Plan B

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Capítulo 16

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Capítulo 16

Daisy

¿No os ha pasado alguna vez que decidís hacer algo y, aunque sabéis que es lo correcto, también sois conscientes de que el resto de la gente os va a tachar de locos? Y entonces, cuando toca contarlo, ¿no podéis? Queréis, os morís de ganas, pero la cosa se ha desmadrado tanto que no podéis gritarlo a los cuatro vientos y le dais vueltas y más vueltas en vuestra cabeza porque no podéis compartir esa información.

«Me he casado con Kyle».

«Me he casado».

«¡Sorpresa, me he casado!».

Es lo que tengo que decirle a mi hermana, y lo haré. Quiero hacerlo, de verdad. Más que nada; pero, a la vez, me siento un poco culpable por fugarme sin ella. Sé que la definición de «fugarse» es precisamente huir en secreto para casarse, y que soy adulta y tengo todo el derecho del mundo a hacerlo. Pero es mi hermana gemela y se me va a hacer raro contárselo.

Eso sí, lo del embarazo me lo reservo para otro día.

Kyle y yo nos hemos fugado. Tomamos un avión a Las Vegas el viernes por la noche, nos casamos antes del mediodía del sábado y volvimos a Filadelfia el domingo por la noche. Y sí, he firmado un acuerdo prematrimonial.

¿Os parece poco romántico? Pues no fue así. Fue increíble. Todo el fin de semana los dos solos. Nos casamos, llamamos al servicio de habitaciones y… ya sabéis.

Hablamos. Hemos pasado el fin de semana hablando.

Que no, que es broma. Lo hemos pasado follando como conejos. Y hablando. Mi flamante esposo me tiene enamoradita perdida.

Me estoy pillando. Pero mucho, lo cual es una estupidez por mi parte. ¿Verdad que no habría que entregar el corazón tan a la ligera? Tendría que haber un tiempo de espera. Un sistema de controles y equilibrios. Una lista de pros y contras.

Pero el corazón no funciona así. Se lanza de lleno a lo que le haga dar un vuelco sin pensar en la lógica o en las consecuencias. O en la posibilidad de acabar roto en mil pedazos.

El corazón es ansioso, iluso e ingenuo. Los corazones prosperan con la amnesia en una batalla constante con la razón, que se acuerda de todo y se muere de ganas de recordarle lo que se siente cuando te lo rompen y te decepcionan. Se muere de ganas de recordarle que Kyle ya te dejó en una ocasión, y que no le costó nada. Se muere de ganas de recordarle que no lo conoces tanto como crees, aunque la mezcla de vuestros ADN esté creciendo en tu interior.

Pero lo primero es lo primero. Tengo que decirle a Violet que me he casado. Pensará que me he vuelto loca, pero es mi decisión y creo que es lo correcto.

—Justo iba a llamarte yo ahora —dice tras contestar al teléfono.

—¡Conexión de gemelas! ¡Te he ganado!

—Por tres segundos, ya ves.

—¿Estás en casa?

Con «casa» me refiero a la mía, que es donde ha vivido últimamente. El tour se acabó hace poco.

—Sí. Estoy en tu sofá bebiéndome tu gaseosa.

—Me alegro. ¿El resto del tour ha ido bien? ¿Has sobrevivido? ¿No me odias por mandarte a ti?

Me estoy enrollando. A ver, claro que quiero saber cómo le ha ido el resto del tour y asegurarme de que no está enfadada conmigo, pero eso no quita que me esté yendo por las ramas. Repaso las palabras en mi cabeza: «Vas a alucinar: ¡me he fugado con Kyle!».

Tubbs elige justo ese momento para subirse al sofá. Le rasco detrás de las orejas mientras se tumba a mi lado y me toca el muslo con las patas delanteras. Los gatos son más comprensivos de lo que la gente cree. Este, por ejemplo, es como una manta enorme y peluda.

—Sí, he sobrevivido. Puede que me haya venido bien y todo.

—¿Tanto te costaba reconocerlo?

Ahora no divago; me regodeo. Sabía que mandarla en mi lugar era buena idea. Solo le hacía falta un empujoncito. ¿Veis como sí tengo buenas ideas? Encima conoció al buenorro ese con acento británico y ha salido del bache. ¡Soy un genio!

—Un poquito. ¿Y tú qué? ¿Qué tal con tu amienemigo?

«Nos hemos casado. Nos hemos casado. Nos hemos casado».

—¿Por? —digo para eludir la pregunta. Me estoy asustando—. ¿Qué has oído?

—¿Qué he oído de qué? —replica Violet como si se me hubiera ido la cabeza—. ¿Acaso mamá me iba a poner al corriente de tu vida sexual?

