Perfecta

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Capítulo 43

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Capítulo 43

—¡No puedo creer que tengamos que pasar por esto para tener un poco de paz e intimidad! —exclamó Julie, exasperada, cuando esa tarde se vio obligada a salir de la casa de sus padres en el coche patrulla de Ted, con las luces titilantes y la sirena ululante, pero pese a todo perseguidos por los periodistas. Al cruzar la calle principal vio una pancarta que decía “Bienvenida a casa, Julie”—. ¿Cómo voy a reanudar mis clases el lunes? Hoy, cuando fui a casa, los reporteros por poco me ahogaron. Cuando conseguí entrar, el teléfono no dejó de llamar ni un solo instante. Flossie y Ada Eldridge están en el séptimo cielo con tanta excitación y tantos chismes para contar sobre la casa vecina —agregó con cansancio.

—Hace doce horas que has vuelto y todavía no has hecho una declaración —dijo Ted, observando por el espejo retrovisor la fila de coches que los seguían.

Doce horas, pensó Julie. Doce horas sin un instante libre para pensar en Zack, para repasar sus recuerdos agridulces, para recuperar fuerzas, para tratar de poner en orden sus pensamientos. Había dormido mal, y cuando se levantó, los agentes del FBI ya la esperaban para seguir interrogándola, y el interrogatorio siguió hasta hacía dos horas. Katherine llamó para sugerir que Julie fuera a su casa, y hacia allí se dirigían, pero Julie tenía la incómoda sensación de que, en cuanto llegaran, Ted y Carl pensaban hacerle preguntas que no quisieron formular delante de sus padres.

—¿No puedes librarte de esos periodistas? —preguntó, enojada—. Deben de ser como cien, y supongo que estarán violando alguna ordenanza municipal.

—El mayor Addleson dice que, ahora que se ha corrido la voz de que estás de vuelta, llegan a tribunales en bandadas y exigen que hagas una declaración. Están aprovechando a fondo las libertades que les concede la primera enmienda, pero que yo sepa no están violando ninguna ordenanza municipal.

Julie miró hacia atrás y notó que casi todos los coches que los seguían se mantenían a una distancia constante con el coche patrulla de Ted.

—Estaciona el coche junto al cordón de la vereda y hazles multas por exceso de velocidad. Nosotros viajamos a ciento treinta y cinco kilómetros por hora, y ellos también. Ted —agregó, sintiéndose de repente muerta de cansancio—, no sé cómo voy a conservar la cordura si la gente no me deja un rato en paz para que pueda pensar y descansar.

—Ya que vas a pasar la noche en lo de Katherine, tendrás tiempo más que suficiente para dormir y descansar después de que Carl y yo hayamos oído lo que tengas que decirnos.

—Si lo que tú y Carl pretenden es hacerme otro interrogatorio, te advierto que no estoy en condiciones de soportarlo —aclaró, atemorizada ante esa indicación de que sus hermanos querían más respuestas que las que habían oído la noche anterior.

—¡Estás metida hasta las orejas en esto! —dijo Ted en un tono que jamás había usado con ella—. Yo lo sé y Carl también. Y posiblemente también Ingram y Richardson. Decidí que conversáramos en lo de Katherine, porque vive en la única casa de Keaton con verjas eléctricas, y un muro alto que mantendrá a raya a los periodistas.

Mientras hablaba, dobló abruptamente y se internó en el camino de entrada de la mansión de los Cahill, cuyas verjas eléctricas controladas desde la casa por una cámara de control remoto, ya se estaban abriendo para darles paso. Detrás de ellos, los coches cargados de periodistas siguieron derecho, pero Julie estaba demasiado angustiada por la actitud de Ted como para sentirse aliviada. El Blazer de Carl ya estaba estacionado frente a la puerta de la casa. Cuando Julie se disponía a bajar del coche, Ted la contuvo con un brazo.

