Porno

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6. «… SECRETOS PICANTES…»

Se ve chispa en la mirada de Rab, un rasgo que insinúa algo más. Mide sus palabras del mismo modo en que los abuelitos de por aquí miden los chupitos en los culiprietos pubs locales. Rab da vueltas en círculo mentalmente en torno a Lauren, porque ella está tensa como un gato callejero, lista para escupir o bufar, de modo que él se anda con cuidado. Ella quiere justificar la ansiedad que experimenta por el hecho de que él esté aquí, cuando piensa que sólo deberíamos estar nosotras, las chicas, o quizá sólo ellos dos. Pero yo vivo con ella, así que sé que Rab está soportando el grueso de su tensión premenstrual. Como hacen las auténticas hermanas, hemos sincronizado nuestra menstruación, y ella está al acecho de un motivo para transformar su ansiedad en antipatía.

Pobre Rab, con dos vacas locas a remolque. Tengo esa sensación de desfallecimiento y espesura, y me está saliendo un grano en la barbilla. Lauren y yo estamos un poco alteradas porque mañana viene a vivir al piso una chica nueva. Se llama Dianne y parece agradable. Estudia para una licenciatura en psicología. Con tal de que no intente comernos el tarro… Habíamos medio acordado ir a casa y recogerla cuando ella llegase, pero dos copas me dicen que eso no va a ocurrir. El centro estudiantil se abarrota por momentos, pero no se ve demasiado bebercio serio, todos damos sorbos a nuestras copas. Roger, detrás de la barra, fuma un pitillo de forma pausada. Dos tíos que están jugando al billar me miran; uno de ellos le da un golpecito con el codo al otro mientras me sonríe. Del montón, pero me planteo seriamente flirtear un poquito con ellos, aunque sólo sea porque no me gusta el rumbo que está tomando la conversación.

«Supongo que si yo fuera tía, también sería feminista», admite Rab, desactivando uno de los estridentes y mustios ataques de Lauren. Esta noche hay unas cuantas bolleras en el centro estudiantil y su presencia parece sacar a relucir lo peor de ella, animándola a mostrarse más progre. La realidad es que la mayoría ni siquiera saldrán cuando vuelvan a sus ciudades natales por vacaciones. Los golpes de pecho transcurren aquí, en este entorno seguro, en este laboratorio de cara al mundo real.

Lamentando la falta de ambiente, decidimos irnos a un pub del Cowgate. Hace una tarde agradable, aunque cuando nos adentramos en las oscuras entrañas de la ciudad, el sol está casi tapado por completo y lo único que da fe de la belleza del día es una fina loncha de despejado cielo azul. Nos metemos en un bar que antes era el bar por antonomasia, aunque de eso puede que haga ya un par de semanas. Resulta ser un error, puesto que allí se encuentra mi amante, o mejor dicho, mi ex amante, Colin Addison, Máster, Doctor y Licenciado en Filosofía.

Colin lleva una chaqueta forrada de borreguillo, lo que hace que parezca uno de sus alumnos y eso me jode bastante, porque es el tipo de prenda que nunca llevaba antes de estar conmigo. Por supuesto, le queda un poco ridícula. Acabamos de recoger nuestras copas y sentarnos cuando se me acerca. «Tenemos que hablar», dice.

«Yo discrepo», le digo, observando la mancha de carmín de mi copa.

«No podemos dejarlo así. Quiero una explicación. Es lo mínimo que me merezco».

Sacudo la cabeza y hago una mueca. Es lo mínimo que me merezco. Pero qué gilipollas. Esto resulta aburrido y levemente bochornoso a la vez, dos estados emotivos que sin duda deberían estar separados. «Déjanos, ¿quieres?».

Colin está engreído a tope y me señala con el dedo, pinchando el aire con él para subrayar la indignación contenida en sus palabras. «Tienes mucho que aprender, pequeña zorra de mierda, si crees que puedes…».

