Perfecta

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Capítulo 33

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Capítulo 33

Julie permaneció a un lado del enorme espejo del baño, bajo las lámparas de bronce que lo enmarcaban, secándose el pelo, mientras Zack se afeitaba en su lado del espejo. En lugar de usar el cuarto de baño más pequeño que daba a su dormitorio, que fue lo que Julie pensó que él haría, Zack también utilizó ese. Julie decidió que eso de compartir un baño con un hombre encerraba una extraña intimidad. Y además, estaban los sonidos: el sonido del agua de la ducha de Zack que empezó a correr mientras ella estaba en la suya, y ahora el sonido del agua que corría en el lavabo mientras él se afeitaba.

Cuando, envuelta en una toalla verde, Julie se dirigía a su dormitorio a vestirse, Zack le dijo:

—Ponte algo del armario de este cuarto.

Sobresaltada porque era la primera vez que hablaban desde que compartieron juntos el baño, Julie se volvió y lo vio parado junto al lavatorio, con las caderas angostas envueltas en una toalla igual a la suya, y la cara cubierta de crema de afeitar...

—No —contestó ella—. Lo hice anoche y no me sentí bien.

—Me imaginé que eso nos provocaría una discusión —contestó él.

—Es agradable ganarte una discusión de vez en cuando —contestó Julie, sonriendo.

Se encaminó al dormitorio, rumbo a la silla donde la noche anterior había depositado su ropa. Ya no estaba allí. Durante algunos instantes se quedó mirando la silla, como si la ropa pudiera volver a materializarse; después giró sobre sus talones y se encaminó al baño, con expresión beligerante.

—¡Te advierto que no estoy dispuesta a ponerme nada que cuelgue en ese armario!

Zack le dirigió una mirada divertida mientras seguía afeitándose.

—Bueno, ahí tienes un pensamiento capaz de excitar a un macho insaciable como yo... tenerte todo el día, dando vueltas desnuda, a mi alrededor.

Ella contestó con su tono de maestra más severo.

—Zack, estoy haciendo grandes esfuerzos por no ponerme de mal humor...

Zack sofocó una carcajada al verla tan adorable, y se negó a contestar.

—¡Zack! —exclamó ella con aire sombrío, avanzando amenazante y autoritaria—. ¡Quiero que me devuelvas mi ropa en este mismo instante!

Estremeciéndose de risa, Zack se lavó la cara con agua fría y luego se la secó.

—¿Y si no lo hago, señorita Mathison? —preguntó—. ¿Qué me sucederá? ¿Me pondrás una mala nota?

Julie había tenido que enfrentar tantas rebeliones adolescentes que sabía que perdería terreno si mostraba su frustración. Lo miró con expresión firme y enfática.

—En ese aspecto, no soy negociable.

Zack dejó caer la toalla y se volvió, con una maravillosa sonrisa.

—Tienes un espléndido vocabulario —dijo con sincera admiración. Julie apenas lo oyó.

Miraba con sorpresa la imagen viviente de ese hombre apuesto, atractivo y carismático que había visto durante años en gigantescas pantallas de cine y televisión. Hasta ese momento, Zachary Benedict, el hombre, para ella nunca se había parecido demasiado a Zachary Benedict el actor, de manera que le resultaba fácil ignorar qué y quién había sido. Cinco años de cárcel habían endurecido su rostro y trazado líneas de tensión en sus ojos y en su boca, dándole un aspecto más duro y mayor, pero todo eso había cambiado en una noche. Ahora que estaba bien descansado, sexualmente satisfecho y recién afeitado, el parecido era tan grande que ella retrocedió, nerviosa y sorprendida, como si acabara de toparse con un extraño.

—¿Por qué me miras como si me salieran pelos de las orejas?

La voz era familiar. Conocía esa voz. Eso resultaba tranquilizante. Julie se obligó a abandonar esas fantasías ridículas y volver a la realidad. A la discusión que mantenían. Más decidida que nunca a ganar, cruzó los brazos sobre el pecho.

—Quiero mi ropa.

Él imitó su actitud, cruzando también los brazos sobre el pecho, pero en lugar de mirarla con enojo, sonreía.

—No tienes la menor posibilidad de recuperarla, querida... Elige algo de ese armario.

Julie se sintió tan frustrada y desequilibrada que tuvo ganas de golpear el piso con los pies.

—¡Maldito sea, quiero mi...!

