Plan B

Plan B


Capítulo 21

Página 22 de 30

Capítulo 21

Daisy

—La semana que viene tengo hora con el médico.

Estoy tumbada en la cama con Kyle. Tubbs-McGee está en el diván que nadie usa excepto él, lo que me hace preguntarme si no será una cama para gatos sofisticada. Está enfadado porque estamos leyendo en la cama y nos negamos a apagarle la luz, así que ha empezado a hacer ruiditos y a maullar, y ha intentado quitarle el iPad a Kyle con esas patitas tan grandes y peludas. Entonces, como veía que no se saldría con la suya, se ha ido enfurruñado al diván y ahora nos mira como si no se pegara cada tarde una siesta de ocho horas al solecito.

Kyle deja de mirar el iPad y gira la cabeza en mi dirección.

—Si quieres venir… —prosigo—. Si no quieres, no pasa nada. No tienes por qué venir. Será la primera vez con el obstetra / ginecólogo que me recomendó tu primo. Total, solo estoy de dieciséis semanas, no creo que te pierdas nada. No pasa nada si estás ocupado. Ya viniste la otra vez. No te preocupes.

Tomo aire porque lo he dicho todo sin respirar. Creo que me importa más de lo que estoy dispuesta a admitir. Creo que no hacer esto sola también me importa más de lo que admitiría.

—Quiero ir.

—Vale.

Vuelvo a centrarme en mi iPad.

—Si no te importa.

—No, no me importa.

—A lo mejor ya se chupa el pulgar —dice Kyle un segundo más tarde.

—¿Eh? ¿Cómo sabes lo que hace ahí dentro?

Me acaricio la barriga ligeramente abultada. No sé muy bien por qué. No va a salir un genio a concederme deseos o a confirmarme si se chupa el pulgar.

—Me he comprado el libro.

Lo miro atónita. Miro su iPad y de nuevo su cara.

—¿Qué libro?

Qué se puede esperar cuando estás esperando. Me dijiste que me leyera un libro.

—Madre mía.

—¿Qué? Estoy investigando por mi cuenta para no hacerte preguntas tontas.

—Sí, pero en ese libro se explican los cambios vergonzosos que va a sufrir mi cuerpo.

Sonríe con suficiencia. Será cabrón.

—Me lo recomendó Luke. Me dijo que era muy completo.

—Uf. ¿Por qué el buenorro de tu primo tiene que ser ginecólogo? Qué cosa más rara.

—Está casado.

—Que sí, que ya lo sé.

No sé a qué viene eso, pero vale.

—Yo solo te lo digo.

—¿Porque he dicho que está bueno? —pregunto. ¿Está de broma?—. ¿Estás celoso? Tú también estás bueno. Esto no es un concurso. Además, estoy embarazada. No es que esté deseando buscarme pareja.

Sonríe con suficiencia.

—¿No existe la versión masculina del libro ese?

—No lo sé. —Deja el iPad en su mesita de noche y se vuelve hacia mí. Pone una mano encima de la mía—. Quería tener la misma información que tú.

—Con lo empollón que eres, seguro que vas más avanzado que yo.

—Voy por el capítulo nueve.

—¡Nueve! Pero si yo todavía voy por el siete. ¿Para qué te hace falta saber todo eso? Tú lo único que tienes que hacer es dejarme en el hospital, que ya te llamaré yo cuando podamos irnos.

Se acuesta de lado sin apartar la mano. Apoya la cabeza en la otra.

—¿Esperas que te deje en el hospital y vuelva cuando ya hayas parido? ¿Tú estás loca?

—No lo sé. —Me desplomo encima de las almohadas—. Es que voy a pasar muchas horas sudando, empujando y gruñendo. No quiero que nadie me vea así.

—Pero si es como te veo yo siempre: sudando, apretando y gruñendo. —Sonríe. Se le oscurecen los ojos y baja un poco más la mano.

—Madre mía.

Decidme que no ha dicho eso. Me cubro los ojos con las manos.

—No me creo que esperes que me ponga a dar vueltas por la sala de espera como si estuviéramos en un episodio de Yo amo a Lucy mientras tú das a luz a mi hijo o hija.

