Plan B

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Capítulo 19

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Capítulo 19

En cuanto Tomsson Black cobró el cheque de Barbara, se desplazó hasta Harlem y alquiló entera la primera planta de un nuevo edificio de oficinas en la calle 125. Mientras se dotaban los siete despachos de lo último en equipamiento, hizo que en todas las puertas que daban al pasillo y en las ventanas que miraban a la calle 125 inscribieran la leyenda:

Black for blacks, Inc.

Presidente: T. Black.

A continuación, proveyó las oficinas con un personal formado por jóvenes hombres y mujeres negros, todos con edades inferiores a treinta años. Tan pronto como se hubo instalado, los negros de Harlem acudieron en masa a expresar su apoyo. No debido a la naturaleza de su negocio, pues ninguno de ellos sabía exactamente en qué consistía, sino simplemente porque era un gran hombre de aspecto impresionante, un hombre distinguido con un innegable aire de seguridad en sí mismo. Porque era sociable y educado, se sentía como en casa entre negros y aceptaba que se le acercase cualquiera; porque había sido encarcelado y condenado a cadena perpetua por violar a una mujer blanca pero no había dejado que ello le destruyera. Porque después de sólo tres años de prisión, se encontraba de regreso entre su propia gente, rico, decidido y obviamente poderoso.

Muchos de ellos lo admiraban debido a que aún recordaban su pasado revolucionario y que su doctrina siempre había sido «muerte a los blanquitos». Pero iban a verlo sobre todo porque era negro, tan negro como se podía ser, negro como cualquiera de ellos, y hasta su nombre era «Negro».

En el personal de oficina de Tomsson Black no había nadie que no fuese negro, joven y agradable. Sabía que no estaba siendo justo con los negros de piel clara y los mulatos, pero quería estar rodeado de gente joven que fuese tan negra como él. Era parte de su plan. Puede que con tiempo y trabajo pudiese llegar a emplear a negros de piel clara. De hecho, si sus planes se desarrollaban como estaba previsto, sería algo inevitable. Pero quería comenzar con los más negros de los negros. Los jóvenes de su oficina podrían haber ganado un concurso de belleza negra.

Sentían un respeto especial por él, y también lo amaban y admiraban. Lo consideraban tan guapo y seguro de sí mismo que estaban ansiosos por complacerlo. Para él, aquello era lo más importante.

Todos ellos habían pasado por la universidad. Algunos habían asistido a colegios para negros del Sur, otros a colleges y universidades del Norte. Había varios muchachos que habían ido a la Universidad de Columbia, y varias muchachas que habían ido al Hunter College, y otros tantos de ambos sexos que habían ido al City College. Pero él no mostraba favoritismo alguno.

Al principio los puso a trabajar investigando todos los estudios documentados sobre la industria cárnica de los Estados Unidos; su nacimiento y desarrollo, su funcionamiento y gestión, sus productos y derivados, sus residuos y beneficios. Aquellos jóvenes lo amaban, admiraban y respetaban, pero pensaron que se había vuelto majara.

Cuando les dio su siguiente encargo, quedaron convencidos de ello. Este consistió en el estudio de todos los procesos conocidos para recuperar tierras pantanosas, en el estudio y la copia de todas las leyes del estado de Alabama relativas a la propiedad de la tierra, los títulos de propiedad y los impuestos; de las leyes federales que demarcaban las aguas territoriales y recogían los usos y el control de dichas aguas en relación con los derechos de explotación pesquera y mineral, y las regulaciones aplicables a la navegación.

Tras examinar lo que hallaron, los puso a elaborar un documento de proyecto para la construcción y el funcionamiento de una granja porcina y planta de envasado que utilizara todas las técnicas modernas para la reproducción y cría de cerdos, el procesado y envasado de productos cárnicos y derivados procedentes de estos animales y la distribución de tales productos a todos los rincones de los Estados Unidos. Debían de incluir la construcción de los edificios, el tipo de equipamiento necesario y su coste, y la clase de transporte requerido. El documento debía de basarse en el supuesto de que para su funcionamiento se emplearía a cien mil personas. Para entonces comenzaron a preguntarse qué tendría en mente, pero ninguno se atrevió a preguntar.

