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19. COLEGAS

Sick Boy está venga a sorberse la nariz; a este pavo le chorrea más la napia que a mí, ¿sabes? Parece un arroyo, tío, por la forma en que gotea, haciendo un meandro que le llega al labio superior. De tanto en tanto saca un Kleenex, pero de nada sirve, la tocha del pavo sigue igualita que un arroyo. ¿Y qué más hacen los arroyos? Manar, tío, manar sin cesar, ¿sabes? Lo cual no me molesta, bueno, normalmente no, pero ahora sí, porque Ali está escuchando toda su bazofia. Está totalmente pendiente de cada palabra suya, ¿sabes? Fue idea suya venir al Port Sunshine a verle, no mía. A lo mejor fui idiota por entrar aquí el otro día, y a lo mejor estuve un poco brusco con el pavo, pero tenía los nervios hechos trizas y sin duda él ha pasado por eso suficientes veces como para saberlo y mostrar algo de compasión por un viejo compañero de fatigas. Pero no, ese tío siempre ha ido a su bola. Se lo tiene tan creído que no sé para qué necesita meterse farlopa y eso. Ahora está largando sobre películas y el negocio y toda esa mierda. El caso es que como a ella le impresiona y el pasado sigue ahí, me siento…

… celoso…, inútil…, las dos cosas tío, las dos.

Y el muchacho no ha cambiado mucho en realidad, tío; no, no, no, el pavo no ha cambiado en absoluto, porque está dando la brasa con su tema favorito otra vez: él, él, él y todos sus grandes planes y proyectos.

Nos da un respiro cuando el bar se abarrota y la pobre vieja, luchando por arreglárselas sola, grita: «¡Simon!». Después de hacerle caso omiso dos veces seguidas, por fin se pone en pie y se acerca a echarle una mano a desgana. Nada más llegar Sick Boy a la barra, Alison me suelta: «Es estupendo volver a ver a Simon», y empieza a largar acerca de la vieja pandilla, acerca de Kelly y Mark y Tommy; pobre Tommy, tío.

«Es verdad, Ali, echo muchísimo de menos a Tommy», le digo, y me entran unas ganas totales de hablar de Tommy, porque a veces es como si el tío hubiera caído en el olvido y eso no está bien. Ves, a veces, cuando intento hablar de él, la gente se pone de lo más borde y me acusa de ser morboso, pero no es eso, sólo quiero recordar al chaval, ¿sabes?

Ali ha ido a la peluquería hoy; lleva el pelo más corto pero con el flequillo todavía largo. La verdad es que me gustaba más como estaba antes, pero no quiero decir nada. Con las chavalas, cuando ya estás al borde del precipicio, una declaración de ese género puede inclinar la balanza, pero descarao. «Es verdad», dice ella, encendiendo un pitillo. «Tommy era un encanto de tío». A continuación se vuelve hacia mí, exhala y capto la escarcha en la mirada de mi chica: «Pero era un picota».

Así que me quedo ahí sentado, tío, incapaz de decir una puta mierda, ¿sabes? Tendría que haber dicho que en realidad Tommy no era demasiado picota, sólo tuvo mala suerte, porque los demás, todos los demás, nos metíamos mucho más, pero ahora no puedo decirlo porque él ha vuelto junto a nosotros y eso, con más bebidas, y no se habla otra vez más que de él. De Sick Boy.

No hace más que darme vueltas en la cabeza una y otra vez: LONDRES PELÍCULAS… EL NEGOCIO… OCIO… OPORTUNIDADES EMPRESARIALES…

Y soy incapaz de resistirlo, tío, sentado aquí hecho polvo, escuchando esta mierda, y me entra una pizca de maldad en estado puro y le suelto sin más: «¿Así que, eh, no te fueron demasiado bien las cosas en Londres y tal?». Sick Boy se pone tieso, con el espinazo rígido por la coca, y se queda sentado mirándome como si acabara de decirle que su madre italiana le chupa el rabo a los polis. Vaya, que el pavo me mira con auténtico odio, pero sin decir nada, limitándose a hacerlo de forma fija y fría, ¿sabes?

Me pone nervioso, y como que tengo que volver a hablar. «No, tío, es sólo que pensé que con eso de que volvías por aquí y eso…».

De repente se le crispa la expresión. Sick Boy y yo solíamos tomarnos el pelo, pero éramos muy amigos. Ahora sólo nos tomamos el pelo. «Dejemos una cosa clara, Spu… Daniel. Vine aquí en busca de oportunidades: hacer películas, llevar un bar… Esto», dice barriendo el espacio con la mano de esa forma desdeñosa tan suya, «no es más que el principio».

