Porno

Porno


2. Porno » 53. «… incluso en estado fláccido supera los treinta centímetros…»

Página 58 de 87

53. «… INCLUSO EN ESTADO FLÁCCIDO SUPERA LOS TREINTA CENTÍMETROS…»

Subo al piso de Simon. Está hecho un asco, pero no me preocupa. De una zancada, lo abrazo y aprieto mis labios contra los suyos. Está tenso, inflexible. «Eh, tenemos visita», me dice. Pasamos al cuarto de estar y en el sofá de cuero hay un jovencito al que reconozco vagamente de haberlo visto en el pub de Simon. Una de esas presencias imprecisas y vagamente desagradables que una detecta por el rabillo del ojo. Ahora parece un muchacho normal: larguirucho, apestoso, con granos y nervioso. Le sonrío y noto cómo su rostro se enrojece vivamente mientras los ojos se le humedecen y la pobre monada aparta la vista.

Le miramos y me pregunto qué pasa aquí. Simon no suelta prenda. Después hay otra llamada a la puerta; voy a abrir y son Mel y Terry. Ella me besa y pasa adentro, dándole un abrazo a Simon y sentándose al lado del chico. «¿Todo bien, Curtis, amigo?».

«Eh-eh-sí», dice.

Terry sigue muy apagado. Se sienta en una silla que hay en un rincón.

«Este es Curtis», me dice Simon. «Va a unirse a nosotros como actor». Mientras el muchacho fuerza una endeble sonrisa, yo pienso que se trata de una especie de broma. Entonces Simon mira primero a Mel y después a mí, mientras explica: «A partir de este material tan poco prometedor quiero que ustedes, señoritas, forjen al joven semental más explosivo jamás salido de Leith. Bueno, el segundo más explosivo», dice con aire modesto y una reverencia burlona.

«Este chico da la talla», se ríe Mel, «ya me entiendes».

«Enséñale, Curt, no seas tímido», dice Simon, mientras se dirige a la cocina.

Los ojos de Curt vuelven a humedecerse y el rostro se le pone carmesí. «Venga, anoche me la enseñaste», dice Mel con una sonrisa maliciosa.

Yo le echo una mirada a ella mientras él se afloja nerviosamente el cinturón y a continuación se desabrocha la bragueta. Entonces empieza a sacarse la cosa esta de los pantalones y parece que no termine. Incluso en estado fláccido supera los treinta centímetros; le cuelga casi hasta las rodillas. Estoy sin habla. Lo que es más, el grosor… Nunca me he considerado una obsesa del tamaño, pero… Así que bienvenido a bordo. Con treinta y cinco centímetros, ¿cómo podría quedar al margen? Virgen (hasta que Melanie le echó el guante anoche, me jugaría algo), es casi un monstruo, pero es el hombre idóneo para nuestro espectáculo.

Simon le dice que se afeite el vello púbico para que parezca aún más grande, como hacen las estrellas porno de verdad.

Terry dice: «Fíjate en cómo lleva la cara afeitada. ¿Te fías de que sea capaz de afeitar alrededor de ese aparato?».

«Mira quién fue a hablar, Terry. ¿Sigues llevando los puntos puestos?».

Me pregunto cómo vamos a domarle de manera que sea capaz de actuar, aunque para mí que Mel lleva la delantera.

«Yo te ayudaré a afeitarte», dice Mel.

Ese lado de las cosas no va a resultar un problema. Simon me pide que vaya a la cocina. «Mel le desvirgó anoche, le está espabilando», confirma. «Vamos a tener que deconstruir a este chaval», dice, «y después reconstruirle a nuestra imagen y semejanza. Tenemos que hacer un numerito en plan Eliza Doolittle con este cabrón. No sólo las técnicas de folleteo. Cualquier cretino puede follar, y cualquier idiota con un compañero voluntarioso puede familiarizarse con las posiciones sexuales», dice echándole una furtiva mirada lateral por la puerta a Terry. «Dios, cómo nos aturdimos con nuestra afición al sexo. Pero espabilarle por completo, convertirle en un puto ser sensible. Ropa. Porte. Modales».

