Plan B

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Capítulo 23

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Capítulo 23

Daisy

Juro que he ido a un ritmo normal y razonable. Sin embargo, en menos de diez minutos ya estoy delante de Empresas Kingston.

Vale, sí, he venido corriendo. Al llegar a la esquina de la dieciocho con JFK, paro. Con «paro» no me refiero a que entro en razón y me doy la vuelta; me refiero a que me detengo a tomar aire para no parecer una loca que no puede ni hablar cuando entre en el vestíbulo.

Me estoy recuperando lo más discretamente posible mientras me tranquilizo y repaso mentalmente una vez más lo que ha pasado en la última media hora. Entonces lo veo. Kyle. Sale por la entrada principal y se dirige a grandes zancadas a un coche que lo espera. Al momento, la veo. Margo. Ella le sonríe radiante mientras él le abre la puerta y se mete en el coche. Él hace lo propio y cierra la puerta.

Hostia puta.

La dieciocho es una calle de sentido único y no va en la dirección a la que estoy mirando, por lo que no hace falta que me aparte de forma dramática por si a Kyle se le ocurre mirar hacia arriba el tiempo justo para que pueda verme. No caerá esa breva.

Me quedo en la esquina y veo que el chófer avanza y pone el intermitente para girar a la izquierda.

Pero si nos va muy bien. Esto no tiene ningún sentido. La parte lógica de mi cerebro lo sabe, ¿verdad? ¿O estoy tan acostumbrada a que me traten como a una mierda que les dejo hacer conmigo lo que quieran? ¿Estoy deseando oír su versión de los hechos para demostrar que es inocente? Pero se lo merece, ¿no?

Saco el móvil y le envío un mensaje.

Daisy: ¿Puedes quedar para comer hoy?

Me contesta al momento.

Marido McPadre de mi hijo: No puedo. Estoy en una reunión. ¿Estás en casa? Quédate ahí, iré en cuanto acabe. Tengo que verte.

Parpadeo, atónita. Quizá, si lo hago el tiempo justo, la sarta de mentiras cobra sentido. No está en una reunión. Está en el asiento trasero de una limusina con su ex. Su ex, que le ha enviado mensajitos durante toda la mañana en los que le decía que todavía lo quería.

Lo importante es que Kyle no me ha elegido a mí, sino a Margo. Aunque bueno, ya lo hizo en su momento. Estuvieron juntos hasta que ella le puso los cuernos. Entonces aparecí yo, me dejó embarazada y se casó conmigo por conveniencia. ¿Se estaba conformando con lo que le había deparado la vida cuando con quien de verdad quería estar era con Margo (o con otra que no fuera yo)?

Sé que dije que quería a un buen hombre. Para eso me puse a dieta de penes: para dejar de salir con idiotas y empezar una relación estable. Pero no quería que el tío fuera bueno por defecto. Quería a uno que me eligiera a mí. Que no pudiera vivir sin mí. No que se conformara conmigo.

Vale, sí, quería un cuento de hadas, ¿y qué? ¿No es lo que desea todo el mundo? Nadie sueña con conformarse.

¡Qué coño!

Yo no me estoy conformando; yo estoy enamorada de Kyle. Y si él no siente lo mismo, pues… no me sirve.

Aunque lo que yo desee es irrelevante porque ese «tengo que verte» junto con las mentiras y los dos escapando a yo qué sé dónde no me hace pensar que Kyle esté enamorado de mí.

Me hace pensar que quiere volver con su ex. O algo así. Puede que no sepa a qué conduce esto, pero no es a Kyle y a mí siendo felices y comiendo perdices.

No contesto al mensaje, sino que doy media vuelta y me dirijo a casa a un ritmo mucho más lento y con más pesar en el corazón que en el camino de ida. ¿Serán las hormonas? Esto de cuestionarme a mí misma es una mierda. Y más cuando es sobre algo tan importante y obvio. Vale, volver a su vida como un vendaval y hacerme pasar por su prometida no fue un buen comienzo, pero, a partir de ahí, todo ha ido viento en popa. Más que eso, se lo ha currado como nadie.

Me lleva a algún lugar una vez por semana como mínimo. Se asegura de que mis helados favoritos estén en el congelador. Me acompaña a mis citas con el médico. La otra noche, sin ir más lejos, me masajeó la pantorrilla cuando me dio el peor calambre del mundo en mitad de la noche. Siempre me pregunta qué tal me ha ido el día y nunca me hace pensar que mi trabajo es una chorrada o que importa menos que el suyo, aunque en realidad sea así. Yo trabajo sola; él da empleo a miles y miles de personas. Muchos sueldos dependen de él. Por eso me sorprende tanto que le interese a lo que me dedico.

