Perfecta

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Capítulo 22

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Capítulo 22

—¡Estamos perdidos! ¡Estoy segura de que nos hemos perdido! ¿Adónde vamos, por amor de Dios? ¿Qué puede haber allá arriba, aparte de un campamento de explotación forestal desierto? —La voz de Julie temblaba de tensión nerviosa mientras trataba de ver algo a través de la nieve que caía sobre el parabrisas.

Acababan de abandonar la ruta para tomar un camino inclinado que trepaba la montaña en una interminable serie de curvas cerradas, curvas que la hubieran puesto nerviosa en verano; en ese momento, con la nieve resbaladiza y la mala visibilidad que complicaban las cosas, esa subida ponía los pelos de punta. Y justo cuando ella pensaba que era imposible que el camino empeorara, doblaron por un sendero serpenteante tan angosto que las ramas de los pinos que lo flanqueaban cepillaban los costados del coche.

—Ya sé que estás cansada —dijo Zack—. Si no creyera que en cuanto se te presentara la ocasión tratarías de saltar del coche, habría manejado yo para que pudieras descansar.

Desde ese beso, casi doce horas antes, él la trataba con una cálida cortesía que a Julie le resultaba mucho más alarmante que su anterior furia, porque no podía desprenderse de la sensación de que Zack había alterado sus planes... y el uso que intentaba hacer de ella. El resultado fue que Julie respondía a todos sus agradables esfuerzos por iniciar una conversación con comentarios agudos y punzantes que la hacían sentir una arpía. Y también lo culpaba a él por eso.

Ignorando las palabras de Zack, se encogió de hombros con frialdad.

—Según el mapa y las indicaciones, vamos en dirección correcta, pero no había ninguna indicación sobre un camino que subiera en línea recta. ¡Éste es un coche, no un avión!

Benedict le alcanzó una gaseosa que habían comprado en una estación de servicio, donde también cargaron gasolina y él la volvió a escoltar al baño. Lo mismo que la vez anterior, le impidió cerrar la puerta con llave e inspeccionó el baño antes de que se fueran, para ver si no había dejado alguna nota. Cuando le alcanzó la gaseosa sin responder a sus quejas por las traicioneras condiciones del camino, Julie decidió guardar silencio. En otras circunstancias, le habría fascinado el panorama majestuoso de las montañas cubiertas de nieve y de los altos pinos, pero le resultaba imposible disfrutar del paisaje cuando necesitaba toda su concentración y sus fuerzas simplemente para que el coche siguiera avanzando en la dirección correcta. Julie suponía que por fin se acercaban a su destino, porque hacía más de veinte minutos que habían abandonado el último camino decente. En ese momento trepaban una montaña, en plena tormenta de nieve, y por un sendero que sólo era algunos centímetros más ancho que el coche.

—Espero que el que te dio el mapa y las indicaciones supiera lo que hacía —dijo Julie.

—¿En serio? —bromeó él—. Supuse que tendrías esperanzas de que nos hubiéramos perdido. Ella ignoró el tono divertido de su voz.

—Me encantaría que tú estuvieras perdido, ¡pero no tengo el menor deseo de perderme contigo! El asunto es que hace más de veinticuatro horas que manejo con este clima terrible y por caminos espantosos, y estoy extenuada... —Se interrumpió, alarmada, al ver un angosto puente de madera. Hasta dos días antes, el tiempo había sido sorprendentemente cálido en Colorado y, al derretirse, la nieve aumentó el cauce de los arroyos como ése, que se convirtieron en pequeños ríos desbordados—. Ese puente no parece seguro. El arroyo está demasiado crecido...

—No tenemos alternativa. —Julie advirtió preocupación en la voz de Benedict, y el miedo la hizo apretar el freno.

—¡No pienso cruzar ese maldito puente!