«Mira, colega, será mejor que te marches», dice Rab poniéndose en pie. En los ojos de Colin se aprecia una breve chispa de reconocimiento; piensa que sólo se trata de un estudiante y que si Rab se pone levantisco siempre puede recurrir a la amenaza del rectorado y de la expulsión. Aunque claro está que debería preocuparle más lo que el rectorado haría con él: cepillarse, o intento de cepillarse a una alumna. Parece ser que desde que le dejé plantado, Colin está emperrado en el tema este de lo mucho que me queda por aprender. ¿Qué fue de la relación madura que disfrutábamos en aquellos idílicos tiempos, o sea, hace apenas una semana?

Estoy a punto de arremeter con esto cuando Lauren también decide intervenir. Pone mala cara, y veo un lado más duro de ella que ella misma mina un tanto al decir: «Estamos tomando una copa en privado», lo cual me hace reír un poco, de forma beoda y estúpida, al considerar el concepto de tomar una copa en privado en una casa pública.

Pero no necesito la ayuda de ninguno de los dos. Cuando se trata de bajarle los humos a Colin, me basto y me sobro. «Mira, Colin, me tienes completamente harta, de verdad. Estoy harta de tu pito fofo, alcohólico y talludito. Estoy harta de que me eches la culpa de que no se te empalme. Estoy harta de tu autocompasión porque la vida te ha dejado de lado. Te he sacado todo lo que he podido. Ahora he decidido deshacerme del cascarón sin savia que queda. En este momento estoy acompañada, así que haznos un favor a todos y vete a tomar por culo, por favor».

«Puta zorra…», vuelve a decir, con la cara colorada como un tomate mientras mira a su alrededor avergonzado.

«Puuta zorraaa…», digo imitando su gemido. «¿Es que no se te ocurre nada mejor?».

Rab empieza a decir algo, pero levanto la voz, volviendo a dirigirme directamente a Colin. «Es que no contribuyes a aumentar el tono del debate. Ni siquiera en esta mesa. Anda, vete por favor».

«Nikki…, yo…», empieza a decir en tono conciliatorio, volviendo a mirar otra vez para ver si alguno de sus alumnos está presente. «Lo único que quiero hacer es hablar. Si se acabó, de acuerdo. Es sólo que no veo qué sentido tiene dejar así las cosas».

«No gimotees, joder, reemplázame por otra, alguien lo bastante ingenua como para que le impresiones. En caso de que puedas aguantar hasta la siguiente hornada de estudiantes de primer curso. Me temo que no me odio lo bastante a mí misma como para salir contigo».

«Bruja», salta él, y a continuación: «¡Puta cabrona!». Y sale apresuradamente. Mientras la puerta se cierra estrepitosamente a sus espaldas, me ruborizo un poco durante uno o dos segundos, pero pronto se me pasa y todos nos reímos un rato. La camarera me mira y me encojo de hombros.

«Eres una descarada, Nikki», dice entrecortadamente Lauren.

«Tienes razón, Lauren», digo, mirando directamente a Rab, «tener una aventura con un profesor… no es divertido. Es la segunda vez que lo hago. La primera fue con un profesor de literatura inglesa, cuando vivía en Londres. Era un tipo de lo más raro, ya lo creo; podríamos decir que excepcionalmente anormal».

«Ay, no…», se sobresalta Lauren. Ya lo ha oído antes.

Pero no, estoy contando la historia de Miles y avergonzándola que te cagas. «Era un auténtico hombre de letras. Como al Bloom del Ulises, le gustaba el fuerte sabor de la orina en los riñones. Solía comprar riñones frescos y pedirme que orinara en un cuenquito. Después colocaba los riñones en el cuenco con mi pis, dejando que se marinaran durante la noche antes de cocerlos para desayunar por la mañana. Era un pervertido muy civilizado. Solía llevarme de compras por las boutiques. Le encantaba escoger mi ropa. Sobre todo si me atendía una dependienta joven y moderna. Decía que le gustaba la idea de una mujer joven vistiendo a otra, pero en un entorno comercial. Su erección siempre resultaba evidente y a veces se corría en los pantalones».

Lauren está preciosa cuando se enfada; reacciona con un maravilloso arrebol que le favorece. Su rostro se vuelve ligeramente rubicundo y los ojos se le vidrian. Quizá por eso a la gente le guste hacerle enfadar: es lo más que se van a acercar a ver qué aspecto tendría si se la estuvieran follando.

