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1. Organizar el caos

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1. Organizar el caos

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Organizar el caos

LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país.

Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática. Grandes cantidades de seres humanos deben cooperar de esta suerte si es que quieren convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos.

A menudo, nuestros gobernantes invisibles no conocen la identidad de sus iguales en este gabinete en la sombra.

Nos gobiernan merced a sus cualidades innatas para el liderazgo, su capacidad de suministrar las ideas precisas y su posición de privilegio en la estructura social. Poco importa qué opinión nos merezca este estado de cosas, constituye un hecho indiscutible que casi todos los actos de nuestras vidas cotidianas, ya sea en la esfera de la política o los negocios, en nuestra conducta social o en nuestro pensamiento ético, se ven dominados por un número relativamente exiguo de personas —una fracción insignificante de nuestros ciento veinte millones de conciudadanos— que comprende los procesos mentales y los patrones sociales de las masas. Son ellos quienes mueven los hilos que controlan el pensamiento público, domeñan las viejas fuerzas sociales y descubren nuevas maneras de embridar y guiar el mundo.

No solemos ser conscientes de lo necesarios que son estos gobernantes invisibles para el buen funcionamiento de nuestra vida en grupo. En teoría, cada ciudadano puede dar su voto a quien se le antoje. Nuestra Constitución no contempla a los partidos políticos como parte del mecanismo de gobierno y se diría que sus creadores no se imaginaron la existencia en nuestra política nacional de nada que se pareciera a la moderna maquinaria de los partidos. Pero los votantes estadounidenses no tardaron en descubrir que, sin que se les organizara o dirigiera, sus votos particulares, repartidos, quizá, entre docenas o centenares de candidatos, no resultarían más que en una gran confusión. El gobierno invisible, bajo la égida de unos partidos políticos rudimentarios, surgió casi de la noche a la mañana. En lo sucesivo, los estadounidenses aceptamos que, en aras de la simplicidad y el sentido práctico de las cosas, las maquinarias partidistas deberían reducir las posibilidades de elección a dos candidatos, tres o cuatro a lo sumo.

En teoría, cada ciudadano toma decisiones sobre cuestiones públicas y asuntos que conciernen a su conducta privada. En la práctica, si todos los hombres tuvieran que estudiar por sus propios medios los intrincados datos económicos, políticos y éticos que intervienen en cualquier asunto, les resultaría del todo imposible llegar a ninguna conclusión en materia alguna. Hemos permitido de buen grado que un gobierno invisible filtre los datos y resalte los asuntos más destacados de modo que nuestro campo de elección quede reducido a unas proporciones prácticas. Aceptamos de nuestros líderes y de los medios que emplean para llegar al público que pongan de manifiesto y delimiten aquellos asuntos que se relacionan con cuestiones de interés público; aceptamos de nuestros guías en el terreno moral, ya sean sacerdotes, ensayistas reconocidos o simplemente la opinión dominante, un código estandarizado de conducta social al que nos ajustamos casi siempre.

En teoría, todo el mundo compra, de entre los artículos que nos ofrece el mercado, aquellos que nos parecen mejores y más baratos. En la práctica, si cada uno de nosotros, antes de decidirse a comprar cualquiera de las docenas de jabones o tipos de pan que están a la venta, se paseara por el mercado realizando estimaciones y pruebas químicas, la vida económica quedaría atascada sin remedio. Para evitar semejante confusión, la sociedad consiente en que sus posibilidades de elección se reduzcan a ideas y objetos que se presentan al público a través de múltiples formas de propaganda. En consecuencia, se intenta sin descanso y con todo el ahínco capturar nuestras mentes en beneficio de alguna política, artículo o idea.

Acaso fuese preferible tener en nuestro país, en lugar de la propaganda y la sofistería, ciertos comités de hombres sabios que escogiesen a nuestros gobernantes, dictasen nuestra conducta privada y pública y decidiesen por nosotros qué ropa ponernos y qué tipo de alimentos deberíamos comer. Pero hemos elegido el método opuesto, el de la competencia abierta. Tenemos que hallar una manera de que la libre competencia se desarrolle sin mayores sobresaltos. Para lograrlo, la sociedad ha consentido en que la libre competencia se organice en virtud del liderazgo y la propaganda.

Algunos de los fenómenos de este proceso son objeto de críticas: la manipulación de las noticias, la inflación de la personalidad y el chalaneo general con el que se lleva a la conciencia de las masas a los políticos, los productos comerciales y las ideas sociales. Puede ocurrir que se dé un mal uso a los instrumentos mediante los cuales se organiza y focaliza la opinión pública. Pero tanto la focalización como la organización resultan necesarias para una vida ordenada.

A medida que la civilización ganaba en complejidad y que la necesidad de un gobierno invisible era cada vez más patente, se inventaron y desarrollaron los medios técnicos indispensables para poder disciplinar a la opinión pública.