Zack no había llegado hasta allí para volverse atrás. Además, era imposible dar la vuelta en ese angosto sendero cubierto de nieve. También era imposible retroceder y bajar la montaña marcha atrás por esas curvas cerradas. El sendero había sido limpiado recientemente, tal vez esa misma mañana, como si Matt Farrell se hubiera enterado de la huida de Zack y adivinado por qué su amigo le pidió, varias semanas antes, que llamara por teléfono a una determinada persona y le diera indicaciones detalladas de la manera de llegar a la casa de la montaña. Sin duda Matt se encargó de que algún cuidador limpiara el sendero para asegurarse de que, si lo intentaba, Zack pudiera llegar. Sin embargo, el puente no parecía seguro. El arroyo crecido arrastraba grandes ramas de árboles y el agua corría con tanta velocidad que sometía la estructura de madera a un enorme esfuerzo.

—Baja del coche —ordenó Zack después de algunos instantes de silencio.

—¿Que me baje? ¡En una hora estaré congelada y muerta! ¿Era eso lo que te proponías durante todo este tiempo? ¿Obligarme a manejar hasta aquí, para después dejarme morir en la nieve?

Durante todo el día, ninguno de sus comentarios desagradables logró apagar el buen humor de Zack, pero en ese momento fue exactamente eso lo que hicieron sus palabras agitadas; Julie notó que él apretaba los dientes cuando le habló con un helado tono de enojo.

—¡Bájate del coche! —repitió—. Yo lo manejaré para cruzar el puente. Si resiste, lo podrás cruzar después a pie y subir al coche en la otra orilla.

No fue necesario que se lo repitiera. Arrebujándose dentro de su suéter, Julie abrió la puerta y bajó del coche, pero el alivio que le provocaba estar a salvo se convirtió en otra cosa, en algo que en aquellas circunstancias era completamente absurdo. Al ver que Zack se ubicaba detrás del volante, se sintió culpable por haber abandonado el coche, avergonzada de su cobardía y preocupada por la suerte que podía correr él. Y eso fue antes de que él se inclinara hacia el asiento trasero, del que tomó el tapado de Julie y dos frazadas de Carl, que le pasó por la puerta abierta, diciendo:

—Si el puente no aguanta, busca un lugar donde el arroyo sea angosto y te permita cruzarlo a pie. En la parte superior de la montaña hay una casa con teléfono y comida en abundancia. Puedes llamar pidiendo auxilio y esperar allí que pase la tormenta y que lleguen a buscarte.

Zack había dicho «si el puente no aguanta» sin un dejo de emoción en la voz ni en el rostro, y Julie se estremeció al comprobar que Zachary Benedict era capaz de arriesgar su vida sin la menor preocupación. Si el puente no resistía, él y el pesado coche se precipitarían a ese arroyo crecido y helado. Julie aferró la puerta para impedir que la cerrara.

—Si el puente no resiste —dijo—, te arrojaré una soga o una rama o algo para que puedas agarrarla y llegar hasta la orilla.

En cuanto ella terminó de hablar, Zack cerró la puerta, y Julie se estremeció y se cubrió con las frazadas y el tapado. Las ruedas del coche giraron en la nieve hasta que se afirmaron y el automóvil comenzó a avanzar con lentitud. Julie contuvo el aliento y empezó a murmurar desordenadas oraciones, mientras caminaba hacia el puente. Una vez allí, miró el agua turbulenta, tratando de calcular su profundidad. Pasaban velozmente enormes troncos que giraban sobre sí mismos. Aferró una gruesa rama de alrededor de dos metros y medio de largo y la hundió. Al comprobar que no tocaba el fondo, se dejó llevar por el pánico.

—¡Espera! —gritó, tratando de hacerse oír sobre el bramido del viento—. ¡Podemos dejar el coche aquí y seguir los dos a pie!