Una vez preparado el documento y mimeografiadas quinientas copias, envió una por correo a cada uno de los líderes negros de los EE. UU., independientemente de su afiliación y creencias políticas y de sus opiniones sobre el camino correcto para el progreso de los negros y sobre los demás líderes y los blancos. Le explicó a cada uno que aquel proyecto no tenía fines lucrativos, y que su único propósito sería dar trabajo a indigentes negros a fin de sacarlos de las listas del paro y alejarlos de otras formas de caridad blanca.

Sin esperar sus respuestas, salió para Mobile, Alabama, y consultó el registro del condado de títulos de propiedad para averiguar quién era el dueño de la vieja finca Harrison. Como había esperado, el lugar estaba intestado y durante muchos años había estado en venta por cincuenta centavos el acre como abono de los impuestos atrasados. Pagó dos mil quinientos dólares en efectivo e hizo que expidieran el título de propiedad a nombre de George Washington Lincoln, su antiguo nombre.

Un montón de paletos blancos del Sur empleados en las demás oficinas del juzgado, que conocían el lugar y su reputación, acudieron en tropel para ver al «negro imbécil del Norte» que tenía dos mil quinientos dólares que tirar a la basura. Este ni siquiera les dio la satisfacción de oír su «lenguaje norteño». Guardó en silencio su título de propiedad y se fue a pie hasta la estación del tren donde cogió uno al norte de regreso a Harlem. Ni siquiera se tomó el tiempo de ir a echar un vistazo a la finca Harrison, la cual nunca había visto.

Le esperaban respuestas de la mayoría de los líderes negros a los que había mandado copias de su documento. Todas expresaban entusiasmo por el proyecto que iba a dar trabajo a cien mil indigentes negros, pero la mayoría contenía recelos en lo concerniente a sus motivos e intenciones. No contestó a ninguna de ellas.

Su siguiente paso fue contactar con una compañía de ingenieros blancos del centro de Manhattan y contratar un equipo de diez topógrafos y dos ingenieros, a los que envió a Mobile con instrucciones de levantar un plano de la vieja finca Harrison y señalar sus límites. A los dos ingenieros se les solicitó que hicieran una evaluación de la viabilidad y el coste de limpiar y recuperar la tierra pantanosa y de construir un muelle a lo largo de la linde contigua a la bahía de Mobile y una carretera que llevase del muelle a la linde contraria.

Fueron a cumplir su encargo equipados con parafernalia para la jungla, incluyendo botas y trajes resistentes a las mordeduras de serpiente y otros venenos; armas para protegerse de los jabalíes, pumas, osos y otras bestias salvajes de afilados dientes; antitóxicos, lociones y máscaras antimosquitos y toda clase adicional de protección y medicación que consideraron necesaria para una expedición a la jungla. La única contingencia que no anticiparon fueron los inquisitivos paletos locales que acudieron en masa para observarlos y meterse por medio mientras llevaban a cabo su trabajo.

Los topógrafos señalaron los límites de la finca con postes de hormigón cada cien metros y los ingenieros estimaron que costaría en torno a quinientos mil dólares recuperar la tierra y construir un muelle y las carreteras que Tomsson Black había propuesto. Como todos los demás en la compañía de ingeniería, creían que este último era el representante de una organización de negros que deseaba construir una urbanización para segregacionistas de su raza.

Pero no iba a tardar mucho en desilusionarlos. Cuando volvieron de su misión, Tomsson Black presentó su documento de proyecto a la compañía y solicitó una estimación del coste total de construir una granja porcina y una planta de envasado con instalaciones de transporte, además de desbrozar el terreno y crear las carreteras. No hace falta decir que los viejos blancos que dirigían la compañía se quedaron pasmados por la naturaleza y el alcance de su plan. De todos modos, le dieron una estimación honesta de que haría falta un mínimo de un millón de dólares para producir y poner a la venta el primer paquete de jamón curado.

Tras incorporar esa estimación al documento, Tomsson Black dio a su proyecto el nombre de «Chitterlings, Inc.» y lo envió a la Hull Foundation junto con una exposición de su propuesta de emplear a indigentes negros, con objeto de solicitar una ayuda económica por valor de un millón de dólares.

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