Perfecta

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Capítulo 31

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Capítulo 31

Zack se dio cuenta de que Julie se ponía levemente tensa cuando él se le acercó por detrás, y sus imprevisibles reacciones hacia él lo desconcertaron. En lugar de tomarla en sus brazos y besarla, que era lo que hubiera hecho con cualquiera otra mujer que conocía, inició un método más sutil para llevarla hacia donde quería. Metió las manos en los bolsillos del pantalón, la miró a través del vidrio del ventanal, señaló el estéreo con la cabeza y preguntó con burlona formalidad:

—¿Me concede la próxima pieza, señorita Mathison?

Julie se volvió, sonriente y sorprendida y Zack se alegró en forma desmedida por el sólo hecho de verla contenta. Hundió las manos aún más profundamente en los bolsillos antes de volver a hablar.

—La última vez que saqué a bailar a una maestra estaba convenientemente vestido para la ocasión, con camisa blanca, corbata marrón y mi traje azul marino preferido. Pero a pesar de todo ella no quiso bailar conmigo.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Tal vez me haya considerado demasiado bajo.

Julie sonrió, pues Zack debía medir por lo menos un metro ochenta y siete, y pensó que debía de estar bromeando. En caso contrario la mujer sería una especie de giganta.

—¿En serio eras más bajo que ella? —Zack asintió.

—Me llevaba como noventa centímetros. Sin embargo en ese momento yo no consideraba que ese fuese un obstáculo grave, porque estaba locamente enamorado de ella. —En ese momento, Julie entendió y dejó de sonreír.

—¿Qué edad tenías?

—Siete años.

Julie lo miró como si comprendiera que el desaire de esa maestra le había dolido. Y ahora que Zack lo pensaba, así había sido.

—Yo nunca te habría rechazado, Zack.

El tono entrecortado de su voz y su mirada suave fueron más de lo que Zack podía soportar. Hipnotizado por los sentimientos que crecían en su interior, sacó las manos de los bolsillos y le tendió una en silencio, mientras la miraba con intensidad. Ella colocó su mano en la de él, Zack rodeó con el brazo su angosta cintura, la acercó a sí mientras la voz increíble de Streisand cantaba los primeros versos de Gente.

Zack sufrió un estremecimiento al sentir las piernas y las caderas de Julie en contacto con las suyas; y cuando ella apoyó una mejilla contra su pecho, el corazón empezó a latirle a un ritmo desenfrenado. Todavía ni siquiera la había besado, y el deseo ya latía en todos los nervios de su cuerpo. Para distraerse, trató de pensar en un tema de conversación apropiado que los condujera a su meta sin estimularlo de inmediato más de lo que ya estaba. Al recordar que a ambos les resultó divertido bromear sobre la goma del coche que él pinchó, decidió que sería bueno para los dos reír sobre esos acontecimientos que, en su momento, no tuvieron nada de graciosos. Entrelazó sus dedos con los de ella y apoyó la mano de Julie contra su pecho, mientras le susurraba:

—A propósito, señorita Mathison, con respecto a su viaje no programado en snowcat del día de hoy...

Ella le siguió el tren de inmediato. Echó atrás la cabeza y lo miró con una expresión de inocencia tan exagerada que Zack debió hacer un esfuerzo por no reír.

—¿Sí? —preguntó.

—¿Dónde diablos te metiste cuando volaste sobre el borde de la montaña como un cohete y desapareciste? —La risa estremeció los hombros de Julie.

—Aterricé en brazos de un enorme pino.

—Eso fue muy inteligente —bromeó él—. Permaneciste seca y me instigaste a mí a actuar como un salmón loco en ese arroyo helado.

—Esa parte del asunto no tuvo nada de gracioso. En mi vida he visto una actitud más valiente que la que tuviste hoy.

Lo que lo derritió no fueron las palabras de Julie, sino su manera de mirarlo... la admiración que había en sus ojos, en su tono de voz. Después del juicio humillante y de los deshumanizantes efectos de la cárcel, ya era alentador que lo consideraran un ser humano en lugar de un monstruo. Pero que Julie lo mirara como si fuera un ser valiente y decente y valioso, fue el regalo más precioso que le habían hecho en su vida. Tuvo ganas de estrujarla en sus brazos, de perderse en su dulzura, de envolverla alrededor de su cuerpo como una frazada y de enterrarse dentro de ella; quería ser el mejor amante que ella hubiera tenido y que esa noche fuese tan memorable para Julie como lo sería para él.

Julie notó que fijaba la mirada en sus labios y en un estado de expectativa que había remontado hasta alturas insospechadas durante la última hora, esperó que la besara. Al darse cuenta de que Zack no pensaba hacerlo, trató de disimular su desilusión con una sonrisa alegre y una frase divertida.

—Si alguna vez vas a Keaton y conoces a Tim Martin, por favor no le digas que bailaste conmigo.

—¿Por qué no?

—Porque armó una pelea con la última persona con quien yo bailé. —A pesar de que era un absurdo, Zack experimentó la primera punzada de celos de su vida adulta.

—¿Martin es alguno de tus novios? —Ella rió al ver su expresión sombría.

—No, es uno de mis alumnos. Es uno de esos tipos celosos...

—¡Bruja! —bromeó él, apretándola contra su cuerpo—. Sé exactamente lo que debe de haber sentido ese pobre chico.

Ella alzó los ojos al cielo.

