Perfecta

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Capítulo 81

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Capítulo 81

—Julie, querida, no puedo soportar esto mucho más —dijo Zack varias noches después, alejando a Julie a regañadientes y sentándose muy derecho en el sofá del living de su novia.

Después de pasar dos días en el motel “Descanse sus Huesos”, Zack se dio cuenta de que los padres de Julie se sentían realmente heridos porque él no había aceptado alojarse en casa de ellos, así que aceptó la invitación, agradecido. Las comodidades eran mucho mejores, y la comida maravillosa, y además dormía en el antiguo dormitorio de Julie, rodeado de sus cosas. Durante el día, mientras ella estaba en el colegio, dictando clase, Zack trabajaba en su casa. Allí leía guiones, se comunicaba con su personal en California y discutía por teléfono potenciales acuerdos con productores. Por lo tanto tenía algo en que pensar, aparte de su frustración sexual. Pero en cuanto Julie volvía, la miraba e inevitablemente lo asaltaba el deseo, que lo conducía a la frustración, y todo volvía a empezar.

Era tan frágil el autocontrol que le quedaba, que en lugar de pasar las veladas en la casa con Julie, prefería salir con ella y sus amigos. Dos noches antes, hasta la había besado y acariciado en la última fila del cine del pueblo, donde sabía que las cosas no podían llegar demasiado lejos. Y la noche anterior a ésa, sugirió que fueran a jugar al bowling, porque sabía que allí las cosas no podían llegar a ninguna parte.

Zack maldijo en voz baja, alejó a Julie con gesto decidido y se puso de pie.

—Jamás debí permitir que tu padre me arrancara esa promesa de celibato prematrimonial. ¡Es arcaico, insensato y juvenil! Lo hizo para vengarse de mí por haberte secuestrado. ¡Ese hombre es inteligente, y además es sádico! En el único momento en que me sentí bien con esa promesa fue el domingo, en la iglesia.

Julie sofocó una sonrisa indefensa.

—¿Y por qué crees que sucedió eso?

—¡Yo sé por qué sucedió! Esa hora que pasamos en la iglesia fue el único momento de la última semana en que no tuve una erección.

No era la primera vez que Zack mencionaba el trato que había hecho con su padre, pero se mostraba tan sensible con respecto al tema, que Julie tenía miedo de decirle que no era una víctima aislada. Zack tenía mucho orgullo y era, sobre todas las cosas, una persona muy reservada. Por eso, Julie no sabía cómo reaccionaría al descubrir que todos los hombres de la ciudad cuyo matrimonio había sido bendecido por su padre sabían con exactitud lo que le estaba sucediendo. Levantó la mirada cuando él empezó a pasearse por el cuarto.

—Tengo treinta y cinco años —le informó con amargura—. Soy un hombre razonablemente sofisticado, tengo un alto cociente intelectual, ¡y no sólo me siento igual a un adolescente privado de sexo sino que he empezado a comportarme como ellos! Me he dado tantas duchas frías que tu madre debe de creer que tengo una obsesión por la limpieza. Además, me estoy poniendo irritable.

Julie se apartó el pelo de la frente, se puso de pie y lo miró entre exasperada y divertida.

—¿No me digas? ¡Jamás me habría dado cuenta! —Lanzando un suspiro de irritación, Zack amontonó sobre la mesa los guiones que había estado leyendo.

—¿Qué crees que debemos hacer esta noche?

—¿Has pensado en los efectos sedantes de reorganizar los armarios de la cocina? —bromeó ella, muerta de risa—. A mí siempre me dio resultado. Podríamos hacerlo juntos.

Zack abrió la boca para contestar de mal modo, pero en ese momento sonó el teléfono y atendió, volcando su frustración en quien llamaba.

—¿Qué demonios quiere?

Sally Morrison, su jefa de relaciones públicas, le llamaba desde California.

