Plan B

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Capítulo 4

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Capítulo 4

Daisy

Me miro en el espejo para asegurarme de que no tengo pintalabios en los dientes o una mancha de desodorante donde no debería. Llevo un vestido negro y mis tacones favoritos. La clase de zapatos que me hicieron ponerme a dieta de penes. El tipo de tacones que a los hombres les gusta tener alrededor de la cintura. Los miro con tristeza, consciente de que el único sitio en el que acabarán esta noche es en mi maleta en cuanto termine el evento.

Me encanta este vestido. Llega hasta los pies y tiene una abertura en el lado izquierdo. La tela brilla un poco y me roza las piernas al andar. Es sexy, pero no enseña demasiado. Unos tirantes finos como espaguetis unen la parte delantera con la de detrás, lo que me deja los brazos y los hombros al descubierto.

Me he hecho un moño bajo. Llevo unos pendientes normalitos y un bolso negro muy sencillo. No tengo nada lo bastante sofisticado para este evento, pero me las he ingeniado. Me he maquillado como corresponde a un evento nocturno; solo con los ojos he tardado diez minutos. Delineador, sombra de ojos y rímel. Mis cejas, del mismo color oscuro que mi pelo, dibujan unos arcos perfectos que me resaltan los ojos azules. Para los labios he usado un tono magenta mate.

Estoy guapa.

Arrugo la nariz mientras me miro al espejo del tocador, pero estar mona le quita importancia al hecho de que voy a colarme en una fiesta para dar con un hombre. Buf, no estoy hecha para el acoso.

Suspiro y guardo la llave de la habitación en el bolso. El bolsito es más que nada para aparentar, porque presentarme solo con la llave del hotel quedaría raro. No estaré tanto tiempo como para que valga la pena llevarme el pintalabios, así que solo llevo la llave del hotel, el móvil, una tarjeta de crédito y dinero en efectivo por si acaso.

Tengo náuseas, lo que es raro porque es de noche y todavía no las he sentido en lo que llevo de embarazo, ni por la mañana ni en cualquier otro momento. Tal vez son los nervios de la confrontación, pero no soy de las que se asustan ante un enfrentamiento. Aunque bueno, nunca he estado en una situación como esta, así que creo que debería cortarme un poco. Respiro hondo y camino al centro de convenciones que hay junto al hotel.

Sonrío. Para cuando salgo del ascensor y cruzo la pasarela de cristal que conecta el Marriott con el centro de convenciones, las náuseas ya han quedado atrás y los nervios están bajo control, pero no dura demasiado.

Mierda. Joder. Mierda.

Están registrando a los invitados en la entrada.

Y hay guardias a cada lado de la puerta.

¿Quién, aparte de mí, querría colarse?

En serio, ¿quién? No me dan ni un respiro. Tiene que ser una broma. Exhalo y tomo una decisión al instante: voy a fingir. Es mi mejor opción. Mi única opción. Además, es menos probable que duden de alguien si lo ven seguro. De verdad. Si actúas con confianza, la gente da por hecho que sabes lo que haces.

Lo tengo. Diré que estoy con Kyle y entraré sin problemas. No suelo actuar tan a lo loco, pero estoy desesperada. Desesperada por encontrar a Kyle y acabar con esto de una vez. Así pues, me dirijo sin vacilar a la mesa que han colocado justo en la puerta que da a la sala de baile. Hay tres mujeres que registran a los invitados y dos guardias de seguridad a ambos lados de la puerta. Estos últimos parecen actores que han colocado ahí más para aparentar que por proteger a los invitados, pero tampoco intentaré huir.

A las mujeres se las ve muy comprometidas con el evento. Autorizadas. Estiradas. Pejigueras. De todas formas, ya no puedo dar media vuelta, así que sigo.

—¿Nombre? —me pregunta una. Aparta la vista de la lista y me mira con aburrimiento. Lleva una placa muy elegante con su nombre grabado. Se llama Margo. Detrás de ella hay una mesa repleta de placas como la suya, lo que significa que no solo tengo que estar en la lista, sino que también debe de haber una placa con mi nombre.

—Daisy Hayden —respondo, aunque sé que no estoy en la lista. Simulo indiferencia de todos modos.

Me echa un vistazo rápido y pasa páginas. Me dice que no estoy.

—Ah, es que soy una acompañante —añado como si el corazón no me fuera a mil por hora debido a los nervios—. Con Kyle Kingston. Es posible que esté con su nombre.

Sonrío con educación, como si me importara poco dónde está mi nombre, como si fuera a entrar sí o sí.

—Dices que has venido con Kyle Kingston —repite, y me mira otra vez. En silencio, le ruego al universo que no lo conozca personalmente o, al menos, no lo bastante como para dejarme en evidencia. No tengo ni idea de si estas mujeres trabajan en la sede corporativa de KINGS o si forman parte del personal del evento.

