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18. PORNO MARICÓN

Una de las cosas que pienso hacer es encontrar al cabrón asqueroso que no paraba de mandarme el puto porno para maricones de mierda cuando estaba dentro. Me echaron seis meses de condena más cuando inflé a un sobrao que se rió cuando dije: «Lexo y yo somos compañeros».

Hablaba de la puta tienda que teníamos a medias.

Así que ahí es donde hago mi primera escala. Algo se cuece, porque ese pedazo de cabrón dejó de venir a verme al puto trullo hace siglos. Tal cual. Sin una puta explicación. Así que pillo un autobús hasta Leith, pero cuando me bajo, ¡veo que la puta tienda ni siquiera está ahí! A ver, estar está, pero cambiada que te cagas. Convertida en una especie de café gilipollas.

Pero le veo, sentado tras el mostrador leyendo el puto periódico. Es imposible no ver al grandullón este, hay que ver el tamaño que tiene. El sitio está vacío que te cagas; una maruja y dos tontos del culo tomando el desayuno. Lexo, sirviendo comida en un café como una nena. Levanta la vista y me guipa, y un poco más y no reacciona. «¡Qué tal, Frank!».

«Bien», suelto yo. Echo un vistazo alrededor del garito, todo mesitas y garabatos en plan chinky[16] en las paredes y putos dragones de habas y tal. «¿De qué va todo esto?».

«Lo convertí en un café. Lo de los muebles de segunda no da pasta. Por las noches se convierte en un café Thai. A los nuevos modernos de Leith que hay entre la población estudiantil les mola», sonríe pagado de sí mismo.

¿Un puto café tie?[17] ¿De qué cojones habla este capullo? «¿Eh?».

«En realidad lo lleva Tina, mi novia. Se sacó una diplomatura en catering. Pensó que el sitio funcionaría mejor como café».

«Así que no te va mal», le digo más o menos acusadoramente, mirando alrededor, dejándole ver que no estoy demasiado contento.

Se ve que el cabrón está a punto de poner las cartas sobre la mesa. Baja la voz y sin alterarse me hace un gesto con la cabeza para que le acompañe a la parte de atrás. Ahora me mira a los ojos. «Ya, tuve que ponerme las pilas. Se acabó lo de traficar. La pías me apretaba demasiado las clavijas. Ahora esto es de Tina», vuelve a decir, y a continuación suelta: «Por supuesto, nos ocuparemos de ti, colega».

Yo sigo mirándole, con la espalda apoyada contra la pared y después echando un vistazo en dirección a la cocina. Noto cómo se crispa un poco, como si le preocupara que vaya a saltar ahora mismo. El cabronazo este se lo tiene muy creído, pero tener unas manos del tamaño de unas palas no vale una puta mierda cuando llevas un bardeo metido en las tripas. Se nota cómo se le van los ojos hasta la cocina, donde acaban de estar los míos. Así que le digo las cosas claras al grandullón: «Hace tiempo que no vienes a verme a la cárcel, ¿no?», le suelto.

Él se limita a quedarse mirándome con esa sonrisilla que tiene. Se nota que en realidad no me soporta; por debajo de la fachada se ve que lo único que quiere es patearme por todo Leith Walk.

Pues que lo intente, joder. «Y te diré otra cosa: la mitad de la vieja tienda era mía, conque la mitad de esto también es mío», le digo al capullo, asomándome al café y recorriendo mi nueva inversión con la mirada.

Se nota que al muy capullo le hierve la sangre, pero sigue obsequiándome con toda la mierda del día. «La verdad es que no te veo poniendo té y bollos, Frank, pero ya llegaremos a algún arreglo. Me aseguraré de que no te falte de nada, socio, ya lo sabes».

«Cierto», salgo yo, «y ahora mismo necesito algo de pasta que te cagas», le digo al grandullón.

«Ningún problema, colega», sale él, y se pone a contar billetes de a veinte.

La cabeza me da vueltas, me hago la picha un lío. Me entrega algo de pasta, pero al mismo tiempo me viene con chorradas. «Escucha, Franco, tengo oído que Larry Wylie todavía anda por ahí con Donny Laing», me dice.

Levanto la cabeza disparada y le miro a los ojos. «¿Sí?».

«Sí. ¿No fuiste tú el que los asoció?». Lexo pone esa sonrisilla inocente y después me echa una especie de mirada severa y un gesto de asentimiento, como si intentara decir que se están quedando conmigo.

Y mientras yo trato de despejar qué hostias quiere decirme, qué cojones pasa y quién coño se está quedando con quien, va y me suelta: «Y nunca adivinarías quién lleva el Port Sunshine ahora. Ese viejo amigo tuyo; Sick Boy, le llamaban».