—Buenas noches, Zack —dijo con sequedad— ¡Tú siempre tan agradable! Llamo para hablar con Julie. Necesito que me diga si quiere que envíe las invitaciones por limusina o por medio de mensajero. Ya he llamado por teléfono a los cincuenta afortunados que recibirán invitación a la fiesta para que tengan tiempo de hacer los arreglos necesarios para estar en Texas el sábado a primera hora Todos aceptaron. Betty y yo —dijo, refiriéndose a su secretaria— hemos arreglado que haya limusina; esperándolos en el aeropuerto de Dallas, para llevarlo hasta Keaton. También he reservado suites para todos, el sábado a la noche en los hoteles de Dallas que tú sugeriste.

Parte del enojo de Zack se esfumó. Esperó que Julie se encaminara al comedor, bajó la voz y preguntó:

—¿Julie tiene alguna idea de la gente que vendrá?

—No, jefe. Como querías darle una sorpresa, le dije que podía contar con los cincuenta invitados más aburridos. Todos financistas y hombres de negocios.

—¿Y qué me dices con respecto a la prensa? —preguntó Zack—. ¿Cómo te los estás sacando de encima? Ellos saben que estoy aquí y que me caso el sábado. Lo anuncian a cada rato en los noticiarios de televisión. Pero sólo he visto a un par de periodistas dando vueltas por aquí, y hasta ellos conservan la distancia. Pensé que a esta altura ya caerían sobre nosotros como una manga de langostas.

Sally vaciló un instante.

—¿No te comentó Julie cómo había decidido manejar a la prensa?

—No.

—Entonces será mejor que se lo preguntes a ella. Si no estás de acuerdo, para mí será un infierno tratar de romper el trato que hice con ellos.

—¿Qué trato? —preguntó Zack.

—Pregúntaselo a Julie después de que cortemos. ¿Y ahora, puedo hablar con ella? Zack miró sobre el hombro.

—¡Julie! Sally quiere hablar contigo.

—Ya voy —contestó Julie. Entró con el siempre presente anotador que utilizaba para seguir la pista de todos los detalles que por lo visto preocupaban siempre a las mujeres ante la inminencia de una boda. —Zack la observó sacarse el aro derecho y colocar el teléfono entre la oreja y el hombro.

—¡Hola, Sally! —saludó con tanta suavidad que Zack se sintió un tipo irascible, beligerante y egoísta, incapaz de controlar sus necesidades sexuales y de comportarse como un caballero—. ¿Qué hay de nuevo? —Escuchó un minuto—. Se lo preguntaré a Zack —dijo. Se volvió y le sonrió, con lo cual Zack se sintió aún peor.

—Sally sigue sin saber si quieres que envíe tus invitaciones a la gente de California por limusina o por mensajero. —Consultó su anotador—. Las limusinas cuestan cuatro veces más.

—Limusinas —decidió Zack.

—Limusinas —repitió Julie por teléfono. Cuando cortó, Zack la miró y toda su impaciencia se convirtió en admiración. A pesar de todas las presiones a que estaba sometida, ella nunca perdía su equilibrio.

Hacía una semana que Julie organizaba el casamiento, sólo con la ayuda de Katherine y las llamadas de larga distancia para hablar con el personal competente de Zack. Al mismo tiempo continuaba dando clase, hizo los arreglos necesarios para subarrendar su casa, y nunca perdió el buen humor. Como todos los ciudadanos de Keaton se habían esmerado tanto para lograr que Zack se sintiera cómodo y bienvenido, y como Julie era parte muy importante del pueblo, decidieron limitar los invitados a la ceremonia de la tarde exclusivamente a la familia y los amigos más cercanos, pero invitar a todos los amigos y conocidos de los Mathison a la fiesta de la noche que se realizaría en el parque. La decisión de no ofrecer una pequeña recepción, sino invitar a 650 personas, fue tomada a pedido de Zack. Durante los días que había pasado en Keaton disfrutó de más compañerismo con gente decente y con los pies sobre la tierra, que en ningún otro momento de su vida. A pesar de sus quejas, disfrutaba profundamente de las cosas sencillas que él y Julie habían hecho juntos. Gozó bailando con Julie en un restaurante, donde se les reunieron infinidad de amigos que jamás se entrometieron; le gustó ir con ella al cine, comer un pochoclo bastante rancio, besarla en la última fila de platea, y después llevarla a su casa caminando de la mano por las calles del pueblo. La noche anterior había jugado al pool en la casa de los Cahill con Ted y sus amigos, mientras Julie, Katherine y el resto de las mujeres les servían la comida y los alentaban. Y después Zack no pudo creer lo que veían sus ojos cuando Julie desafió al ganador... y lo venció.