—Fuiste tú el que sugirió lo del matrimonio concertado como si estuviéramos en los años cincuenta. —Y aprovecho que está callado para añadir—: O lo que sea esto.

—Sí —dice al fin, pero me mete la mano por debajo de la camiseta gigante que me pongo para dormir (que es suya) y me baja las bragas. Supongo que se ha acabado la charla, lo cual está bien porque ay, madre, ha sustituido mis bragas por su lengua. Está tumbado entre mis muslos y me mira directamente a los ojos por encima del vientre hinchado. Me abre con los pulgares y me succiona el clítoris. Madre del amor hermoso.

—¿Sabes qué más era popular en los años cincuenta, Daisy?

¿El autocine? ¿El hula-hop? ¿El cunnilingus? Dios mío, me ha doblado la rodilla y me ha separado más las piernas.

—¿Qué? —pregunto casi sin voz.

—Dormir en camas separadas —dice con una sonrisita preciosa.

—Qué horrible —respondo a duras penas—. Seguro que a esas pobres mujeres nunca les metieron la lengua así como así en sus partes íntimas.

—Mmm, seguramente. Quítate la camiseta.

—¿Por qué siempre soy yo la que acaba desnuda?

—Porque me gusta mirarte. Ahora calla, que tengo que trabajar.

—Admiro tu profesionalidad. Llevo tiempo queriendo decírtelo.

—Mmm —murmura. Pero no se le entiende porque tiene los labios ocupados. Lo curioso es que se le ve muy cómodo haciendo esto. Muy… pero que muy… cómodo. Jadeo y me aferro a las sábanas cuando añade un dedo. Traza un círculo tras otro. Me vacila. Me tortura. Juguetea.

Sube la otra mano despacio, como si no hubiera ninguna prisa y su deber fuera complacerme. Prosigue con su caricia hasta que encuentra un seno y me lo estruja. Estoy temblando. Qué placer. Mi pecho sube y baja pese a que solo estoy recibiendo. Experimentando. Disfrutando.

Sus manos están en constante movimiento. Acarician y tantean allá donde tocan. Su boca tampoco se detiene. Lame, chupa y mordisquea hasta que estoy a punto. Sé que no parará hasta que llegue; acampará entre mis piernas hasta que eso pase y, sinceramente, es liberador no tener que preocuparme por ello. No sentirme obligada a llegar al orgasmo porque se está cansando o porque le duele la mandíbula. Así que me relajo y disfruto de la sensación, cada vez más intensa. Estoy húmeda y pringosa, y Kyle está encantado. Pero, pese a saber lo mucho que le gusta, no puedo evitar sonrojarme un poco cuando oigo lo mojada que estoy.

Y ya está… ya llego.

—Dios.

Arqueo la espalda. Me da miedo ahogarlo, pero estoy temblando y no aguanto más y quiero alejarme, pero Kyle me toma del muslo, por lo que estoy inmóvil y en la gloria durante lo que se me antoja una eternidad.

—Kyle —susurro—. Kyle, Kyle, Kyle. —«Te quiero», me digo a mí misma. En cambio, digo en voz alta—: Me ha gustado. Mucho.

Todavía estoy bajo los efectos del orgasmo, no es momento de declararse. Menos aún cuando tiene los labios húmedos por mis fluidos y se tumba a mi lado. Un buen cunnilingus puede hacer que una mujer pierda el juicio y diga cosas de las que se vaya a arrepentir luego.

Pero en mi vida he estado tan a gusto con alguien mientras me hacía sexo oral como con Kyle. No digo que no me lo hayan hecho bien nunca, pero con él es diferente. Más fácil. Mejor.

Mierda: estoy enamorada de mi marido.