—Ja, ja. No, supongo que no. —Buah, que también se lo tengo que contar a mis padres. Me pregunto si habrá un tiempo para decir que te has fugado. No esperarán que se lo cuente a la primera de cambio, ¿no? Es que si no ¿para qué vas a hacer el esfuerzo de no invitar a nadie a tu boda si a los dos días se lo vas a contar a todo el mundo? ¿Verdad?—. ¿Y tú qué tal con tu churri? ¿Os habéis fugado para casaros? No me enfadaría de ser así. Yo solo lo digo. No viene a cuento, pero para que lo sepas.

Pues claro que viene a cuento. Qué fantasía si Violet también se hubiera fugado esta semana. Porque entonces solo tendría que decir: «¡Conexión de gemelas! ¡Yo también!», y ya está.

—Mmm… No —responde ella con otro tono—. No, no nos hemos fugado, no.

Mierda, parece que vaya a llorar. ¿Qué coño ha pasado? Si la última vez que hablamos estaba coladita por él.

—¿Qué ha pasado?

—No sé. Se fue sin más.

«Te entiendo».

—¿Cómo que se fue sin más? Explícate.

—Pasó de mí la última noche del tour. No vino a la última cena con el grupo y no volví a saber de él. No me había prometido nada tampoco, pero pensé… Pensé que teníamos algo, ¿sabes? Algo serio.

Vamos que si lo sé.

—Envíale un correo —propongo—. Tienes su contacto en la hoja del itinerario. Todavía puedes contactar con él.

«Mírame a mí».

—¡Que le den! —explota Violet de repente, superindignada—. Le dejé una nota en la recepción para que supiera que era un cretino.

—No te creo. 

—¡Pues créetelo!

Se ha animado un poco con lo de la nota.

—¿En serio escribiste «cretino» en vez de «gilipollas»?

No puede ser más mona… ¿Cómo no va a quererla alguien?

—Sí. Cretino.

—¡Cretino!

Nos echamos a reír, pero entonces se pone seria.

—Ojalá no me hubiera pillado por él. Si solo hubiera sido sexo y un acento británico precioso, a lo mejor no dolería tanto. Pero parecía el inicio de una bonita historia. De algo serio. Y ni siquiera llegué a decirle que no era tú.

—Es verdad, todavía cree que te llamas Daisy.

Vale, eso es raro.

—Sí. Pero ¿sabes qué es lo gracioso? Que parecía que lo sabía, porque casi nunca me llamaba Daisy. Me dijo que no me pegaba llamarme Daisy y yo me ofendí un montón. Entiendes, ¿no?

—No, no lo entiendo.

No lo entiendo porque yo me llamo Daisy y hasta ahora me ha ido bien con ese nombre.

—Es que siempre te he visto como la hermana divertida. Y pensaba que si mamá me hubiera llamado Daisy a mí y a ti Violet, la divertida habría sido yo.

Vaya.

Bueno, yo soy la divertida, en eso no se equivoca.

Pero ella es la buena. Y eso es lo que le digo.

—Yo creo que tú estabas destinada a ser Violet y yo a ser Daisy. Mamá ya podría haberme llamado Mildred, que me habría metido en líos igual. Y a ti ya podrían haberte puesto nombre de stripper, que habrías sido una estudiante de matrícula igual. No siempre se puede luchar contra el destino. Ojalá me pareciera un poco más a ti.

—Y yo a ti. Quizá por eso seamos gemelas, para sacar a la otra de su zona de confort.

Asiento, aunque no me vea.

—¿Y cómo te llamaba si no era Daisy?

—Amor —dice, y suspira—. Siempre me llamaba «amor». Y sé que es supertípico de ellos, pero a mí me encantaba.

—Te entiendo.

—¿Y cuándo vuelves?

Mierda. Ahora no es el momento de decirle que me he casado por sorpresa, no cuando acaba de contarme que le han roto el corazón. Acaricio a Tubbs mientras pienso qué decirle. No creo que «ahora vivo en Filadelfia» sea la mejor manera de romper el hielo.

—Estoy considerando nuevas opciones, así que va para largo. ¡La buena noticia es que puedes quedarte en mi casa el tiempo que quieras! Por cierto, ¿qué tal lo de buscar trabajo? ¿Has visto ya alguno que te interese?

Me muerdo el labio con la esperanza de que eso le valga como respuesta. Tubbs y yo nos miramos mientras esperamos a que Violet conteste.

—Pues sí. —Hace una pausa muy larga y me pregunto si tendré que sonsacárselo o si seguirá intentando que confiese. Al fin dice—: Tengo una entrevista en Londres.

—¿Londres? ¿Londres, Inglaterra? ¡Eso está al otro lado del océano!

Hora de entrar en pánico. ¡No quiero que se vaya a Londres! No es que no podamos estar la una sin la otra ni nada de eso. Cuando íbamos a la universidad, estábamos cada una en una punta del país, pero ¿otro continente? ¿Y si la necesito?