—¿Realmente esperas que crea que acabas de tener celos?

Zack clavó su mirada hambrienta en los labios de Julie.

—Hace cinco minutos —murmuró— hubiera asegurado que era incapaz de una emoción tan baja.

—¡Ah, no! —exclamó ella, y enseguida agregó con fingida severidad—: Estás sobreactuando, señor Astro Cinematográfico.

Zack quedó como petrificado. Esa noche cuando se acostara con ella, si pudiera elegir entre que Julie imaginara que hacía el amor con un convicto o con un astro de cine, hubiera elegido lo primero sin vacilar. Por lo menos eso era real, no ilusorio, enfermizo y falso. Había vivido más de diez años de su existencia con esa imagen de trofeo sexual. Igual que los famosos jugadores de fútbol, su vida privada había sido invadida por admiradoras ansiosas de acostarse con Zachary Benedict. No con el hombre. Con la imagen. En realidad, esa noche, era la primera vez que estaba absolutamente seguro de que una mujer lo quería por sí mismo, y le indignaba pensar que tal vez se hubiera equivocado.

—¿Por qué me miras así? —preguntó ella con cautela.

—¿Qué te parece si tú me dices por qué se te ocurrió hablar en este momento del “astro cinematográfico”?

—Mi respuesta no te va a gustar.

—Ponme a prueba —desafió él. Ante el tono de Zack, Julie entrecerró los ojos.

—Muy bien, lo dije porque la falta de sinceridad me provoca una enorme aversión. —Zack la miró, ceñudo.

—¿No crees que podrías ser un poco más clara?

—Por supuesto —contestó Julie, respondiendo al sarcasmo con una crudeza poco común en ella—. Lo dije porque simulaste estar celoso, y enseguida lo empeoraste al pretender convencerme de que nunca, en tu vida entera, habías sentido eso. Y no sólo me pareció una actitud vulgar, sino poco sincera, sobre todo porque yo sé, y tú sabes que debo de ser la mujer menos atractiva con quien hayas decidido flirtear en toda tu vida. Además, considerando que no te sigo tratando como un asesino, te agradecería que no empezaras a tratarme a mí como... como a alguna de esas admiradoras a quienes puedes fascinar hasta el punto de que se desmayen a tus pies cuando les dices una frase bonita.

Julie notó tarde la tumultuosa expresión de Zack, y clavó la mirada en uno de sus hombros, avergonzada de haber permitido que sus sentimientos heridos la llevaran hasta tal exabrupto. Se preparó para la furiosa contestación de él, pero después de algunos instantes de ominoso silencio, volvió a hablar con voz contrita:

—Supongo que no era necesario que fuera tan clara. Lo siento. Ahora te toca el turno a ti.

—¿El turno de qué? —retrucó Zack

—Supongo que de decirme que fui una grosera.

—Muy bien. Lo fuiste.

Había dejado de bailar, y Julie respiró hondo antes de animarse a mirar su rostro impasible.

—Estás enojado, ¿verdad?

—No lo sé.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Me refiero a que, en lo que a ti concierne, desde hoy al mediodía no estoy seguro de nada, y mi inseguridad crece por minutos.

Hablaba de una manera tan extraña, tan... desequilibrada... que Julie no pudo menos que sonreír. Dudaba mucho de que alguna otra mujer, por hermosa que fuera, lo hubiera puesto en ese estado. No sabía cómo había sucedido, pero se sentía bastante orgullosa.

—Creo que eso me gusta —dijo. Pero él no estaba divertido.

—Por desgracia, a mí no.

—¡Ah!

—De hecho, creo que sería mejor que llegáramos a una especie de acuerdo claro acerca de lo que sucede entre nosotros y de lo que queremos que suceda entre los dos. —En el fondo de su ser, Zack sabía que estaba actuando como una persona completamente irracional, pero cinco años de cárcel, junto con los inquietantes acontecimientos emocionales y físicos del día y del viaje, y esa especie de montaña rusa en que ella lo había tenido durante las últimas veinticuatro horas, se combinaban para hacer estragos en su humor, sus emociones y su sensatez—. Bueno, ¿estás de acuerdo?

—Yo... Supongo que sí.

—Muy bien. ¿Hablas tú primero, o quieres que hable yo?

Ella tragó con fuerza, entre temerosa y divertida.

—Habla tú primero.

—La mitad del tiempo tengo la loca sensación de que no eres real... que eres demasiado cándida para tener veintiséis años... que no eres más que una chiquilina de trece años que simula ser mujer.

Ella sonrió aliviada de que no hubiera dicho nada peor.

—¿Y la otra mitad del tiempo? —preguntó.

—Me haces sentir que soy yo el que tiene trece años.

Por el brillo divertido de los ojos de Julie, se dio cuenta de que eso le gustaba, y Zack se sintió perversamente impulsado a echar por tierra cualquier clase de ilusiones que pudiera abrigar con respecto a él y a sus intenciones para esa noche.