De alguna manera ella había conseguido hacer todo eso, además de disponer los arreglos necesarios con algunas mujeres del pueblo para que se encargaran de los comestibles que se ofrecerían en la recepción, contratar a los músicos, seleccionar las melodías que interpretarían, ordenar las flores de la florería del pueblo y contratar las carpas que serían enviadas desde Dallas para ser armadas en el parque. Zack, quien a menudo escuchaba los arreglos que se hacían, tenía la esperanza de que, aunque bien su segunda recepción de casamiento careciera del decoro y la elegancia de la primera, por lo menos le sobrara calidez y una atmósfera festiva. Si no todo indicaba que sería un verdadero desastre. En cuyo caso Zack deseaba devotamente que lloviera.

Lo único que atribuló por un momento a Julie fue el asunto de los trajes para Katherine, Sara y Meredith, que serían sus damas de honor. Meredith ofreció la solución del problema el día que Julie la llamó para invitarla al casamiento. Envió fotografías de todos los trajes de novia y de cortejo que había en el exclusivo salón de Bancroft y Compañía. Julie se decidió por tres posibilidades, que al día siguiente fueron recogidas en Chicago por el piloto de los Farrell, quien se encargó de llevarlos a Keaton. Rachel deliberó cuatro semanas antes de decidirse por un traje de novia. Julie, Katherine y Sara deliberaron dos horas, eligieron y llevaron sus vestidos a las mellizas Eidridge para que los adaptaran a sus respectivos talles. El vestido de Meredith, que se encontraba en Chicago, se lo hicieron allí.

Durante todo ese tiempo, el único disgusto que tuvieron Zack y Julie ocurrió durante la noche del compromiso, a raíz de la insistencia de Zack en pagar todos los gastos del casamiento y la fiesta. Por fin se puso de acuerdo en privado con el padre de Julie, quien, por suerte, no tenía la menor idea de lo que podía costar un traje de novia en Bancroft y Compañía, o cargar de combustible el jet que Zack le pensaba devolver a Matt, ni acerca de ninguna otra cosa semejante. Por lo tanto Zack “aceptó graciosamente” que el reverendo Mathison contribuyera con dos mil dólares para el costo de la boda y luego ofreció —con idéntica gracia pero mucha menos honestidad— que su contador de California se encargara del tedioso trabajo de pagar todas las cuentas y devolver el excedente del dinero al reverendo Mathison.

En ese instante, al mirar a Julie que escribía en su anotador, Zack pensó en las presiones a que estaba sometida y en la tranquilidad con que las manejaba. En comparación, sus días habían sido maravillosamente pacíficos y llenos de logros. Liberado de las constantes interrupciones que hubiera tenido en California, pudo leer guiones, su tarea más apremiante por el momento, y considerar lo que quería hacer como primer proyecto cinematográfico. Los directores de estudios, productores y banqueros con quienes debía reunirse esperarían hasta que estuviera de regreso en su casa. Su dramática huida de la cárcel, su captura, su subsiguiente liberación y ahora su casamiento con la joven maestra que había sido su rehén se combinaban para convertirlo en una “leyenda” aún más grande que lo que había sido antes de ser encarcelado. No necesitaba leer Variety para saber que era el actor y director más buscado de la industria cinematográfica. Aparte de atender su trabajo, el único tema que tuvo que encarar personalmente durante la última semana fue la imagen de Julie. Al principio, cuando se transmitieron los videos de su arresto en México, el mundo consideró a Julie una heroína que había atrapado a un asesino. Pocas semanas después, al quedar demostrada la inocencia de Zack, esos mismos videos lo convirtieron a él en el mártir heroico sujeto a la brutalidad de la policía, y a Julie en la bruja que lo había traicionado. Como no estaba dispuesto a tolerar ese estado de cosas, Zack envió a un amigo de CNN una copia del video que le dio Richardson, sin consultarlo antes con Julie. A las veinticuatro horas de haberlo emitido por primera vez, todo el mundo había reaccionado ante el sufrimiento de Julie de la misma manera como ese video había hecho reaccionar a Zack.