Pero un momento. ¿No era eso lo que quería? ¿Que Violet viviese su vida y no se preocupara por mí? ¿No le he ocultado el embarazo a propósito para que encontrara un trabajo, se mudara y no renunciara a todo para cuidarme?

Sí.

Y sigo queriendo eso para ella.

—Háblame de Londres —la insto mientras me recuerdo que no habrá más de siete horas de diferencia horaria entre Filadelfia y Londres. Además, mi marido es rico, así que puedo permitirme un vuelo internacional. Vale, acabo de parecer una cazafortunas, pero lo que digo es que no me necesita para pagar la hipoteca. Ni siquiera estoy segura de que tenga hipoteca.

El contrato prematrimonial lo deja bien claro. ¿La manutención? Kyle. ¿Los gastos del niño? Kyle. ¿Los gastos médicos? Kyle. ¿Los viajes familiares? Kyle. Lo que no me deja mucho que pagar, así que si me apetece gastarme el sueldo en billetes de avión para visitar a Violet, lo haré.

Si nos divorciamos, no me quedaré con una de sus tiendas, eso ya os lo digo. Cobraré tres millones de dólares por año de matrimonio. Tres malditos millones. Por. Año. Y eso mientras sigamos casados. Kyle me dijo que es para que tenga acceso a mis propios fondos. Hay sumas más cuantiosas por década, pero quedaría feo decirlas.

Le dije que no quería el dinero, que me hacía sentir sucia, como si esto no fuera más que una transacción. Kyle me dijo que si firmaba un contrato prematrimonial con el que no estaba de acuerdo, este carecería de validez en un juicio, y que así estábamos protegidos los dos. También me dijo que quizá algún día cambiaría de idea, pero que si no lo hacía, siempre podía dejar el dinero en una bolsa de lona y marcharme.

Creo que bromeaba, pero está bien pensado.

Asimismo, me explicó que es una garantía para que no me pase nada si no quiero seguir con él, y que debería pedir más. Estaba un poco incómodo, y me pregunté si todo este asunto no era tan raro para él como para mí. Imaginad poseer tanto dinero que tenéis que saber de antemano cuánto le daréis a vuestra pareja en caso de ruptura porque si no lo hacéis, os empezarán a llover las demandas.

Es raro.

Puse abajo que Kyle no se llevaría la mitad de lo que ganara con el blog ni la mitad de mi Honda Civic. Sonrió, pero aceptó.

Total, que puedo permitirme ir a Londres. Así que si esto es lo que Violet quiere, la apoyaré.

Vuelvo a desvariar. Solo ha dicho que va a hacer una entrevista y ya me la he imaginado mudándose allí y a mí visitándola muchas veces.

—Trabajaría para Sutton International —dice. Así se llama la empresa matriz de la compañía de turismo de la que he dimitido hace poco—. En sus oficinas de Londres. Está en diseño y desarrollo, por lo que, si me lo dan, trabajaría para el equipo que restaura y rediseña los hoteles que operan en el mercado europeo.

—¡Perfecto para ti!

Más que perfecto. Es el trabajo de sus sueños. Le encantan los edificios antiguos, el diseño y la cultura inglesa.

—La semana que viene tengo una entrevista por aquí —me cuenta Violet—. Es una empresa importante. Encajaría bien y ganaría más que antes.

—Pero no es Londres —acabo yo por ella.

—No es Londres —dice, y suspira, de acuerdo conmigo—. Es que no sé, Londres es muy caro. ¿De verdad podría irme a vivir sola? ¿A otro país? Qué locura. El trabajo de aquí es la opción más segura. La opción más lógica.

—Violet, escúchame. ¿Me estás escuchando?

—Sí.

—A la mierda la seguridad. Vas a ir a Londres a que te hagan la entrevista. Y si te dan el trabajo, lo aceptarás. Ya pensarás luego qué hacer, como siempre. Y si no sale bien, yo estaré aquí para consolarte. Encontrarás una casa. Un pisito en algún sitio que te costará una pasta, pero te dará igual porque estarás en Londres y vivirás la vida que siempre has deseado.

—¿Te imaginas? Qué pasada.

Violet también se ha puesto a fantasear y sé que se imagina dando largos paseos por aceras de adoquines irregulares mientras contempla edificios antiguos. Si ella es feliz, yo también lo soy.

—Jennings vive en Londres —dice Violet tras una pausa—. Me llamaron para hacer la entrevista cuando todavía pensaba que teníamos algo, y ahora que sé que no es así, se me quitan las ganas de ir.

—¡Que le jodan!

—Eso hice yo —replica Violet sin una pizca de ironía—. He ahí el problema.

—Te quiero. Eres mi macarrón.

—Y yo a ti. Eres mi queso.

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