—A pesar de las conclusiones que sacaste en base a lo que sucedió hoy en el arroyo, no soy un caballero andante. No soy un astro de cine, y estoy muy lejos de ser un adolescente cándido e idealista. Toda mi inocencia e idealismo, desaparecieron mucho antes de perder mi virginidad. No soy una criatura, y tú tampoco lo eres. Somos adultos. Los dos sabemos lo que está sucediendo en este momento entre nosotros, y también sabemos exactamente adonde nos conduce. —La expresión risueña de los ojos de Julie fue reemplazada por algo que no era exactamente miedo y que tampoco era enojo—. ¿Quieres que lo diga con todas las letras para que no haya posibilidad de error con respecto a mis intenciones? —insistió Zack, observando que el rubor teñía las mejillas de Julie. Acicateado porque el saber que quería acostarse con ella había apagado su sonrisa, Zack deliberadamente insistió con el tema—. Mis intenciones no son nobles; son adultas y son naturales. No tenemos trece años, éste no es un baile de estudiantes, y no me debato ante la duda de poder o no darte el beso de las buenas noches. Ya es un hecho que te daré ese beso. La realidad es que te deseo, y creo que tú me deseas casi tanto como yo. Antes de que termine esta noche, tengo toda la intención de asegurarme que así sea, y cuando lo haya logrado, pienso llevarte a la cama, desvestirte y hacerte el amor tan concienzuda y lentamente como pueda. Por ahora, quiero bailar contigo, para sentir tu cuerpo contra el mío. Y mientras estemos bailando, estaré pensando en todas las cosas que te voy a hacer, que haremos juntos, cuando estemos en la cama. Y ahora, ¿ha quedado todo aclarado? Si nada de eso te conviene, dime lo que te gustaría hacer, y lo haremos. ¿Y bien? —preguntó con impaciencia, al ver que ella permanecía en silencio y con la cabeza gacha—. ¿Qué quieres hacer?

Julie se mordió el labio tembloroso y levantó hacia él sus ojos resplandecientes de risa y de deseo.

—¿No te gustaría ayudarme a arreglar el armario del vestíbulo?

—¿Existe una segunda posibilidad? —preguntó él, tan ofuscado que no se dio cuenta de que ella bromeaba.

—En realidad —contestó Julie, frunciendo el entrecejo y bajando la vista para mirar el cuello abierto de la camisa de Zack—, ésa era mi segunda posibilidad.

—Bueno, ¿entonces cuál diablos es la primera? ¡Y no simules que te estoy poniendo tan nerviosa que tienes ganas de limpiar armarios, porque ni siquiera conseguí ponerte nerviosa cuando te apunté con un arma!

A todo lo que ya sabía que le gustaba en él, Julie agregó que era irascible y obtuso. Respiró hondo, decidida a terminar con el juego, pero no se animó a mirarlo a los ojos mientras hablaba con suavidad.

—Tienes razón, después del día de hoy te resultaría absolutamente imposible ponerme nerviosa apuntándome con un arma, porque sé que jamás me harías daño. En realidad tu única forma de ponerme nerviosa es haciendo exactamente lo que has hecho desde que desperté esta noche y te vi parado junto a la chimenea.

—¿Y eso qué es? —preguntó él, cortante.

—Es hacer que me pregunte si alguna vez me volverás a besar como lo hiciste anoche... Es actuar un minuto como si quisieras hacerlo y al minuto siguiente como si no...

Zack le tomó la cara entre las manos, se la levantó y abruptamente capturó el resto de sus palabras con su boca, metiendo los dedos en el pelo de Julie mientras la besaba. Y cuando ella demostró que hablaba en serio, cuando deslizó las manos por el pecho de Zack y le rodeó con ellas el cuello, aferrándose a él con fuerza y devolviéndole el beso, él experimentó un placer y un júbilo casi insoportables.

Tratando de contrarrestar su anterior rudeza, acarició con los labios la barbilla, la mejilla y la frente de Julie; después volvió a buscar su boca y recorrió con los labios su contorno suave. Trazó con la lengua la línea temblorosa que separaba los labios de Julie, urgiéndola a abrirlos, insistiendo, y cuando ella lo hizo, la introdujo dentro de su boca... un hombre famélico que trataba de satisfacer su hambre enseñándole a intensificarla. Julie se derritió contra él, apretó los labios contra los suyos, dio la bienvenida a la lengua de Zack y le entregó la suya cuando él insinuó apenas lo que quería.

Largos minutos después, Zack por fin se obligó a levantar la cabeza y la miró a los ojos, tratando de memorizarla así, arrebolada, fresca, seductora. Trató de sonreír, deslizó una mano alrededor de la nuca de Julie y le acarició con suavidad el labio inferior con el pulgar, pero los ojos profundos de ella lo volvían a atraer inexorablemente hacia sus profundidades. Dejó de mover el pulgar, lo apretó para obligarla a abrir los labios y capturó con hambre su boca. Temblorosa entre sus brazos, Julie se puso en puntas de pie y el leve aumento de la presión de su cuerpo contra la erección de Zack hizo que su corazón latiera enloquecido, y que él le apretara convulsivamente la espalda con los dedos. Zack apretó el cuerpo flexible de ella contra el suyo y le acarició los costados del pecho, luego las nalgas, sosteniéndola contra su cuerpo tenso. Estaba perdiendo el control, y lo sabía.

Se ordenó a ir despacio, se obligó a detenerse antes de forzarla a acostarse en el piso, antes de comportarse como el ex convicto hambriento de amor que era, en lugar del amante tranquilo que prometió ser. Fue el distante recuerdo de esa promesa lo que por fin lo impulsó a prolongar el preludio, a atender las señales de su excitación que le indicaban que, cuando comenzara, su culminación llegaría demasiado rápido para ella.

