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36. CHANCHULLO N.º 18.743

El estrépito de los pesados barriles de aluminio sobre el suelo de piedra. La ruidosa camaradería de la cuadrilla de repartidores de la fábrica de cerveza a medida que sacan otro del camión, lo depositan sobre el colchón y lo dejan rodar por la rampa de madera; el tío que está al final dejando que la protección amortigüe la caída antes de recogerlo y amontonarlo. Pero esos trancazos, esas voces atronadoras.

La cabeza me duele que te cagas. Recuerdo con cierto terror que acepté acudir a casa de mi madre esta noche para una cena familiar. No sé qué me alteraría más en estas condiciones, si sus complacientes mimos o la indiferencia del viejo, que en ocasiones se torna en hostilidad con todas las letras. Aquella Navidad, hace años, cuando me acorraló en la cocina y me cuchicheó con malicia de borracho: «Ya sé de qué pie cojeas, cabrón», y recuerdo que me sentí confundido y atemorizado. ¿Qué había hecho que él hubiese descubierto? Me di cuenta más tarde, por supuesto, de que no se trataba de algo concreto; sólo proyectaba su propio aborrecimiento hacia sí mismo, diciendo que me entendía, que comprendía mi naturaleza porque participaba de ella. La diferencia crucial que se le pasó por alto, sin embargo, es que él es un fracasado y yo no.

Pero tengo la cabeza a punto de estallar. La sesioncilla de anoche: menudo numerito por el que pasar por sólo quinientos boniatos de la guita de un weedgie. Por supuesto, el señor Murphy está encantado con su parte de nuestras ganancias ilícitas, pero para mí todo el asunto no fue más que un ensayo.

Puede que Spud haya dado la talla en un encuentro de Copa doméstico devaluado, pero eso no significa que se le deba tener en cuenta para los compromisos europeos. ¿Alex?

A cada cual lo suyo, Simon, y yo me inclino por traer de Europa al tal Renton. Es un jugador caprichoso pero a este nivel a veces hay que correr esos riesgos. Alex Ferguson lo demostró con Eric Cantona. Pero pienso en serio que Murphy se encontraría fuera de su elemento. Aunque sigue gustándome la perspectiva de la tal Nicola Fuller-Smith.

No podría estar más de acuerdo contigo, Alex. Ambos sabemos reconocer el talento cuando lo vemos.

Pero esta puta resaca me está matando; tiemblo mientras los chicos de la fábrica de cerveza canturrean alegremente y Moira me grita: «¡Arriba hace falta más Becks!».

Esta no es la vida que tenía planeada. Me afano, subiendo por la escalera entre tembleques con una caja, luego con dos, y comienzo a abastecer metódicamente las neveras del bar. Más tarde, me rindo a los nervios y enciendo un cigarrillo en la oficina. Es más fácil dejar el jaco que el fumeque. Aun así, llega el correo y trae mejores noticias en forma de carta, ¡y procede de la oficina del jefe de policía!

Policía de Lothian

Al servicio de la comunidad

12 de marzo Su ref: SDW

Nuestra ref: RL/CC

Estimado señor Williamson:

Re: Foro de Empresarios de Leith Contra la Droga

Muchas gracias por su carta del día 4 de este mes.

Hace mucho tiempo que vengo sosteniendo que la guerra contra las drogas sólo podrá ganarse con el apoyo del público amante de la ley. Puesto que gran parte del tráfico de droga tiene lugar en los pubs y clubs, los dueños de locales vigilantes como usted están en primera línea en esta batalla y estoy encantado de ver a alguien dar la cara y declarar su establecimiento zona libre de drogas. Suyo,

R. K. Lester

Jefe de Policía de la Región de Lothian

Todavía queda una hora larga antes de la hora de abrir, así que me llevo la carta Walk arriba a la tienda de los marcos para que le pongan un hermoso revestimiento acabado en oro. Después vuelvo y la coloco en el lugar de honor, detrás de la barra. De hecho, representa un certificado para traficar, ya que ningún poli al acecho va a trincarme dejando en evidencia al jefazo. Ahora me dejarán en paz, y eso es lo único que quiero, lo único que le pide uno a la vida: que le dejen tranquilo para que pueda dedicarse plenamente a incordiar a los demás. En otras palabras, ser un miembro genuino y de pleno derecho de la clase capitalista.

La máquina de rayos UVA que encargué llega por fin. No quiero cuerpos blancos como la leche en el plató. Me meto dentro durante media hora para probarla.

Literalmente desbordante de energía, salgo y llamo desde una cabina a los del Evening News, sujetándome la nariz mientras hablo. «Hay un tío en Leith, eh, en el Port Sunshine Tavern, eh, intentando montar la campaña Los Empresarios de Leith dicen No a las Drogas. Tiene una carta del jefe de policía respaldándole, eh».