—Sí —afirmo con todo el desdén del que soy capaz, que ya es mucho decir, porque no llevo en la sangre ser borde, pero es la única forma de conseguir entrar.

—Kyle no trae acompañante —replica Margo, que me mira con claro interés.

—¿Estás segura de que no me ha añadido a la lista? Cuando he hablado con él antes, me ha dicho que se aseguraría de que estaba. —Señalo el montón de papeles con la cabeza, frunzo el ceño y digo—: A lo mejor ha enviado un correo.

—No —contesta sin dejar de mirarme. No se traga lo que le digo. 

—¿No vas a comprobarlo?

La miro fijamente, molesta porque ni siquiera va a fingir que saca el móvil para buscar algo que no existe. Estoy de los nervios, los niveles de adrenalina decrecen y lo único que me apetece es volver a mi habitación y echarme una siesta. ¿Por qué tiene que ser tan difícil?

La mujer resopla como si estuviera acabando con su paciencia. Me preocupa que llame a los tíos de seguridad cuando, de pronto, se fija en mi bolso y me mira con unos ojos que solo puedo describir como desafiantes.

—Ha llegado hace nada. ¿Por qué no lo llamas y le pides que venga a buscarte?

Cierto. Eso tendría sentido, ¿no? Asiento y saco el móvil del bolso. Me vienen muchas ideas de golpe. Está aquí. Está aquí de verdad. Eso acaba de decir, ¿no? Estoy muy cerca, joder. Solo tengo que inventarme algo para entrar, encontrar a Kyle y acabar con esto. La estirada hace un gesto a la persona que tengo detrás para que pase mientras yo aprieto botones a lo tonto y hago como que llamo. Diría que conoce a la mujer porque, en lugar de preguntarle su nombre, hablan muy emocionadas de su reciente compromiso. Mira el anillo embobada y le pregunta si ya han elegido fecha. La chica sonríe radiante y no deja de mover las manos mientras le dice una y otra vez lo romántica que fue la pedida de mano. Qué asco. Seguro que su prometido no le pide dinero. Pero no estoy celosa, que conste.

—No contesta —las interrumpo con la esperanza de que se centre en la otra invitada y me deje pasar por la cara—. Lo habrá puesto en silencio sin querer, ya lo conoces.

—No, la verdad —responde mientras niega con la cabeza y esboza la sonrisa de disculpa más falsa del mundo. 

Nos miramos con gesto desafiante mientras la chica del anillo entra.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta otra de las mujeres que trabajan en el evento. Ha venido hacia nosotras y nos mira con las cejas arqueadas. Su placa indica que se llama Maureen. A juzgar por lo recta que se pone Margo y por cómo le cambia la cara, me da la sensación de que es la jefa.

—Está con Kyle, pero no está en la lista. Y no tiene invitación —la informa Margo, que se encoge de hombros y añade en un tono que parece indicar que me dedico a ahogar gatitos en mi tiempo libre—: Y no consigue contactar con él.

Nota mental: «Añadir “Margo” a la lista de nombres que nunca le pondré a mi hijo o hija».

—¿Estás con Kyle?

—Soy… —me callo. «No digas “la chica a la que ha dejado embarazada”, no lo digas, no lo digas, no lo digas», me repito una y otra vez en la cabeza. Y en lugar de eso, suelto—: Su prometida.

Ay, madre.

Eso es peor. Es mucho, pero mucho peor que «la chica a la que ha dejado embarazada». ¿Por qué lo he dicho? ¿Qué me ha pasado? He perdido la cabeza. Entre la conversación sobre el anillo de compromiso de las otras dos y las hormonas, me he vuelto loca por un momento.

—¡Que estás prometida con Kyle Kingston! —exclama la estirada, cuyo tono ahora rezuma incredulidad.

—Sí —contesto, porque, sinceramente, de perdidos al río. Quiero dar la vuelta y echar a correr, pero estoy paralizada. ¿Y ahora qué hago? ¿Reconozco que buscaba el término apropiado y que, de repente, me ha salido la palabra «prometida»?

A mi lado, alguien se ríe en voz baja. Es una risa masculina y me da la sensación de que está demasiado cerca. Me giro, lista para enfrentarme al entrometido, cuando, para mi sorpresa, veo que sonríe. Con ganas y exhibiendo una dentadura perfecta.

—Wyatt Kingston —se presenta, y me tiende la mano. Cuando se la estrecho añade—: Primo de tu prometido.