Se obligó a apartar las manos del pecho de Julie y las colocó sobre su cintura; pero le resultó mucho más difícil detener los movimientos de su lengua porque ella se aferraba a él y le clavaba las uñas en la espalda. Cuando por fin consiguió apartar la boca de la suya, Zack no supo si fue suyo o de Julie el gemido de lamento. Con los ojos cerrados, el corazón latiendo a una velocidad desaforada, Zack llenó de aire sus pulmones y le pasó los brazos por la espalda para sostenerla contra sí. Pero no sirvió de nada; debía tenerla, poseerla por completo, ya mismo. Respiró con fuerza, le colocó una mano bajo la barbilla y le alzó el rostro. Julie tenía los ojos cerrados, pero instintivamente levantó los labios hacia los suyos.

El control de Zack se quebró. Su boca aferró la de ella con fiera desesperación, la obligó a abrir los labios mientras le desataba el cinturón de seda del kimono y se lo quitaba, dejándolo caer al piso frente a la chimenea para poder solazarse con la vista y el contacto de su piel.

Envuelta en el abrazo de Zack, Julie sintió que la bajaba hacia el piso, pero no salió de su estado de placer increíble hasta que él apartó la boca y las manos de su cuerpo. Abrió los ojos y lo vio desabrochándose apresuradamente la camisa, lo vio hacerla a un lado, pero justo cuando él la miró experimentó la primera sensación de pánico. A la luz de las llamas, en los ojos de Zack había un brillo ardiente mientras recorría su cuerpo con la mirada; la pasión había convertido su rostro en algo duro e intenso, y cuando ella levantó un brazo para cubrirse el pecho, ordenó:

—¡No hagas eso!

Julie se estremeció ante esa voz desconocida, ese rostro desconocido, y cuando él le apartó la mano y la cubrió con su cuerpo, instintivamente se dio cuenta que los preámbulos habían terminado y que, a menos que lo detuviera, la penetraría en una cuestión de instantes.

—¡Zack! —susurró, tratando de que él la escuchara sin arruinar la situación—. ¡Espera!

Zack no registró la palabra pero el tono de pánico de Julie le resultó discordante, lo mismo que el hecho de que se estuviera retorciendo debajo de él de una manera altamente provocativa.

—¡Zack!

Zack sabía que iba demasiado rápido, que saltaba los prolegómenos, y creyó que era a eso que ella se oponía.

—Necesito decirte algo.

Con un esfuerzo casi superior a sus posibilidades, Zack se colocó de costado, pero cuando inclinó la cabeza sobre uno de los pechos de Julie para darle el gusto, ella le tomó la cara entre las manos para detenerlo y lo obligó a mirarla.

—¡Por favor! —suplicó, mirando los ojos ardientes de Zack. Extendió los dedos sobre el mentón rígido de él, para suavizarlo, y cuando él le besó la palma de la mano, el corazón de Julie desbordó de alivio y de ternura—. Primero tenemos que hablar.

—Habla tú —contestó él, y le besó el costado de la boca, le besó el cuello, deslizó la mano sobre sus pechos—. Yo escucharé —mintió mientras le acariciaba el vientre y deslizaba los dedos dentro del triángulo rizado. Ella dio un salto, le tomó la mano y el tema que eligió fue, en opinión de Zack, el más inoportuno y absurdo que una mujer podía sacar en un momento como ése—. ¿Qué edad tenías la primera vez que hiciste el amor?

Zack cerró los ojos y contuvo una respuesta impaciente.

—Doce años.

—¿No quieres saber la edad que tenía yo?

—No —contestó él, acercándose a besarle el pecho, ya que por algún motivo que sólo ella conocía, no quería ser tocada más íntimamente. Todo su cuerpo estaba tenso con una necesidad imperiosa, y Zack hacía lo posible por acariciarla en los lugares que recordaba daban más placer a las mujeres.

—Tenía veintiséis años —anunció Julie presa del pánico, cuando la boca de Zack se cerró sobre su pezón.

La sangre rugía en los oídos de Zack; oyó las palabras de Julie pero no percibió su significado. Los pechos de Julie no eran grandes ni pesados, sino bonitos y exquisitamente femeninos, lo mismo que ella, y si sólo se mostrara tan receptiva como cuando estaban de pie y besándose, él le proporcionaría un orgasmo enseguida, antes de penetrarla, y después le haría el amor como correspondía. Tenía que desahogar cinco años de deseo contenido, se sentía capaz de hacerle el amor durante toda la maldita noche sin detenerse un instante, si ella sólo le dejara hacer eso y no siguiera apretando las piernas, y si se dejara de hablar acerca de la edad que tenía la... primera vez... que tuvo... una relación sexual...

Julie percibió el instante preciso en que Zack registró el significado de sus palabras porque apartó la boca de su piel, y su cuerpo quedó tan petrificado que tuvo la impresión de que había dejado de respirar.

—Para mí ésta es la primera vez —confesó, temblorosa. Zack dejó caer la frente sobre el pecho de Julie, cerró los ojos y exclamó:

—¡Dios!

La exclamación hizo que Julie comprendiera con claridad que la revelación no lo alegraba... una convicción que se vio reforzada cuando por fin levantó la cabeza y la miró de frente, inspeccionándola cuidadosamente, como si tuviera esperanzas de encontrar una prueba de que mentía. Con profunda tristeza, Julie comprendió que estaba enojado o lleno de desagrado. Ella nunca pretendió que se detuviera, sólo que fuera un poco más lento y que no la tocara como... como a un cuerpo acostumbrado a que lo tocaran.