Si Zack la oyó, la ignoró por completo. El motor bramaba mientras las ruedas giraban en falso y luego se afirmaban; entonces el coche saltó hacia adelante y adquirió el empuje necesario para avanzar por la nieve, rumbo al puente. De repente Julie oyó que las maderas del puente chirriaban y gritó:

—¡No lo intentes! ¡El puente no resistirá! ¡Baja! ¡Baja del coche!

Era demasiado tarde. El Blazer avanzaba sobre las maderas crujientes, desparramando nieve con el paragolpes delantero. Las ruedas giraban, se aferraban al piso y volvían a girar en falso, pero la tracción en las cuatro ruedas cumplió su cometido.

Con las frazadas aferradas contra el pecho, mientras la nieve revoloteaba a su alrededor, Julie permaneció en un estado de indefensa parálisis, obligada a presenciar algo que le resultaba imposible impedir.

No volvió a respirar hasta que el coche y su loco conductor llegaron sanos y salvos a la orilla opuesta, y entonces la invadió una perversa sensación de furia hacia él, por haberla hecho sufrir un nuevo terror. Cruzó el puente, abrió la puerta del acompañante y subió al coche.

—¡Lo logramos! —exclamó Zack. Julie le dirigió una mirada asesina.

—¿Qué logramos?

La respuesta a su pregunta llegó a los pocos instantes, después del último recodo del camino de montaña. En un claro del denso bosque de pinos se alzaba una casa magnífica construida en piedra del lugar y madera de cedro, y rodeada de balcones de madera con enormes ventanales.

—Llegar hasta aquí —contestó él.

—¡Por amor de Dios! ¿Quién edificó esta casa aquí arriba? ¿Un ermitaño?

—Alguien a quien le gusta la privacidad y la soledad.

—¿Es de algún pariente tuyo? —preguntó ella, con repentina desconfianza.

—No.

—¿El dueño está enterado de que piensas usar su casa como escondite mientras te busca la policía?

—Haces demasiadas preguntas —contestó él, al tiempo que detenía el coche junto a la casa y bajaba—. Pero la respuesta es no. —Caminó hasta su lado del coche y le abrió la puerta—. Vamos.

—¿Vamos? —explotó Julie, apretándose contra el respaldo— del asiento—. Dijiste que cuando llegáramos a este lugar me dejarías en libertad.

—Te mentí.

—¡Cretino! ¡Y pensar que te creí! —exclamó Julie, pero ella también mentía.

Durante todo el día había tratado de ignorar lo que su sentido común le advertía: Benedict la mantendría a su lado para impedir que le dijera a la policía cuál era su paradero; si la dejaba ir ahora, no tenía ninguna manera de impedírselo.

—Julie —dijo él con tensa paciencia—, no hagas que todo esto sea más difícil para ti. Tendrás que quedarte aquí algunos días, y te aseguro que no es un lugar desagradable para pasar un tiempo.

Y con esas palabras, tomó las llaves del coche y avanzó hacia la casa. Durante una fracción de segundo Julie se sintió demasiado furiosa y desgraciada para poder moverse, pero después parpadeó para contener las lágrimas que asomaban a sus ojos, y bajó del coche. Temblando incontrolablemente en el viento helado, lo siguió. Se rodeó el cuerpo con los brazos y lo observó tratar de abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Zack la sacudió con fuerza. La puerta no cedió. Benedict soltó el picaporte y se quedó allí algunos instantes, con las manos en jarras, enfrascado en sus pensamientos. A Julie se le empezaron a castañear los dientes.

—¿Y a—a—ahora q—q—ué? —preguntó—. ¿C—c—cómo p—p—piensas e—e— entrar?

Zack le dirigió una mirada irónica.

—¿Cómo crees? —Sin esperar respuesta, se volvió y se encaminó hacia la terraza que rodeaba la parte opuesta de la casa. Julie trotaba tras él, helada y furiosa.

—Vas a romper una ventana, ¿verdad? —especuló con desagrado. Luego miró los gigantescos paneles de vidrio que se alzaban hasta el techo, por lo menos a siete metros y medio de altura—. Si rompes uno de esos vidrios, te caerán encima y te harán pedazos.

