Porno

Porno


3. Exhibición » 68. Chanchullo n.º 18.751

Página 74 de 87

68. CHANCHULLO N.º 18.751

Cada vez que voy a ver a Nikki a su casa, él está allí, holgazaneando, detrás de Dianne en plan perrito faldero, como un necio perdidamente enamorado. Resulta de lo más marciano que los dos nos estemos viendo con dos tías que comparten el mismo piso. Un poco como en los viejos tiempos. Ahora Rent Boy está tumbado en el sofá leyendo un libro sobre la pornografía y los trabajadores de la industria del sexo, sea eso lo que sea, esperando a que la señorita Dianne se arregle. Ha encontrado a la tía indicada; me los imagino sentados, discutiendo intelectualmente de follar pero sin llegar a hacerlo nunca. Le ofrecí a él y a su nuevo chocho la oportunidad de montárselo con los de primera división y me contestó: «Quiero a mi novia. ¿Para qué necesito esa mierda?». Usted perdone, Don Estirao de Mierda.

Apoya sobre el codo esa ridícula cabeza pelirroja. «Escucha. Sí, quiero localizar a Segundo Premio. ¿Le has visto últimamente?».

Eso me aterra. Segundo Premio es alguien a evitar a cualquier precio. «Por todas las putas leches masoquistas, ¿para qué quieres verle?».

Rents se incorpora y se echa hacia delante; después parece reflexionar y decidirse por no mentir. Casi veo cómo se mueven los engranajes. «Quiero darle su parte del dinero. De cuando lo de Londres. Ahora ya he resarcido a todo el mundo, bueno, menos a él y a quien-tú-ya-sabes».

Renton es idiota. Cualquier respeto residual que haya sentido alguna vez por él disminuye rápidamente. ¿Y semejante primo me dio el palo a mí? No, sólo se trataba de un yonqui insensato y desesperado que tuvo un día de suerte. «Estás como una puta cabra. Eso es tirar la pasta. Rellena un cheque a nombre de los de cervezas Tennent Caledonian».

Renton se pone en pie cuando aparecen Dianne y Nikki. «Me han dicho que está limpio. Que ahora es un blandebiblias».

«No lo veo. Prueba en las casas de acogida o en la misión de la parroquia. O en las iglesias. Creo que los borrachines beatos se reúnen todos en Scrubber’s Close, ¿no es así?».

He de reconocer que Dianne tiene una pinta sexy, aunque evidentemente no está en la misma categoría que Nikki. (Bueno, claro, ella sale con Renton). «Señoritas, están ustedes preciosas», sonrío. «Debimos de haber sido buenos muchachitos en una vida anterior para merecérnoslas, ¿eh, colega?», le digo a Rents con una sonrisita.

Renton responde con una expresión de ligera mortificación y se acerca a Dianne para besarla. «Bien…, ¿estás preparada?».

«Sí», dice ella, y mientras salen por la puerta, grito: «¡Lo está de sobra! ¡Abre los ojos, Renton!».

No obtengo respuesta. A la pava esta de Dianne no le gusto un pelo y está poniendo a Rents en contra mía. Miro a Nikki. «Esa pareja parece funcionar muy bien», comento, tratando de mantener un tono elegante.

«Dios mío», dice ella en plan dramático, «están tan enamorados…».

Me dan ganas de decirle, dile a tu amiga que se ande con ojo con esa viscosa víbora de sangre fría del norte de Europa. Pero se me antoja una treta sin garra. Uno ha de mostrarse elegante con las titis elegantes. Nikki está tan pagada de sí misma desde las noticias de lo de Cannes, que se pasea majestuosa e histriónicamente, como una de aquellas viejas estrellas de Hollywood. La gente se ha fijado. Terry ha empezado a llamarla Nikki Cómo-Me-Lo-Creo.

