Pinochet

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Tercera parte. LA SOMBRA DEL DICTADOR » 15. Un soldado sin honor

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El magistrado Sergio Muñoz retiró el fuero a Pinochet por los delitos de adulteración de la declaración de bienes, declaración de impuestos intencionadamente incompleta y falsificación de pasaportes, que utilizó para abrir las cuentas bancarias en el extranjero. El 10 de agosto de 2005, procesó a Lucía Hiriart, quien quedó detenida en el Hospital Militar, y a Marco Antonio Pinochet por complicidad.

Precisamente en aquellas semanas, en concreto el 13 de julio de 2005, el Senado aprobó las reformas constitucionales que derogaron casi todos los «enclaves autoritarios», parte esencial del legado institucional de la dictadura: fin de los senadores designados y vitalicios; anulación del principio que convertía a las Fuerzas Armadas en «garantes» de la institucionalidad; recuperación por el presidente de la República de la facultad de llamar a retiro a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas; sensible reducción de las atribuciones del Consejo de Seguridad Nacional —que desde entonces ya solo puede ser convocado por el presidente de la República— y aumento de la capacidad de fiscalización de la Cámara de Diputados sobre el gobierno. [58]

En octubre de aquel año, el juez Sergio Muñoz fue apartado de la investigación por el gobierno al designarle miembro de la Corte Suprema y fue reemplazado por Carlos Cerda, uno de los pocos jueces que se atrevió a investigar los crímenes durante la dictadura: en 1986 indagó acerca de la actuación del denominado Comando Conjunto, integrado esencialmente por oficiales de la Fuerza Aérea.

En aquel momento, el sumario ya acumulaba cien tomos y decenas de miles de páginas.

Entre el 8 y el 17 de noviembre de 2005, Carlos Cerda interrogó al dictador en cuatro ocasiones en sesiones de tres horas. Conocemos el contenido de la del 10 de noviembre. El magistrado le preguntó por sus cuentas en el extranjero, en bancos de Nueva York, Bahamas o Miami y por algunas de las propiedades que adquirió en Chile. «No me acuerdo», «no podría decirle yo»... fueron sus respuestas. Ni siquiera decía reconocer su firma en los documentos que se le mostraban. «Son tantos años que me llevan pegando que ya se me ha olvidado todo porque la memoria me está fallando; si a usted el otro día lo reconozco que estuvo aquí, pero no sé qué hablamos los dos. Es un papel muy doloroso, pero parece que yo no quisiera, magistrado, entregarle todo lo que pudiera, pero no tengo nada, no me acuerdo nada de nada, porque se me olvida.» [59]

Días después, Cerda procesó a Pinochet por la utilización y falsificación de pasaportes, la adulteración de instrumento público, la declaración maliciosa de bienes y delitos tributarios. El 23 de noviembre de 2005, dos días antes de cumplir 90 años, quedó con arresto domiciliario. La defensa, a cargo de Pablo Rodríguez, apeló la resolución y la Corte de Apelaciones resolvió desechar dos de los cuatro ilícitos. [60]

El 23 de enero de 2006, el juez procesó a la esposa e hijos de Pinochet como autores de declaraciones maliciosamente incompletas, omisión de rentas y pasaportes falsos. Lucía Pinochet protagonizó un episodio bochornoso cuando no se presentó ante la justicia y huyó a Estados Unidos, donde llegó a solicitar el estatuto de refugiada, aunque finalmente regresó a Chile. Pinochet, Lucía Hiriart y sus hijos fueron fichados en esta causa judicial. [61]

A lo largo de 2006, su defensa hizo todo lo posible por dilatar el procedimiento e incluso logró inhabilitar temporalmente al juez Cerda, aunque este consiguió concluir las investigaciones sobre la utilización de pasaportes y la evasión de capitales y estaba a punto de dictar condena cuando falleció. Varias ramificaciones de aquella causa judicial continúan en la actualidad y han llevado al cierre de CEMA-Chile y la devolución de su ingente patrimonio al Estado.