¡Pero qué cachondos se ponen ante la sola mención del nombre del jefe! En menos de una hora envían a un gilipollas imbécil lleno de granos acompañado por un fotógrafo, justo cuando mis primeros clientes, el viejo Ed y su peña, entran en tromba a inspeccionar la pizarra para ver cuál es el menú del día (pastel de carne picada con puré de patatas). Los de la prensa toman algunas instantáneas y hacen algunas preguntas mientras yo me arrellano y les suelto el rollo. Le cuento al tío que el estofado de patata y cebolla de Mo es tan célebre en Leith como lo fue en Weatherfield el guiso de Betty Turpin. El pequeñajo parece estupefacto, pero creo que también está satisfecho con lo que ha sacado.

El día no ha empezado demasiado mal, y soy quinientas libras más rico. Por supuesto, eso es una bagatela respecto a lo que nos hace falta para producir una peli de polvos con una producción esmerada, como está mandado, pero ahora hay un chanchullo más grande asomando en el horizonte. La pornografía es el género cinematográfico en el que he decidido trabajar, pero no me quedaré ahí por mucho tiempo. Mostraré la gran napia de la familia sionista. Preparo triunfalmente una enorme raya de blanca y hace diana, aunque tengo que salir corriendo en busca de Kleenex para taponar una vía de aguas nasales.

Resulta extraño que una sesión de priva con Spud Murphy y un puto huno weedgie pueda servir de tanta inspiración. Ese perico es de primera, ha tumbado a la resaca en cero coma tres. Suena el teléfono y lo coge Moira, enseñándome el auricular levantado desde el otro extremo de la barra. La vieja esta vale su abundante manteca en oro. Cierto, podría buscarme una joven estudiante follable, quizá alguien como Nikki, para alegrarme un poco la vista y la polla, pero de ningún modo sería capaz de llevar el local como la vieja pelleja esta. «Es para ti», me suelta.

Espero que se trate de algún chocho de primera, incluso rezo para que sea Nikki, pero no, es el puto Spud, que quiere salir a un club y gastar la guita del pobre esquivajabones de Dode, como si él y yo volviésemos a ser grandes colegas.

«Lo siento, colega, ahora estoy demasiado ocupado», le informo sin demora.

«Eh, ¿qué tal el jueves entonces?».

«El jueves no puede ser. ¿Qué tal jamás? ¿Te va bien jamás?», pregunto de forma cortante, soltando acto seguido: «¡Excelente!», ante el silencio atónito del otro lado de la línea antes de colgar de golpe. A continuación descuelgo el auricular y llamo a alguien que puede resultarme útil, a saber, mi viejo colega Skreel, en Possil, y le pido que me investigue a alguien.

A temprana edad decidí que los demás eran objetos a los que mover, a posicionar, por así decirlo, para lograr el resultado del que yo obtuviese una óptima satisfacción. También descubrí que era mejor emplear la seducción que las amenazas, y que el amor y el afecto funcionaban mejor que la violencia. Con los primeros, lo único que hay que hacer es retirarlos o amenazar con hacerlo. Por supuesto, alguna gente te jode los esquemas. Por lo general, los amigos y amantes. Mi mejor amigo se dio el piro con mi dinero. Renton. Otro que me jodió fue el viejo de mi mujer.

Se la pienso devolver a ambos. Pero ahora mismo con quien quiero hablar es con Skreel, mi viejo amiguete weedgie. En efecto, ya iba siendo hora de que nos pusiéramos al día, ahora que vuelvo a estar permanentemente del lado norte de la frontera. Saludo, hago las bromas de rigor, y después voy al grano. Skreel no acaba de creerse lo que le pido: «¿Quieres que encuentre a una chica que curre dónde?».

«En la taquilla del estadio de Ibrox», repito pacientemente. «Preferiblemente tímida, vulnerable, bastante inocente, quizá una que viva en casa con sus padres. No importa el aspecto que tenga».

Esto último suscita aún más suspicacia por su parte. «¿Qué cojones estás tramando, Williamson?».

«¿Podrás hacerlo?».

«Descuida», salta con rotundidad. «¿Alguna otra cosa?».

«Un gafotas que viva con su mamá…».

«¡Eso está chupado!».

«… pero que trabaje en una de las principales sucursales del Clydesdale Bank en Glasgow».

Skreel vuelve a pedirme que repita la petición, y empieza a reírse por el auricular. «¿Ahora haces de casamentero?».

«En cierto modo», le cuento. «Llámame Cupido», bromeo antes de despedirme y rebuscar en el bolsillo para acariciar esa tranquilizadora papela de farlopa.

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