—No alimentes esa esperanza —contestó él, observando varios montículos de nieve que obviamente se habían acumulado sobre algo que había debajo. Empezó a cavar la nieve de uno de esos montículos del que sacó una gran maceta que levantó y llevó hasta la puerta trasera.

—¿Y ahora qué haces?

—Adivina.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —preguntó Julie de mal modo—. El criminal eres tú, no yo.

—Es verdad, pero me condenaron por asesino, no por ladrón.

Con incredulidad, Julie lo contempló tratar de cavar la tierra congelada de la maceta; después golpeó ésta contra la pared de la casa y la rompió, desparramando la tierra sobre la nieve, junto a la puerta de entrada. En silencio, se agazapó y empezó a golpear la tierra con el puño, mientras Julie lo observaba con creciente sorpresa e incredulidad.

—¿Te ha dado un ataque de mal humor? —preguntó.

—No, señorita Mathison —contestó él con exagerada paciencia, mientras tomaba un terrón de tierra y lo deshacía con los dedos—. Busco una llave.

—¡Nadie que se pueda permitir una casa como ésta y hacer construir un camino que trepe por la montaña va a ser tan cándido como para esconder la llave en una maceta! Estás perdiendo el tiempo.

—¿Siempre has sido tan protestona? —preguntó él, meneando la cabeza con irritación.

—¡Protestona! —exclamó Julie con la voz ahogada por la frustración—. Me robas el coche, me tomas como rehén, me amenazas con matarme, me mientes ¿y ahora tienes el... descaro de criticar mi manera de ser? —Su discurso se interrumpió cuando él levantó un objeto plateado cubierto de tierra: una llave que Zack insertó en la cerradura. Con un exagerado floreo, abrió la puerta y la invitó a entrar.

—Ya hemos convenido que, en lo que a ti se refiere, he quebrantado todas las reglas de etiqueta. Ahora te propongo que entres y mires a tu alrededor, mientras yo saco nuestras cosas del coche. ¿Por qué no tratas de relajarte? —agregó—. Descansa un poco. Disfruta del paisaje. Piensa en esto como en unas vacaciones.

Julie lo miró con la boca abierta, luego cerró las mandíbulas con furia y dijo con voz airada:

—¡Yo no estoy de vacaciones! ¡Soy una rehén, y no pretendas que lo olvide!

Por toda respuesta, él le dirigió una larga mirada sufriente, como si ella fuese difícil, así que Julie entró en la casa. Adentro, ese retiro de la montaña era a la vez rústico y sorprendentemente lujoso, construido alrededor de una gigantesca habitación central en forma de hexágono con tres puertas que daban cada una a un dormitorio en suite. Los altos techos de madera se apoyaban sobre gigantescos troncos de cedro, y una escalera de caracol conducía a un loft en el que se alineaban hermosas bibliotecas. Cuatro de las seis paredes eran de vidrio y ofrecían un paisaje de la montaña que Julie supuso debía de ser esplendoroso en un día claro. En la quinta pared, construida en piedra del lugar, se alzaba una enorme chimenea. Frente a la chimenea había un largo sofá en forma de ele, tapizado en cuero. Delante de los ventanales había dos sillones y varias otomanas tapizadas en tela rayada, idéntica a la de los almohadones descuidadamente arrojados sobre el sofá. Una gruesa alfombra cubría el piso. En cualquier otro momento, Julie se habría admirado ante ese lugar, que era el más hermoso que había visto en su vida, pero en ese instante estaba demasiado disgustada y hambrienta para prestarle mucha atención.

