Play

Play


39

Página 41 de 42

I’m stuck here in this life

I didn’t ask for

Secondhand Serenade, «Something More».

Supe que era Emma incluso antes de abrir. Mi hermano se asomó desde su cuarto y yo le dije que no se preocupara. Solo me había dado tiempo a ponerme un pantalón de chándal y una camiseta blanca cuando llamó.

Abrí la puerta y le pregunté qué quería.

—¿Podemos hablar? Necesito… necesito que me escuches.

—Estoy cansado, Emma —le dije—. Mañana mejor.

Quise cerrar, pero ella me detuvo con la mano.

—Te lo pido por favor.

Suspiré sin ánimos ni fuerzas para enzarzarme en una nueva batalla vital y salí al pasillo. Todo lo que tenía que decir había quedado implícito en la última mirada que le había dedicado antes de separarnos en el barco.

—No espero que me perdones. No tan… pronto, pero intenta comprenderme —me imploró con lágrimas en los ojos—. Cuando os conocí, no vi necesario explicaros quién era mi padre y después… después ya fue demasiado tarde y no encontré el momento oportuno. —Acarició la pared distraída—. Soy del todo consciente del daño que te hemos hecho, que te he hecho, pero intenta ponerte en mi situación…

—Lo hago, pero no es fácil. Creí que estabas de mi lado, pero ahora… Ahora sé que formas parte de todo esto.

—¡Estoy de tu lado! —exclamó—. ¿No me has oído antes? Intenté ayudaros como pude… aunque ya era tarde.

Ella me miró dolida. Estaba esforzándose, pero el abismo que nos separaba se había vuelto insalvable.

—Dime una cosa —dije—: Cuando pasabas tiempo conmigo, ¿era para vigilarme? ¿Para chivarte luego a tu… padre? —La palabra me supo a veneno.

—¡No! Claro que no. —Guardó silencio y acercó su mano a la mía—. Aarón…

—¡Deja de decir Aarón! —exclamé herido, y aparté mi brazo—. Te lo pido por favor. Ya habéis conseguido lo que queríais, tú, tu padre y esta maldita empresa. Me quedo en contra de mi voluntad, pero me quedo.

—¡Yo no quería esto! —rezongó con la voz rota—. No así.

—Ya no importa.

—¡Sí que importa! Lo cambia todo.

Apreté los labios sin lograr contenerme.

—No, Emma. Esto no cambia que me mintieras o que no me contaras lo que pensaban hacer con Leo.

—¡No podía! —exclamó—. Cometí el error de creer que mi trabajo lo justificaría. Que, si hacía lo que me pedían, si solo cumplía órdenes, no sería responsable de las consecuencias. Pero cuando comprendí que no era lo correcto… Aarón, ¡es la empresa de mi padre!

—No hace falta que me lo recuerdes. De verdad, gracias por haberme condenado a la esclavitud en pleno siglo veintiuno.

—No te pases…

—Yo nunca quise todo esto —susurré acercándome a ella—, y tú lo sabías. Yo solo acepté seguir a mi hermano a cambio de poder recuperar a Dalila. Y ahora… ahora todo se ha ido a la mierda.

Sabía que no estaba siendo del todo justo con ella, pero la humillación que sentía convertía todas mis palabras en veneno. Una vez más, habían sido mis sentimientos los que habían terminado hechos trizas.

—Buenas noches, Emma —me despedí abriendo la puerta de nuevo. No lo soportaba más.

—¿Podrás perdonarme? —preguntó ella, las lágrimas corriendo por sus mejillas. Tuve que contener el impulso de secárselas y abrazarla y asegurarle que todo iba a ir bien, que nada nos separaría. Que la quería.

Por el contrario, dije:

—No lo sé… Espero que sí. —Y cerré la puerta.

Me arrastré hasta el suelo con la espalda apoyada en la pared.

Me pregunté si ella habría hecho lo mismo al otro lado.

Tal vez solo había tres centímetros de madera separando nuestra piel, pero me sentía más lejos de Emma que nunca.

¿Es posible perdonar a quien has querido y tanto daño te ha hecho?

¿Volvería a reunir alguna vez la inspiración y las ganas de volver a componer por amor…? Supuse que el tiempo lo diría. No me quedaba más remedio que esperar. Tarde o temprano, las cicatrices terminarían de cerrarse, como había ocurrido siempre.

Hasta entonces, no sabía qué les diría a quienes encontraban en mis letras y melodías una razón para seguir luchando por el amor…

Con este pensamiento, me fui a la cama listo para comenzar a la mañana siguiente una nueva vida. Una nueva vida que ni había escogido, ni quería, pero que sería mía y que, bajo ningún concepto, dejaría que volvieran a arrebatarme.

Los días siguientes no fueron sencillos para ninguno.

Para desgracia de la productora de la película, la prensa apenas dedicó espacio a la ansiada première. Todos los medios alternaban mi perorata con las palabras del señor Gladstone contando nuestro secreto. En palabras de Leo, fue como un nuevo caso de WikiLeaks pero en el mundo de la farándula. Nosotros nos negamos a hacer declaraciones y aguantamos estoicamente lejos de las cámaras sin salir del edificio.