Una arista especialmente interesante de toda esta larga investigación judicial conduce a la biblioteca privada de Pinochet, cuyo origen los abogados querellantes solicitaron que se investigara. El dictador gustaba de mostrarla con orgullo a periodistas y visitantes. Contenía sobre todo libros de historia, geografía y geopolítica, materias en las que se preciaba de poseer conocimientos profundos... En septiembre de 1984, una redactora de La Nación, Viviana Agruña, le preguntó cómo la había formado: «Ello se remonta a los inicios de mi carrera militar. En esa época se nos exigía a todos los oficiales tener una serie de textos relacionados con nuestras labores: Código de Justicia Militar, Reglamento de disciplina, reglamentos sobre diversos periodos de instrucción, El arte de mandar, de André Gavet, entre otros. Además, era obligación tener obras de cultura general que se obtenían comprando un libro mensual cuyos autores o títulos quedaban al criterio del comandante del batallón. Con todos estos textos formábamos lo que entonces se llamaba Biblioteca del Oficial. El cumplimiento de estas exigencias se comprobaba en las visitas que, cada cierto tiempo, se efectuaban a los oficiales en sus habitaciones». Como los sueldos no eran muy elevados, acostumbraba a comprar en librerías de viejo, como las de la popular calle San Diego de Santiago, los textos que necesitaría para el semestre siguiente. «En esta forma nació mi biblioteca, la que me ha acompañado en mi carrera por diversos lugares, obligándome en los traslados a dejarla almacenada por largos periodos.» Recordó incluso que en Ecuador adquirió muchas obras de historia, geografía y política internacional y tuvo contacto con el Instituto de Cultura Hispánica franquista, que le proporcionó numerosos textos. [62]

En el ocaso de su vida, la mayor parte de su biblioteca estaba en su casa de Los Boldos y sumaba miles de volúmenes de una colección que, en su mejor momento, llegó a los cincuenta y cinco mil libros, marcados con su exlibris. Los peritos designados por el juez Cerda en enero de 2006, después de casi cuatrocientas horas de trabajo, determinaron su valor: dos millones ochocientos cuarenta mil dólares. [63] En su declaración de bienes de septiembre de 1973 declaró que el valor de su biblioteca era de setecientos cincuenta mil escudos, que correspondían a algo más de seis millones de pesos en 2006, es decir, unos doce mil dólares.

Entre las joyas bibliográficas que reunió destacan una primera edición de la Histórica relación del Reyno de Chile (1646) de Alonso de Ovalle, sendos ejemplares de La Araucana del siglo XVIII, una parte de la biblioteca privada del presidente José Manuel Balmaceda y una carta original de Bernardo O’Higgins. O un ejemplar de una biografía de Franco dedicada a él por Manuel Fraga. Tampoco podía faltar Operación siglo XX, el libro que Patricia Verdugo y Carmen Hertz escribieron acerca de aquella emboscada en el Cajón del Maipo...

«No es cierto y, si fuese cierto, no me acuerdo»

Al cumplir 65 años en 2005, el juez Juan Guzmán se acogió a la jubilación y la Corte Suprema designó al juez Víctor Montiglio para investigar las principales causas de derechos humanos. El 14 de noviembre de aquel año, a once días de cumplir 90 años, Montiglio interrogó a Pinochet en su casa de La Dehesa durante casi tres horas. Le explicó que estaba tramitando varios procesos criminales por hechos ocurridos entre fines de septiembre de 1973 y fines de 1975, en los que se investigaba la existencia de detenciones ilegales, secuestros calificados y homicidios calificados y le exhortó a decir la verdad y a responder de manera clara y precisa a sus preguntas.