—¡Por favor! —interrumpió él en voz baja—. Elige algo de ese armario. —Y al ver que ella se disponía a discutir, agregó—: Tiré tu ropa a la chimenea.

Julie supo que acababa de vencerla, pero la insensibilidad de Zack para manejar la situación la enojó y le dolió.

—Para un ex astro de cine pueden haber sido trapos inservibles —retrucó furiosa—, ¡pero era mi ropa, trabajé para pagarla, la compré y me gustaba!

Giró sobre sus talones y enfiló hacia el armario, sin advertir que su frase había dado en el blanco con más fuerza de la que pudiera haber soñado. Ignoró los vestidos y las polleras que colgaban a ambos lados y tomó el primer par de pantalones y el primer suéter que se cruzaron en su camino. Los apoyó contra su cuerpo para comprobar si le cabrían y se los puso sin ceremonia alguna. Los pantalones eran de cachemir verde esmeralda y el suéter de un tono haciendo juego. Dejó el suéter afuera del pantalón, tomó un cinturón, se lo puso, se volvió y casi chocó contra Zack.

Estaba parado en la puerta, y le bloqueaba el paso.

—Discúlpame —dijo Julie tratando de pasar y sin mirarlo siquiera.

Él contestó con un tono tan implacable como su postura.

—Por mi culpa has tenido que usar la misma ropa durante los últimos tres días. Quería que pudieras ponerte otra cosa, para no sentirme culpable cada vez que miraba tus jeans. —Sin mencionar que además se moría de ganas de verla vistiendo ropa hermosa y fina y digna de su figura y su belleza, agregó—: Te pido por favor que me mires y me dejes explicar.

Julie tenía el coraje y la tozudez suficientes para contrarrestar su tono persuasivo, pero no estaba tan enojada como para no comprender la lógica de lo que Zack decía, y además comprendía que era tonto arruinar el poco tiempo que tenían con una discusión sin sentido.

—Me revienta que me ignores y que te quedes mirando el piso —dijo él—. Me da la sensación de que crees que mi voz es la de alguna cucaracha y que la estás buscando para pisarla.

—¡Eres completamente incorregible! —dijo Julie, levantando la mirada.

—Y tú, completamente maravillosa.

El corazón de Julie estuvo a punto de dejar de latir ante su expresión solemne, pero de repente recordó que Zack era actor, y se advirtió que sólo conseguiría sentirse más herida en el futuro si consideraba que algunos piropos casuales eran verdaderas expresiones de cariño. Al ver que ella no respondía, Zack sonrió y se dirigió al dormitorio.

—Te propongo que nos pongamos unas cazadoras y salgamos, si todavía tienes ganas de tomar aire —dijo, hablando sobre el hombro.

Julie lo miró con incredulidad, lo siguió, se detuvo frente a él, abrió los brazos y lo obligó a mirarla.

—¿Con esta ropa? ¿Te has vuelto loco? ¡Estos pantalones de cachemir deben de haber costado... por lo menos doscientos dólares!

Al recordar algunas de las cuentas de Meredith, Zack calculó que debían acercarse más a los seiscientos dólares, pero no hizo ningún comentario. En realidad tenía tantas ganas de salir con ella, y sabía que Julie se moría por un poco de aire libre, que le puso las manos sobre los hombros y dijo mucho más de lo que pensaba.

—Julie, esa ropa pertenece a una mujer que es dueña de una serie de tiendas elegantes que venden ropa hermosa y refinada. Te aseguro que ella no tendría ningún inconveniente en que tú usaras lo que se te diera la gana... —Antes de terminar la frase comprendió lo que había dicho y no pudo creer en su propia tontería. Julie lo miraba con los ojos muy abiertos de sorpresa y él adivinó sus pensamientos antes de que hablara.

—¿Quiere decir que conoces a los dueños de esta casa? ¿Que ellos te dieron permiso para usarla? ¿No crees, que están corriendo un riesgo tremendo, al ocultar a un fugitivo...?

—¡No sigas! —ordenó él, con más rudeza de la necesaria—. ¡Yo no quise decir nada por el estilo!

—¡Pero sólo trato de entender...!

