los feligreses acudían a hacer aguas menores a partir del segundo vaso.

La barra, de encina y labrada a mano, dibujaba curvas irregulares y habitualmente se posaban cubiletes con dados que agrupaban a todos los presentes para que entre risas y tragos de vino fatigado se jugasen al mentiroso lo poco que tenian.

El tabernero, regordo y calvo, pero con un sarcasmo que no podía envidiar al de Quevedo, casi echa a Proust del bar, al pretender el francés tomar "una cerveza bien fría con sus dos dedos de giste". Se hizo el silencio, y mirándole fijamente por encima de las gafas, masculló Angelín: "tú bebes vino, como todos".

Aquél día, coincidio que era jueves, y como cada jueves, habia merienda: tocaban chicharrones, una delicia que sin duda nuestro protagonista nunca habia probado.



Así, gracias a este recibimiento, Proust, que venía a Segovia desganado y sin demasiado entusiasmo, supo que aquella ciudad le marcaría para siempre, y comenzó esa misma noche, a escribir su afamado discurso de apertura, siendo consciente que cada jueves que estuviese en Segovia, iría sin dudar a la Tasca De Angelín.




se ha podido descubrir la segunda ley que irremediablemente Proust enunció en Segovia, aunque no fuera enunciada en su laboratorio, ni sea conocida para el gran público:

La ilusión de la felicidad es tan fuerte como la felicidad en sí misma; y una ilusión compartida resulta precaria, pero difícil de tumbar.

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