Con verdadera paciencia le formuló sus preguntas y se encontró con un discurso monocorde en las respuestas. Le cuestionó si la Junta de Gobierno prohibió y consideró asociaciones ilícitas penadas criminalmente al PC, PS y otras organizaciones marxistas. «Tiene que haber sido así, no me acuerdo de nada.» Le interrogó de manera muy concreta, con varias preguntas, acerca de la creación de la DINA, su relación con Manuel Contreras y la acción represiva de este organismo y las torturas sistemáticas a los detenidos en centros como Londres 38, José Domingo Cañas o Villa Grimaldi. «No me acuerdo de nada», fue la respuesta más usual.

Asimismo, le preguntó sobre si él, como comandante en jefe del Ejército, ejerció «el mando de la guerra antisubversiva» y si «le correspondía decidir en forma exclusiva si se procedía a la detención, privación de libertad, liberación o eliminación de los opositores, conforme a las propuestas efectuadas por el director de la DINA, pudiendo ser su destino, en caso que se haya dispuesto su eliminación, una fosa común o clandestina o eran arrojados al mar con ayuda del personal del Comando Aéreo del Ejército». «No me acuerdo de nada. Pero hay documentos firmados donde se prohibía eso, yo tenía otras actividades, no me podía dedicar a estas cosas. Yo tenía mil actividades, el país tenía mil problemas, este país estaba quebrado, tenía que buscar la forma de sacar el país hacia arriba. No podía preocuparme de esos detalles. La gente cuando se ve con problemas...»

Y le cuestionó por la denominada Operación Retiro de Televisores, puesta en marcha a fines de 1978, por una orden expresa suya, después el hallazgo de Lonquén. «Efectividad que frente a la posibilidad de que fueren encontrados los cadáveres sepultados en las fosas clandestinas, dispuso la exhumación de los restos y que posteriormente fueran arrojados en bolsas al mar», le preguntó Montiglio. «No tuve idea. No me acuerdo de nada de esas cosas, porque habría costado el puesto del que estaba a cargo y de los oficiales si se hubieran metido en cosas así. Yo di disposiciones exactas para evitar estos excesos...» También le interrogó acerca de si él, como presidente de la Junta y más tarde como presidente de la República, fue el «jefe directo de la DINA». La respuesta de Pinochet fue, ciertamente, «memorable»: «No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto y, si fuese cierto, no me acuerdo». A petición del juez, también se pronunció sobre si «lamenta las muertes que se produjeron durante su gobierno». «Lamento y sufro por estas pérdidas. Pero Dios hace las cosas, él me perdonará, si me excedí en alguna, que no creo.» [64]

Y la muerte venció a la justicia...

Así lo señaló Mario Benedetti cuando conoció el fallecimiento de Pinochet, al lamentar que no llegara a ser condenado por los tribunales.

Al final de sus días, Augusto Pinochet vivió entre su casa de La Dehesa y su parcela de Los Boldos, rodeado de su familia y un grupo de médicos y militares. Un numeroso aparato de seguridad, proporcionado por el Ejército, y un gran número de personal le seguían tratando como si fuera el presidente de la República. La derecha política, el alto mando del Ejército y el empresariado se habían alejado de él. Su alimentación estaba controlada de manera muy estricta y pasaba cada vez más tiempo en cama. Su mirada fría, que en el pasado atemorizó a sus colaboradores, dejó paso a unos ojos cansados, propios de un anciano de 91 años, como se apreció en la que fue su última aparición pública el 25 de noviembre de 2006. [65] Aquel día, su esposa leyó la que fue su última declaración en vida: «Asumo la responsabilidad política de todo lo obrado en la conducción de aquello que no tuvo otro norte que engrandecer a Chile y evitar su desintegración». «Hoy y cerca del final de mis días, quiero manifestar que no guardo rencor a nadie, que amo a mi patria por encima de todo.» «Todos los vejámenes, persecuciones e injusticias que me afectan a mí y a mi familia los ofrezco gustoso en aras de la armonía y la paz que debe reinar entre los chilenos.» Desde luego, sus últimos cumpleaños ya no fueron las celebraciones masivas que se organizaron hasta 1997. Y, además, en sus últimos años sus cinco hijos se enzarzaron en sucesivas disputas familiares. [66]

