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42. «… DESGARRO DE PENE…»

Pobre Terry, aquello pintaba pero que muy mal. Llamamos a una ambulancia y le llevaron directamente al hospital, donde le examinaron y le dijeron que había sufrido un desgarro de pene. Era grave, puesto que se lo llevaron directamente de la sala de urgencias a un pabellón. «Si responde bien», dijo el médico, «no debería haber ningún problema. Funcionará perfectamente. No obstante, siempre pueden surgir complicaciones, aunque es un poco pronto para plantearnos la amputación».

«Qué…», dijo Terry, absolutamente aterrado, cayendo en la cuenta de que no cedían plazas de cama a menos que se tratara de una urgencia de verdad.

El médico le miró con gesto grave. «Eso sólo en la peor de las eventualidades, señor Lawson. Pero no puedo dejar de subrayar la gravedad del caso».

«¡Ya sé que es grave! ¡Lo sé, joder! ¡Se trata de mi polla!».

«De modo que tiene que reposar y evitar cualquier esfuerzo. La medicación que le hemos administrado debería impedir que sufra una erección involuntaria mientras los tejidos, con suerte, van recuperándose. Se trata de uno de los peores desgarros que he visto».

«Pero sólo estábamos…».

«Se trata de algo mucho más frecuente de lo que usted cree», le dice el médico.

Suena el móvil de Rab; es Simon. Dice que está muy apesadumbrado, pero evidentemente es más por el problema que supone para la película que por el que pueda suponer para Terry. Incluso a Rab y a mí nos cuesta bromear al respecto. Finalmente, se vuelve hacia mí y dice: «Siempre pensé que la polla de Terry le traería problemas; en el barrio todo el mundo lo decía. ¡Aunque nunca pensamos que sería él el que le trajera problemas a ella!».

Pero no conseguimos encontrarle la gracia a la situación. Gina, Ursula, Craig, Ronnie y Melanie están anonadados de incredulidad, y ahora que la realidad empieza a hacer mella, Mel se siente fatal. «No lo pude evitar…».

«Ha sido un accidente», le digo, acariciándole la espalda. Los beso a todos y me voy a casa, donde les cuento la historia a Lauren y a Dianne. Dianne se lleva una mano a la boca y en la carita de Lauren apenas puede ocultarse el regocijo. Ha preparado una lasaña vegetariana y nos sentamos a comer.

«De modo que eso ha dado al traste con tus planes de hacer cine porno», dice Lauren, sirviéndose una copa de vino blanco.

Casi da lástima bajarle los humos, se la ve tan feliz. «Qué va, cariño, el espectáculo debe continuar».

«Pero…». Lauren parece realmente deshecha por la noticia.

«Simon está decidido, el rodaje seguirá adelante. Encontrará a un sustituto».

Ahora Lauren estalla de ira. «Te están explotando. ¡Cómo puedes hacerlo! ¡Te están utilizando!».

Dianne se mete un tenedor lleno de comida en la boca y me mira con expresión tensa. Traga con fuerza y se encoge de hombros sin alterarse. «Lauren, esto no tiene nada que ver contigo. Haz el favor de tranquilizarte».

Esto empieza a volverme loca. Tengo que conseguir que comprenda su propia neurosis. «Estoy harta de estudiar cine cuando tengo la oportunidad de hacerlo. ¿Por qué te desquicia tanto?».

«¡Es pornografía, Nikki! ¡Te están utilizando!».

Exhalo lentamente. «¿A ti qué te importa? No soy una estúpida, soy yo quien decide».

Me mira con una furia serena y calma en los ojos. «Eres mi amiga. No sé lo que te han hecho pero no pienso dejar que se salgan con la suya. Lo que estás haciendo va en contra de tu propio sexo. ¡Estás contribuyendo a esclavizar y oprimir a las mujeres en todas partes! ¡Dianne, tú te dedicas a estudiarlo! Cuéntaselo», le ruega.

Dianne coge el tenedor de madera y se echa un poco más de ensalada en el plato, «Es un pelín más complicado que eso, Lauren. Voy descubriendo muchas cosas a medida que voy adelantando. No creo que la pornografía de por sí sea el verdadero problema. Creo que reside en nuestra forma de consumir».

«No…, ¡no lo es, porque los que mandan siempre son hombres!».

Dianne hace un gesto de asentimiento, como si Lauren hubiese demostrado tener razón. «Sí, pero probablemente eso sea menos cierto en el negocio del porno que en cualquier otro. ¿Qué me dices de las películas de chicas-con-chicas filmadas por y para mujeres? ¿En qué parte de tu paradigma encajarían?», pregunta.

«Es falsa conciencia», gimotea Lauren.

Estoy demasiado ocupada para debatir, incluso si tuviera ganas. «Eres un muermo, Lauren», le digo, levantándome de la mesa y recogiendo mi bolsa de deporte. «Dejad los platos, chicas, ya los haré yo cuando vuelva», prometo. Ando un pelín escasa de tiempo.

«¿Adónde vas?», pregunta Lauren.

«A casa de mi amiga a practicar unos diálogos», le digo, dejando que la triste y frígida zorrilla se atragante con sus inhibiciones.

Lauren se pone en pie, pero Dianne la agarra de la muñeca y la obliga a sentarse, hablándole como si fuera la cría en la que con toda evidencia se ha convertido. «¡Lauren! ¡Ya está bien! Siéntate y come. ¡Por favor!».

Puedo oír unas voces al marcharme y bajar las escaleras hasta la fría calle. Cojo el autobús hasta casa de Melanie en Wester Hailes. Me cuesta siglos localizar su piso. Cuando llegué allí, ella acababa de acostar a su hijo. Practicamos los diálogos, y después practicamos un poquito de la acción también, y acabé quedándome a pasar la noche.

A la mañana siguiente esperamos a que venga su madre antes de coger el autobús 32 hasta Leith. Para cuando llegamos al pub la fina lluvia que cae nos ha empapado. Los folladores parecen un tanto disgustados y me doy cuenta de que no hay una sola cámara a la vista. En su lugar, hay un hombre alto y enjuto de unos treinta y cinco años, con cabellos rizados, patillas y ojos penetrantes, sentado en una silla.

«Este es Derek Connolly», me explica Simon. «Derek es actor profesional y va a ser nuestro entrenador. Quizá le hayáis visto en la tele haciendo de villano escocés en The Bill, Casualty, Emmerdale o Taggart».[38]

«En realidad, en Taggart hice de abogado», dice Derek a la defensiva.

Empezamos con unos ejercicios de interpretación de roles, y después trabajamos con el guión. Si le frustran nuestros esfuerzos interpretativos, no lo deja traslucir. Hace que me arrepienta de no haber hecho algo más en los grupos de teatro universitario. Todo se aprovecha.

Después, me dirijo al piso de Simon con él y le digo que estuve practicando con Mel. «Tendría que haberla invitado a subir», dice él.

Pero no, lo siento. Lo quiero todo para mí.

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