Y en ese momento, al recordar todo lo sucedido durante la última semana, Zack se sintió avergonzado por haberse mostrado tan irascible a causa de algo que, después de todo, no era más que dos semanas de celibato forzoso en presencia de una mujer a quien deseaba más de lo imaginable. Entonces se le acercó, le quitó el anotador de las manos, le besó la frente y dijo con suavidad:

—Eres una mujer sorprendente, querida. Por desgracia te vas a casar con un tipo demasiado susceptible a excitarse sexualmente y además malhumorado, pero que te desea con desesperación.

Ella se inclinó y lo besó con suficiente ardor como para hacer que Zack lanzara un quejido y volviera a alejarla.

—Lo único que tienes que hacer —le recordó Julie— es romper tu palabra o decirle a mi padre que el trato ha quedado en la nada.

—No pienso quebrar mi maldita promesa. —Julie lanzó una risita, meneó la cabeza, volvió a tomar el anotador y sacó el lápiz que había metido en su pelo brillante, como si ya hubiera olvidado el beso que a Zack todavía le hacía arder la sangre.

—Ya lo sé. Si lo hicieras, me habrías desilusionado.

—Sería un consuelo y una ayuda —dijo Zack, irracionalmente molesto por la misma paciencia que instantes antes admiraba en Julie— por lo menos poder creer que este arreglo insensato te está volviendo tan loca como a mí.

Julie hizo a un lado el anotador y se irguió. Y entonces Zack se dio cuenta por primera vez de que el casamiento y el celibato forzoso no la dejaban tan serena como él creía, o que su impaciencia la estaba cansando. O las tres cosas juntas.

—Esta noche se supone que debemos estar en la cancha de béisbol, ¿recuerdas? —dijo Julie—. Es un partido muy especial entre el equipo del pueblo, que yo he ayudado a entrenar durante todo el año, y nuestros rivales de Perseville. Tú aceptaste ser árbitro y todo el mundo está muy excitado. No discutamos. Si vamos a estar en desacuerdo, reservémoslo para el partido.

Zack lo hizo, y así fue.

Tres horas después, con dos equipos mirando y las tribunas atestadas de padres sorprendidos, Zack Benedict cosechó los frutos de la semana de injusta impaciencia a que había sometido a su prometida.

Agazapado detrás de la base de llegada, durante la séptima entrada, cuando los equipos empataban, Zack observó la corrida de uno de los dos jugadores estrellas del equipo de Julie.

—¡Fuera! —gritó Zack, levantando el brazo de la manera ritual.

Como había sido una corrida tan ajustada, aun desde el punto de vista privilegiado que él tenía, no le sorprendió que el público lanzara un rugido de desaprobación. Sin embargo, se sorprendió al ver que Julie saltaba de su banco de entrenadora y marchaba hacia él como una arpía furibunda.

—¡Necesitas gafas! —Explotó, temblando de furia—. ¡Mi jugador llegó a la base, y lo sabes!

—¡He dicho que fuera!

—¡Nada de fuera! ¡Estás tan preocupado por demostrarle a todo el mundo que eres imparcial, que le haces trampa a mi equipo!