Zack no estaba disgustado, sino estupefacto. Desorientado. Dentro de su marco de referencia, jamás había oído hablar de una mujer de veintiséis años que fuera virgen, y menos una mujer hermosa, inteligente, ingeniosa y deseable.

Pero al mirarla, de repente todo lo que lo había intrigado esa noche y la noche anterior empezó a tener sentido. Recordó su exabrupto después de ver el noticiario de la noche anterior: «¡Mi padre es pastor!, sollozó. ¡Es un hombre respetado! Yo he pasado los últimos quince años de mi vida tratando de ser perfecta». Recordó sus palabras cuando él le preguntó si estaba comprometida: «Estamos hablando del asunto». Era evidente que habían estado hablando mucho en lugar de hacer el amor. Y la noche anterior, él mismo la había comparado con una niña del coro de una iglesia.

Y ahora que comprendía el pasado, el presente lo confundía más que nunca. Por lo visto Julie no entregó su virginidad a su casi novio, quien obviamente la amaba y le ofrecía respetabilidad y un futuro. Y esa noche estaba dispuesta a entregársela a un convicto prófugo incapaz de amar a nadie, y que no tenía nada que ofrecerle. La conciencia de Zack eligió ese momento para hacer su aparición por primera vez en años, al recordarle que el casi novio de Julie no la obligó a entregarle su virginidad; si él tenía algún escrúpulo, el menor dejo de decencia, no la tocaría. Ya la había secuestrado, maltratado verbalmente y convertido en objeto de censura y en una vergüenza pública. Era inexcusable que además de todo eso, le robara su virginidad.

Pero la débil protesta de su conciencia no bastó para detenerlo. La deseaba. Debía hacerla suya. La haría suya. El destino lo había privado de su dignidad, de su libertad y de su futuro, pero por algún motivo le brindaba a Julie durante esos breves días que tal vez fuesen los últimos de su vida. Ni su conciencia ni ninguna otra cosa lo privarían de ella. La miró sin percibir el paso del tiempo, hasta que la voz temblorosa de Julie lo arrancó de sus pensamientos, y sus palabras fueron una demostración de su falta de experiencia con los hombres.

—No creí que te enojarías —dijo, malinterpretando por completo el sentido de su silencio. Zack suspiró.

—No estoy enojado contigo, sino conmigo.

—¿Por qué? —preguntó Julie, estudiando su rostro.

—Porque ni siquiera eso logrará detenerme —contestó él con tono áspero—. Porque no me importará un bledo que no hayas hecho esto antes, ni siquiera con alguien que te amaba y que podía quedarse a tu lado si llegaras a quedar embarazada. En este momento, nada me importa... —susurró, bajando los labios hasta los de ella—, pero esto...

Pero la inexperiencia de Julie sí le interesaba. Le importó bastante como para obligarlo a suspender los besos y tratar de controlar su lujuria para poder empezar de nuevo con ella.

—Ven acá —susurró.

La tomó en sus brazos, rodó para colocarse de costado y quedar frente a ella, con la cabeza de Julie apoyada sobre su hombro. Respiró hondo y esperó hasta que su pulso recuperó un ritmo normal. Después le pasó la mano por la espalda en una caricia tranquilizante, mientras resolvía que, aunque él muriera de lujuria contenida, lograría que esa experiencia fuera buena para ella. De alguna manera, tendría que excitarla totalmente, sin excitarse él más de lo que ya estaba.

Julie permanecía en sus brazos, sorprendida por el repentino cambio de humor de Zack y aterrorizada por la posibilidad de haberlo hecho renunciar a hacer el amor con ella. Sin poder soportarlo más, y sin animarse a mirarlo, dijo, temblorosa:

—No quería darle tanta importancia a eso de que ésta sea la primera vez para mí. Sólo trataba de que fueras un poco más despacio... no que te detuvieras.

Zack sabía que debía haberle resultado muy difícil decir una cosa así, y volvió a experimentar otra desconocida oleada de ternura. Le tomó el mentón, se lo levantó y dijo con tranquila seriedad:

—No arruines esto para ninguno de los dos quitándole importancia. La verdad es que nunca he tenido la responsabilidad, ni el privilegio, de ser el primer amante de una mujer, así que para mí también ésta es una primera vez. —Levantó la mano para apartarle un mechón de pelo de la cara, se lo peinó con los dedos, y lo observó caer sobre los hombros de Julie—. Durante años debes haber vuelto locos a todos los muchachos de Keaton, preguntándose cómo serías.

—¿Qué quieres decir?

Zack dejó de observarle el pelo y le sonrió mirándola a los ojos.

—Quiero decir que desde ayer he estado fantaseando con pasarte los dedos por el pelo, y sólo hace dos días que lo miro.

Ante las palabras de Zack, Julie sintió que una sensación de calidez le recorría todo el cuerpo, y él percibió instantáneamente el cambio en su expresión, en la forma en que el cuerpo de ella se relajaba contra el suyo. Aunque tardíamente, recordó que las palabras podían excitar a una mujer casi tanto y con tanta rapidez como el más hábil estímulo sexual. Entonces comprendió que ésa era la mejor manera de alcanzar su meta sin llegar a los extremos peligrosos de lujuria que le provocaría acariciarla y besarla.