Me encanta cómo trata a su hermana. Que saque tiempo para ir a desayunar con su abuela todos los meses y que le haga un hueco a su primo. Me encanta que se tome en serio su trabajo y que piense en el futuro.

Pero me ha mentido.

Me vendría bien una barrita de cereales para ahogar las penas. O una bolsa entera de tarrinas de crema de cacahuete. No, el helado con el que me atiborra Kyle no basta. Me voy a comprar una barrita de cereales y unas tarrinas de crema de cacahuete para reflexionar sobre el tema. Voy por Chestnut, así aprovecho y de camino a casa paso por la tienda. Bueno, de camino a casa de Kyle, no a la mía. Uf. ¿Este cambio de humor es por el embarazo o es que soy así? Froto la alianza con el pulgar mientras me fijo en las diferentes barritas de cereales. Tomo un paquete de dos tarrinas de crema de cacahuete y me pongo a la cola. Tengo a alguien delante, así que miro las portadas de las revistas mientras espero. Una Kardashian ha sacado una nueva colección de productos, un especial de las mejor vestidas y un multimillonario va a tener un bebé.

Un momento. Vuelvo a mirar la portada de MoneyWeek porque el que sale es Kyle.

Con un titular en grande que dice: «El director ejecutivo más poderoso de Estados Unidos».

Y otro más pequeño que dice: «Va a ser papá».

No sé qué estoy viendo, pero no me gusta. Me sube un escalofrío de inquietud por la columna, lo que se suma a la sensación general de asco de la última hora.

Saco la revista de su soporte y la dejo en la caja con mis demás artículos, ansiosa por pagar y largarme de aquí para entender lo que ven mis ojos.

Consigo volver al apartamento sin abrir la revista. Más que nada porque leer y caminar a la vez es todavía más difícil con una revista que con un móvil.

La abro en la encimera de la cocina al mismo tiempo que las tarrinas, pero he perdido todo el interés en ella antes de la primera cucharada.

«El soltero más rico de Estados Unidos se ha casado y…».

Vale, un momento. ¿Como que más rico? Anda ya. Seguro que hay un montón de solteros más ricos que Kyle Kingston.

¿No?

Tomo el móvil y busco «patrimonio neto Kyle Kingston». ¿Por qué no habré hecho esto antes? Quizá porque es muy raro. ¿Por qué demonios iba a buscar yo eso? Sé que es rico; su abuelo fundó KINGS, por el amor de Dios. Pero eso es la empresa, ¿no? Seguro que el dinero está metido en la compañía y que él no será el único heredero, y su abuelo todavía vive, así que…

Hostia puta.

Sabía que era rico, no soy tonta. Sabía que era multimillonario.

Pero esto…

Tiene treinta y cuatro mil setecientos millones de dólares. Dejo la tarrina de crema de cacahuete y me llevo la revista al sofá porque necesito sentarme. 

Treinta y cuatro mil setecientos. No concibo un número tan grande. Mil millones de dólares. Por treinta y cuatro. ¿Y si se han equivocado? Total, es Wikipedia. Pero en Forbes pone lo mismo y hay un artículo. Heredó la mitad de la fortuna de su padre cuando murió y, desde entonces, no ha dejado de aumentar. Luego pone algo de que William Kingston dispuso un fideicomiso según el cual la mayor parte de su hacienda se repartiría entre sus dos hijos antes de morir mediante acciones de la empresa. Pero, entonces, el padre de Kyle falleció, y esa herencia temprana acabó en sus manos antes de que cumpliera los treinta años.

Lo que significa que Kerrigan posee más o menos la misma cantidad. Y heredarán más cuando su abuelo muera. Qué macabro es esto, por favor. ¿Y eso que dijo de que Kerrigan necesitaba que la acompañara un chófer a clase? Ahora ya sé qué quiso decir con eso: se refería a un guardaespaldas. Si fuera en otras circunstancias me parecería hasta sexy. «Céntrate, Daisy».

Tiene un tío que es todavía más rico que él: el hijo de William Kingston y padre de Wyatt. Wyatt, que es relativamente pobre porque sus padres aún viven. No obstante, en internet se calcula que tendrá unos dos mil millones de dólares incluso ahora. Pobres niños ricos.

Vuelvo a la revista cuando me suena el móvil. Es Kyle otra vez porque he ignorado su último mensaje. Y voy a hacer lo mismo con este también. Ojeo el artículo. En él se hace referencia a una lista de solteros multimillonarios en la que estuvo el año pasado. Uf. ¿A quién se le ocurren estas cosas? ¿Y por qué no sabía nada de esto? Si fuera actor o músico seguramente sabría más del tema, pero nunca me ha interesado la economía.