—¡Ese jugador ha quedado afuera, y tú también lo estarás si mantienes esa actitud!

—¡No te atreverás a sacarme del partido! —Zack se puso lentamente de pie.

—¡Estás haciendo una escena! ¡Siéntate! —ordenó, cortante.

—¡No es una escena! —replicó Julie, y para asombro e incredulidad de Zack, pateó el polvo para que le ensuciara los zapatos—. ¡Ésta es una escena! —agregó enfurecida.

—¡Has quedado fuera del partido! —contestó Zack a los gritos, levantando el brazo en el gesto inconfundible del árbitro que echa de la cancha a un entrenador, y la noche fragante se llenó de vítores, rugidos y aplausos cuando Julie salió del campo de juego—. ¡Que siga el juego! —ordenó Zack, llamando por señas al otro equipo a la cancha y retomando su posición de árbitro. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver la postura tiesa de los hombros de Julie, la leve cadencia de sus caderas, y la brisa que la despeinaba cuando se encaminó al banco y tomó su suéter. Zack comprendió que lamentaría lo que acababa de hacer. Julie se encargaría de ello.

El equipo de Julie perdió por 4 a 3. Cuando los perdedores y sus padres se reunieron en el restaurante local para la comida que Zack creía era ritual después de todos los partidos, Julie estaba allí, esperándolos. Tuvo palabras de aprobación y de consuelo para todos sus chicos, y absolutamente nada que decirle a Zack cuando él intentó pasarle algo de beber. El resto de los adultos parecía dispuesto a olvidar la sanción que les había costado el partido, y varios lo invitaron con una cerveza, pero Julie le dio deliberadamente la espalda y continuó conversando con Sara y Katherine como si él fuera transparente.

Sin más opción que tratar de tranquilizarla en público, cosa que Zack no estaba dispuesto a hacer, o retirarse al bar donde Ted, Carl y el mayor Addleson comían pizza, Zack se decidió por esto último. Al ver que se acercaba, Ted apoyó los codos sobre el bar y le dijo sonriente:

—No fue una buena medida la que tomaste durante el partido, Zack.

—Fue muy mala —afirmó Carl.

—Realmente mala —confirmó el mayor Addleson, lanzando una risita y metiéndose un puñado de maníes en la boca.

—Fui justo —dijo Zack.

—Tal vez hayas sido justo —dijo el mayor Addleson—, pero la medida que tomaste no fue buena.

—¡Al diablo con eso! —explotó Zack, completamente furioso porque Julie seguía ignorándolo—. ¡Si ella no es capaz de aguantar el calor, que no se acerque al fuego!

Por algún oculto motivo, esa frase tan sencilla hizo aullar de risa a los tres hombres.

Zack decidió ignorarlos, cada vez más enojado al comprender que Julie lo había colocado en una posición absurda, poco digna e injusta. Tenía treinta y cinco años, un capital de más de cien millones, y con excepción de los cinco años que estuvo en la cárcel, se había pasado la vida comiendo en los mejores restaurantes, parando en los mejores hoteles y confraternizando con gente talentosa, brillante y famosa, como él mismo. En lugar de eso, ahora no le quedaba más remedio que comer pizza de pie, en un restaurante de baja categoría de un pueblito de ínfima importancia, ¡y era ignorado por una mujer que debía sentirse orgullosa de que él quisiera casarse con ella! Tenía ganas de sacarla de la rastra del restaurante, exponerle sus condiciones y después llevarla directamente a la cama, como cualquier hombre adulto merecía poder hacer con la mujer con quien pensaba casarse. Lo que había hecho con el padre de Julie no era un trato, sino la maligna venganza que se tomaba con él un chupacirios arrogante y acostumbrado a manipular a la gente...

Zack se alejó del bar. El mayor Addleson le apoyó una mano pesadamente sobre el hombro y le habló con tono paternal.

—Acepte el consejo de un hombre que ya ha estado en su lugar. No lo haga.