Asiento en señal de acuerdo, pero primero hay que atender ciertos negocios. Les decimos a los demás que nos vemos en el pub; Simon le entrega a Curtis una caja con envoltorio al salir por la puerta. «Es un regalo, ábrelo».

Curtis arranca el papel para descubrir la horrenda y chillona cabeza rubia de una muñeca hinchable. Simon dice: «Se llama Sylvie. Es para que practiques durante las noches solitarias, aunque no creo que en el futuro haya muchas. ¡Bienvenido a Siete polvos!».

El pobre Curtis no sabe muy bien qué hacer con Sylvie mientras bajan hacia el Port Sunshine. Simon me ruega que aguarde un poco, ya que tiene ganas de discutir los progresos de lo que él denomina «el chanchullo».

Teníamos dos listas, cada una en un disco diferente. El padre de Rab nos ayudó a hacerlos coincidir y meterlas en el mismo formato. Hay 182 abonados para toda la temporada de los Rangers que tienen cuentas en la sucursal de Merchant City del Clydesdale Bank. De esos, 137 tienen 1690 como número de PIN. No entiendo cómo Simon puede saberlo, y me lo explica pacientemente, como también hizo Mark, pero sigo sin entenderlo. A pesar del programa de Estudios Escoceses de McClymont, no he llegado ni de lejos a comprender la mentalidad ni la cultura escocesas. De ese número, 86 disponen de acceso a sus cuentas por Internet.

Lo importante es que la cantidad de dinero que hay en esas 86 cuentas oscila entre un descubierto de 3216 libras y un crédito de 42214. Simon explica que él y Mark se han introducido en el sistema bancario online del Clydesdale. Utilizando el número de PIN 1690, retiraron un total de 62412 libras de las cuentas más grandes, depositándolas en una cuenta general que abrieron en el Swiss Business Bank de Zurich, me informa, mientras prepara dos rayas de coca.

«Ya sabes que yo paso», le digo, sacando mis papelillos, mi maría y mi tabaco del bolso.

«Lo sé, lo sé. Las dos son para mí. Mi nariz tiene dos agujeros», me explica. «Por ahora, al menos. Dentro de tres días el grueso del dinero, descontando 5000 libras, será transferido a una cuenta de producción que hemos abierto en Suiza, en el Banque de Zurich, a nombre de Bananazurri Films».

«¿Así que ahora bajamos al pub a celebrarlo?».

«Nooo…», dice Simon, «los usufructuarios somos tú, yo y Rents. Somos los únicos que lo sabemos. No se te ocurra comentárselo a nadie», me advierte, «o todos iremos a la cárcel durante mucho tiempo. Guardaremos el dinero en esas cuentas; hay mucho más de lo que necesitamos para realizar nuestra película. Nos reuniremos con los demás más tarde. Ahora mismo, tú, yo y Rents vamos a celebrarlo en privado».

Estoy eufórica, emocionada y algo más que un poco asustada cuando me pregunto en qué nos habremos metido. Así que subimos a ver a Mark al restaurante Café Royal, donde los tres disfrutamos de unas ostras y unas botellas de Bollinger. Mark sirve el champán en las copas y me cuchichea: «Lo hiciste estupendamente».

«Vosotros dos también lo hicisteis muy bien», digo, aterrada, pero realmente preocupada a la vez por la magnitud de nuestro fraude. «Este es nuestro negocio, es algo estrictamente entre nosotros», imploro nerviosa, y Mark asiente seriamente en señal de acuerdo. «¿Significa eso que Dianne no debe saber nada?».

«Desde luego», contesta Mark con gesto grave. «Por este tipo de historias te encierran y luego tiran la llave por la taza del wáter. Pero escucha, ¿y Rab?», añade con repentina preocupación. «Debe saber algo, ya que sacó la información de los programas informáticos de su viejo».

«Rab es legal», dice Simon, «pero a veces puede ser un poco puritano y se cagaría patas abajo si estuviera enterado de las dimensiones del fraude. Él cree que sólo se trata de la tarjeta de crédito de algún pringao. Ya he arreglado cuentas con él por sus servicios. No volvamos a hablar de ello», sonríe; a continuación canturrea en tono jovial una extraña cancioncilla que nunca había oído antes:

On the green grassy slopes of the Boyne

Where the Orangemen with William did join

And they fought for our glorious delivery

On the green grassy slopes of the Boyne

Orangemen must be loyal and steady

For no matter what e’re be tide

We must still mind our war-cry «no surrender!».