El domingo 10 de diciembre de 2006 amaneció con mejor estado de salud en la habitación del Hospital Militar donde estaba ingresado desde hacía varios días e incluso los médicos hablaron de darle el alta y trasladarle a Los Boldos para favorecer su recuperación. Recibió las visitas del diputado Iván Moreira y del general retirado Luis Cortes Villa, director ejecutivo de su Fundación, y a las puertas del hospital había ya decenas de partidarios que vitorearon a Lucía Hiriart cuando llegó a la una de la tarde. Hacia la una y media, Pinochet sufrió una repentina descompensación que los médicos no pudieron revertir en la sala de cuidados intensivos. «Lucy...» fue la última palabra que atinó a pronunciar antes de expirar a las dos y cuarto de la tarde. [67]

Chile volvió a paralizarse, por última vez, por Pinochet. Desde que se conoció la noticia, se desencadenó un torrente de declaraciones y opiniones. Aproximadamente cuatro mil personas se concentraron ante el Hospital Militar para vitorearle y algunos de los reunidos agredieron a un repartidor de pizza porque confundieron la bandera roja de su empresa con una enseña comunista. [68]

Mientras tanto, en la plaza Italia más de cinco mil personas festejaban la muerte del exdictador al grito de «Ya cayó». The Clinic publicó los testimonios de varias personas que ese día acudieron al corazón de la capital chilena. «Desde que tengo 8 años que prendo la radio para saber si se murió Pinochet. Y ahora estoy feliz. Pinochet me cagó mi juventud. Me acuerdo cuando se llevaron presos a mis papás...», señaló el actor Rodrigo Muñoz. «Hoy disfruto de la alegría más grande, porque le abrieron las puertas del infierno a este desgraciado. Fui exonerada y aparezco en la Comisión Valech», afirmó Delia Rodríguez. «Esto es una fiesta a nivel mundial, porque muchos chilenos tuvimos que partir en un exilio gigantesco. Yo tuve que irme a Bélgica...», dijo Rubén Riveros. «Este es mi homenaje al Presidente Allende, en quien yo creía. Aquí honro su memoria. La justicia se truncó, la muerte de Pinochet se llevó miles de historias, pero aun así nunca hubiese podido pagar por todo el dolor que provocó», indicó Ester Montecinos. [69]

De inmediato, la presidenta Michelle Bachelet, que llevaba ocho meses en La Moneda, comunicó al comandante en jefe del Ejército, el general Óscar Izurieta, que no iba a decretar duelo nacional, que todos los rituales con motivo de su funeral quedaban en manos del Ejército y que la ministra de Defensa, Vivianne Blanlot, representaría al Ejecutivo en la misa que tendría lugar en la Escuela Militar el 12 de diciembre. [70]

Augusto Pinochet murió procesado por crímenes contra la humanidad y bajo detención domiciliaria por los casos Caravana de la Muerte, Operación Colombo y Villa Grimaldi y desaforado por el asesinato del químico de la DINA Eugenio Berríos y la desaparición del sacerdote valenciano Antonio Llidó. Además, en diciembre de 2006 el número de querellas criminales presentadas contra él en Chile se aproximaba ya a las trescientas. [71] En cuanto al caso Riggs, estaba procesado por declaración maliciosa de impuestos y uso de pasaportes falsos.

El 11 de diciembre, la vida transcurrió con normalidad en Chile mientras el cadáver del exdictador, vestido con su uniforme de gala, en un ataúd semidescubierto donde colocaron su banda presidencial y una réplica de la espada de O’Higgins, era velado en el vestíbulo central de la Escuela Militar, por donde desfilaron alrededor de cuarenta mil personas según Carabineros. [72] Algunos jóvenes se cuadraron ante él y extendieron el brazo, emulando el saludo fascista. Francisco Cuadrado Prats, nieto del general Carlos Prats y de Sofía Cuthbert, hizo toda la fila, esperó su turno y al estar frente al féretro escupió sobre el cristal que cubría su rostro.