«La verdad es que yo no diría que llevar un pub de mala muerte en Leith y hacer proyecciones de porno casero sea lo que se dice una oportunidad de triunfar a lo grande, tío».

«Tú no empieces, joder». Sacude la cabeza. «Eres un puto fracasado, colega. ¡Mírate!». Se vuelve hacia Ali. «¡Mírale! Lo siento Ali, pero las cosas como son».

Ali le mira con expresión seria. «Simon, se supone que todos somos amigos».

Ahora el gachó hace lo que mejor se le da, transferir las culpas, justificarse a sí mismo y menospreciar a los demás al mismo tiempo. «Mira, Ali, vuelvo aquí y lo único que me llega es la energía negativa que emiten los fracasados», nos cuenta, «y yo ya no soy capaz de funcionar de esa forma. Todo lo que digo lo acogen con un jarro de agua fría. ¿Amigos? Lo que espero de los llamados amigos es que me animen», resopla. Acto seguido me señala, como acusando: «¿Te ha contado que entró aquí el otro día? La primera vez que le veía en siglos».

Ali sacude la cabeza y me mira directamente a los ojos.

«Iba a hacerlo…», trato de explicarle, pero el Pavo Chungo alza la voz para ahogarme.

«¿Cómo me recibe? Ni siquiera con un “hola, Simon, qué tal, mucho tiempo sin verte”», le dice a ella, haciéndose el ofendido. «Nah, él no. ¡Intentó sablearme directamente y sin rodeos, sin siquiera soltar un “hola, qué tal” antes!».

Alison se echa el flequillo hacia atrás y me mira. «¿Es eso cierto, Danny?».

Bueno, pues entonces es igual que una de esas horribles escenas cuando estás follao y chungo y ves cómo sucede antes de que pase. Tal cual, tío. Como que me veo a mí mismo ponerme en pie, tembloroso y espasmódico como en una de esas antiguas pelis en blanco y negro en las que los fotogramas están todos mal empalmaos. Veo cómo la boca se me mueve y el dedo le señala casi un segundo antes de que suceda. Entonces, sí, estoy de pie y señalando al mamón con el dedo y diciéndole: «¡Tú nunca has sido mi colega, un colega de verdad, como lo fue Rents!».

La expresión de Sick Boy se contorsiona hasta formar una mueca y adelanta la mandíbula inferior, un poco como el cajón de una caja registradora. «¡De qué cojones hablas! ¡Ese cabrón nos dio el palo!».

«¡A mí no!», le grito, señalándome a mí mismo.

Sick Boy se queda callado, sumido en un silencio auténticamente letal, pero sin dejar de mirarme fijamente en ningún momento. Ay, la hostia, ahora sí que la he hecho buena. Me he ido de la lengua. Y Alison también me mira. Los dos, tío; dos pares de ojos enormes clamando traición.

«Así que», dice con aspereza, «tú estabas conchabado con él», dice mirando a Ali, que baja la cabeza y se queda mirando al suelo. A Ali se le da estupendamente guardar secretos pero mentir se le da fatal.

No quiero que la enfoque con esos faros acusadores suyos, así que descubro el pastel. «Nah, yo no sabía nada del tema, y eso lo juro por la vida de Ali y de Andy».

La mirada del Pavo Chungo es más intensa que nunca, pero sabe que no miento. Aunque sepa que hay más.

Voy cantando, mientras rasco con las uñas el posavasos empapado. «Pero más tarde recibí un dinero que alguien me envió por correo. Sólo mi parte, nada más». Los enormes ojos de Sick Boy me traspasan, y sé ahora mismo que el mero intento de mentir sería inútil porque este pavo lo sabría de inmediato. «Llevaba matasellos de Londres, y llegó unas tres semanas después de que volviera por aquí arriba. No había ninguna nota. Nunca he vuelto a verle ni he tenido noticias suyas desde entonces, pero sabía que fue él quien envió la pasta; no podía haber sido otro», le cuento. A continuación tengo una salida un poco fanfarrona: «¡Mark me entregó la parte que me correspondía!».

«¿Todo?», pregunta, los ojos saliéndose de las órbitas.

«Hasta el último penique, tío», le cuento con cierto regocijo, y a continuación vuelvo a acomodarme en la silla, porque estoy hecho polvo. Ali me lanza una mirada acusadora, y sólo puedo encogerme de hombros, y ella vuelve a bajar la cabeza.