Me ruborizo por la mentira que acabo de soltar y también por este hombre tan atractivo. Se parece un poco a Kyle en la mandíbula y en la forma de los ojos, pero Wyatt tiene el pelo rubio y el de su primo es de un marrón parecido al mío. Wyatt lo lleva despeinado y el de Kyle ni se alborota debido a lo corto que lo tiene.

—Daisy Hayden —contesto sin dejar de estrecharle la mano. Muy cercano a Kyle no será si se cree que soy su prometida, pero podré entrar con él.

—Permíteme que te acompañe —se ofrece con una gran sonrisa mientras me pone una mano en la parte baja de la espalda y me guía hacia la puerta.

—No tiene entrada —dice Margo a Wyatt mientras lo fulmina con la mirada. Estos dos tienen algo.

—Margo, ahora no —replica Wyatt con un desdén que jamás sabré imitar.

A continuación, nos movemos.

Margo no nos detiene. Los guardias de seguridad tampoco. Parece que lo único que se necesita para entrar aquí es ir del brazo de un Kingston.

—No imaginaba que lo haría —susurra Wyatt una vez dentro. Lo dice casi para sí mismo, pero lo bastante alto como para que lo escuche.

—¿El qué? —pregunto distraída mientras mis ojos se adaptan a esta luz más tenue.

—Casarse.

—Miedo al compromiso, ¿eh? —añado sin pensar mientras miro bien la sala en la que acabamos de entrar. Trato de memorizar la distribución, y, para ser sincera, las salidas. Este sitio es enorme y está decorado con más gusto que cualquier evento al que haya asistido. Creo que solo en flores se habrán gastado más que muchas bodas al ver lo elaborados que son los arreglos que hay en toda la sala. Parece que estamos en la recepción de un cóctel. Los camareros llevan aperitivos y bebidas. Hay una barra larguísima a la derecha y hasta cinco camareros uniformados que trabajan sin parar. A juzgar por la pared de licores que tienen detrás y las bebidas que sirven en la barra, diría que tienen de todo. Busco a Kyle con la mirada, pero no hay rastro de él.

—Por eso estás aquí, ¿no? —me pregunta Wyatt mientras me evalúa con la mirada. Está empezando a incomodarme—. ¿Cuánto te paga?

Vale, eso no me lo esperaba. Piensa que soy una señorita de compañía. Soy consciente de que era mucho pedir que creyera que era la prometida de Kyle y que, gracias a eso, he entrado, pero sinceramente me molesta que insinúe que soy una señorita de compañía, así de claro.

—¿Perdona?

Retrocedo un paso con los ojos entrecerrados. Aparta la mano de mi espalda, aunque solo para dejarla cerca de mi culo. Entonces sonríe con suficiencia y se guarda la mano en el bolsillo. Me da otro repaso de arriba abajo, tranquilo. Como si tuviera todo el derecho del mundo a hacerlo. Como si esto fuera un juego para él.

—¿Dónde te encontró?

—No sé si es de tu incumbencia, pero nos conocimos en Boston.

«En la acera, pero no porque fuera puta», añado para mis adentros.

—Así que Boston, ¿eh? Es verdad, hizo un viaje. ¿Cuándo…? —Wyatt hace una pausa como para hacer memoria—. ¿Hace dos meses? —Alza las cejas de forma sugerente—. ¡Pues sí que os habéis prometido rápido!

—¿Qué quieres? Si está loco por mí.

Vuelvo a buscar a Kyle para salir de aquí antes de que la noche empeore.

Wyatt sonríe con suficiencia. Estoy casi segura de que no me cae bien. Se fija en mi mano y vuelve a mirarme a los ojos.

—¿Y el anillo?

—Me lo están ajustando. —Imito su gesto. Ya sé por qué no me cae bien. Wyatt es como los tíos con los que salía antes. Un imbécil—. Encantada de conocerte, Wyatt, pero voy a ver si encuentro a mi prometido.

Hago el ademán de alejarme, pero él, más rápido, me pone una mano en la espalda.

—No tan deprisa. Te acompaño. Te ayudaré a orientarte por aquí y, en vista de que Kyle no se ha molestado, te presentaré yo a la familia.

—Lo nuestro ha sido una historia de amor a distancia —digo entre dientes. Este tío está acabando con mi paciencia, así que, en un nuevo intento por librarme de él, añado—: Y creo que sería mejor que me presentara Kyle.

Pasa un camarero y Wyatt toma dos copas de champán. Hace caso omiso de mis intentos por quitármelo de encima y me pone una en la mano. Choca el borde de la suya con la mía a modo de brindis, me dice «bienvenida a la familia» en broma y le da un trago.

Miro la copa que tengo en la mano y busco dónde dejarla… sin éxito. Pues nada, ya la sujeto yo. Suspiro, exasperada.