—Desnúdate conmigo. —Tiro de los pantalones de pijama de punto que se pone para dormir e intento bajárselos pese a que mis brazos no son lo bastante largos como para hacer el trabajo sola. Se los bajo lo justo para agarrarle el pene. Me moría de ganas de tocarlo. Sé que me he corrido hace nada, pero quiero más. Quiero sentir su miembro largo y duro dentro de mí. Lo ansío. Mi cuerpo lo anhela, lo desea. Estoy necesitada y vacía. Madre mía, el embarazo me ha vuelto una ninfómana. He leído lo suficiente como para saber que es normal, aunque también he tenido suerte, porque habría sido igual de fácil que me tocara sufrir náuseas todo el día y pasarlo fatal. Pero estoy bien. Más cachonda que en toda mi vida, pero bien—. A mí también me gusta mirar.

Kyle se ríe y se quita los pantalones. Le bajo una mano por el pecho y le vuelvo a agarrar la polla con la otra. Sé que sale a correr un par de veces por semana y, cuando no, hace pesas. Se nota. Yo suelo ir al gimnasio cuando él se va a trabajar, pero lo acompañaría con tal de verlo entrenar. Seguro que disfrutaría más que con las noticias en la tele.

Me besa mientras lo tomo del miembro. Sus labios saben a mí. Es primitivo, obsceno y me encanta.

—Me encanta que fuera como si volvieras a ser virgen cuando te conocí —le digo entre besos.

—Yo no lo describiría así —responde con una sonrisa mientras nos besamos—. Pero si eso te pone, yo encantado.

—Soy muy golosa. Te quiero solo para mí.

Me pregunto si habré sido demasiado sincera, pero no he podido evitarlo. Es la verdad.

—Ya soy tuyo —dice y, por un segundo, no puedo respirar. ¿En serio? ¿De verdad?

Me dispongo a chupársela, pero él me detiene.

—Quiero correrme dentro de ti.

—Perfecto. —Vuelvo arriba y le beso en los labios—. Ya somos dos.

—Móntame. —Me da una palmadita en el muslo—. Así te veo.

—Pervertido.

—Es para ponerme a tu altura —dice, y me guiña un ojo. Es oficial: que me guiñe el ojo en la cama es mi nueva cosa favorita.

Me muerdo el labio y me siento a horcajadas encima de él. Le agarro el pene y me lo meto mientras me mira. Esto es, esto es lo que yo quería notar. Algo empujándome, estirándome, llenándome.

—Eres preciosa —dice a la vez que se le oscurecen los ojos. La tiene como una piedra, así que no dudo que le parezca guapa, pero, igualmente, da gusto oírlo. Pero más que escucharlo, lo que da gusto es verlo. Porque es evidente que me desea, aunque esté insegura sobre todo lo demás entre nosotros.

Me balanceo. Estar tan unidos es increíble. ¿A quién quiero engañar? Todavía no hemos probado una postura que no haya sido una pasada. Me inclino hacia delante para rozarle con el clítoris cada vez que boto. Kyle me chupa un pezón y me da un cachete en el culo. Debo de ser una mujer peculiar porque me voy a correr en menos de cinco minutos, pero me aguanto para que la sensación sea todavía mejor. Entonces, Kyle tantea mi ano con un dedo hasta que me lo mete y ¡joder!

—No, no, no —digo jadeando. Se me cae la cabeza hacia delante y me tenso de arriba abajo.

Kyle para.

—¿Es un no de «para» o un no de «me voy a correr en tu polla»? 

—Lo segundo —consigo decir.

Travieso, me mete más el dedo mientras yo cabalgo encima de él. La tensión aumenta y aumenta. No me creo que vaya a volver a correrme tan pronto, pero así es. Me aferro a su polla y a su dedo entre espasmos. Mi respiración es irregular.

Cuando ya estoy mejor, me incorporo con la intención de hacer que se corra, aunque me vaya la vida en ello, antes de convertirme en una egoísta acumuladora de orgasmos.

Se chupa el pulgar. Observo cómo se pasa la lengua por la yema, estoy fascinada con el mero movimiento. Entonces, me frota el clítoris con ella. Hostia puta, nunca le había visto hacer eso y casi falto a mi compromiso y me corro solo de verlo. Que se humedezca el pulgar y luego me toque con él para que resbale más es… No sé, pero me supera. Me lo introduce y me lo saca, así que me agarro a la mano que no está usando para no caerme y subo y bajo, a la vez que me aprieto a su alrededor con cada golpe. Cuando le falta poco, toma las riendas, me agarra de la cintura y me sube y baja a su ritmo mientras me embiste desde abajo. Acto seguido, se corre y me la mete tres veces más hasta vaciarse del todo. Pero ¡es que yo también me voy a correr!