Se notan las vueltas que está dando la olla de Sick Boy. Pienso que el interior del tarro de este pavo tiene que ser como uno de esos cacharros llenos de bolas que usan para la lotería o el sorteo de la Copa de Escocia. Parece dolido de verdad, no sólo de mentirijillas, pero de repente sonríe, y su mueca imita la del logotipo que el gachó lleva en el niki azul de Lacoste. «¿Sí? Pues poco partido le sacaste. Te pusiste las pilas de verdad, ¿eh? Supiste invertir el dinero muy bien».

Ali levanta la cabeza y me mira. «Ese dinero, cuando compraste esas cosas para el crío…, ¿todo ese dinero salió de Mark Renton?».

No suelto prenda.

Mirando su vaso de whisky, Sick Boy lo levanta y lo apura, y a continuación empieza a tamborilear con los dedos sobre el vaso vacío posado en la mesa. «Sí, eso es, tú quédate ahí sentado en un pasmo», me dice con sorna. «No haces nada y nunca lo harás», me dice.

No lo puedo remediar; se lo espeto sin más; le digo que sí que hago cosas, que estoy escribiendo una historia de Leith.

Sick Boy empieza a cachondearse. «Eso tiene que ser fascinante que te cagas», grita a voz en cuello para que le oiga todo el bar; se vuelven unas cuantas cabezas.

Ahora Ali también me mira como si fuera tonto. «¿De qué hablas, Danny?», pregunta. Tengo que alejarme, tengo que salir de aquí. Me pongo en pie y me dispongo a largarme. «¿Conque energía negativa, eh? Esta te la recordaré, ¿vale? Bueno, nos vemos».

Sick Boy enarca las cejas pero Ali me sigue hasta la puerta y salimos a la calle. «¿Adónde vas?», pregunta, cruzándose de brazos.

«Tengo que ir a la reunión», le digo. Hace rasca y ella tiene frío; tiembla pese a llevar puesta la rebeca esa color azul marino.

«Danny…», empieza ella, frotando la cremallera de mi chaqueta entre el pulgar y el índice, «voy a volver adentro a hablar con Simon».

Yo me limito a mirarla con expresión de incredulidad.

«Está disgustado, Danny. Si dice algo de ese dinero y acaba llegando a oídos de gente como Segundo Premio…», y entonces vacila un poquitín, «… o Frank Begbie…».

«Sí, claro, vete a ver a Simon. No podemos darle un disgusto, ¿verdad?», salto yo, pero hostia que sí, me quedo con lo que acaba de decir. En Londres estábamos yo, Rents, Sick Boy, Segundo Premio y Begbie, y Rents nos tangó a tope. Pero a mí me indemnizó. Evidentemente nunca hizo lo propio con Sick Boy, pero con los demás no sé. A Begbie es probable que no, porque se fue del bolo, mató al tío aquel, Donnelly, y le entalegaron, aunque el tal Donnelly también fuera un venao de cuidao, todo hay que decirlo.

«Más vale que no llegues tarde», dice ella, besándome en la frente; acto seguido, se da la vuelta y desaparece tras la puerta.

Desaparece.

De forma que eso fue lo que lo desencadenó y eso; iba a tope de emoción y de inquietud, pero cuando fui a la reunión se lo conté todo acerca de la historia de Leith esa. El caso es, tío, que la chavala esa, Avril, estaba contentísima, ¿sabes?, contenta que te cagas. Hizo que valiera la pena y tal, sólo ver la sonrisa en el rostro de la piba. De forma que ahora ya la he hecho, me he ido del pico y he creado unas expectativas en torno a mi menda como literato. Un nota en alza, un distinguido historiador local, uno de los que cortan el bacalao.

Pero yo no soy así. Al tío ese de la tele, el que no para de largar acerca de las civilizaciones de la antigüedad y todo eso, no acabo de verle diciendo: Eh, tronco, más vale que no pierda de vista al gachó este de Leith, el novato este. Si no me pongo las pilas, este mamón se pondrá a merodear por mis pirámides, y venga a darle a la húmeda con todos los notas egipcios aquellos. Nah, como que no lo veo muy claro.

Pero tengo que intentarlo, ¿sabes?, probar a ver, y a lo mejor demostrarle a Ali que valgo más de lo que ella cree. A lo mejor se lo demuestro a todos.