—¿Sabes en qué estuve pensando anoche, durante la comida? —preguntó con ternura.

Ella hizo un movimiento negativo con la cabeza.

—Me preguntaba cómo sería el gusto de tu boca sobre la mía, y si era posible que tu piel fuese tan suave como parece.

Julie sintió que se hundía en un profundo y delicioso encantamiento sensual cuando él extendió los dedos sobre sus mejillas y dijo:

—Tu pelo es más suave de lo que parece.

Le miró los labios mientras los acariciaba con el pulgar.

—Y tu boca... ¡Dios, tiene gusto a cielo!

Deslizó inexorable la mano hacia su garganta, su hombro, luego le cubrió los pechos y Julie bajó la mirada hacia la mata de vello oscuro del pecho de Zack.

—No apartes la mirada —susurró él, obligándola a volver a mirarlo a los ojos—. Tienes unos pechos maravillosos.

Julie sintió que eso estaba tan lejos de la verdad, que la hizo dudar de todo lo demás que le había dicho. Zack notó su expresión escéptica, y sonrió.

—Si eso no fuese verdad —dijo, acariciándole un pezón con el pulgar—, ¿me puedes explicar por qué me muero por tocarlos, por mirarlos, por besarlos ahora mismo? —El pezón de Julie se endurecía como un capullo cerrado contra el pulgar de Zack, y él sintió que la lujuria volvía a latir dentro de su cuerpo. —Te consta que es verdad, Julie. Ves con claridad en mi cara cuánto te deseo.

Y ella lo veía... allí estaba en su mirada ardiente, en sus párpados pesados.

Muriéndose por besarla, Zack respiró hondo para tranquilizarse e inclinó la cabeza, luchando por controlarse cuando le tocó los labios con la lengua.

—¡Eres tan dulce! —susurró—. ¡Eres increíblemente dulce!

Julie perdió el control antes que él. Lanzó un quejido, le pasó la mano por el cuello y lo besó con todo el ardor y la pasión que crecían en su interior, y se apretó contra su miembro rígido, solazándose en el estremecimiento que recorrió a Zack cuando su boca apresó la de ella en un beso a la vez tierno y áspero. Con un instinto que ignoraba poseer, percibió la lucha desesperada de Zack para impedir que el beso fuera demasiado intenso y eso le provocó una ternura casi intolerable. Acarició los labios de él con los suyos, lo alentó a profundizar el beso y cuando eso fracasó, empezó a besarlo como lo había hecho él antes.

Y logró su propósito.

Zack perdió el control y, lanzando un ronco quejido, la colocó de espaldas mientras la besaba con una urgencia que la hizo sentir poderosa e indefensa a la vez. Reclamaba su cuerpo con manos y boca, deslizándolas sobre sus pechos, su cintura y su espalda y, cuando la boca de él volvió a unirse con la de Julie, le metió los dedos en el pelo, sosteniéndola, una prisionera voluntaria. Cuando por fin Zack apartó la boca de la suya, el cuerpo íntegro de Julie estaba inflamado de deseo.

—Abre los ojos —susurró él.

Julie obedeció y se encontró frente a un musculoso pecho masculino cubierto de vello oscuro. De solo ver ese pecho, el corazón empezó a latirle desenfrenadamente. Vacilante, levantó la mirada y comprobó los efectos que surtía la pasión en él. Un músculo se contraía espasmódicamente en su cuello, su rostro era duro y oscuro y sus ojos ardían. Vio que los labios sensuales de Zack pronunciaban una palabra:

—Acaríciame. —Era una invitación, una orden, una súplica.

Julie respondió a las tres cosas. Levantó una mano y le acarició la mejilla. Sin apartar de ella la mirada, él volvió la cara dentro de la mano de Julie y deslizó los labios por su palma sensible.

—Acaríciame.

Con el corazón latiendo con ferocidad, ella le deslizó las puntas de los dedos por las mejillas, por el cuello, por los hombros y después por el pecho. Su piel parecía suave sobre sus músculos duros y cuando Julie se inclinó y le besó el pecho, Zack se estremeció. Embriagada por ese poder recién descubierto, Julie le besó los pezones pequeños y luego deslizó un largo beso hacia abajo, rumbo a la cintura de Zack. Él dejó escapar un sonido que tenía algo de quejido, y la colocó de espaldas, las manos sostenidas junto a la cabeza, cubriéndola parcialmente con su cuerpo. Julie desprendió las muñecas de las manos de Zack, lo rodeó con sus brazos, le acarició los hombros y la espalda, y lanzó gemidos de alegría cuando él apoyó los labios sobre sus pechos. Estaba perdida en el deseo que él creaba con habilidad en su interior. De repente cerró los ojos con fuerza, luchó contra oleadas de vergüenza y se dejó llevar por el placer.

Zack observó las reacciones que se pintaban en el rostro adorable de Julie a medida que su cuerpo se rendía al placer de las caricias íntimas y poco familiares de sus dedos. Cada sonido que ella emitía, cada movimiento inquieto de su cabeza lo llenaba de enorme ternura. Ella lo envolvió con sus brazos y se estremeció. Y ese movimiento convulsivo le recordó las palabras que ella había dicho.

—Es bueno temblar —le recordó Zack, explorando aún más profundamente—. Temblar es muy bueno.