Rab se ríe enarcando las cejas y Lauren tiene el ceño fruncido. «¿No encuentras hermosa a Lauren, Rab?», le pregunto.

A Lauren no le ha gustado esto. Su rostro se enrojece un poco más y los ojos se le ponen ligeramente llorosos. «Vete a tomar por culo, Nikki, deja de incordiar», dice. «Te estás poniendo en ridículo. Deja de intentar avergonzarnos a mí y a Rab».

Pero a Rab no le molesta en absoluto, porque a continuación nos deja un poco flipadas a ambas, a Lauren de forma evidente, pero a mí mucho más de lo que dejo traslucir. Le pasa un brazo alrededor a Lauren y otro a mí y nos besa por turno en la mejilla. Veo a Lauren ponerse rígida y ruborizarse a más no poder, y yo experimento un arrebato de calentura y una inoportuna reacción de alerta a la vez. «Las dos sois hermosas», dice con diplomacia, ¿o será convicción? Sea lo que fuere, resulta certero, y me muestra un descaro, una profundidad y una capacidad expresiva por su parte con las que simplemente no contaba. Y de igual forma que apareció, se desvanece. Mientras retira los brazos, añade con calma: «¿Sabéis? Si vosotras no estuvierais aquí, habría mandado esta asignatura a la mierda. Estamos hablando de analizar películas como unos críticos hijos de puta, cuando ni nosotros, ni ninguno de los capullos que nos dan clase hemos tenido nunca una cámara entre las manos. Lo único que nos enseñan es a quejarnos o a lamerle el culo a gente que tiene los huevos de mover el culo y ponerse a hacer algo. Es para lo único que sirven las licenciaturas en arte: para fabricar otra hornada de zánganos».

Noto una sensación de desaliento. De forma intencionada o no, este tío es un puto provocador. Nos ofreció un vistazo de algo hermoso, y ahora nos manda directamente de regreso a estudiantelandia.

«Si dices eso», replica una Lauren irritada, aunque aliviada de ver que la exhibición afectiva de Rab no ha ido más lejos, «significa que estás de acuerdo con el paradigma thatcherista del menosprecio de las artes y convertirlo todo en formación profesional. Si te cargas la idea del valor intrínseco del conocimiento, entonces te estás cargando cualquier análisis crítico de lo que sucede en la socie…».

«No…, no», protesta Rab, «lo que quiero decir es…».

Y así siguen, dale que te pego, combatiendo sin tregua, haciendo sparring intelectual y diciéndose a sí mismos que no discrepan en lo fundamental cuando entre sus posiciones existe un abismo, y cuando no discutiendo salvajemente por minúsculas y pedantes cuestiones de matiz. En otras palabras, comportándose como unos putos estudiantes totales.

Odio esta clase de discusiones, sobre todo entre un hombre y una mujer, en particular cuando uno de ellos acaba de subir el listón de esa forma. Me dan ganas de gritarles a la cara: DEJAD DE BUSCAR MOTIVOS PARA NO IROS A ECHAR UN POLVO.

Tras unas copas más el bar parece haberse vuelto más aceptable y más tranquilo, las cosas parecen haberse ralentizado y la gente parece satisfecha de estar unos en compañía de otros y hablar agradablemente de chorradas. Y ahora decido que Rab me gusta bastante. No ha sido cosa de un instante, sino una paulatina acumulación de interés. Hay en él algo limpio y caledonio, noble y celta: un estoicismo casi puritano que no acaba una de encontrar entre los hombres de su misma edad en Inglaterra, y desde luego no en Reading. Pero mira que hablan estos escoceses: argumentan, analizan y debaten de un modo que en Inglaterra sólo suele hacer la ociosa y metropolitana clase mediática. «A la mierda todas estas bobas discusiones», les digo con presunción. «Antes os he contado a ambos un secreto picante. ¿Tú no tienes ningún secreto picante, Lauren?».

