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3. Exhibición » 73. Chanchullo n.º 18.752

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73. CHANCHULLO N.º 18.752

Voy zigzagueando por estrechas callejuelas hasta regresar a La Croisette, escudriñándolo todo, grabándome a fuego en el cerebro mapas indelebles del trazado de la ciudad. Evalúo el ganado como haría un curtido ganadero en la feria Royal Highland de Ingliston. Escuchar el cotorreo de las tías en el mercado sexual: basta una mirada perspicaz para hacerse una idea integral y evaluar adecuadamente la situación. Relaciones públicas escupiendo sílabas lacónicamente a través de sonrisas congeladas por teléfonos móviles, compradoras altivas y mochileras esperanzadas: a todas las someto a una voraz mirada «superficial».

Esto de producir está tirado. ¿Por qué limitarme al porno, por qué no hacer una película como Dios manda? Reúnes un poco de dinero de la bonoloto y hala. Todo el mundo lo hace. Todos los gángsters de primera fila se dan cuenta de que los mejores criminales son los ex criminales. Hay que sacar partido e ir por la vía legal en cuanto sea factible. ¿Para qué tanto agobio? La cárcel es para los de la cuerda de Begbie, que, pese a todas sus poses, no son más que unos fracasados y unas víctimas. Pasar un tiempecito a la sombra durante la juventud, bueno, seis meses, vale, en plan aprendizaje. Pero si después de pasar seis meses encerrado no has aprendido que eso no es lo que te va, entonces es que estás hecho polvo de verdad. A nadie le gusta la cárcel, pero es que hay algunos tristes capullos a los que no les desagrada lo suficiente.

Cannes es donde quiero estar. Representa opciones. Pero no se trata sólo de que no sea Leith ni Hackney, ni se trata sólo del lugar físico como tal, se trata de mí. Ahora ya no soy un estafador desesperado sin nada que poner sobre la mesa de negociaciones. Me doy cuenta de que da igual cómo de tranqui me lo montara en el pasado, nunca pude evitar desprender esa leve impresión de ser previsible, ese tono de desesperación. Y no podía hacerlo porque a la hora de la verdad era todo fachada y no tenía nada que canjear en el mercado. Por fin, tras reunir un montón de cuerpos sudorosos y filmar el resultado, tengo algo que vender, algo que valoran. Algo hecho por mí. Simon Williamson tiene un producto que no es Sick Boy. Es cuestión de negocios, nada personal. Estoy promocionando un film de Simon David Williamson.

Vuelvo al hotel con la intención de tomar el sol y tratar de relajarme un rato y a lo mejor ligar con unas chatis. No disponemos de mucho tiempo y el payaso este del hotel me ha tocado los huevos: cuatrocientos billetes por noche y aún tienes que pagar quince libras diarias por usar la playa privada que hay delante, igual que los putos plebeyos de fuera, a los que en cualquier caso deberían prohibirles la entrada.

Ya en la habitación, veo que Nikki se ha levantado, pero como vamos justos de tiempo nos conformamos con un poco de papeo en el hotel. Está más tranquila después de haberme pillado cascándomela encima de ella. Casi he logrado convencerla de que era un homenaje. Mujeres: ¿qué otra cosa podía ser? En cualquier caso, satisfechos y con el estómago lleno, nos encaminamos hacia el hotel de los tirados a recoger a Mel y a Curt para el pase de Siete polvos para siete hermanos.

El cine donde la echan es un garito pequeño pero elegante en una bocacalle. Se rumorea que Lars Lavish, Ben Dover, Linsey Drew y Nina Hartley (la heroína de Nikki) van a asistir a la proyección, pero no veo a nadie a quien reconozca. Eso sí, la asistencia es numerosa y hay unas cuantas personas que entran después de que hayan apagado las luces. Intento escrutar al público para calibrar la reacción de esta sala de cine a medio llenar.