—¡Maldito sea! ¡No quiero que entiendas! —Al comprender que era una injusticia que volcara su enojo sobre ella, se pasó una mano por el pelo y dijo con tono un poco más paciente—: Trataré de explicarte esto lo más clara y sucintamente posible, y después no quiero que volvamos a tocar el tema. Cuando vuelvas a tu casa —prosiguió diciendo Zack—, la policía te interrogará acerca de todo lo que hice y dije mientras estuvimos aquí, para tratar de averiguar si conté con ayuda exterior y hacia dónde me dirijo. Te harán repetirlo y repetirlo y repetirlo hasta que estés extenuada y ya no puedas pensar con claridad. Lo harán con la esperanza de que recuerdes algo que antes olvidaste y que a ellos pueda resultarles significativo, aunque tú no le hayas dado importancia. Mientras puedas decirles la verdad, toda la verdad, que es exactamente lo que te aconsejaré que hagas cuando te vayas de aquí, no tendrás de qué preocuparte. Pero si tratas de protegerme ocultándoles algo o si les mientes, llegará el momento en que te confundirás, y cuando lo hagas, lo percibirán y te harán pedazos. Empezarán a creer que fuiste mi cómplice desde el principio, y te tratarán como tal. Te voy a pedir que les digas sólo una mentira pequeña y poco complicada que debería ayudarnos a ambos, sin ponerte en peligro de tropezar durante los interrogatorios. Más allá de eso, no quiero que le mientas ni le ocultes nada a la policía. Diles todo. A esta altura, no estás enterada de nada que pueda perjudicarme a mí o a nadie que esté involucrado conmigo. Y tengo intenciones de mantenerlo así —agregó con tono enfático—. Por mi bien y por el tuyo. ¿Está claro? ¿Comprendes por qué no quiero que me hagas más preguntas?

Frunció el entrecejo cuando, en lugar de asentir, ella le contestó con otra pregunta. Pero cuando la oyó, se relajó.

—¿Cuál es la mentira que me pedirás que diga?

—Te voy a pedir que le digas a la policía que no sabes dónde está situada esta casa. Que les digas que después que estuviste por huir en esa plaza de camioneros, te vendé los ojos y te obligué a permanecer acostada en el asiento trasero durante el resto del viaje, para que no pudieras volver a tratar de escapar. Es creíble y lógico y no lo pondrán en duda. También ayudará a neutralizar la versión de ese maldito camionero; ése es el único motivo que puede tener la policía para sospechar que eres mi cómplice. Haría cualquier cosa en el mundo con tal de no tener que pedirte que mientas por mí, pero creo que será lo mejor.

—¿Y si me niego?

El rostro de Zack adquirió instantáneamente una expresión dura e introvertida.

—Eso es cosa tuya, por supuesto —dijo con helada cortesía.

Hasta ese momento, en que fue testigo del cambio que se producía en él al pensar que la confianza que le tenía era infundada, Julie no se había dado cuenta de hasta qué punto se había suavizado desde el día anterior. Sus bromas y su ternura al hacerle el amor no eran simplemente una manera conveniente y agradable de pasar el tiempo mientras tuvieran que permanecer juntos... por lo menos parte de eso era verdadero. El descubrimiento le resultó tan dulce, que estuvo a punto de no oír lo que él decía.

—Si decides decirle a la policía donde está ubicada esta casa, te agradecería que también te acordaras de decirles que yo no tenía llave y que estaba dispuesto a forzar la puerta si no encontraba una. Si no pones énfasis en ese punto, los propietarios de esta casa, que son tan inocentes como tú y que no colaboraron en mi plan de huida, se verán sujetos a las mismas sospechas injustas a que te ves sujeta tú a causa de lo que dijo ese camionero.

Julie se dio cuenta de que él no estaba tratando de protegerse a sí mismo. Trataba desesperadamente de proteger a los dueños de esa casa. Lo cual quería decir que los conocía. Eran, o habían sido, amigos...

—¿Te molestaría decirme cuál de las dos cosas piensas hacer? —preguntó Zack con esa voz fría e indiferente que a ella le resultaba odiosa—. ¿O preferirías tener tiempo para pensarlo?

A los once años, Julie prometió que no volvería a mentir jamás, y en quince años nunca había roto esa promesa. En ese momento miró al hombre a quien amaba y dijo con suavidad:

—Les diré que me vendaste los ojos. ¿Cómo se te ocurre que iba a hacer otra cosa?

