Plan B

Plan B


Capítulo 9

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Capítulo 9

Daisy

—No puedo creer que le hayas dicho a tu familia que nos casamos la semana que viene. La has cagado pero bien.

—Perdone usted —contesta. Parece de todo menos arrepentido. Pulsa el botón de su planta, se apoya en la pared y me mira fijamente a los ojos. Con confianza. Me pone nerviosa que esté tan seguro de sí mismo. Como si lo tuviera todo pensado. No soporto a la gente así—. ¿Tienes que ser tú quien lo anuncie? ¿Acaso eres la única que puede decirle a mi familia que estamos prometidos?

—¡Ya te pedí perdón por eso! Sabes que tuve un buen motivo para hacerlo. ¡Tú no!

Le apunto con el dedo mientras hablo. Se lo clavaría de no ser porque creo que me haría más daño yo que a él.

—¿Yo no?

—¡No! —¿Por qué está tan tranquilo?—. ¿Por qué alargas esto?

—¿Qué querías que hiciera? Gracias a tu numerito de anoche, toda mi familia cree que estamos prometidos. Gigi ha sido la última en enterarse y era obvio que Kerrigan se lo iba a contar. El daño ya está hecho —dice, y se encoge de hombros como si estuviéramos manteniendo una conversación de lo más normal.

—¡No hacía falta que empeoraras las cosas!

—¿Que yo he empeorado las cosas? Tú eres la que ha hecho una interpretación de Óscar, mentirosilla.

—¡No me quedaba otra! —espeto, y salgo del ascensor—. Encima que te he hecho quedar bien.

—¿«Más dulce que el helado»? —repite en tono monocorde mientras abre la puerta. Me mira por el rabillo del ojo un buen rato y sonríe de oreja a oreja con suficiencia.

Me arden las mejillas. Vale, me avergonzaré toda la vida de haber dicho eso. Pero no pienso admitirlo delante de Kyle.

—Te he hecho un favor: has parecido romántico y todo.

—Buen trabajo.

La verdad es que su tono es algo sarcástico, así que no creo que pensemos lo mismo de la historia de la pedida, pero está en todo su derecho de equivocarse.

Una vez dentro, Kyle va directo al comedor, y yo voy tras él.

—Siéntate —me dice, y señala la silla que ha sacado para mí como si estuviéramos en una cita o algo así—. Vamos a negociar.

Me siento. Él preside la mesa a mi lado, así que estamos juntos y, a la vez, cara a cara.

—¿Sobre qué? —pregunto para quitarle hierro al asunto, puesto que él no dice nada—. Ya te he dicho que no quiero nada.

—Yo sí.

Pues venga. Espero sin quitarle el ojo de encima.

—El caso es que tengo una familia tradicional, una junta directiva a la que informar y una hermana pequeña muy impresionable.

—Tiene dieciocho años.

Pobre Kerrigan. Su hermano todavía piensa que es un bebé.

—Estás embarazada. Tenemos que casarnos.

—¿Perdona? —Estoy segura de que casi se me salen los ojos de las órbitas—. ¿Cómo dices?

El corazón se me acelera y, por una vez, no se debe a que tenga pensamientos obscenos con él o a que esté mareada o enfadada. No puede hablar en serio.

—Casémonos.

—No. No, no, no. —Niego con la cabeza mientras hablo—. No. Es que ni de broma.

—¿Se te ocurre algo mejor?

—¿Algo mejor que fingir ser tu esposa? ¿Estás loco? Pero loco en plan perturbado mental.

—¿Debo recordarte que esto lo empezaste tú?

—¿Hace falta que te recuerde que es imposible contactar contigo y que me has dejado embarazada?

—Vale. —Se recuesta, se cruza de brazos y pone cara de póquer—. Pues ¿cuál es tu plan? Va, te escucho. ¿Cómo te las vas a apañar sola? Tu trabajo no es compatible con criar a un niño.