Voy tan acelerado que no necesito farlopa, pero de todas formas me meto un tirito. Mel y Curtis también. No puedo evitar soltar un «Fuaa», cuando Melanie aparece desnuda en pantalla por primera vez. Ella me da un codazo juguetón en las costillas. Pero la que causa verdadero impacto es Nikki. A partir del momento en que se quita ese ajustado top de lycra y enseña ese coño afeitado y se contonea con arrogancia en pantalla, casi puede tocarse la electricidad en el aire. Se oyen uno o dos vítores por parte del público; me vuelvo y la pillo con expresión tímida y le doy un apretón en la mano. Pero el verdadero exitazo es Curtis o, mejor dicho, su polla. La primera aparición de esa tranca suscita unos cuantos «guaus» y al volverme veo los enormes dientes de mi chico brillando en la oscuridad.

Fuera, después de la proyección, nos achuchan a todos y nos entregan tarjetas a la vez que nos instan a que asistamos a diversas fiestas. Pero yo sé a cuál quiero ir, y no es un bolo porno, sino el sarao de la industria en la gran carpa de La Croisette. Todas las figuras del porno quieren estar allí, pero yo consigo gorronear cuatro invitaciones y es cosa hecha.

Tras unas copulas, Nikki va bolinga y empieza a tocarme los huevos. «¿Por qué hablas con ese ridículo acento, Simon?», me corta cuando estoy hablando con una muñequita que te cagas, de largo y lacio cabello rubio, que por lo visto es alguien de peso en Fox Searchlight. «Me acusa a mí de ser una cockney de pega, y en cuanto se baja del avión empieza a hablar como un pijo de mierda».

La chica sexy enarca una ceja y pongo una sonriente cara de póquer. «¿Qué acento, Nicola? Así es como hablo», digo lentamente.

Nikki le pega un codazo a Mel y dice: «Ashí esh como hablo, Nicola. Me llamo Williamshon. Shimon Dafid Williamshon».

«¡Másh conoshido como Shick Boy!», se carcajea Mel, y ese par de zorras retorcidas, inoportunas y celosas se ríe como las putas brujas de Macbeth mientras aparece un capullo repulsivo que coge del brazo a Fox Searchlight y se la lleva.

Tamaña muestra de estúpida mezquindad me pone furioso. «Puede que haya algo que cosechar minando mis esfuerzos por hacer contactos y vender esta puta película que hemos estado rodando durante la mayor parte de los últimos seis meses», vomito con lacónica rabia entre dientes, «pero que me jodan del todo si soy capaz de verlo».

Se miran la una a la otra y guardan silencio durante una fracción de segundo. Entonces va Melanie y suelta un «Ohhh…» y vuelven a ponerse histéricas. A la mierda, me meto entre el gentío, y voy apuntando con el reflector, a la caza de esa Fox.

Me voy a los lavabos y a punto estoy de meterme un poco de farlopa cuando veo a unos tíos meterse en un cubículo y me cuelo, sacándoles un par de rayas. Reaparezco superrecargado y veo a Nikki y a Mel flirteando descaradamente con unos gilipollas de aspecto repulsivo. Curtis parece haber desaparecido. Me dirijo hacia donde las chicas. Uno de los tíos, que estaba haciendo el lameculos con Nikki, me ve aproximarme y pregunta de forma altanera: «¿Y quién eres tú?».

Me arrimo a él. «Soy el tío que te va a partir la puta tocha por hacer el baboso con su novia», digo, pasándole el brazo alrededor a Nikki. El muy mamón se pone gallito por un momento y después hace mutis por el foro tímidamente. Por desgracia, Nikki y Mel hacen otro tanto con la excusa de ir a por más bebida, pero queda claro que ambas han quedado muy poco impresionadas por mi numerito.

Vuelvo a los retretes, donde uno de los tíos que compartió su perico conmigo se aproxima esperanzado. «Lo siento, colega, fiesta privada», le digo.

«Pues muy justo no me parece…», protesta.

«Estamos en la posdemocracia, colega. Y ahora vete a tomar por culo», trueno mientras le cierro la puerta en las narices y me empolvo la nariz.

