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7. Actividades de las mujeres y propaganda

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7. Actividades de las mujeres y propaganda

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Actividades de las mujeres y propaganda

LAS MUJERES estadounidenses de hoy han alcanzado la igualdad legal con los hombres. Ello no significa que sus actividades sean idénticas a las de los hombres. Las mujeres siguen teniendo intereses y actividades especiales en el seno de la masa además de sus luchas económicas y de sus intereses vocacionales.

La influencia de las mujeres se deja sentir con más fuerza cuando están organizadas y pertrechadas con las armas de la propaganda. Organizadas y armadas de esta guisa, las mujeres han logrado ejercer su influencia en ayuntamientos y congresos, ya sea en los distintos estados o en el congreso de la nación, en ejecutivos, en campañas políticas y en la opinión pública, tanto local como nacional.

En política, las mujeres estadounidenses de hoy ocupan un lugar mucho más importante —desde el punto de vista de su influencia— merced a sus grupos organizados que el que han conseguido —desde el punto de vista del liderazgo— en posiciones políticas o cargos administrativos concretos. La mujer que se dedica profesionalmente a la política no ha tenido mucha influencia hasta el momento presente, pero tampoco las mujeres suelen considerar la asunción de responsabilidades políticas como el elemento más importante en cuestión. Ma Ferguson[15], a fin de cuentas, no fue más que una mujer de su casa, un títere controlado por un marido destronado; Nellie Ross[16], la anterior gobernadora de Wyoming, según se cuenta, no parecía un líder con hechuras de estadista e influencia sobre la opinión pública.

La campaña por el sufragio sirvió, como mínimo, para mostrar las posibilidades que brinda la propaganda cuando se pretenden alcanzar ciertos objetivos. Hoy día las mujeres utilizan esa misma propaganda para llevar a cabo sus programas tanto en Washington como en los distintos estados. En la capital federal se han organizado en una comisión legislativa que comprende catorce organizaciones femeninas (la Liga de Electoras, la Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes, la Unión de Mujeres Cristianas por la Abstinencia o la Federación de Clubes Femeninos, entre otras). Estas organizaciones confeccionaron un programa legislativo y luego se sirvieron de las modernas técnicas de la propaganda para lograr que el congreso lo aprobase. Son varios sus éxitos. Pueden atribuirse el mérito de buena parte de la legislación sobre asistencia social. La jornada laboral de ocho horas para mujeres es mérito suyo. No cabe duda de que la prohibición de las bebidas alcohólicas y su aplicación también lo es, si es que en verdad puede considerarse como un logro. También pueden contar en su haber la ley Sheppard-Towner, en virtud de la cual el poder central obliga a los gobiernos de los estados a garantizar la asistencia social de la maternidad. Ese proyecto no se hubiera aprobado de no ser por la intuición y sagacidad políticas de mujeres como la señora Vanderlip o la señora Mitchell.

Las medidas federales aprobadas en la primera convención de la Liga Nacional de Electoras ilustran las actividades de las organizaciones femeninas en el terreno de la asistencia social. Son medidas de gran calado que se ocupan de asuntos tan importantes como la asistencia social de la infancia, la educación, el hogar y la carestía de la vida, las mujeres con trabajos remunerados, la salud y moralidad públicas, la emancipación de las mujeres s casadas, entre otras.

Para hacer propaganda de todos estos principios, la Liga Nacional de Electoras divulgó toda suerte de publicaciones, como boletines, calendarios o informes sobre las elecciones, además de organizar cursos por correspondencia sobre el gobierno y clases gratuitas y escuelas de ciudadanía.

Es posible que la efectividad de las organizaciones femeninas en la política estadounidense actual se deba a dos cosas: en primer lugar, la formación de una clase profesional de secretarias ejecutivas y legales durante las campañas por el sufragio, cuando se tenía que utilizar cualquier medio al alcance del propagandista para sojuzgar una mayoría recalcitrante; en segundo lugar, el tránsito a las actividades propias de los tiempos de paz de tantas mujeres destacadas que participaron en las campañas de las sufragistas y que también se consagraron a importantes manifestaciones e influyentes movimientos de masas durante la guerra. Mujeres como la esposa de Frank A. Vanderlip (Narcissa Cox), Alice Ames Winter, la esposa de Henry Moskowitz (Belle Lindner), señora de Florence Kelley, señora de John Blair, señora de O. H. P. Belmont (Alva Belmont), Doris Stevens o Alice Paul son algunas de las más destacadas.