—¿No bebes en horas de trabajo? Va, que no me chivo. —Wyatt me guiña un ojo. Mira a mi espalda y hace un gesto con la cabeza a alguien—. Eh, Kerrigan. ¿Te has enterado ya del notición? Tu hermano se ha prometido. Deja que te presente a tu futura cuñada. ¡Daisy!

Hago todo lo que puedo para no refunfuñar. Esto se me ha ido de las manos. ¿Su hermana? ¿En serio? Me giro, dispuesta a sonreír y asentir para huir de aquí, cuando alguien me abraza muy fuerte. Me quedo inmóvil. No sé muy bien qué pasa; solo sé que la hermana de Kyle está muy emocionada con este paripé.

Mierda.

—¡Kyle me ha dicho que tenía que contarme una cosa! —exclama y aplaude, contenta. Es una alegría sincera, lo noto enseguida. No hay falsedad en esta chica. Rebosa inocencia e ilusión. Después me fijo en que es joven. Podría ir a la universidad; a primero o segundo, como mucho. Es guapísima. Tiene el pelo largo y oscuro, lleva un vestido claro de gasa que no habrá comprado en las rebajas y tiene unos ojos azules y grandes—. Entonces, Margo me ha dicho que habías entrado con Wyatt y he pensado que me estaba tomando el pelo, pero… —Deja la frase a medias—. ¡Aquí estás! 

—Aquí estoy —confirmo con mucho menos entusiasmo que ella. Es como ser testigo del descarrilamiento de un tren o de los bulos que corren por internet. Solo que yo soy la maquinista y el bulo, lo que es mucho peor.

Es oficial: soy la peor persona del mundo.

Kerrigan es adorable, joven y está muy ilusionada. No tendría que estar metida en esto.

Pasa otro camarero con champán y, antes de que pueda preguntarle si me haría el favor de llevarse mi copa, Kerrigan ha tomado una y el camarero se ha ido. Que conste que involucrarla ha sido un accidente, aunque de los gordos. Yo nunca la habría metido en esto a propósito. Qué caos. No es para nada como había planeado.

—¡Salud! —Sonríe y choca su copa con la mía.

—¿Tienes edad para beber? —le pregunto antes de que dé un sorbo siquiera.

—Jopé —refunfuña. Baja la copa con el ceño fruncido—. Te pareces a Kyle.

Wyatt se ríe por lo bajo y murmura que Kyle debería pagarme más por hacer de niñera o algo así, por lo que no me doy cuenta de que Kerrigan me pone su copa en la mano para ir a buscar unos entremeses. Me ofrece uno, pero ya no sujeto una copa de champán, sino dos. Además, sea lo que sea huele fatal.

—No, gracias.

Retrocedo y vuelvo a buscar una vía de escape tanto para el olor como para el lío en el que me he metido.

—¡A Kyle tampoco le gusta el cangrejo! —exclama Kerrigan como si el hecho de que no nos gusten los aperitivos apestosos nos convirtiera en la pareja perfecta—. Por cierto, ¿dónde está? Normalmente hace de un grano una montaña de arena y es muy sobreprotector. No puedo creer que te haya dejado sola.

—Posesivo y agobiante es la descripción que he oído yo… —puntualiza Wyatt.

—Wyatt, no empieces —lo regaña Kerrigan.

Creo que me estoy perdiendo algo. Cotilleos.

—No te preocupes, yo cuidaré de ella hasta que venga Kyle.

Wyatt se acerca a mí como si fuera mi protector o similar, pero hace que me sienta de todo menos protegida. Tengo la sensación de estar aprisionada y un poco indefensa al no poder usar las manos. El cuello se me está poniendo rojo. Busco un lugar para dejar las copas de champán mientras Wyatt y Kerrigan discuten. Doy un paso atrás y choco con alguien. Mientras me giro para disculparme, esa persona habla.

—Puedo cuidar de ella yo solito, gracias.

Conozco esa voz.

Han pasado diez semanas, pero no la he olvidado. Ronca y un poquito áspera. Ahora no transmite ninguna emoción y desprende seriedad. Sin embargo, mi cuerpo reacciona a ella por instinto, como la memoria muscular. Se me acelera el pulso y, pese a todo, la guarra de mi libido reacciona como si no llevara dentro al hijo de este hombre y deseara poner en práctica todas las formas posibles para que eso pasara.

—Kyle —pronuncio en una exhalación, como si hubiera contenido el aliento durante toda la noche. Siento que llevo así semanas. Desde la última vez que lo vi. Desde que me enteré de que estaba embarazada. Desde que contactar con él resultó casi imposible. El alivio me deja sin fuerzas cuando me doy la vuelta.

—Daisy —responde sin inmutarse.

Yo no diría que siente alivio precisamente.

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