Se encaminó a la zona de la cocina, que se extendía a lo largo de la pared posterior de la casa, dividida del living por un alto mostrador con seis bancos tapizados en cuero. El estómago le resonó al mirar los armarios de cedro y la nevera, pero su apetito ya perdía la batalla frente a la extenuación. Con la sensación de ser una ladrona, abrió un armario que contenía platos y vasos, después otro que contenía —afortunadamente— una variedad de alimentos enlatados. Decidida a prepararse un sandwich y acostarse, ya estaba por tomar una lata de atún cuando Zack abrió la puerta trasera y la vio.

—¿Puedo atreverme a esperar que tengas inclinaciones domésticas? —preguntó mientras se quitaba las botas para la nieve.

—¿Me estás preguntando si sé cocinar?

—Sí.

—Para ti, no. —Julie volvió a poner en su lugar la lata de atún y cerró la puerta del armario mientras su estómago lanzaba un gruñido de protesta.

—¡Dios, qué cabeza dura eres!

Refregándose las manos heladas, Zack se acercó al termostato y encendió la calefacción; después se encaminó a la nevera y abrió la puerta del congelador. Al asomarse, Julie vio docenas de gruesos bifes, costillas de cerdo, enormes asados, algunos paquetes envueltos en papel especial para el congelador, y cajas y más cajas de verduras, algunas crudas y otras ya cocidas. Era un espectáculo digno de un gourmet. Se le hizo agua la boca al ver que Zack tomaba un bife de cinco centímetros de grosor, pero la extenuación ya la vencía. El alivio que le producía estar en una casa cálida en lugar del coche, y de haber llegado a destino después de un viaje interminable y tenso, de repente la hizo sentir débil, y se dio cuenta de que más que comida, lo que necesitaba era una ducha caliente y dormir un rato.

—Tengo que dormir —dijo, ya sin poder reunir la fuerza necesaria para hablar con tono imperativo y frío—. ¿Dónde, por favor?

Algo en la palidez de Julie y en sus ojos pesados de sueño hizo que Zack contestara sin discutir.

—El dormitorio queda acá —dijo, girando sobre sus talones y encaminándose a una puerta que daba al living. Cuando encendió la luz, Julie se encontró en un dormitorio enorme, con chimenea y un baño en suite, en mármol negro y paredes de espejo. Notó la presencia de un teléfono sobre la mesa de luz, y Zack lo vio al mismo tiempo—. Tiene su baño propio —explicó él innecesariamente, mientras se acercaba a la mesa de luz y desenchufaba el teléfono, que se metió bajo el brazo.

—Pero veo que no tiene teléfono —agregó Julie con amarga resignación mientras se dirigía de regreso al living en busca de su valija.

A sus espaldas, Zack revisó las puertas del baño y del dormitorio; después la tomó del brazo cuando ella se inclinaba a levantar su valija.

—Mira —dijo—, será mejor que establezcamos ya mismo las reglas. La situación es la siguiente: no hay ninguna otra casa en la montaña. Yo tengo las llaves del coche, de manera que tu única posibilidad de huir sería a pie, en cuyo caso te congelarías y morirías de frío antes de llegar a la ruta. Tanto la puerta del dormitorio como la del baño tienen esos cerrojos inútiles que cualquiera puede abrir con un alambre, así que no te recomiendo que trates de encerrarte allí dentro, porque sería perder el tiempo, y además un confinamiento inútil para ti. ¿Estás de acuerdo conmigo hasta ahora?

Julie hizo un inútil esfuerzo por liberar su brazo.

—No soy una retardada.

—Bueno. Entonces supongo que te habrás dado cuenta de que te podrás mover libremente por la casa.

—¿Moverme con libertad? Como si fuera un perro beagle entrenado, ¿verdad?

—No exactamente —contestó Zack, y en sus labios apareció una sonrisa mientras recorría con la mirada el abundante y ondulado pelo castaño de Julie y su figura delgada e inquieta—. Más bien diría como un asustadizo y vivaz setter irlandés.

Julie abrió la boca para darle la acida respuesta que merecía, pero antes de poder pronunciar una sola palabra, volvió a bostezar.

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