Enseguida vuelvo a salir, pavoneándome por ahí, en mi salsa, cuando me interrumpe un acento cantarín llegando a mi oído. «¡Simon! ¡¿Cómo estás, amigo mío?!».

Es ese capullo asqueroso de Miz, y a punto estoy de ponerme brusco e incluso borde, puesto que ahora ya ha dejado de serme útil, cuando dice: «Quiero presentarte a alguien», y señala con un gesto de la cabeza a un tipo alto con bigote que tiene a su lado y que me resulta familiar. «Este es Lars Lavish».

Lars Lavish es uno de los principales actores porno europeos; ahora se dedica a la producción. Su capacidad de empalmarse es legendaria y se le conoce como el padrino del género gonzo; abordaba a tías por las calles de París, Copenhague y Amsterdam y las engatusaba para que le acompañasen a un estudio para rodar una peli porno improvisada con él. Es célebre por su labia. Lo único que empleaba era su encanto, la persuasión y los alicientes de pasta y polla. Hace poco firmó un gran contrato con una de las principales distribuidoras y ahora sólo hace cosas propias y tiene el control editorial absoluto. En otras palabras, estoy absolutamente deslumbrado. Este hombre es mi héroe, mi mentor. Joder, apenas consigo pensar, no digamos articular palabra.

Lars Lavish.

«Lars», digo estrechándole la mano sin que ahora me importe siquiera que tenga el brazo alrededor de Nikki.

«Encantado de conocerte, Simon», sonríe, a la vez que mira de arriba abajo a Nikki. «Esta chica es la bomba. ¡Es la rehostia, tío, la rehostia! ¡Siete polvos, tío, qué buena es! Creo que vamos a tener que tener una conversación muy seria acerca de la distribución de esta película. Pienso incluso en un estreno limitado».

Debo de haber muerto: estoy en el paraíso. «Cuando quieras, Lars, cuando quieras, colega».

«Esta es mi tarjeta. Por favor, llámame», dice, y después besa a Nikki y se pierde entre la multitud con Miz, que se vuelve para mirarme mientras sacude la cabeza con satisfacción.

Pronto Nikki y yo nos vemos inmersos en una discusión extraña y un poco encabronada. «¿Por qué será que todas esas revistas para hombres como Loaded, FHM y Maxim son igualitas que las revistas porno como Mayfair, Penthouse y Playboy: portada ligerita de ropa y desnudos en el interior? Porque las revistas de hombres son para gilipollas onanistas —categoría que abarca a todos los hombres— a los que les gusta hacer ver que no lo son. ¿Cómo se puede tener un espacio para la imaginación y no ser onanista? La chorrada que habría soltado alguien como Renton es que a él le excita pensar en ciertas cosas así, que va y charla de forma madura y apacible sobre ello con su novia madura y apacible y lo negocian de forma sensata para materializar esas fantasías de forma amorosa, solidaria, mutuamente gratificante y satisfactoria…».

«Pero…».

«¡VAYA UN MONTÓN DE PUTA MIERDA! No, necesitamos tetas y culos porque necesitamos que sean accesibles; para poder manosearlas, follarlas o hacernos pajas pensando en ellas. ¿Porque somos hombres? No. Porque somos consumidores. Porque esas son cosas que nos gustan, cosas que creemos —o que nos han comido el tarro para que creamos— que nos aportarán valía, una válvula de escape, satisfacción. Las valoramos, así que por lo menos necesitamos tener la ilusión de su accesibilidad. Quien dice tetas y culo dice coca, patatas fritas, lanchas motoras, coches, casas, ordenadores, marcas de diseño, camisetas oficiales del equipo. Por eso la publicidad y la pornografía son tan semejantes: venden la ilusión de la disponibilidad y la falta de consecuencias del consumo».

«Tu conversación me aburre», dice Nikki, y se marcha.

Que la jodan. Estoy disfrutando de un subidón que te cagas y todos los demás, todo lo demás, sencillamente tendrá que ajustarse a mis planes, joder.

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