Por un momento, me sorprende que recuerde con qué me gano la vida. Y que le haya dado tantas vueltas al tema en las dieciséis horas que ha tenido para hacerse a la idea.

—Mi plan —contesto mientras me cruzo de brazos para imitarlo y me pongo recta— es dimitir a finales de semana. En cuanto se acabe el último tour.

—¿Tienes un tour esta semana?

Parece confundido, y con razón.

—Bueno, sí. —No le doy importancia y me deslizo un poco en el asiento—. Pero he mandado a mi hermana en mi lugar. Somos gemelas. Idénticas.

Descruza los brazos y se lleva una mano a la cara. Mi insensatez lo hace suspirar. O, al menos, eso creo. Vale, esta parte del plan no es muy buena que digamos.

—Relájate. No hacemos esto todos los días. Mi hermana es una santa. Solo ha sido esta vez. La pillé en un momento de bajón y yo tenía un problema de horario, así que le he pedido que vaya en mi lugar. Era un buen plan.

—¿El problema de horario era yo? —pregunta con las cejas arqueadas.

Eh… Vale, supongo que desde su punto de vista no debe de sonar muy bien, pero, sinceramente, no pensé que se interesara por mis planes, por lo que no estaba preparada para venderle la moto.

—Además, tengo que asistir a un congreso esta semana.

—Veo que dominas la organización. Mi hijo está en buenas manos.

Lo mando a la mierda con la mirada. Lo he cuidado yo solita durante diez semanas. Vale, es del tamaño de una frambuesa y durante las primeras semanas ni siquiera sabía que estaba ahí, pero, aun así. Soy más capaz de lo que la gente cree.

—Así que tu plan es dimitir —repite, y me hace un gesto con la mano para que continúe.

—No te necesito, ¿sabes? Me va muy bien con el blog. Ha sido mi principal fuente de ingresos en los últimos dos años. He trabajado de guía turística porque era la forma más práctica de pagarme los viajes y hacer crecer el blog, pero ya estoy bien. Tengo la vida hecha. Me voy a centrar en eso. Estoy bien.

Lo último lo digo de mal humor porque parece estar interrogándome sobre las decisiones más importantes de mi vida y no he venido aquí a eso.

—Y te vas a centrar en tu blog de viajes. ¿Con un bebé?

—Sí. Solo tendré que compaginarlo con las horas de sueño del bebé.

Me mira como si fuera un experto en bebés y yo no tuviera ni idea de dónde me estoy metiendo. Vale, es posible que se me haya ido un poco la cabeza, pero no entiendo su actitud.

—Me llevaré al bebé conmigo —añado por si tenía alguna duda—. He creado otro blog sobre viajar con niños. He investigado y parece que ganaré el doble con el segundo blog. Los millennials van a todos lados con sus hijos.

—¿Como los vagabundos?

No le ha hecho gracia.

—¿Vagabundos? ¿Qué tienes, ochenta y siete años?

Se queda callado un momento y me mira como si fuera un rompecabezas por resolver mientras se acaricia la barbilla igual que un profesor ya entrado en años. Qué pesadilla.

Pero qué bueno está. Eso también es una pesadilla.

—¿Y qué piensa tu familia de todo esto? —pregunta tras darse cuenta de que no tengo nada más que decir.

—Todavía no lo saben —confieso.

—¿Por? ¿Ni siquiera se lo has contado a tu hermana? ¿A tu hermana gemela idéntica? Imagino que debéis de estar muy unidas, así que ¿por qué no has compartido esto con ella?

—No es asunto tuyo.

Volvemos a mirarnos fijamente.

—Organizarte —repite despacio. A saber en qué estará pensando.

—Mejor eso que fingir que estamos casados.

—Siendo justos, sería un matrimonio real. Legalmente hablando.