Ahora empiezo a tener una puta migraña de campeonato, como las que me daban en la puta cárcel… Siento como si la puta cabeza me fuera a estallar. Todo ha cambiado que te cagas… Lexo con un café… Sick Boy con un pub… Larry Wylie trabajando para Donny… Tengo que salir de aquí, tomar el aire y encontrar un poco de tiempo para pensar, joder…

Y el grandullón sin dejar de largar. «Esta tarde voy a ir al banco, Frank, a conseguirte un fajo en condiciones para que vayas tirando. Hasta que podamos arreglar algo más a largo plazo y tal. Estás en casa de tu madre, ¿no?».

«Sí…», suelto yo, con la cabeza zumbándome, sin saber en realidad adónde cojones voy, «supongo…».

«Pues me dejaré caer por allí esta noche. Pegaremos la hebra como está mandado. ¿Vale?», me suelta, y yo me limito a asentir como un tonto del culo, con las sienes estallándome mientras entra un viejo que quiere una napolitana de bacon y una taza de té, y ahora aparece una tía con bata detrás de él; Lexo le hace un gesto y ella atiende al viejo hijo de puta. Lexo saca un boli y un cuadernillo y garabatea un puto número. Menea uno de esos teléfonos modernos en mis narices, sin cables y eso. «Este es mi número de móvil, Frank».

«Vale…», le suelto, «ahora todo dios tiene uno. Me hará falta uno que te cagas. Consíguemelo», le suelto.

«Veré lo que puedo hacer, Frank. De todos modos», dice, mirando a la chavala esta, «te dejo que sigas con lo tuyo».

«Vale…, luego nos vemos», le suelto, contento de volver a salir a tomar el aire fresco. El olor a grasa de ahí dentro estaba a punto de hacerme potar. Aún no puedo creer cómo ha cambiado todo; nuestra tienda de muebles. Voy a una farmacia que hay al lado y la chica me da unas pastillas de Nurofen Plus. Me tomo dos con una botella de agua y subo por el Walk durante un rato. Son de puta madre además, porque al cabo de unos veinte minutos el dolor de cabeza ha desaparecido. A ver, es extraño, porque aún lo noto, pero el caso es que ya no duele. Vuelvo sobre mis pasos para asomarme al café y veo que el capullo de Lexo discute con su chorba; ya no se le ve tan engreído. Desde luego, la mitad de esa puta tienda es mía, y si quiere quedarse con mi parte, más vale que me indemnice como está mandao, joder.

Ahora veo al capullo sentado en una de las mesas que están junto a la ventana, venga a tramar. Pues yo también estoy tramando, cabronazo. Subo a zancadas por el Walk, escrutando los putos caretos de los transeúntes, tratando de encontrar a alguien al que reconozca. Pero ¿aquí qué pasa? Dos asquerosos con dreadlocks, blancos además, paseando por aquí como si este fuera su barrio, y después un capullo con pinta de maricón que sale de una tienda con un perrito y se mete en un cochazo que te cagas. ¿Quiénes son estos putos cabrones? De Leith no son. ¿Dónde está la gente de verdad? Echo una mirada a mi agenda y me paro en una cabina; marco el número de Larry Wylie. Parece que es de uno de esos teléfonos portátiles tan faruteros. Más vale que Lexo me consiga uno…

«Franco», me suelta Larry, tan tranquilo, como si el espabiladillo estuviera esperando mi llamada. «¿Llamas desde la cárcel?».

«No, llamo desde el puto Walk», le cuento.

Entonces se queda callado un rato, y le oigo preguntar: «¿Cuándo saliste?».

«Eso da igual. ¿Dónde estás?».

«Trabajando en Wester Hailes, Frank», me suelta Larry.

Empiezo a pensar al respecto. Aún no puedo enfrentarme a la vieja, que me pondrá la cabeza como un bombo. «Vale, nos vemos dentro de media hora en el Hailes Hotel. Subo volando en un tequi ahora mismo».

«Eh…, estoy trabajando para Donny, Frank. Puede que a él…».

«Fui yo el que te puso en contacto con Donny para empezar», le cuento al capullo. «Te veré en el Hailes dentro de una hora. Voy a ir a dejar las cosas en casa de mi madre, y después subo a toda leche en tequi».

«Eh, vale. Nos vemos entonces».

Cuelgo con rabia, pensando que este puto gilipollas se lo contará de inmediato a Donny Laing, encantado que te cagas de ser el portador de las malas noticias. Anda que no conozco yo a ese capullo. Así que bajo a casa de mi madre y ella se pone a llorar y a montar un alboroto que te cagas acerca de lo mucho que se alegra de volver a verme y toda esa mierda.