«Fuentes cercanas a la pareja nos aseguran que se casaron en secreto…».

¡Uf! ¿Qué fuentes?

«… y que esperan su primer hijo a principios del año que viene».

En serio, ¿qué fuentes? ¿Quieren una ecografía también o qué?

«Se calcula que la criatura vendrá con sus mil millones de dólares bajo el brazo».

¿Qué coño significa eso? Qué tontería, los bebés no tienen patrimonio neto. Supongo que el nuestro heredará el dinero de Kyle, pero no es seguro. ¿Y si Kyle lo dona todo a un refugio de gatitos y deja al niño sin blanca? Que, sinceramente, es lo que tendría que hacer, porque ¿cómo demonios vas a evitar que un niño con todo ese dinero se vuelva un presumido y se crea con derecho a ser un idiota?

«Los términos de un fideicomiso dispuesto previamente por el fundador de KINGS, William Kingston, un secreto familiar celosamente guardado, salen ahora a la luz. El primer nieto de William Kingston heredará mil millones de dólares, pero permanecerán en un fideicomiso hasta que cumpla dieciocho años. Y aquí es donde la cosa se pone interesante: …».

Ya estaba interesada, MoneyWeek. ¿No ves que no tengo ni idea de lo que pasa a mi alrededor?

«… El futuro heredero de Kingston también será accionista de la empresa. Pero quédese tranquilo, no se espera que la criatura participe en las juntas a corto plazo. Su futuro millón de acciones en Empresas Kingston permanecerá en las capaces manos y el control del actual director ejecutivo de KINGS, Kyle Kingston, hasta que el bebé cumpla veinticinco años».

¿Cómo que un millón de acciones? ¿Que el bebé es accionista? Esto es de locos.

«Asimismo, Kingston controlará el derecho a voto del millón de acciones hasta que su heredero cumpla veinticinco años, lo que otorgará a Kingston un control sorprendente, indiscutible e indefinido de Empresas Kingston después de una tediosa batalla con la junta directiva acerca del rumbo que debería tomar la empresa».

Luego habla de lo que eso significa. Un rollo sobre economía, pero lo importante lo he entendido. El bebé es una inversión de futuro para Kyle. Y no solo eso, sino que también le permitirá dar un golpe maestro en los negocios. Han añadido citas suyas en la parte que habla de la empresa, pero parece que son de otra entrevista. Si no he leído mal, no lo entrevistaron para este artículo. A menos que él sea la fuente anónima.

De pronto me siento una incubadora. Una incubadora desinformada.

¿Ha sido todo un montaje? ¿Necesitaba un bebé? ¿Usó un condón caducado a propósito? ¿Y si ni siquiera le hago falta? ¿Y si me deja tirada en cuanto dé a luz y quiere pelearse conmigo por la custodia?

¿Me habré casado con el mayor gilipollas de todos?

Marido McPadre de mi hijo: ¿Dónde estás? Contesta, por favor.

¿Que dónde estoy? Aquí no, desde luego. Tiro la revista y me levanto del sofá. En menos de cinco minutos, ya he metido lo más importante en el equipaje de mano que me traje a Filadelfia. Portátil. Vitaminas prenatales. La mayoría de la ropa se me ha quedado pequeña. Meto dos de mis prendas favoritas y paso de guardar las demás. Ahora agradezco no haber vaciado mi piso, pues, por lo visto, todavía me hace falta.

Me topé con Kyle y me salté la dieta porque era mi criptonita: un idiota buenorro. Y cuando resultó ser mucho más, pensé que había tenido suerte. Pensé que el universo me estaba recompensando por haberme puesto a dieta con la clase de hombre que me propuse encontrar cuando la empecé. Responsable. Decidido a formar una familia. Cariñoso. Bueno en la cama.

Pensé que había encontrado al tío majo que buscaba. Incluso me felicité. ¡La dieta había funcionado! ¡Había valido la pena! ¡Había acabado con el hombre perfecto! Pero no me esforcé, ¿a que no? No salí con hombres con los que tuviera cosas en común como hacen los adultos. No tuve un montón de citas horribles hasta dar con el indicado. Me topé con Kyle, me quedé preñada y pensé que había tenido suerte. Que mi príncipe gilipollas en realidad era mi príncipe azul. Pero no. Es el rey de los gilipollas.

Me despido de Tubbs-McGee y, lo reconozco, lloro. Pienso en llevármelo, pero no creo que sea buena idea. Más que nada porque no sabría ir con un gato de ocho kilos por el aeropuerto o si me dejarían subirlo a bordo.

Salgo por la puerta.

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