Cuando conocí a Ali, ella era una chavala un tanto misteriosa y maravillosa, con esa estupenda tez morena, el cabello largo, oscuro y ondulado y unos grandes piños nacarados. Siempre fue una piba un poco intensa pero a veces era como si llevara un vampiro invisible pegado al cuello que le iba chupando la energía.

Nunca se fijó demasiado en mí y eso. Siempre le gustó él. Entonces me acuerdo de un día en que me sonrió y el corazón me estalló en mil pedazos. Cuando nos juntamos pensé que no era más que una historia de tiraos, tío, y que en cuanto nos pusiéramos un poco las pilas, ella querría dejarlo. Pero entonces llegó el crío y como que se quedó. Probablemente sea eso, tío, el peque; lo más seguro es que esa sea la razón de que se haya quedado tanto tiempo.

Pero ahora vuelve a ser la Ali de entonces, con el vampiro chupándole la sangre. Y adivina quién es el vampiro: soy yo, tío. Yo.

Después de la movida con el grupo me pregunto si Ali seguirá estando al lado, en el Port Sunshine. Pero nah, ahora mismo no soportaría ver a Sick Boy otra vez. En lugar de eso, cambio de dirección en sentido contrario y me dirijo al centro, donde me topo con el primo Dode, que sale del Old Salt, y subimos a su piso en Montgomery Street a fumar un poco de maría. Es un queo bastante guapo además; las habitaciones un pelín tirando a diminutas y tal; es más casa de vecinos que piso en condiciones. Lo tiene todo muy bien decorado además, salvo por esa gran foto de los hunos de cuando la época Souness, enmarcada y colocada sobre el hogar. Hay un bonito sofá de cuero sobre el que me derrumbo sin más preámbulos.

El primo Dode me cae bien, aunque es cierto que tiene tendencia a hablar como un descosido, y después de un par de porros y una cerveza le cuento mis problemas con las mujeres.

«No te preocupes, compañero, Omnia vincit amor: el amor todo lo puede. Si os queréis el uno al otro, las cosas se resolverán; si no, es hora de dejarlo. Y punto», dice Dode.

Yo le digo que no es tan fácil. «Verás, hay un tío que antes era buen colega mío, y ella y él estuvieron mucho tiempo liados, y ahora ha vuelto a la ciudad, vuelve a estar en activo y tal, tío, ¿sabes? El tío estuvo un poco engreído, así que dije unas cuantas cosas, le conté algo que no debí contarle, ¿sabes?».

«Veritas odium parit», dice Dode con ademán de sabio. «La verdad engendra odio», apostilla para que yo me entere.

Es una locura total que intente escribir un libro cuando soy incapaz de escribir mi nombre, y ahí está el primo Dode, que es como una especie de erudito latinista, y encima weedgie. Nunca piensa uno que los weedgies tengan colegios, pero así debe ser, y por lo que se ve son mejores que los nuestros. Así que le suelto al primo Dode: «¿Cómo es que sabes tanto acerca de tantas cosas, Dode, como el latín y tal?».

Me lo va explicando todo mientras lío otro porro. «Soy un autodidacta de familia humilde que prometía, Spud. Vosotros procedéis de una tradición distinta de los protestantes como nosotros y eso. No estoy diciendo que no puedas ser igual que yo; poder, puedes. Sólo que a la gente como tú os cuesta más trabajo porque no forma parte de vuestra cultura. Verás, Spud, nosotros estamos firmemente enraizados en la tradición calvinista de la educación escocesa protestante de la clase obrera. Esa es la razón de que yo sea ingeniero por oficio».

En este punto no sigo al pavo del todo. «Pero trabajas como vigilante, ¿no?».

Dode sacude la cabeza desdeñosamente, como si no fuera más que un pequeño detalle. «Eso es algo temporal; hasta que vuelva a irme para Oriente Medio y consiga otro contrato. Ves, el rollo este de la vigilancia me mantiene ocupado. No quiero faltarte, colega, a ti te lo puedo decir porque tienes madera. Pero ves, es cuestión de que el diablo creó el trabajo. Otia dant vitia. Esa es la diferencia entre un protestante emprendedor y un papista irresponsable. Nosotros trabajamos en lo que sea con tal de no perder la práctica y mantener la disciplina, hasta que aparezca la siguiente gran oportunidad. Ni de coña voy a quedarme aquí sentado derrochando todo ese dinero de Omán».

Empiezo a preguntarme cuánto tendrá guardado el pavo este en esa cuenta que tiene en el Clydesdale Bank.

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