La imprenta y el periódico, los ferrocarriles, el teléfono y el telégrafo, la radio y los aviones permiten extender las ideas velozmente, o incluso en un instante, a lo largo y ancho de Estados Unidos.

H. G. Wells intuye las enormes posibilidades de estos inventos cuando escribe en The New York Times:

Los medios de comunicación modernos —el poder que brindan la imprenta, el teléfono y la comunicación sin hilos, entre otros, de transmitir influyentes ideas estratégicas o técnicas a un gran número de centros que colaboran entre sí, y posibilitar prontas respuestas y diálogos efectivos— han inaugurado un nuevo mundo de procesos políticos. Ideas y frases pueden ahora dotarse de una efectividad mayor que la de cualquier gran personalidad y más poderosa que cualquier interés sectorial. Es posible transmitir el designio que nos une y protegerlo contra tergiversaciones o traiciones. Es posible elaborarlo y desarrollarlo con paso firme y extensamente sin que se den malentendidos personales, locales o sectoriales.

Las afirmaciones del H. G. Wells sobre los procesos políticos son igualmente válidas para los procesos comerciales y sociales, así como para cualquier manifestación de la actividad de masas. Los agrupamientos y las afiliaciones que se dan en la sociedad hoy en día ya no están sujetos a las limitaciones «locales y sectoriales». Cuando se aprobó la Constitución, la unidad organizativa básica era la comunidad del pueblo, la cual producía la mayor parte de sus propios artículos de necesidad y generaba las ideas y las opiniones comunes al grupo mediante el contacto personal y la discusión directa entre sus habitantes. Hoy en día, sin embargo, precisamente porque se pueden transmitir ideas instantáneamente a cualquier distancia y a cualquier número de personas, esta integración geográfica está siendo complementada por muchas otras formas de agrupamiento, de suerte que aquellos individuos que comparten las mismas ideas e intereses pueden ser asociados y disciplinados en aras de una acción común aunque vivan a miles de kilómetros de distancia.

Resulta muy difícil atisbar cuan numerosas y profundas son las fracturas de nuestra sociedad. Pueden ser sociales, políticas, económicas, raciales, religiosas o éticas, con centenares de subdivisiones para cada una de ellas. En el Almanaque mundial, por poner un ejemplo, se enumeran los siguientes grupos para la letra A:

La Liga para la Abolición de la Pena capital; la Asociación para la Abolición de la Guerra; el Instituto Americano de Contables; la Asociación para la Igualdad de los Actores; la Asociación Americana de Actuarios; la Asociación Internacional de Anunciantes; la Asociación Nacional Aeronáutica; el Instituto de Historia y Arte de Albany; el Amen Córner; la Academia Americana de Roma; la Sociedad de Anticuarios Americanos; la Liga por la Ciudadanía Americana; la Federación Americana del Trabajo; Amorc (una orden rosacruz); el club Andiron; la Asociación Histórica Americano-irlandesa; la Liga Antitabaco; la Liga Antiprofanación; la Asociación Arqueológica de América; la Asociación Nacional de Tiro con Arco; la Sociedad de Canto Arión; la Asociación Americana de Astronomía; la Asociación de Ganaderos Ayrshire; el Club Azteca de 1847. Esta lista no es más que un botón de muestra de la muy extensa sección correspondiente a la letra A.

El anuario y directorio de periódicos estadounidenses de 1928 enumera 22 128 publicaciones periódicas en Estados Unidos. He elegido al azar las cabeceras de la letra N publicadas en la ciudad de Chicago. Son las siguientes:

Narod (diario bohemio); Narod-Polski (mensual polaco); NARD (farmacéutico); el Noticiero Nacional de Corporaciones; el Progreso Culinario Nacional (destinado a chefs de hotel); el Diario Canino Nacional; el Farmacéutico Nacional; el Ingeniero Nacional; el Tendero Nacional; la Gaceta Hotelera Nacional; la Revista Nacional del Impuesto sobre la Renta; el Joyero Nacional; el Diario Nacional del Quiropráctico; el Ganadero Nacional; el Harinero Nacional; el Noticiero Nacional de los Frutos Secos; el Boletín Nacional del Pollo, la Mantequilla y el Huevo; el Proveedor Nacional (para la industria cárnica); el Diario Nacional del Mercado Inmobiliario; el Pañero Minorista Nacional; el Distribuidor Minorista de Madera Nacional; el Noticiero Nacional de la Seguridad; el Espiritualista Nacional; el Asegurador Nacional: la Salud de la Nación; Naujienos (diario lituano); la Gaceta del Recién Llegado (semanario republicano para italianos); el Daily News; Nuevo Mundo (semanario católico); el Banquero Norteamericano; el Veterinario Norteamericano.

La tirada de algunas de estas publicaciones es asombrosa. El Ganadero Nacional tiene una tirada confirmada de 155 978 ejemplares; el Ingeniero Nacional de 20 328; se venden unos 67 000 ejemplares semanales de Nuevo Mundo. La mayor parte de los periódicos enumerados —escogidos al azar entre 22 128— tienen tiradas superiores a los diez mil ejemplares.