—Creo que será mejor que conversemos un poco en privado. —Se volvió hacia ella y apoyó un brazo sobre el respaldo del asiento—. Como tu abogado, no pueden obligarme a repetir nada de lo que me digas. Carl no posee esa inmunidad, y Katherine menos.

—¿Abogado? ¿Ya te licenciaste?

—Todavía no sé si aprobé el último examen —contestó Ted, cortante—. Pero supongamos que sí, y por ahora consideremos que la falta de notificación no es más que un tecnicismo.

Julie sintió un frío que no tenía ninguna relación con el hecho de que él hubiera apagado el motor del coche.

—No necesito un abogado.

—Creo que lo necesitarás.

—¿Por qué?

—Porque anoche no dijiste toda la verdad. No sabes mentir, Julie, sin duda por falta de experiencia. Y no sigas mirándome así. Estoy tratando de ayudarte.

Julie metió las manos dentro de las mangas de su abrigo y se quedó observando una motita de polvo que tenía en la falda.

—Bueno, adelante —ordenó Ted—. Cuéntame lo que no le dijiste al FBI.

Ella había querido tanto y durante tanto tiempo a ese hermano, que le espantaba la posibilidad de su desaprobación, pero levantó la barbilla y lo miró a los ojos.

—¿Me das tu palabra de honor de que jamás le repetirás a nadie lo que te voy a decir?

La insistencia de Julie en ese punto hizo que Ted maldijera en voz baja.

—Estás metida en esto más de lo que yo creía, ¿verdad?

—No sé qué creíste, Ted. ¿Tengo o no tu palabra de honor?

—¡Por supuesto que tienes mi palabra! —dijo con un tono casi salvaje—. ¡Yo cruzaría el infierno por ti, Julie, y lo sabes! ¡Y Carl también!

Julie trató de controlar el vuelco que dio su corazón al oír esas palabras, pero recordó su promesa de no volver a llorar y respiró hondo.

—Gracias.

—¡No me agradezcas, simplemente háblame! ¿En qué le mentiste anoche al FBI?

—No tenía los ojos vendados. Sabría encontrar esa casa de Colorado.

Notó el esfuerzo que hacía Ted para no demostrar ninguna reacción.

—¿Y qué más?

—Eso es todo.

—¿Qué?

—Es en lo único que mentí.

—¿Y en qué mentiste por omisión? ¿Qué dejaste de decir?

—Nada que no sea exclusivamente asunto mío.

—¡No juegues con tu abogado! ¿Qué fue lo que no dijiste? Tengo que saberlo para protegerte o buscar un abogado con experiencia para que lo haga, en el caso de que sea demasiado difícil para mí.

—¿Estás tratando de averiguar si me acosté con él? —replicó Julie, y su cansancio y extenuación de repente se convirtieron en enojo—. Porque si es así, no me vengas con jueguitos, como lo hace Richardson. ¡Simplemente pregúntamelo!

—No ataques a Richardson —advirtió Ted—. Él es el único que ha impedido que Ingram te lea tus derechos antes de arrestarte. Ingram sabe que ocultas algo, tal vez mucho, pero Richardson está tan fascinado por ti que permite que lo envuelvas alrededor de tu dedo meñique.

—¡Richardson es un grosero!

—Se ve que no comprendes el efecto que tienes sobre los hombres. Richardson está frustrado —aseguró Ted—, y enamorado como un loco. ¡Pobre tipo!

—Gracias —dijo Julie.

—¿Vamos a seguir discutiendo como dos adolescentes, o me vas a decir qué otra cosa le ocultaste al FBI?

—¿Se te ha ocurrido que es posible que tenga derecho a cierta intimidad y dignidad...?

—Si quieres tener dignidad, no te acuestes con convictos.