«Ya», le suelto. Ha engordado un huevo. Se nota más aquí, en su propia casa, de lo que se notaba cuando venía a visitarme a la cárcel.

«Y tendré que contárselo a Elspeth y a Joe».

«Ya. ¿No estarás preparando algo de papeo?».

Se pone las manos en las caderas. «Claro, hijo, estarás muerto de hambre. Te haría algo de sopa, pero dentro de nada me voy al bingo y, bueno, suelo quedar con Maisie y Daphne en el Persevere para echar una copichuela antes…». Baja el tono de voz. «Pero puedes ir al chippy.[18] ¡Seguro que te apetece volver a comer un fish and chips en condiciones!».

«Ya, claro», salgo yo. Pienso que al menos me lo puedo ir comiendo de camino a ver a Larry.

Así que salgo, pillo el fish and chips y paro un tequi. El cabrón me echa una mirada de sobrao, como si no le hiciera demasiada gracia que coma en la parte trasera de su puto taxi, pero le sostengo la mirada y se caga patas abajo del todo.

Así que llego al Hailes y Larry saca las copas. Está con un par de tíos a los que les hace una seña y se desvanecen hacia una esquina. Así que estoy de palique con Larry, poniéndome al día. Larry es un colega de puta madre, me da igual lo que diga de él quien sea. Al menos el cabrón venía a verme a la puta cárcel. Pero puede llegar a ser un cabrón muy cuco y quería ver en qué andaban él y Donny, vaya que sí. Pero tengo que ir con cuidado y no embolingarme demasiado, con el fajo de Lexo quemándome un agujero en el bolsillo. La mirada de Larry me dice que a lo mejor los putos trapos que llevo puestos están un poco fuera de onda. A este cabrón le encanta embolingarse, pero quiere dejar cerrados unos negocios antes.

Apuramos las copas y bajamos por la vieja senda que atraviesa el barrio, la que no paraban de decir que iba a ser la nueva Princes Street cuando la construyeron. Ahora no es más que un sendero de hormigón que lleva del centro comercial hasta los pisos, con dos montículos de hierba a cada lado. ¿Construir una nueva Princes Street en una barriada? Y yo que lo vea, joder.

A Larry se le ve más furtivo que nunca. Mira a unas chavalillas que saltan a la comba delante de uno de los bloques. «A ver si me acuerdo de bajar por aquí dentro de unos años», dice con una sonrisa.

Las chavalillas están cantando: Mystic Meg me dijo a mí, quien iba a ser mi novio… y el puto Larry se dice a sí mismo: «W-Y-L-I-E», deletreando su propio nombre.

«Vete a tomar por culo, so guarro», suelto yo.

«Sólo era una broma, Frank», dice con una sonrisa.

«No me gusta esa clase de bromas», le digo. Más vale que el cabrón esté de broma. Larry siempre se comporta con mucha alegría, pero por debajo de la fachada es un cabrón implacable. Al menos hasta que se le atraviesa la polla en el camino. Se peleó con los Doyle cuando dejó embarazada a una de sus hermanas. Por eso se alegró tanto de juntarse conmigo y con Donny. Me habla de la tía a la que vamos a visitar. «El capullo de Brian Ledgerwood se ausentó sin previo aviso. Desapareció por completo, eh. Dejó a su tía y a su crío con las deudas. Deudas de juego y tal».

«Eso es una sobrada», salgo yo.

«Ya», dice Larry, «yo lo siento por la chavala. Está bien buena, además. Pero los negocios son los negocios. ¿Qué le vas a hacer? Eso sí, me han dicho que no se corta un pelo. Melanie», dice con un retintín cariñoso y meloso. «Se supone que se la está tirando el Terry Lawson ese. ¿Te acuerdas de él?».

«Sí…», suelto yo, pero me cuesta ponerle cara al nombre mientras Larry llama a la puerta.

La tal Melanie sale a abrir, y vaya si tiene un polvo. Larry se queda impresionado que te cagas. Ella está ahí de pie, con el pelo mojado, como si acabara de lavárselo, cayéndole en tirabuzones sobre los putos hombros. Lleva puesto un jersey verde de cuello de pico y unos vaqueros que parece que se los hubiera puesto sólo para abrir la puerta. No lleva sujetador y se nota que Larry se ha dado cuenta y probablemente se esté preguntando si llevará bragas. «Mira, ya te lo he dicho. Las deudas de Brian no tienen nada que ver conmigo».