El 12 de diciembre, cuatro mil personas asistieron al funeral en la Escuela Militar y la ministra de Defensa, Vivianne Blanlot (vestida de blanco), aguantó estoicamente los insultos. Ocho personas tomaron la palabra. «Es el padre de la modernización de Chile», aseguró el exministro Carlos Cáceres. «Sembró la llama de la libertad un día de septiembre de 1973», afirmó su primogénita, Lucía. «Era uno de los líderes más prominentes de su época a nivel mundial, un hombre que derrotó en plena Guerra Fría al modelo marxista que pretendía imponer su modelo totalitario no mediante el voto, sino más bien derechamente por el medio armado», aseguró el capitán de Ejército Augusto Pinochet Molina, vestido de uniforme, el único de sus nietos que siguió la carrera militar, quien fue muy aplaudido también cuando criticó a los jueces que le habían procesado en los últimos años de su vida. [73] Cerró las intervenciones el comandante en jefe, el general Óscar Izurieta, quien se refirió a los crímenes de la dictadura y fue pifiado por ello: «La situación de los derechos humanos constituye uno de los aspectos más controvertidos de su gestión».

Al terminar el funeral, el ataúd fue subido a un helicóptero y llevado a Concón, donde fue incinerado en el crematorio del cementerio Parque del Mar. Pinochet rechazó ser inhumado en el mausoleo familiar del Cementerio General, donde reposan sus padres y sus suegros, y pidió que sus cenizas se depositaran bajo una lápida de mármol en la capilla de su parcela de Los Boldos. Como escribió en aquellos días Mónica González, su prontuario le condenó a no tener una tumba donde le pusieran flores o se reunieran para recordarle, como sí sucede ante el Memorial que evoca a los detenidos desaparecidos y los ejecutados políticos o ante las tumbas de Salvador Allende, Víctor Jara, Orlando Letelier o Miguel Enríquez. [74]

El 13 de diciembre, el Ejército expulsó de sus filas a Augusto Pinochet Molina. «Un oficial, saltándose la línea de mando, sin autorización para hablar, irrumpió expresando opiniones políticas en contra de un poder del Estado y de sectores de la sociedad civil. Esto constituye una falta gravísima», expresó la presidenta Bachelet. [75]

Como hiciera Francisco Franco en 1975, el 24 de diciembre se dio a conocer su mensaje póstumo «a mis compatriotas», consagrado enteramente a justificar, ya por última vez pero con sus argumentos de siempre, el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y la actuación de su régimen. [76] En pocos lugares hubo actos en memoria de Pinochet. El 1 de enero de 2007, en la iglesia madrileña de San Fermín de los Navarros se celebró una misa en su memoria, en la que tomó la palabra uno de los «dinosaurios» del fascismo español, Blas Piñar, quien leyó un texto: «Ejemplo de valor y de patriotismo, amigo entrañable de España y católico practicante, Augusto Pinochet merecía que así se destacase de modo explícito, cuando las ofensas de que ha sido objeto han pretendido enlodar su figura...». [77]

En 2014, la biblioteca de la Academia de Guerra dejó de denominarse Biblioteca Presidente Augusto Pinochet Ugarte y se despojó de su nombre a la medalla que la Escuela Militar otorga anualmente al oficial graduado de esta institución con una mayor antigüedad familiar en el Ejército: la Medalla comandante en jefe del Ejército, capitán general Augusto Pinochet Ugarte pasó a denominarse Medalla comandante en jefe del Ejército. Asimismo, a diferencia de René Schneider y Carlos Prats, ninguna unidad del Ejército de Chile lleva su nombre. [78]

Días después de su fallecimiento, Juan Guzmán, el primer juez que le interrogó y procesó en Chile por los crímenes de sus subordinados, aseguró que fue «una persona que no cumplió con su deber». «No fue un militar consecuente con su juramento.» [79] Por esa razón, y a pesar de los esfuerzos de sus nuevos y más recientes panegiristas, Augusto Pinochet será recordado como un soldado sin honor.

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