Ella movía las manos por el cuerpo de él, reuniendo coraje, y Zack contuvo el aliento cuando por fin deslizó los dedos sobre su rígida erección y por fin lo tomó en sus manos. En ese momento, abrió los ojos, sobresaltada, y lo miró. A la luz de las llamas, lo miraba como si esperara algo: una decisión, un movimiento. Y mientras sus caricias lo volvían loco Julie levantó la otra mano, se la pasó por la barbilla como para aliviar la tensión y susurró unas palabras...

—Valió la pena esperar veintiséis años por ti, señor Benedict.

Zack perdió el control de su respiración. Con las manos apoyadas a ambos lados del rostro de Julie, inclinó la cabeza para besarla, a la vez que susurraba.

—¡Dios...!

Con la sangre pulsando en sus oídos, Zack se colocó entre sus piernas, tentando la entrada, abriéndose paso con lentitud por el pasaje estrecho y húmedo, y exhaló ante la exquisita sensación que le produjo la húmeda calidez que lo envolvía. Cuando se topó con la frágil barrera, le alzó las delgadas caderas, contuvo el aliento y empujó. El breve dolor puso tenso el cuerpo de Julie, pero antes de que Zack pudiera reaccionar, lo rodeaba con sus brazos y se abría para él, cobijándolo. Zack luchó por contener el orgasmo que amenazaba con hacer erupción y empezó a moverse con lentitud dentro de ella, pero cuando Julie también se movió, siguiéndole el ritmo, Zack ya no se pudo contener. Le aprisionó la boca en un beso profundo, se hundió dentro de ella y la condujo con rapidez a la culminación, regocijándose en el grito ahogado que lanzó, en su manera de clavarle las uñas en la espalda mientras se estremecía convulsivamente. Zack le alzó cada vez más las caderas, movido por un deseo incontrolable de estar en ese instante lo más profundo posible dentro de ella. Explotó con una fuerza que le hizo gemir, pero no cesó de moverse, como si de alguna manera ella pudiera vaciarlo de la amargura de su pasado y de la desolación de su futuro. El segundo orgasmo hizo erupción en una sensación que le recorrió todos los centros nerviosos, que le sacudió el cuerpo íntegro y que lo dejó débil. Consumido.

En un estado de extenuación total, se desmoronó sobre Julie y enseguida se colocó de costado, todavía unido a ella. Sin aliento, la sostuvo en sus brazos, le acarició la espalda, tratando de no pensar, aferrándose a esa fugaz euforia mientras trataba de mantener alejada a la realidad, pero a los pocos minutos se dio por vencido. Ahora que su pasión se había desgastado, ya no había barreras entre su cerebro y su conciencia, y mientras contemplaba las llamas de la chimenea comenzó a ver todos sus actos y motivaciones de los últimos tres días a la luz de la verdad. La verdad era que se apoderó de una mujer indefensa, que la tomó como rehén a punta de pistola; la engañó convenciéndola de que la dejaría en libertad si lo llevaba hasta Colorado; la amenazó con violencia física si intentaba huir, y cuando a pesar de todo ella lo desafió, la obligó a besarlo delante de testigos, de manera que en ese momento la prensa la crucificaba, tildándola de cómplice. La verdad era que empezó a pensar en hacerle el amor el mismo día en que la secuestró, y que utilizó todos los medios a su alcance para lograrlo, desde la intimidación hasta el flirteo y la bondad. La asquerosa verdad era que acababa de lograr su meta odiosa. Acababa de seducir a la hija virgen de un pastor, un ser humano hermoso e inocente que ese mismo día pagó todas sus crueldades e injusticias salvándole la vida. Seducir era una palabra demasiado suave para lo que acababa de hacer, decidió Zack, disgustado y con la mirada clavada en la alfombra. ¡Se había apoderado de ella allí, en el piso, ni siquiera en una cama! Su conciencia lo atormentó con renovados bríos por haberla tratado con demasiada rudeza, por obligarla a aceptar que él tuviera dos orgasmos, por enterrarse dentro de ella en lugar de contenerse decentemente. El hecho de que Julie no hubiera gritado ni luchado ni dado señales de estar herida o humillada no calmo su sensación de culpa. Ella no sabía que tenía derecho a más de lo que recibió, pero él sí lo sabía. En su adolescencia fue asquerosamente promiscuo, durante su vida adulta vivió más aventuras de las que podía contar. La responsabilidad completa del lío en que había convertido la vida de Julie, y ahora su primer encuentro con el sexo, era suya. Y eso, si se miraba la cuestión desde un punto de vista optimista, sin tomar en cuenta la posibilidad de un embarazo. No hacía falta ser un genio para suponer que la hija de un ministro se negaría a considerar la posibilidad de un aborto, de manera que tendría que soportar la vergüenza pública de ser madre soltera, o mudarse a otra ciudad para tener su hijo, o bien endilgarle la criatura a su casi novio para proporcionarle un padre.

Cuando abandonara la seguridad de esa casa, Zack estaba seguro de que lo matarían de un tiro a los pocos días, o quizás a las pocas horas. En ese momento deseó que lo hubieran apresado antes de encontrarse con Julie. Hasta que lo encarcelaron, nunca consideró la posibilidad de envolver en sus problemas a una mujer inocente, y mucho menos amenazarla con una pistola o embarazarla. Era obvio que en la cárcel se había convertido en un psicópata sin conciencia, escrúpulos ni moral.