«¿Puedo pasar para que lo hablemos?», suelta él. Ahora pienso que sí que me acuerdo de Terry Lawson; a él y a mí nos detuvieron juntos hace siglos cuando éramos dos chavalines y tal. En el fútbol.

La tal Melanie se cruza de brazos. «No hay nada que hablar. Tendréis que preguntarle a Brian».

«Lo haríamos si supiéramos dónde está», suelta Larry, con esa puta sonrisa que tiene.

«Yo no sé dónde está», le dice ella.

Justamente entonces aparece otra chavala joven, más o menos de la misma edad, bastante menuda, de pelo negro, empujando un carrito con un crío dentro. Nos ve y se para. «¿Qué pasa, Mel?», pregunta.

«Los cobradores han venido a buscar el dinero que les debe Brian», sale ella.

La chavalilla del pelo negro se vuelve hacia mí. «Brian la dejó con las deudas y se llevó parte de su dinero. Ella no le ha visto, esa es la verdad. No tiene nada que ver con ella».

Así que me encojo de hombros y le digo a la chica que yo no soy un puto cobrador y que sólo estoy aquí con Larry porque me lo encontré por la calle. Me fijo en que lleva una pequeña contusión amarillenta debajo del ojo. Le pregunto cómo se hace llamar y me dice que Kate, y largamos sin parar mientras Larry le suelta el puto rollo a la otra. «Esas son las reglas del juego, muñeca. Ya te lo hemos dicho. El contrato estipula, igual que con los gastos de comunidad, que es el domicilio, no el individuo, quien incurre en una deuda por préstamo».

La Melanie esta está jiñada pero intenta no mostrarlo. La tal Kate me mira con ojos suplicantes, como si quisiera que le detuviera. El nene de Melanie aparece y se le cae el juguete; ella se agacha a recogerlo y pilla al guarro ese mirándole el culo. Pero hay que decir en honor a la verdad que le echa una mirada asesina a Larry.

«¡Eh, eh! ¿A qué viene esa mirada?», suelta Larry. «Yo estoy de tu parte, muñeca».

«Ya. Por supuesto», sale ella, pero se capta el puto miedo en su tono de voz.

La pequeña Kate sigue mirándome y yo pensando: no me importaría nada entrarle a saco a este cacho, hace ya tanto…, y Larry… es un puto matón y el cabrón empieza a tocarme los huevos. «Mira», salgo yo, «esta no es forma de resolver este asunto, Larry».

«Es crudo, ya lo sé», dice Larry en plan tranquilizador, bajando el tono de voz, como si hubiera visto su oportunidad. «Escucha…, no te prometo nada, pero hablaré con el jefe a ver si puede concederte un poquito más de tiempo», dice con una sonrisa.

La Melanie esta mira al capullo y fuerza una sonrisa y unas gracias a regañadientes. «Ya sé que no eres tú, sólo estás haciendo tu trabajo…».

Larry le sostiene la mirada un segundo, y dice a continuación: «Pero ahora escucha, me estaba preguntando si podríamos salir a tomar una copita y discutirlo de forma más civilizada, por ejemplo esta noche».

«No, gracias», le dice ella.

Yo entro a saco. «¿Y tú qué, Kate? ¡Consíguete una canguro para el crío!».

«No puedo», sonríe ella, «estoy pelada».

Yo me limito a guiñarle el ojo y le digo: «Y yo estoy chapado a la antigua y no me gusta que las chicas paguen por nada. ¿Te va bien a las ocho?».

«Bueno, sí…, pero…».

«¿Dónde vives?».

«Aquí mismo, en el piso de abajo».

«Te recogeré a las ocho», le suelto. Entonces me vuelvo hacia Larry. «Venga, vámonos…». Y le cojo del brazo y me lo llevo.

Estamos bajando por las escaleras y él venga a lloriquear. «¡Hostia puta, Franco, si no me hubieras sacado a rastras la tía habría salido!».

Se lo digo claro. «A la chica no le interesas, capullo apestoso. ¡Y qué me dices de lo mío con la Kate esa!».

«Ya, esas tías son presas fáciles, siempre están peladas y les va cualquier tío que tenga un fajo».

«Ya, pero tú no les vas nada, cacho cabrón», le digo. El capullo no está demasiado contento, pero no puede decir una puta mierda. Se nota que se le ha pasado el calentón y que el cabrón se está cagando patas abajo pensando en lo que va a decirle a Donny.

Ese es su problema, joder. Sólo llevo unas cuantas horas fuera del trullo y ya estoy a punto de mojar. ¡Con una jovencita de lo más apetecible además! El puto récord del mundo, hostias. ¡Cómo pienso recuperar el tiempo perdido!

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