And remember that God’s on our side…[47]

«Me encanta Escocia», dice Simon, bebiendo champán. «Hay tantos capullos desquiciados que creen en la mierda más absoluta. ¡Es tan fácil sacarles los cuartos! El montaje este Celtic-Rangers es el mejor chanchullo jamás inventado. No es una simple licencia para desplumar cretinos, sino una licencia para desplumar a sus hijos y a los hijos de sus hijos. La franquicia sigue y sigue; Murray, McCann; esos tíos ya saben lo que se hacen, ya».

Mark me dedica una sonrisa y después se vuelve hacia Simon. «Ahora que somos todos tirando a ricos, entiendo que tu compromiso con la realización de esta película no flaquea, ¿verdad?».

«Ni un ápice», contesta Simon. «No es cuestión de dinero, Rents, ahora me doy cuenta de ello. Cualquier tonto del culo puede ganar dinero. Aquí se trata de crear algo que va a generar dinero. Es una cuestión de expresión, de autorrealización, de vivir, de enseñarle a unos ricos cabrones y mimados que se han pasado toda la vida nadando en la abundancia que cualquier cosa que puedan hacer ellos, nosotros podemos hacerla mejor».

«Mmm», dice Mark, «brindo por eso», y alza la copa una vez más.

Simon me mira sin decir nada pero frunce los labios con una expresión de sincera aflicción. A continuación me dice en tono de reprimenda: «Nada de gastar dinero a lo loco, Nikki, yo me encargaré de vigilar los fondos. Si te quedas sin blanca, me pides más».

No sé si me fío de Simon, y ni siquiera creo que él y Mark se fíen el uno del otro. Pero apenas me importan el dinero o los demás adornos. Me encanta esto. Me siento viva.

«De todos modos, si nos empapelan, no tienes más que poner los ojos en blanco ante el juez y decirle que fuiste engañada por dos malvados barriobajeros y saldrás en libertad mientras a Rents y a mí nos cuelgan, ¿no es así, Mark?».

«Descarado», dice, sirviendo más champán.

Después nos acercamos al Rick’s Bar, en Hannover Street. «¿No es ese Mattias Jack?», pregunta Simon, señalando a un tío que hay en un rincón.

«Es posible», considera Mark, pidiendo otra botella de champán.

Simon y yo volvemos a su piso en Leith y nos pasamos la noche follando como animales. Al día siguiente vuelvo a casa satisfactoriamente agotada, dolorida y en carne viva, y repaso mi trabajo del curso y cumplo con mi turno en la sauna. Cuando llego a casa después del turno, Mark está allí, hablando con Dianne. Me saluda lacónicamente y se marcha.

«¿Qué pasa pues?».

«Es un viejo amigo. Mañana volveremos a salir a tomar una copa».

«¿Sólo por los viejos tiempos, eh?».

Dianne sonríe de forma coqueta y enarca una ceja. Tiene como un arrebol que hace que me pregunte si ya se lo ha follado.

Más tarde, Simon, Rab y yo estamos en la cabina de edición en Niddrie, donde me había llevado antes. No sabía que en Edimburgo existieran lugares como este; de hecho, nunca he visto nada semejante. El tío que lleva Vid In The Nid es un viejo amigo de Rab de los tiempos en que iba al fútbol con una pandilla de hooligans. Ahora muchos de ellos parecen haberse reconvertido en empresarios, y el tío este, Steve Bywaters, tiene más aspecto de asistente social que de ex macarra futbolero. Parecen tan unidos como los masones cuando de compartir capacidades y recursos se trata. «Lo tenemos todo, podemos hacerlo aquí», dice, con aspecto de cristiano fervoroso e intachable.

Mientras nos alejamos, Rab dice: «Estupendo, eh».

Sick Boy menea la cabeza. «Sí, pero podemos hacerlo en el Dam. La LPA, Rab, ¿ya no te acuerdas?».

«Desde luego», dice Rab, aunque sospecho que Simon tiene otro orden del día.

Ir a la siguiente página

Report Page