La recorrió una sensación de alivio al ver que desaparecía la tensión de la cara de Zack, pero en lugar de decirle algo cariñoso, la miró echando chispas y anunció:

—Tienes la distinción, Julie, de ser la única mujer que ha conseguido hacerme sentir como un yo—yo emocional, bailando en una maldita cuerda que tienes atada a un dedo.

Julie se mordió el labio inferior para no sonreír, porque le pareció maravilloso y significativo eso de afectarlo de una manera distinta de todas las demás mujeres. Aunque a él no le gustara.

—Lo... siento —dijo por fin con total falta de honestidad.

—¡Qué lo vas a sentir! —replicó él, pero la tensión había desaparecido de su voz—. Estás haciendo todo lo posible para no reír.

Julie levantó su dedo índice y lo inspeccionó con cuidado.

—A mí me parece un dedo común y corriente —bromeó.

—No hay absolutamente nada común en ti, señorita Mathison —contestó él entre irritado y divertido—. ¡Que Dios ayude a quienquiera se case contigo, porque el pobre tipo envejecerá antes de tiempo!

La conclusión obvia y despreocupada de Zack de que ella terminaría casándose con alguien que no fuera él, y para peor con alguien a quien compadecía, sofocó el brote de felicidad de Julie y la hizo volver a la tierra. Se prometió que a partir de ese momento nunca volvería a ver en las palabras y los actos de Zack más de lo que realmente había en ellos.

Pero pese a que simuló indiferencia, Zack tuvo la desagradable sensación de que acababa de herirla. Instantes después se reunió con ella junto al armario del vestíbulo, donde Julie se estaba poniendo el traje para nieve que había usado el día anterior.

—Me había olvidado por completo de la existencia de este traje —explicó—. Protegerá la ropa que tengo debajo. Saqué otro para ti del armario —agregó, señalando con la cabeza uno del tamaño de Zack.

Mientras se lo ponía, Zack llegó a la conclusión de que la conversación que acababan de mantener en el dormitorio todavía necesitaba más aclaraciones.

—No quiero discutir contigo, te aseguro que es lo último en el mundo que querría. Y decididamente no quiero hablar contigo de mis planes futuros ni de mis preocupaciones actuales. Yo mismo estoy haciendo todo lo posible por no preocuparme y por disfrutar simplemente la sorpresa que significa tenerte aquí. Trata de comprender que los próximos días, aquí, en esta casa, contigo, serán los últimos días “normales” de mi vida. Aunque debo confesarte que no tengo la menor idea de lo que quiere decir “normal”... Pero la cuestión es que aunque los dos sepamos que ésta es una fantasía que va a tener un final abrupto, todavía gozo con ella... unos cuantos días idílicos vividos aquí arriba contigo para recordar después. Y no quiero arruinarlos pensando en el futuro. ¿Comprendes lo que trato de decirte?

Julie ocultó tras una sonrisa la compasión y la pena que sus palabras le provocaban.

—¿Me está permitido saber cuánto tiempo vamos a estar aquí juntos?

—Yo... todavía no lo he decidido. No más de una semana.

Julie trató de no pensar en lo breve que era ese tiempo y resolvió hacer lo que él le pedía, pero planteó la pregunta que la angustiaba desde que salieron del dormitorio.

—Antes de que terminemos con ese tema de la policía y todo lo demás, debo preguntarte algo. Es decir, quiero aclarar algo.

Zack observó que un maravilloso rubor le trepaba por las mejillas y Julie inclinó presurosa la cabeza, concentrándose en la tarea de meterse el pelo dentro de una gorra tejida.

—Dijiste que querías que le dijera todo a la policía. Supongo que no habrás querido decir que esperas que les cuente que nosotros... yo... tú...

—Ya me has proporcionado todos los pronombres —bromeó Zack, que sabía muy bien adonde quería llegar Julie—, ¿te parece que me podrías dar un verbo que los acompañe?

Ella se puso los guantes, colocó las manos en jarras y le dirigió una mirada de cómica desaprobación.

—Tienes demasiada labia, señor Benedict.

—Trato de mantenerme a tu altura.

Ella meneó la cabeza en actitud de falso disgusto y se volvió hacia la puerta trasera. Zack la alcanzó justo cuando salía.

—No quise tratar tu última pregunta con indiferencia —explicó.

