Porno

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70. EN BUGA

Ali se ha portado de miedo, tío, todo hay que decirlo; me ha venido a ver todos los días. Le dijimos al peque que tuve un accidente de automóvil y que el «tío Frank» me había salvado. Ella fue a hablar con Joe, el hermano de Frank, y le dijo que no teníamos ninguna intención de chivarnos de nada. Lo lógico es que no hiciera falta ni decirlo, pero Franco es tan paraca… Le dije a Ali que cogiese el dinero y lo metiese en su cuenta. Es pa ella y pal crío, que se lo gaste como quiera.

Tengo rota la mandíbula, me han puesto unos alambres y no puedo comer nada sólido; tres costillas y la nariz rotas y una fractura de fémur. También tengo magulladuras de consideración y dieciocho puntos en la cabeza. En efecto, es como si hubiera estado en un accidente de coche.

Pronto saldré, y Ali habla de volver a casa. Pero desde luego no quiero que ella y Andy estén a mi alrededor mientras Begbie siga en pie de guerra. Primero tengo que dejar las cosas claras con él. Es un asco, un asco total, pero lo más raro, tío, es que algo aprendí. Ahora estoy como más centrado. Le digo a Ali con mi vocecilla de bobo: «Quiero que vuelvas más que cualquier otra cosa, pero tienes razón. Tengo que ponerme las pilas, empezar a aprender a apañármelas, para hacer cosas por casa y cocinar y todas esas cosas para cuando volváis. Antes me gustaría poder acercarme a veros a ti y al peque, y llevarte a ti a pasar una noche loca y eso».

Ella se ríe y besa mi cara aporreada. «Sería estupendo. Pero no puedes volver solo a casa, Danny, no en este estado».

«Es todo bastante superficial. La verdad, siempre pensé que Franco era un poco mariquita», farfullo a través de la mandíbula con hierros.

Ali tiene que ir a recoger al peque, pero cuando me dan el alta, mi madre y mis hermanas Shauna y Liz están aquí y me llevan a casa. Encienden la chimenea y preparan algo de papeo, y después se disponen a dejarme solo, como un poco a regañadientes y tal. «Esto es ridículo, Danny», dice Liz, «vente a casa con nosotras».

«Claro, hijo, ven conmigo a casa», dice mi madre.

«Nah, estoy bien», les digo. «No os preocupéis».

Se marchan, y resulta ser buena idea, porque aquella noche, más tarde, llaman a la puerta. No pienso abrir ni de coña. «¿Estás ahí, Murphy?», grita el tipo por la rendija del correo. Pese a estar sentado con las luces apagadas, siento cómo esos ojos malignos escrutan el pasillo. «Más vale que no, porque como estés y no vengas a abrir la puta puerta…».

Estoy que me cago, y pienso: ese es Franco. ¿Qué pasaría si abriera la puerta? Pero no se queda ahí mucho tiempo.

Me quedo dormido en la silla porque estaba cómodo, pero después de un rato me voy a la cama tambaleándome y no me levanto hasta la mañana siguiente, cuando vuelven a llamar a la puerta. Pienso que será él, que ha vuelto, pero no. «Spud…, ¿estás ahí?».

Es Curtis. Abro la puerta, medio esperando ver a Begbie con un cuchillo apoyado contra la garganta del pobre gachó. «Eh, qué tal Curtis, tío, estoy, eh, intentando pasar desapercibido un tiempo».

«Es por B-B-Begbie, ¿no? Lo sé, porque Ph-Philip medio anda con él».

«Nah, tío, es por unos tíos chungos a los que les debía pasta. Franco fue el que arregló el tema y tal», le cuento, y él sabe que como embustero no valgo una mierda pero también que miento para protegerle y no meterle en líos. «Oye, he oído que te marchas al Festival de Cine de Cannes. No está mal».

«Ya», me suelta con entusiasmo, «pero recuerda, no es el de verdad, sólo el porno…», añade, pero le deseo buena suerte. Curtis es buen chaval. A ver, que el tío venía a verme regularmente al hospital, ¿sabes? Se lo está pasando como nunca con el rabo ese que tiene, pero no se olvida de sus colegas y para mí eso dice mucho. Hay demasiada gente que olvida de dónde salió, como Sick Boy. Ahora se cree un gran triunfador, pero más vale que no diga nada al respecto, porque a Curtis le cae bien. Aunque menuda vida se pega ahora: tirarse chicas guapas y que le paguen por hacerlo. No es mal negocio, cuando uno lo piensa. A ver, que hay formas peores de ganarse la vida, todo hay que decirlo. Después me suelta: «Venga, tengo buga. Vamos a dar una vuelta. No es chorao ni nada».

Así que vamos conduciendo por la Al hacia Haddington en este buga viejo; yo le digo que corra un poco más y así lo hace, mientras pienso que podría desabrocharme el cinturón y darle un pisotón al freno y salir volando por el parabrisas. Pero con la suerte que tengo, seguro que me quedaba paralítico de por vida o algo así. No sería justo para Curtis, y además quiero ponerme las pilas porque tengo que pensar en Ali y en Andy, o al menos en la posibilidad de volver con ellos. Dostoievski. Chanchullos del seguro. Vaya montón de chorradas.

Llegamos a un pequeño pub campestre que está a pocos kilómetros de Leith, pero que forma parte de otro mundo. Aunque yo esto no lo podría aguantar, tío. A veces lo pienso: los tres en una casita, qué bonito sería, pero luego me doy cuenta de que me aburriría, no con Andy y Ali, sino con la falta general de alicientes y tal.

Le pido prestado el móvil a Curtis y le doy un toque a Rents; quedo para verle por la noche en un pub del Grassmarket. No me imagino a Begbie yendo por el Grassmarket, y desde luego ninguno de los dos queremos ver a Begbie ni de coña, ¿sabes?

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