Basta un vistazo para constatar la diversidad de estas publicaciones. Sin embargo, apenas si atestiguan la multitud de fracturas que existen en nuestra sociedad, fracturas por las que circula la información y la opinión que traslada la autoridad a los grupos particulares.

He aquí las convenciones programadas en Cleveland (estado de Ohio) consignadas en un solo número reciente del Anuario Mundial de Convenciones, sólo un botón de muestra de las cinco mil quinientas convenciones y mítines previstos:

La Asociación de los Empleadores de Fotograbadores de América; la Asociación de Escritores sobre la Vida Salvaje; los Caballeros de san Juan; la Liga C. F. W. Walther; la Asociación Nacional de Tejedores de Ropa de Abrigo; los Caballeros de san José; la Orden Real de la Esfinge; la Asociación de Bancos de Crédito Hipotecario; la Asociación Internacional de Funcionarios Públicos; los Clubes Kiwanis de Ohio; la Asociación Americana de Fotograbadores; la Feria de Productores de Automóviles de Cleveland; la Sociedad Americana de Ingenieros de Calefacciones y Ventilación.

A continuación, más asociaciones que debían celebrar convenciones en 1928:

La Asociación de Asociaciones de Fabricantes de Prótesis; la Asociación Nacional Americana de Aficionados al Circo; la Asociación Americana de Naturópatas; la Asociación Americana de Tiro de Caza; la Asociación Folclorista de Texas; los Botones de Hotel; la Asociación de Criadores de Zorros; la Asociación de Industrias Insecticidas y Desinfectantes; la Asociación Nacional de Productores y Rellenadores de Hueveras; los Embotelladores Americanos de Bebidas Carbonatadas; la Asociación Nacional de Envasadores de Encurtidos; por no hablar del Concurso de tortugas de agua dulce… A lo que cabría añadir los banquetes y discursos que acompañan a casi todas las convenciones.

Si se pudieran enumerar sin falta todos estos miles de organizaciones e instituciones formales (y nunca se ha realizado hasta la fecha una lista exhaustiva), no representarían sino una pequeña parte de aquellas que, pese a no tener una existencia tan formalizada, sí gozan de una vida igualmente vigorosa. En el club de bridge de barrio se filtran las ideas y las opiniones se reducen a estereotipos. Los líderes ejercen su autoridad a través de campañas organizadas por la comunidad y espectáculos teatrales de aficionados. Podrían contarse por miles las mujeres que pertenecen inconscientemente a una hermandad femenina que sigue las modas establecidas por un solo líder social.

La revista Life expresa satíricamente esta idea en la respuesta que un norteamericano daría a un ciudadano británico que se deshiciera en elogios a Estados Unidos por su sociedad sin clases o castas.

Sí, desde luego, en realidad sólo tenemos a los Cuatrocientos, los oficinistas, los contrabandistas, los barones de Wall Street, los criminales, las hijas de la revolución americana (DAR), el Ku Klux Klan, las damas coloniales, los masones, los kiwanis y los rotarios, los caballeros de Colón, los Elks, los censores, los Cognoscenti, los discípulos mormones de Moroni, los héroes como Lindy, el sindicato de mujeres cristianas por la abstinencia, los políticos, los seguidores de Mencken, los advenedizos, los inmigrantes, los locutores de radio y… los ricos y los pobres.

Sin embargo, no hay que olvidar que estos centenares de grupos se entrelazan. John Jones, amén de ser un rotario, es miembro de una Iglesia, una hermandad, un partido político, una asociación profesional, una cámara de comercio local, la liga a favor o en contra de la prohibición de una sociedad a favor o en contra de la rebaja de los aranceles, y de un club de golf. Tratará de diseminar las opiniones que recibe como rotario en aquellos grupos sobre los que pueda tener cierta influencia.

Esta estructura invisible e intrincada de agrupamientos y asociaciones constituye el mecanismo por el cual la democracia ha logrado organizar su mente de grupo y simplificar el pensamiento de las masas. Deplorar la existencia de semejante mecanismo supone reclamar una sociedad como jamás se haya visto ni se verá. Admitir que el mecanismo existe en efecto pero esperar que no se emplee, resulta poco razonable.

Emil Ludwig cuenta que Napoleón «siempre avizoraba los indicios de la opinión pública; siempre escuchaba la voz del pueblo, voz que desafía cualquier cálculo. “Mire usted”, solía decir en aquellos tiempos, “¿sabe lo que más me sorprende de todo? La impotencia de la fuerza cuando se trata de organizar cualquier cosa”».

Es el objetivo de este libro describir la estructura del mecanismo que controla la mente pública y explicar cómo lo manipula el sofista que trata de recabar la aceptación del público para una determinada idea o artículo de consumo. Asimismo, trataremos de hallar el lugar debido para esta nueva propaganda en el seno del esquema democrático moderno y describir la evolución de su código ético y de sus prácticas.

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