«No», dice ella y se le vuelve a subir el color, a la vez que baja la cabeza. Y veo a Rab enarcar las cejas como instándome a dejarlo; es como si sintiera alguna clase de empatía con el dolor de Lauren que ojalá sintiera yo.

«¿Y tú qué, Rab?».

Él sonríe y sacude la cabeza. Por primera vez veo una expresión traviesa en su mirada. «Nah, para eso el hombre más indicado es mi amigo Terry».

«Terry, ¿eh? Me gustaría conocerle. ¿Tú le conoces, Lauren?».

«No», dice tajante, todavía tensa pero iniciando el deshielo.

Rab vuelve a enarcar las cejas, como para sugerir que quizá no sea muy buena idea, lo cual me intriga un poquito. Pues sí, creo que sería agradable conocer al tal Terry y me gusta la forma que tiene Rab de pensar que quizá no lo fuera. «¿Qué hace?», le interrogo.

«Bueno», empieza Rab con cautela, «tiene un club de folleteo. Hacen porno casero y todo eso. A ver, que no es lo mío, pero es que Terry es así».

«¡Cuéntame más!».

«Bueno, Terry solía ir al pub este para montar juergas privadas. Estaban algunas chavalas que conocía y puede que una o dos turistas. Una noche se emborracharon todos un poco, se pusieron un poco retozones y empezaron a darle a la cosa en serio, ya sabes. Se convirtió en algo regular. Una vez lo grabó la cámara de seguridad, de modo fortuito según él», dice Rab entornando los ojos con expresión dubitativa, «pero así es como empezaron con el asunto de los vídeos de aficionados. Hacen sus películas de sexo y muestran fragmentos en la Red, y después las venden por correo o las intercambian con otra gente que hace lo mismo. Eh…, todos los jueves por la noche hacen una proyección, por lo general para los abueletes del pub, a cinco libras por barba».

Lauren parece bastante asqueada, y se ve como Rab está perdiendo puntos ante ella, cosa de la que él se da cuenta perfectamente. Sin embargo, yo lo encuentro todo muy estimulante. Y mañana es jueves. «¿Mañana hacen una proyección?», pregunto.

«Sí, probablemente».

«¿Podemos ir?».

Rab no está demasiado seguro. «Bueno, eh…, yo tendría que responder por vosotras. Es una movida privada. Terry, eh…, puede que intentara haceros participar, así que si vamos, no le hagáis ningún caso. Es un vacilón».

Me aparto el pelo de la cara y exclamo presuntuosamente: «¡Puede que me apetezca! Y a Lauren también», añado. «Follar es una buena manera de conocer gente».

Lauren me lanza una mirada capaz de frenar en seco la embestida de un toro. «Yo no pienso ir a ver películas pornográficas en un pub de mala muerte lleno de viejos verdes, y mucho menos participar en ellas».

«Venga. Será divertido».

«No, no lo será. Será repugnante, asqueroso y lamentable. Es evidente que nuestros conceptos de la diversión son muy distintos», replica ella con vehemencia.

Sé que anda con los nervios a flor de piel y no quiero pelearme con ella, pero me apetece sentar cátedra. Sacudo la cabeza. «Se supone que estamos estudiando cine. Estudiando la cultura que lo rodea. Rab nos cuenta que hay toda una cultura de cine underground delante de nuestras narices. Tenemos que hacerlo. Por motivos educativos. ¡Y además tenemos posibilidades de echar un polvo!».

«¡No levantes la voz! ¡Estás borracha!», me chilla ella, mirando furtivamente alrededor.

Rab se ríe ante la inquietud de Lauren, o quizá sea su forma de ocultar la suya. «A ti te gusta escandalizar, ¿no?», me dice.

«Sólo a mí misma», le digo yo. «¿Y tú qué, participas alguna vez?».

«Eh, nah, no es lo mío, la verdad», vuelve a recalcar, pero casi como si se sintiera culpable.

Ahora pienso en el tal Terry, al que sí le gusta participar, y me pregunto cómo será. Quisiera que Rab y Lauren fuesen un poco más aventureros y pienso en lo divertidísimo que resultaría un trío.

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