Tan obsesionada consigo mismo está que decide cambiarse de ropa otra vez, poniéndose un vestido azul y negro que antes no le había visto. No resulta tan arrebatador como lo que acaba de quitarse pero finjo un entusiasmo enorme sólo para evitar que nos pasemos aquí toda la puta noche. Está venga a parlotear acerca de Cannes. «¡Quién sabe a quién conoceremos!». Así que me cuelo en la habitación de Dianne y rebusco un poco. Veo el trabajo este en que ha estado currando y leo un poco.

con un consumismo en alza, la industria del sexo, como todas las demás, se orienta a atender las necesidades especializadas que pide el mercado. Aunque siga siendo cierto que existe un vínculo entre la miseria, el abuso de drogas y la prostitución callejera, esta representa una parte muy pequeña de lo que es ahora una de las industrias más grandes y más diversificadas del Reino Unido. No obstante, la imagen popular de los trabajadores de la industria del sexo sigue ampliamente anclada en estereotipos del género «puta de la esquina».

¿Qué coño imparten ahora en la uni? ¿Licenciaturas en teoría del puterío? Debería dar un salto hasta allí y reclamar mi doctorado honoris causa.

Salimos a tomar una copa al City Café, donde veo a Terry tratando de ligar con una camarera estudiante. Parece que haya escogido este sitio como sede social. Estoy a punto de hacerle a Nikki la señal de que tendríamos que salir y acercarnos a EH1, pero no se ha fijado y ahora Lawson ya nos ha visto. «¡Sicky y Nikki!», grita, y se vuelve de inmediato hacia la camarera. «Bev, lo que quieran mis dos amiguetes del alma», sonríe agarrando a Nikki del culo acto seguido. «Duro como una puta roca, muñeca, se ve que has estado entrenando. Ni el menor indicio de flaccidez».

«En realidad estoy muy vaga últimamente», dice ella con ese tono amodorrado característico de los fumetas. ¿Qué cojones hace dejándose manosear por él de esa forma? La próxima vez le dejará hincarle el rabo por el chocho mientras dice: «Mmm, qué paredes vaginales tan firmes. ¿Has estado haciendo ejercicios pélvicos?». Miro a Terry como diciéndole: esta es mi puta chorba, Lawson, cacho cabrón onanista.

Él ni siquiera se fija en mí. «Pues en el cuerpo no se nota, ya te lo digo yo. Me entran ganas de ponerme de rodillas y adorar ese culo que tienes. De manera que si este cabrón con suerte», dice dignándose dedicarme un somero gesto de reconocimiento, «te agobia, ya sabes a quién llamar».

Nikki sonríe, da un apretón a los michelines de Terry y dice: «Conociéndote a ti, Terry, seguro que querrías hacer bastante más que adorarlo, ¿no?».

«Pues claro. Y hablando de ese tema, ¿qué tal una noche loca? Estuve en el hospital y me dijeron que ya me podía ir».

«¿Por la pata abajo?», pregunto. «Pero si tú debías estar en el pabellón 45, el de los gonorreicos».

«Así que estoy dispuesto y preparado», dice, volviendo a hacerme caso omiso.

«Bueno, Terry, tenemos un problemilla». Le explico lo del News y que quiero pasar desapercibido hasta que salga la película.

«Entonces supongo que tendrá que ser en mi piso. Aun así, brindemos por Cannes. ¡Va a ser la bomba! Me alegro por vosotros», dice con una sonrisa que me deja helado. Después me pasa el brazo por el hombro. «Perdona por el mosqueo del otro día, colega. Sólo estaba un poco celoso. Con todo, a un viejo amigo no le vas a reprochar sus éxitos».

«Sin ti no podría haberlo hecho, Tel», le digo, bastante patidifuso ante su magnanimidad. «Me alegro de que te lo tomes todo con tanta filosofía. Es una pura cuestión de dinero, colega. Cuesta un pastón llevar a alguien a Cannes, aunque no sea más que por unos días. Pero en cuanto entre la pasta arreglaremos cuentas».

