Planeta

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Cuarta parte » Capítulo 116

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116.

 

 

 

 

Fito recorre el carril bici con los ojos puestos en el tráfico.

 

Sus pensamientos siguen anclados en el mismo desvelo que le ha perseguido las últimas horas. Según Susi no tiene de qué preocuparse, el Enterraor se va a encargar de dejar todo bien atado. El cuerpo del Loco ya estará en un rincón del cementerio, y de alguna forma su suegro se apañará para que puedan escapar de esta pesadilla. De momento, él no puede dejar de mirar a uno y otro lado con el miedo pegado a los huesos. Le han incendiado la casa, ¿qué será lo siguiente? Cada viandante, cada motorista, cada coche que pasa ante sus ojos podría ir en su busca para ajustar cuentas. Y lo peor de todo es que ni siquiera tiene claro qué cuentas son esas.

Ha estado a punto de coger el Golf en lugar de la bicicleta, mucho más expuesta, pero la imagen del Loco en el maletero le ha hecho desechar la idea. Le da que tardará un tiempo en ser capaz de volver a conducir ese coche. Además, con su color naranja brillante es imposible pasar desapercibido. De modo que lleva veinte minutos cubierto con un impermeable dando pedaladas.

Si no fuera por la emergencia que los ha emplazado a todos con la máxima celeridad, hoy no se habría movido del sofá donde ha pasado la noche acurrucado junto a Susi. Ella es más echada para delante, se dio una ducha y se fue a lavar cabezas. Pero Fito no podía dejar de pensar en la suerte del muerto y su paradero, en el sobre, en Josele y en el Matasanos y en el Pulga, y, en medio de todo eso, en su madre metida en un nicho que alguien tapió a todo correr.

Y en un nuevo temor que le está mortificando: el estado de Paco. No se ha preocupado por él desde que el médico los desalojó de su consulta. Josele y él echaron el cuerpo al coche y se fueron pitando hacia la penitenciaría de Sevilla I. ¿Qué fue de Paco? ¿Volvió a casa a dormir tras la noche en vela que pasaron en aquella salita inmunda? Ojalá. El mono ya era patente en cada uno de sus gestos. Sumado a la ansiedad por el fallecimiento del Loco, le habrá sido difícil vencer la tentación. ¿Y si le va con el cuento a Camino? Con Susi y su padre también implicados, ya no puede permitir que eso ocurra. Solo queda la huida hacia delante. Debería ir a verle, asegurarse de que se sujeta bien la lengua.

Un bocinazo le saca de sus reflexiones. Con un respingo, frena la bicicleta y mira hacia su izquierda. Es Pascual desde su coche, detenido en un semáforo.

—Buenos días, subinspector. Te vas a mojar.

—Así se me refrescan las ideas —contesta Fito forzando una sonrisa que es más una mueca extraña. Y luego, la intentona—. Oye, iba para allá pero me ha surgido un imponderable, ¿te adelantas tú y se lo explicas a Camino?

—¿Yo? Ni de coña, no sé qué ha pasado pero está fuera de sí. Nos quiere a todos, sin excusas de ningún tipo. Es lo que ha dicho.

El semáforo cambia a verde y Pascual mete primera.

—Date prisa. Ya te escaparás después.

Mientras ve el coche de Pascual alejarse, Fito maldice para sus adentros y recuerda las palabras de Susi: «Lo importante es aparentar normalidad. Sobre todo, no hagas nada fuera de lo habitual». Ahora toca proteger su propio culo, nadie lo hará por él. Acudirá a la llamada y hará su trabajo lo mejor que pueda. Y cruzará los dedos para que Paco mantenga el pico cerrado.

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