Por suerte, pude escaparme una tarde para despedirme de Oli y David antes de que regresaran a Madrid. Les pedí disculpas por el modo en que les había dejado colgados en la fiesta, aunque ambos entendieron mi comportamiento y solo esperaban que estuviera bien el tiempo que tuviera que quedarme allí. Les aseguré que tan pronto como se calmaran las aguas volvería a invitarlos. Ninguno puso objeción.

No volví a ver a Emma. Me enteré por Sarah que el señor Gladstone la había perdonado a cambio de no volver a confraternizar con ningún otro artista de la empresa, pero que ella se había negado a seguir en Develstar en aquellas condiciones. Al día siguiente, había hecho sus maletas y había regresado a California con sus tíos. No nos despedimos…

Decir que no me dolió habría sido faltar a la verdad. No fui consciente hasta entonces de que aún tenía esperanzas de arreglar la situación antes de que fuera demasiado tarde; de olvidar y volver a empezar de cero. Pero se nos había acabado el tiempo, y yo seguía con el corazón roto, incapaz de comprender su traición, y ella se había marchado, quizá para siempre, sin despedirse. Como hizo Leo en su día.

Nuestro padre se presentó al día siguiente de que se supiera la noticia y, nuestra madre, veinticuatro horas más tarde. Ambos pusieron el grito en el cielo cuando descubrieron las nuevas condiciones de Develstar. Amenazaron con demandarles si no retiraban los cargos contra Leo y me dejaban libre, pero todo fue en vano. Viendo que todo estaba más que perdido de antemano, hice tripas corazón y les aseguré que estaba deseando quedarme, que mi paga sería la misma que había recibido hasta el momento y que todavía me quedaba mucho que aprender. Tras unos minutos más de negativas, comenzaron a ceder. (¿Sería posible que ellos también hubieran aprendido algo de todo aquello? No, si al final tendríamos que mandar una postal de agradecimiento por Navidad a Develstar…).

Revisamos el nuevo contrato con mil ojos. Diecinueve meses parecían un mundo ahora (¿a quién quería engañar?), pero al menos contaba con la ventaja de que los aprovecharía el resto de mi vida. Regresaría con los bolsillos llenos para comenzar la carrera que quisiera (si es que, tras todos los acontecimientos, lograba sacarme el bachillerato y la temida selectividad). Después, ya se vería…

—Cuídate —le dije a mi hermano a las puertas del aeropuerto cuando nos despedimos.

—¿Seguro que estarás bien? —me preguntó él preocupado—. Sabes que puedes llamarme siempre que lo necesites. Y si quieres que venga…

—Leo, todo irá bien —le aseguré intentando parecer sincero.

—Eres un mentiroso malísimo —dijo él con una sonrisa torcida. Después me pasó el brazo por encima de los hombros y se acercó para añadir—: Déjame que te dé un consejo: aprende pronto a ocultar tus verdaderos sentimientos o te comerán vivo.

Después me dió una palmada en la espalda, orgulloso de sí mismo, y sonrió.

—¿Ese es tu gran consejo? —pregunté yo, y negué con la cabeza. Leo siempre sería Leo—. Cuídate —añadí con un nudo en la garganta.

—Tú también, enano —respondió él, y me dio un fuerte abrazo—. Que no puedan contigo.

De vuelta en las oficinas, me dirigí al estudio de grabación donde me esperaba Haru. En cuanto me vio entrar se puso en pie con desasosiego.

—¿Cómo te encuentras? Me enteré de todo por las noticias. ¿Qué tal está Leo?

Al menos alguien se preocupaba por nosotros en aquel edificio. Le aseguré que los dos estábamos muy bien y que empezaba a superar el shock.

—Pero preferiría no hablar del tema —añadí— y trabajar un poco para desconectar.

—Claro —respondió él—. Pero antes, quería hacerte un pequeño regalo. Es una tontería, pero el primer profesor que tuve en el conservatorio me regaló uno a mí y creo que es hora de repetir el gesto con el primer pupilo que he tenido.

—No es necesario que me des nada… —le aseguré mientras él rebuscaba en su maletín.

Cuando se incorporó, tenía en las manos una figura votiva, sin piernas ni brazos y con un rostro pintado sin pupilas en los ojos.

—Es un daruma. Representa a Bodhidharma, el fundador del budismo zen —me explicó cuando me lo entregó—. Tu labor consiste en pintar una de sus pupilas ahora, proponiéndote una meta. La segunda debes dibujársela cuando la alcances, no antes.

Miré el muñeco rojo y al instante supe cuál sería mi objetivo. Sin más dilación, cogí el rotulador negro que había sobre la mesa de mezclas y le dibujé la primera pupila. A mi lado, el señor Zao sonrió.

—Me alegro de que lo tengas tan claro —comentó—. ¿Estás listo para comenzar a trabajar ya?

Asentí, dejé el daruma junto al cristal y sonreí.

—Dale al «Play».

Ir a la siguiente página

Report Page