—¿Qué? —retrucó Zack. Ted se inclinó, y le sonrió.

—Bebe algo fresco, cómete una hamburguesa y después vuelve a casa, date otra ducha fría y aguanta otra semana. Algún día recordarás todo esto y te reirás.

—No sé de qué mierda estás hablando.

—Estamos hablando de lo que en este pueblo se conoce como el Método Mathison de Infelicidad Premarital —explicó Ted de buen humor—. Es la manera bien intencionada que tiene mi padre de restaurar el elemento de suspenso y de excitación en la noche de bodas, en una época en que piensa que las parejas la están privando de su magia por haber consumado prematuramente ese amor.

Zack apretó los dientes con furia, equivocadamente convencido de que el padre de Julie había recorrido el pueblo contándole a todo el mundo el trato ridículo que lo había obligado a aceptar, en venganza por haber secuestrado a su hija.

—¿Qué dijiste? —preguntó.

Al oír la pregunta, Carl se inclinó hacia Ted.

—Ya se está poniendo sordo. —En un intento de quitarle importancia al asunto, agregó—: Debes saber cuál es la causa de esa sordera.

Ted bebió un trago de su cerveza.

—No, cuando uno hace eso no se vuelve sordo sino ciego.

—¿De qué mierda estáis hablando?

—Estamos hablando de ti, amigo mío —contestó Ted—. No es Julie la que no puede soportar el “calor”, sino tú. Lo mismo que nos sucedió a nosotros. La mitad de los hombres de este pueblo se dejó convencer por papá e hizo el mismo trato que has hecho tú, y la mayoría, los que mantuvimos nuestra palabra, terminamos peleándonos a gritos por cualquier cosa con nuestras novias.

La furia y frustración de Zack se evaporaron como por milagro, y experimentó una mezcla de incredulidad y de risa ante el absurdo de lo que le acababan de decir.

—Dígaselo usted, mayor —invitó Ted.

—Es un infierno. Yo tengo diez años más que tú, hijo, y no sabes la desesperación con que necesitaba algo, en parte por haber prometido que no lo tomaría. Y el asunto también deja sus huellas en las mujeres, aunque estoy convencido de que la angustia de ellas es menor porque disfrutan inmensamente al ver al hombre reducido a un estado en que las necesitan con desesperación. Esa última parte acerca de las mujeres —agregó con una sonrisa— no es una teoría mía sino la generalización de un profesor de psicología que tuve durante el segundo año de mi carrera universitaria. A propósito, ¿a qué universidad asististe? Tienes todo el aspecto de un yanqui, pero tu acento no coincide.

Todavía tironeado entre el enojo y la incredulidad ante el Método Mathison, Zack vaciló, a sabiendas de que Addleson estaba simplemente tratando de cambiar de tema. Entonces miró el bonito perfil de Julie y consideró el hecho de que su frustración sexual fuera conocida, y comprendida, por la mayoría de los hombres presentes en el restaurante. Y entonces capituló con un suspiro de irritación.

—A la USC —contestó.

—¿Y qué carrera seguiste?

—Finanzas y cinematografía.

—¿Dos carreras simultáneas?

Zack asintió, con la mirada fija en Julie. Todavía no estaba dispuesto a hacer un segundo intento público de tranquilizar su injusto enojo.

Desde el otro extremo del salón, Julie miró disimuladamente a Zack. Él la vio y la miró fijo, con expresión impasible. Esperando. Los últimos rastros del enojo de Julie desaparecieron. ¡Lo amaba tanto y habían compartido tantas cosas! Esa noche se había portado mal con él, y lo sabía. Deseó haber permitido que Zack hiciera las paces con ella temprano, cuando llegaron al restaurante, para no tener que tragarse su orgullo y acercársele ahora, cuando sin duda todo el mundo estaría mirando. Pero por otra parte decidió que era una locura perder un solo minuto más de sus vidas en esa ridícula pelea. Entonces se disculpó ante la gente que estaba conversando con ella, se acercó a Zack, saludó con una inclinación de cabeza al mayor y a sus hermanos y se metió las manos en los bolsillos del jean, vacilante.