Completamente satisfecha, me desplomo encima de su pecho. Oigo cómo le late el corazón. Extiendo los dedos en su pecho y saboreo el momento.

—¿Seguirás queriendo hacer esto cuando mi barriga sea del tamaño de Tubbs-McGee?

Le araño con la suavidad de una caricia.

Kyle me pasa los dedos por el pelo. Me dan ganas de ronronear de lo a gusto que estoy.

—He leído que, al parecer, el sexo favorece el parto, y ya que no puedo ayudar con eso, me contentaré con provocarlo.

—Lees demasiado.

Lo miro de reojo, pero no se da cuenta porque sigo con la cara enterrada en su pecho.

—Los estudios de los que disponemos son escasos, pero se cree que las contracciones del útero ayudan a inducir el parto si el cuerpo está listo.

—Qué friki eres.

—Se cree que los espermatozoides contienen unos ácidos grasos que ayudan a suavizar y dilatar el cuello uterino y a provocar las contracciones.

—Te lo estás inventando.

¿Habla en serio? Levanto la cabeza para mirarlo.

—¿De eso habláis tú y tu primo cuando salís a correr?

Mi cara tiene que ser un poema ahora mismo.

—No, ya te lo he dicho, he leído artículos. Y estudios médicos que he encontrado en internet —añade como si fuera lo más normal del mundo—. Pero, si te digo la verdad, los resultados no eran concluyentes, y eso siendo generosos. Lo importante es que no se cree que sea perjudicial, así que si necesitas lo que sea, aquí estoy.

Lo miro de reojo; esta vez sí se da cuenta.

—Punto número uno: no te he preguntado si estarías dispuesto a follarme cuando sea del tamaño del gato más grande que he visto en mi vida; te he preguntado si querrías, que es diferente.

—Pues claro que querré —replica como si yo fuera lerda.

—Punto número dos: lo que tendrías que haber dicho es: «Cariño, tú nunca estarás tan gorda como Tubbs-McGee». De hecho, de cara al futuro, si algún día te pregunto si estoy gorda, la única respuesta válida es «no», y que parezca que estás tan sorprendido por la pregunta que des un respingo o ahogues un grito.

—Venga ya. Yo nunca te llamo «cariño». Y te oye —protesta, y señala el diván en el que al fin duerme Tubbs-McGee pese a la luz de la lámpara y a nuestra sesión de sexo.

—Y punto número tres: qué friki eres, Dios mío.

Le doy con la almohada y me tumbo en mi lado de la cama de cara a la pared. Tomo una nota mental para recordarme quitarle el iPad mientras esté en el trabajo y ver qué otras cosas investiga con tanto afán, pero en mi mente la palabra «investigar» suena a palabrota, y fuerte, además. «Investigando»… Será tonto. ¿Y si quiero follar cuando sea del tamaño de una casa y él me rechaza? No tiene ni idea de lo que tengo que aguantar. Un momento, a lo mejor sí que ha investigado. Miro la pared furiosa e intento razonar conmigo misma porque estoy casi segura de que mi mal humor se debe a las hormonas. No, en serio, ¿y si después de expulsar a un ser humano por la vagina le doy asco? ¿Y si solo se ha casado conmigo porque es don perfecto y nunca, jamás, lo habría hecho de no ser así? ¿Y si Tubbs-McGee odia al bebé?

—No me creo que te vayas a ir a la cama enfadada después de tres orgasmos —dice Kyle en tono jocoso mientras apaga la luz.

—Ponme a prueba.

Suspira.

—No pasa nada. También he leído sobre los cambios de humor…

—Yo te mato.

Surrealista, vamos. Me ha fastidiado hasta el posorgasmo.

Ir a la siguiente página

Report Page