Que lo mataran a balazos era un fin demasiado bondadoso para el monstruo en que se había convertido.

Se hallaba tan enfrascado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la mujer que tenía en sus brazos estaba llorando. Mudo de remordimiento, Zack la soltó y la acostó sobre la alfombra, pero ella mantuvo su brazo alrededor del cuello de él y la cara húmeda contra su pecho.

Zack se apoyó sobre un codo, trató de tranquilizarla acariciándole el pelo, y tragó con fuerza para deshacer el nudo que los remordimientos le habían formado en la garganta.

—Julie —susurró con voz ronca—, si pudiera, desharía todo lo que te he hecho. Hasta esta noche, por lo menos todo lo que hice fue motivado por una desesperada necesidad... Pero esto... —Volvió a hacer una pausa para tragar, y le apartó un mechón de la frente. Como ella tenía la cara enterrada en su pecho, no podía juzgar sus reacciones, pero se dio cuenta de que desde que empezó a hablar, ella había quedado en una inmovilidad absoluta—. Pero lo que acabo de hacerte no tiene perdón. Existen explicaciones para mi actitud, pero no excusas. Supongo que, a pesar de tu candidez, comprenderás que cinco años es mucho tiempo para que un hombre viva sin...

Zack se interrumpió, dándose cuenta de que al daño acababa de agregar el insulto, porque de sus palabras se desprendía que en su estado de privación sexual, cualquier mujer le habría dado lo mismo.

—No fue por eso que hice esto. Ése fue en parte el motivo. Pero lo importante es que te deseo desde que... —El disgusto que sentía hacia sí mismo le impidió seguir hablando.

Después de un prolongado silencio, la mujer que tenía en sus brazos por fin habló.

—Continúa —dijo con suavidad.

Él bajó la cabeza, tratando de ver sus facciones.

—¿Que continúe? —repitió.

Ella asintió, rozando su piel con la cabeza.

—Sí. Justo estabas llegando a la mejor parte.

—¿La mejor parte? —repitió él, atontado. Ella lo miró y, aunque todavía tenía los ojos húmedos, sonreía de una manera que hizo latir apresuradamente el corazón de Zack.

—Empezaste muy mal —susurró—, diciendo que lamentabas que hubiéramos hecho el amor. Y lo empeoraste al decir que soy cándida y hablando como si cualquier mujer te hubiera venido bien después de cinco años de abstinencia...

Él la miró, y una sensación de alivio empezó a recorrer su cuerpo como un bálsamo. Sabía que la estaba sacando demasiado barata, pero aferró esa inesperada oportunidad con la desesperación agradecida del que se está ahogando y encuentra algo de que agarrarse.

—¿Dije eso?

—Sí.

Zack sonrió, indefenso ante la sonrisa de Julie.

—¡Qué poco galante!

—Muy poco galante —aprobó ella con fingida indignación.

Instantes antes lo había tenido sumido en una negra desesperación, cinco minutos antes lo llevó a un paraíso sexual, y ahora le daba ganas de reír. En alguna parte de su mente, Zack se dio cuenta de que ninguna mujer le había producido jamás un efecto semejante, pero no tenía ganas de buscarle una explicación. Por el momento se contentaba con solazarse en el presente e ignorar el poco futuro que le quedaba.

—En estas circunstancias —susurró, sonriendo mientras le pasaba los nudillos por la mejilla—, ¿qué debí haber hecho o dicho?

—Bueno, como bien sabes, no tengo mucha experiencia en momentos como éste...

—Ni la menor experiencia, en realidad... —le recordó él, repentinamente fascinado por ello.

—Pero he leído centenares de novelas con escenas de amor.

—Esto no es una novela.

—Cierto, pero existen similitudes.

—Nómbrame una —bromeó él, aturdido por el júbilo que ella le provocaba.

Para su sorpresa, Julie se puso seria, pero había una expresión maravillada en sus ojos cuando miró los suyos.

—Para empezar —susurró—, la mujer muchas veces siente lo que sentí yo cuando estabas dentro de mí.

—¿Y qué sentiste? —preguntó él, sin poder contenerse.

—Me sentí querida —contestó Julie con voz entrecortada—. Y necesitada. Desesperadamente necesitada. Y muy, muy especial. Me sentí... completa.

El corazón de Zack se contrajo con una emoción tan intensa que le dolió.

—¿Entonces por qué llorabas?

—Porque a veces la belleza me hace eso —contestó ella en susurros.

Zack miró sus ojos resplandecientes y vio la belleza suave y el espíritu indomable que hacen llorar a un hombre.

—¿Alguien te ha dicho que tienes la sonrisa de la madonna de Miguel Ángel?

Julie abrió la boca para protestar pero él se lo impidió con un beso.

—¿No te parece un comentario un poco sacrílego, considerando lo que acabamos de hacer?—preguntó. Zack sofocó una carcajada.

—No, pero probablemente lo sea cuando consideres lo que estamos por hacer ahora.

Ella bajó la cabeza.

—¿Qué?

Zack empezó a sacudirse de risa, por el mero júbilo que ella le producía, mientras su boca iniciaba un suave descenso.

—Ya te lo mostraré.

Julie contuvo el aliento y arqueó las caderas ante el sensual ataque de sus manos y su boca.

La risa desapareció de la mente de Zack, reemplazada por algo mucho más profundo.

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