—¿Y? —preguntó Zack, tratando de ignorar la manera deliciosa en que la remera se estiraba sobre los pechos de Julie.

—Me gustaría pedir algo para comer —dijo ella. Desilusionado al comprobar que no iba a tener la cortesía de disculparse, Zack llamó a la camarera que se apresuró a acercarse.

—¿Qué van a comer? —preguntó la mujer, lista para anotar el pedido.

—Estoy indecisa —dijo Julie, y miró a su novio—. ¿Qué te parece que debo pedir, Zack? ¿Un pastel de humildad?

Zack se esforzó por ocultar una sonrisa.

—¿Y a ti qué te parece?

Julie miró a la camarera, que luchaba sin éxito por contener la risa.

—Sí, decididamente una porción de pastel de humildad, por favor, Tracy.

—Con abundante queso y salchicha italiana —agregó Zack, convirtiendo el pedido en una pizza.

Sonriendo, pasó un brazo sobre los hombros de Julie y la apretó contra su cuerpo. Julie esperó hasta que la camarera se hubiera alejado unos pasos y luego agregó:

—¡Ah! Y además trae un par de bifocales para el árbitro, Tracy.

Un silencioso suspiro de alivio recorrió el restaurante y el ruido y las risas crecieron instantáneamente. Más tarde, los novios regresaron a su casa caminando de la mano en la noche fragante.

—Me gusta estar aquí —dijo Zack al doblar una esquina—. No me había dado cuenta de la falta que me hacía un poco de normalidad en la vida. Desde el día que salí de la cárcel, no me detuve un solo instante a relajarme.

Cuando Julie abrió la puerta de calle y entró, Zack negó con la cabeza y se quedó en el porche.

—No me vuelvas a tentar —pidió, tomándola en sus brazos para darle un beso breve.

Apenas le rozo los labios con los suyos, pero cuando empezaba a soltarla, Julie se aferró a él con fuerza y empezó a besarlo con todo el amor y el arrepentimiento que llenaban su corazón. Entonces Zack perdió la batalla y abrió la boca hambrienta para recibir la de ella. Le acarició los costados del pecho, después le tomó las nalgas entre sus manos y la atrajo con firmeza hacia su cuerpo endurecido y la siguió besando hasta que ambos estuvieron sobreexcitados. Cuando por fin Zack pudo apartar la boca de los labios de Julie, ella siguió rodeándole el cuello con las manos y refregó la mejilla contra su pecho; era una gatita que esa tarde le había mostrado las uñas pero que ahora estaba tranquila. Su cuerpo seguía estrechamente unido al de él, y Zack se debatía acerca de la prudencia de volver a besarla cuando Julie ladeó la cabeza y lo miró, con expresión invitante. En respuesta a esa mirada provocativa, él sintió que todo el cuerpo se le ponía tenso. A regañadientes, negó con la cabeza.

—Basta ya, mi querida. Ya estoy tan excitado que apenas puedo mantenerme de pie. Y además —agregó tardíamente—, todavía no te he perdonado por no haberme dicho que tu padre inflige este trato miserable a todos los hombres que le piden que los case.

A la luz de la luna vio que los ojos de Julie se iluminaban con una sonrisa tímida.

—Tuve miedo de que te sintieras más incómodo, si sabías que todos los demás estaban enterados de lo que te pasaba.

—Julie —dijo Zack, acercándola a su cuerpo para ilustrar lo que estaba por decirle—, es completamente imposible que pueda sentirme más incómodo que ahora.

—¡Yo tampoco! —dijo ella con tanto énfasis que él rompió a reír. La volvió a besar y luego la alejó con suavidad

—Me haces muy feliz —dijo con una sonrisa tierna—. Contigo me divierto como no me había divertido nunca.

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