Plan B

Plan B


Capítulo 1

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Capítulo 1

Daisy

La primera vez que vi a Kyle Kingston supe que sería un error. Uno que disfrutaría, pero un error, al fin y al cabo. No sabía quién era, ni siquiera cómo se llamaba. No sabía que me rompería el corazón en menos de un día. O que me robaría como un vulgar carterista que debe el pago del alquiler.

No sabía que le daría un giro de ciento ochenta grados a mi vida, pero era consciente de que no era una buena idea.

Eso me consuela porque significa que tengo intuición. Necesito cambiar mi costumbre de acostarme con imbéciles, pero al menos sé que lo son. Algo es algo.

Estaba a dieta de penes cuando lo conocí porque, si eres una chica divertida, los hombres creen que no te importa el compromiso. Consideran que, solo porque no eres de las que lloran, montan un drama y dan ultimátums, pueden irse de rositas haciendo lo justo y necesario.

Estaba harta de que me trataran como si fuera basura. Cansada de los hombres que no se acordaban de llamarme o que no me prestaban atención cuando hablaba. Tíos que querían presumir de chica con los amigos en Nochevieja, pero que olvidaban que existía cuando llegaba San Valentín. Tíos que no recordaban cómo me gusta tomar el café por la mañana o cuál es mi helado favorito. Cosas que no cuesta memorizar si la persona con la que te acuestas te importa, aunque sea un poquito. A los veintiséis ya estaba mayor para esas tonterías.

A los veintipocos debes elegir bien con quién sales o estarás casada con un capullo antes de que te des cuenta y pasarás el resto de tu vida quejándote de que tu marido prefiere jugar al sóftbol a echarte una mano con los niños; o te arruinará por perseguir su sueño de montar un grupo de música; o no durará nada en los trabajos porque las grandes empresas no lo entienden.

No, gracias.

Así que me puse a dieta de penes. Decidí hacerlo durante seis meses. No tengo ni idea de por qué me decanté por ese periodo de tiempo; supongo que me pareció apropiado para darme un respiro. Llevaba cuatro meses cuando conocí a Kyle.

«No lo hagas», me dije. «No lo hagas. No te vas a morir por no saber cómo es ese hombre en la cama. Vete». Porque lo supe antes siquiera de saber su nombre, fui consciente de que no valdría la pena saltarme la dieta por él.

Eso solo merecería hacerlo por alguien con quien fuera a tener un futuro.

Él era la puerta de entrada a más penes. 

Un vistazo a su rabo y volvería a los idiotas que olvidaban mi cumpleaños, cuando lo que yo quería era pasarme a los hombres que se preocupaban por su plan de pensiones y estaban ansiosos por preguntarme qué tal me había ido el día.

En fin, que solo con mirar a Kyle supe que había mandado la dieta al garete.

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