—¿Te has vuelto loco? ¿Te gusta ese rollo victoriano en que los reyes se casaban porque habían dejado embarazada a una mujer? Noticia de última hora, Kyle: estamos en el siglo xxi y soy una mujer adulta. No tenemos por qué hacer esto. ¿No tengo ni tu número y me hablas de matrimonio de conveniencia?

—Sí —dice, firme y tranquilo. Una simple palabra—. Sí, debemos hacerlo. Quiero que ese niño lleve mi apellido. Has dejado claro que no me necesitas, pero yo a ti sí. Eres la madre del bebé, por lo que vas en el lote. Quiero implicarme. Y quiero un heredero legal. Y para eso necesito una esposa. Y creo que a ti también te iría bien casarte.

—¿Y eso por qué?

—Parecerías… comprometida con tu familia. Si estuvieras casada. Asentada.

—¿Este matrimonio concertado incluye sexo? ¿Me vas a pedir que me tumbe, me abra de piernas y piense en Inglaterra cada vez que te apetezca?

Me mira durante cinco segundos y se echa a reír.

—No creo que nada de lo que hemos hecho juntos te haya hecho pensar en otra cosa que no fuera gritar mi nombre.

—Ahí le has dado —concuerdo. Me encojo de hombros con aire despreocupado porque estaba de broma. Creo. A ver, me intriga lo del sexo, pero lo de Inglaterra no iba en serio.

Contemplo Filadelfia mientras pienso.

—Tengo que asistir a un congreso esta semana.

—No voy a retenerte aquí ni espero que renuncies a todo por mí. Solo quiero que te mudes. Quiero que vengas a vivir conmigo. Aquí.

—Vaya.

—Y te daré mi número. Hasta te puedo incluir en mi tarifa, si quieres.

—Ya tengo tarifa. Te lo he dicho: no estoy arruinada. O indefensa. Puedo apañármelas…

—Sola —acaba por mí—. Lo sé.

Nos miramos durante otra larga pausa preñada de significado. ¿Lo pilláis?

—Si quieres hacer algo útil, añádeme a tu cuenta de Netflix. He usado la de mi ex desde que estaba en la universidad. No creo que sea apropiado seguir haciéndolo, visto lo visto. 

—Vale —responde Kyle, que pone los ojos en blanco al conocer el hecho de que uso una cuenta que no es mía. O, al menos, creo que eso es lo que le molesta. Además, estoy casi segura de que era de sus padres, no suya. O eso, o Kyle ha tenido una reacción propia de cavernícolas por haberme inseminado. Pero preocuparse por un pringado con el que salí mientras estaba en la universidad es una pérdida de tiempo.

—Ni siquiera sabes si es tuyo. Ni siquiera nos conocemos. No sabes nada de mí.

—Nos haremos una prueba de ADN. Conozco a un tío.

—¿Que conoces a un tío? Pero ¿tú te oyes? ¿A cuántas habrás dejado embarazadas para tener a un tío de confianza que hace pruebas de paternidad?

—Solo a ti. Pero tranquila, es mi primo.

—Eso no me tranquiliza en lo más mínimo. —Dejo caer la cabeza sobre la mesa—. Es posible que este sea el peor plan que se haya urdido jamás. En serio. Y mira que nadie me gana a la hora de idear planes malos.

—Ten fe, Daisy. Se me da de maravilla hacer planes.

Gruño y miro la mesa.

—No tenemos nada en común —protesto.

—Tenemos algo muy importante en común que nos acompañará el resto de nuestras vidas.

Bueno, en eso tiene razón.

—Tenemos química. Sabes que sí.

Soy consciente. Así es como se creó lo que tenemos en común.

—Recuerda los tiempos en los que te gustaba —añade.

—No es que ahora me disgustes —digo a la mesa. Levanto la cabeza y lo fulmino con la mirada—. Pero eso no significa que me gustes, que lo sepas.

—Vale —conviene, como si gustarnos fuera irrelevante—. Pero tú piensa en ello.

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