Si según parece me he centrado en los logros de las mujeres en la política, ello se debe a que brindan un ejemplo particularmente asombroso de un uso inteligente de la nueva propaganda con el fin de lograr atención y simpatía para ideas minoritarias. Por curioso que parezca, no resulta del todo extraño que estas últimas reclutas de la contienda política sepan reconocer y dar empleo a las armas de persuasión más modernas para compensar su falta de experiencia en lo que suele llamarse con un eufemismo práctica política. Para muestra de esta nueva técnica un botón: hace unos años, el Comité de Mujeres Consumidoras, que se oponía al proyecto de un arancel de «tasación americana», alquiló un almacén vacío en la calle 57 de Nueva York y organizó una pequeña exposición en la que se mostraban varios productos etiquetados con su precio de venta y lo que costarían si se aprobase el arancel. Se contaron por centenares los visitantes que se adhirieron a la causa del comité.

Pero también existen terrenos al margen de la política donde las mujeres han podido y pueden dejar sentir su influencia con fines sociales, y en los que se han servido del principio del liderazgo de grupo para alcanzar los objetivos deseados.

La federación general de clubes femeninos aglutina a 13 000 clubes. Si los clasificamos en términos generales, encontramos clubes cívicos y ciudadanos, clubes de madres y amas de casa, clubes culturales dedicados al arte, la música o la literatura, clubes de mujeres de negocios y profesionales, y clubes femeninos en general, que tanto pueden comprender manifestaciones cívicas o comunitarias como combinar algunas de las actividades que componen esta lista.

El club de mujeres suele ser efectivo en el ámbito de la educación para la salud, el fomento del interés por las artes, el desarrollo de leyes relativas al bienestar de mujeres y niños, la construcción de patios de recreo infantil y la mejora de los parques, la mejora de los niveles de moralidad social o política, la administración y la economía del hogar, la educación, etcétera. En estos ámbitos, el club femenino interviene ahí donde por regla general otras instancias no lo hacen y a menudo lidera o secunda movimientos por el bien de la comunidad.

Un club interesado especialmente en las tareas propias del ama de casa y la artesanía puede amadrinar una escuela de cocina para muchachas prometidas en matrimonio. Hallamos un ejemplo del entusiasta interés de las mujeres por la educación en la escuela de cocina que abrió no hace mucho el New York Herald Tribune y a cuyas clases en el Carnegie Hall asistían casi tres mil personas. Durante los días del curso de cocina, el edificio estaba lleno hasta la bandera, y casi se diría que rivalizaba con los conciertos del pianista polaco Paderewski o los recitales del tenor irlandés John McCormack, además de constituir un desmentido espectacular de la idea de que las mujeres de las grandes ciudades no sienten el menor interés por las tareas del ama de casa.

Un club que se consagre al bienestar de madres e hijos apoyará de todo corazón un movimiento en favor de la distribución de leche en los colegios públicos o la creación de un centro pediátrico especializado en el cuidado de los recién nacidos.

Un club musical puede ampliar su esfera de actividades y servir a la comunidad cooperando con la emisora de radio local para que preparen mejores programas musicales. Combatir la mala música puede exigir un compromiso tan militante como hacer campaña y organizar los más diversos recursos en cualquier contienda política.

Un club de arte puede centrar parte de su actividad en lograr que las mejores exposiciones lleguen a la ciudad. También puede organizar exposiciones itinerantes de las obras de sus miembros o mostrar las obras de las escuelas y las universidades de bellas artes.

Un club literario puede salir de su círculo encantado de lecturas y celebérrimos literatos y tomar parte activa en la vida educativa de la comunidad. Puede patrocinar, por ejemplo, un concurso abierto a las escuelas públicas que premie el mejor ensayo sobre la historia de la ciudad o sobre la vida de su hijo más célebre.

Más allá del objetivo particular que haya dado pie a crear un club femenino, por lo general se presta de buen grado a liderar o secundar movimientos que tengan como objeto un bien público concreto para la comunidad. Y lo que es más importante, un club femenino constituye un canal organizado por el que las mujeres pueden lograr ser percibidas como un sector determinado de la opinión pública.

Al igual que las mujeres complementan a los hombres en la vida privada, también lo harán en la vida pública si concentran su trabajo organizado en aquellas cosas que los hombres suelen pasar por alto. Existe un campo ilimitado para que las mujeres puedan erigirse en protagonistas activas de nuevas ideas y nuevos métodos políticos y sociales derivados de las tareas propias del hogar. Cuando se organizan y cobran conciencia de la poderosa influencia que pueden ejercer sobre su entorno, las mujeres pueden utilizar su recién adquirida libertad de muchísimas maneras y convertir el mundo en un lugar mejor donde vivir.

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