Prim

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CAPÍTULO II » Prim contra Espartero

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«No se puede tratar al pueblo catalán como los bajás a sus esclavos» —tronaba la voz de Prim en la sede de la representación nacional—. «Al levantamiento se ha llegado —denunciaba sin paliativos— por los errores del Gobierno y del capitán general de Cataluña. Este último no sólo maltrata a la población, sino que por su desidia ha obligado al Ejército, falto de recursos, a vivir sobre el terreno como en un país ocupado. Por si fuera poco, se envía allí al general Zurbano, personaje odiado y temido a partes iguales, cuya dureza resulta inadmisible.»

Por último, señaló que se había ocultado el verdadero problema de Cataluña, culpabilizando y reprimiendo a los republicanos.

«¿Acaso se pretende —pregunta al Ministerio— teñir de republicanismo al descontento popular barcelonés? No hay más que unos pocos republicanos, luego las razones de un estallido tan amplio son otras que no se deben ocultar.»

Estaba claro que, entre Espartero y Cataluña, Prim no tenía la menor duda. Aquel 20 de noviembre había pasado el Rubicón. A los dos días, ante la salida del Regente para Barcelona, el Gobierno cerró las Cortes.

Dado el sesgo de los acontecimientos, la situación de Prim en Madrid resultaba sumamente incómoda en noviembre de 1842. Se sentía vigilado y en peligro, a la par que ardía en deseos de trasladarse a la Ciudad Condal, donde, como decíamos, su batallón de la Milicia se hallaba con los sublevados. Entonces como ahora —diría en 1843— representaba en el Congreso a una de las provincias de Cataluña. «Corría por mis venas la sangre de los Berengueres y Rocaforts y no podía ni debía permanecer en tranquila inacción cuando mis compatriotas corrían un inminente peligro.» Solicitó, por tanto, al capitán general de Castilla la Nueva, Seoane, el pasaporte reglamentario. Pero las autoridades no estaban dispuestas a facilitarle las cosas. Recelaban de que su viaje a tierras catalanas tuviera por objeto sumarse a la insurrección. Entre otros informes, el supuesto descubrimiento de una carta a Prim enviada desde Tarragona, circunstancia que éste negaría siempre, incrementó las sospechas del Gobierno. A la vista de ello, con fecha 23 de noviembre, se le denegó el documento pedido y lo mismo sucedió, por segunda vez, el 29 de noviembre, ante una nueva petición de Prim, en esta ocasión para viajar a Molins de Rey. La misma respuesta tendría una tercera intentona posterior, en la que exponía su deseo de ir a San Feliu de Llobregat.

El capitán general no sólo no accedió a sus pretensiones, sino que le advirtió que se guardara bien de intentar salir de la Corte. Prim, ante tales negativas e imposiciones, abandonó Madrid bajo documentación firmada por el jefe político, Escalante, con el nombre de Francisco Oliveras, y se dirigió a Francia. Su destino fue París, donde había sido invitado a entrevistarse con los dirigentes de la Orden Militar Española, organización a la que ya aludimos, que conspiraba contra Espartero. No se puso de acuerdo con los partidarios de María Cristina y, tras el fracaso de sus conversaciones con Narváez, se desplazó rápidamente hacia la frontera francesa con Cataluña. Fue localizado en Perpiñán por el prefecto de aquel departamento, quien avisó al cónsul de España en dicha ciudad. La policía francesa se disponía a detenerlo y, a fin de evitar el escándalo, el representante español le facilitó un pasaporte para Tarragona, hacia donde salió Prim el 3 de diciembre de 1842. En Figueras se enteró del bombardeo de Barcelona.

Ante las noticias de la actuación de Prim, el capitán general de Castilla la Nueva ordenó al teniente coronel Felipe Ortuvite la apertura de la correspondiente causa, que dio comienzo con el interrogatorio de la dueña de la casa, donde residía el joven coronel, y de un criado. Pero sólo a partir de una Real Orden de 21 de diciembre de 1842 tuvo aquel procedimiento el suficiente respaldo jurídico. Como resultado del mismo fue condenado a cuatro años de reclusión.

Sin embargo, Prim, a pesar de la orden de detención que pesaba sobre él desde el 7 de diciembre, logró viajar de Gerona a Reus, donde se escondió, hasta que, reelegido diputado, volvió al Congreso unos meses más tarde..

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