Cerró la puerta tras él, se puso los guantes y pisó con cuidado un sendero trazado por el viento y rodeado de un metro y medio de nieve. Ella se volvió a esperarlo, y al mirarla Zack perdió el hilo de lo que pensaba decir. Con el pelo metido bajo el gorro y la cara lavada con excepción de un toque de lápiz labial, Julie era una maravilla con piel de porcelana y ojos color zafiro enmarcados por oscuras pestañas y graciosas cejas.

—Por supuesto que no quise decir que debías informarles que hemos tenido relaciones íntimas; eso es sólo cosa nuestra. Pero por otra parte —agregó, recuperando la compostura—, considerando que soy un asesino convicto, lo lógico es que supongan que no vacilaría en forzarte a mantener una relación sexual conmigo. Considerando la mentalidad de cloaca de la mayoría de los policías, cuando niegues que te violé te someterán a toda clase de preguntas y tratarán de conseguir que les reveles que tal vez quisiste que me acostara contigo y que por eso lo hice.

—¡No lo digas así! —exclamó ella con expresión de virgen ultrajada, cosa que, comprendió Zack, en realidad era.

—Lo estoy diciendo de la manera en que ellos lo pensarán —explicó—. Abordarán el tema de una docena de maneras diferentes, y que no aparentarán tener relación entre sí, como pedirte que describas la casa que utilicé como escondite, ostensiblemente para poder localizarla y revisarla en busca de pistas. Después te harán preguntas sobre los dormitorios y la decoración de esos cuartos. Sólo Dios sabe las preguntas que te harán, pero en el instante mismo en que reveles demasiados conocimientos, o demasiados sentimientos, acerca de algo que me concierna personalmente, supondrán lo peor y saltarán sobre ti. Cuando te traje a este lugar, nunca imaginé que tendrían tan buenos motivos para creerte una aliada mía. Y no los tendrían, si ese maldito camionero no hubiera... —Se interrumpió y meneó la cabeza—. Cuando estuviste a punto de huir en esa plaza de estacionamiento para camiones, no pensé en nada aparte de la necesidad inmediata de detenerte. No creí que el camionero hubiera alcanzado a vernos lo suficientemente bien como para reconocernos después. De todos modos, el mal ya está hecho y no tiene sentido hablar sobre algo que ya no tiene solución. Cuando la policía te interrogue sobre ese episodio, diles exactamente lo que sucedió. Te considerarán heroica. Y lo fuiste. —Le colocó las manos sobre los brazos para enfatizar sus palabras—. Escúchame con cuidado... y después quiero que no volvamos a hablar del tema. Cuando la policía te esté interrogando acerca de nuestra relación mientras estuvimos aquí, si de alguna manera se te escapa algo que revele que tuvimos relaciones íntimas, quiero que me prometas una cosa.

—¿Qué? —preguntó Julie, desesperada por dejar de hablar del tema antes de que influyera en el estado de ánimo de ambos.

—Quiero que me prometas que les dirás que te violé. —Ella se quedó mirándolo con la boca abierta—. Ya he sido convicto de asesinato —agregó Zack—, y créeme que mi reputación no empeorará agregándole el cargo de violación. Pero en cambio eso puede salvar tu reputación, y es lo único que importa. Lo comprendes, ¿verdad? —preguntó, estudiando la mirada extraña que le dirigía Julie.

Pero enseguida le contestó con voz muy suave y muy, muy dulce.

—Sí, Zack —dijo con una docilidad poco común—. Comprendo. Comprendo que ¡te... has... vuelto... loco!

Dicho lo cual le apoyó ambas manos en los hombros y le dio un fuerte empujón, haciéndolo caer sobre más de un metro y medio de nieve.

—¿Por qué diablos hiciste eso? —preguntó Zack mientras luchaba por salir del pozo que su cuerpo había formado en la nieve blanda.

—Eso —contestó ella con su sonrisa más angelical, las manos en las caderas, las piernas levemente separadas—, ¡fue por haber osado sugerir que yo siquiera consideraría la posibilidad de decirle a alguien que me violaste!

En lo alto de la cima de una apartada montaña de Colorado, las risas resonaron casi constantemente a lo largo de una tarde de invierno, sobresaltando a las ardillas que observaban desde los árboles, mientras dos seres humanos interrumpían la paz del lugar jugando como chicos en la nieve, persiguiéndose por entre los árboles, tirándose bolas de nieve, y luego dedicándose a completar la construcción del muñeco de nieve que, ya terminado, no se parecía a ningún otro muñeco de nieve de los anales de la historia...

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