«No hay problema. De todas formas tengo que hacer un par de cosillas por esas fechas. A Rab tampoco le importa. Hablé con él el otro día. Está demasiado liado con lo del crío y la universidad y tal, eh».

«¿Cómo está Roberto?», pregunto.

«Al parecer bien. Personalmente no aguantaría llevar una aburrida vida de domesticidad», deja caer. «Lo intenté una vez. No es lo mío».

«Lo mío tampoco», reconozco. «Por temperamento, no me va el largo plazo. Con la responsabilidad sí me manejo, incluso me sienta de maravilla en dosis sucesivas, pero con el largo plazo no».

«Nos ha engatusado a todos de vez en cuando», murmura Nikki con satisfacción mientras el alcohol se le sube a la cabeza junto con el puto chocolate que lleva fumando todo el día. ¡Siendo fumeta, se extraña de que nunca triunfara como gimnasta! «Y pese a ello todos le queremos».

«Bueno, a veces», dice Terry.

«Sí. ¿Por qué será así? ¿Por qué será tan manipulador? Creo que es por haberse criado en un hogar lleno de mujeres pendientes de él. Será el rollo italiano. Despierta el instinto maternal aletargado en las mujeres», dice en voz alta.

Nikki empieza a chirriar. No hay otra forma de mirarlo. No sé, esta tendencia a psicoanalizar acaba por cansar al cabo de un rato. Mi ex mujer lo hacía, y durante un tiempo me gustó. Me hacía sentir que a ella le importaba. Luego me di cuenta de que era algo que hacía con todo el mundo, por costumbre. A fin de cuentas, era una judía de Hampstead cuya familia trabajaba en los medios de comunicación, de manera que ¿qué cabía esperar? Así que finalmente acabó por enojarme.

Y ahora Nikki también está resentida. Ahora empiezo a encontrar excusas para no estar con ella. Conozco los signos de peligro: cuando empiezo a mirar a otras tías más feas, con menos aplomo, menos gracia y menos inteligencia, pero con una calentura enorme. Me doy cuenta de que sólo es cuestión de tiempo que deje a Nikki por alguien a quien odiaré al cabo de cinco minutos. Y no folla tan bien como ella se cree por todo el rollo ese de la gimnasia. Para empezar es una vaga. Siempre está durmiendo, tumbada todo el día, como una estudiante típica, mientras yo me levanto con el canto del gallo. Dormir nunca ha sido lo mío: con dos o tres horas tengo de sobra. Estoy harto de levantarme empalmao en mitad de la noche y tener que metérsela a un saco de papas calientes.

Pero está tan hermosa…, ¿por qué será que ahora mismo preferiría hacer casi cualquier otra cosa antes de llevármela a casa y follármela? Sólo llevamos unos meses juntos. ¿Ya estoy harto de ella? ¿Tan bajo tengo el umbral? Seguro que no. Como sea ese el caso la he cagado.

Volvemos a su casa y me enseña unas fotos de una de esas revistas para hombres onanistas, esas que se han vuelto imposibles de distinguir de las de tetas y culos. En la portada sale otra ex gimnasta, Carolyn Pavitt. Nikki la conocía, está obsesionada con ella.

«Es fea», comento con desdén. «La única razón de que muchos tíos quieran tirársela es que fue a las Olimpiadas y sale en la tele. Tiene un polvo copero, nada más».

«Pero tú te la follarías si entrara por esa puerta ahora mismo. No me harías ni caso y a ella no la dejarías en paz», dice con un tono auténticamente bilioso.

No puedo con esta mierda. Está celosa, me acusa de tener los ojos puestos en alguien cuya puta imagen no soy consciente de haber visto hasta que ella me la puso ante las narices hará unos segundos. Me levanto y hago ademán de marcharme. Ponte las pilas, pienso al salir. Ella cierra de un portazo y desde el otro lado escucho una retahíla de maldiciones bastante impresionante.

Ir a la siguiente página

Report Page