Julie tuvo la sensación de que Ted acababa de pegarle un puñetazo en la boca del estómago. Sin decir una sola palabra, bajó del coche y pegó un portazo. Cuando estaba por tocar el timbre, Ted la contuvo.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Ya te he dicho lo único en que mentí y que, si se supiera, podría causarme un problema legal—dijo Julie, oprimiendo el timbre con fuerza—. Ahora les diré al mismo tiempo a Carl y a ti lo que te mueres por saber. Después de eso, ya no hay más que decir.

Carl les abrió la puerta y Julie pasó a su lado, rumbo al vestíbulo, y enseguida se volvió. Sin prestar la menor atención a Katherine que se acercaba por la escalera, miró a su sorprendido hermano mayor y dijo con amargura:

—Ted me ha dicho que ustedes dos suponen que he mentido acerca de todo. Me ha dicho que si quiero tener dignidad e intimidad no debería “acostarme” con convictos, ¡y estoy segura de que tiene razón! Así que aquí tienen toda la verdad: le dije al FBI que Zack no abusó físicamente de mí de ninguna manera, ¡y no lo hizo! Arriesgó su vida por salvar la mía, y ni siquiera ustedes dos, que obviamente lo desprecian a pesar de todo lo que he dicho, pueden convertir eso en un “abuso”. No me lastimó. No me violó. Yo me acosté con él. ¡Me acosté con él, y lo hubiera seguido haciendo durante el resto de mi vida si él lo hubiera querido! ¿Ahora están satisfechos? ¿Eso les basta? Espero que sí, ¡porque era lo único que me faltaba decirles! ¡No sé dónde está Zack! ¡Ignoro hacia dónde se dirige! ¡Ojalá lo supiera...!

Carl la tomó en sus brazos y miró a Ted con furia.

—¿Qué diablos te pasa, para haberla angustiado de esta manera?

Ted estaba tan sorprendido, que hasta miró a su ex mujer en busca de apoyo, pero Katherine sólo meneó la cabeza.

—La especialidad de Ted es hacer llorar a las mujeres que lo quieren. No lo hace a propósito; lo que pasa es que no nos puede perdonar si quebrantamos sus reglas. Justamente por eso es policía, y por eso será abogado. Le gustan las reglas. ¡Adora las reglas! —Tomó a Julie del brazo—. Ven conmigo a la biblioteca, Julie. Estás extenuada, cosa que ninguno de tus dos hermanos parece comprender.

Mientras caminaban tras ellas, Ted miró furioso a Carl.

—No quise angustiarla, ¡sólo le dije que no me ocultara nada!

—¡Podrías haberlo hecho con un poco de tacto, en lugar de interrogarla y hacerla sentir una perdida! —contestó Carl, también furioso.

Julie se desplomó en un sillón y miró con sorpresa y un poco de sensación de culpa esa reunión familiar sin precedentes que de repente tenía a su amiga como líder.

—¡Ustedes dos son unos caraduras al tratar de inmiscuirse en la vida privada de Julie y pretender juzgarla! —informó Katherine con enojo mientras marchaba hacia el bar de caoba y servía cuatro vasos de vino—. ¡Qué hipocresía tan monumental! Ella tal vez suponga que los dos son unos santos, porque es lo que siempre le hicieron creer, pero yo sé que no es así. —Tomó el vaso de Julie y el suyo y dejó los otros dos sobre el bar—. Ted: tú me desnudaste en este mismo cuarto, antes de que hubiéramos tenido una sola cita juntos, ¡y en esa época yo sólo tenía diecinueve años!

De manera automática Julie aceptó el vaso de vino que su ex cuñada le ofrecía, mientras Katherine señalaba el sofá y agregaba furiosa:

—¡Me desnudaste y me hiciste el amor en ese sofá! Y creo recordar que te sorprendiste y te alegraste al descubrir que todavía era virgen. Una hora después me volviste a hacer el amor en la piscina, y después...

—Lo recuerdo —interrumpió Ted, acercándose al bar para tomar los otros dos vasos de vino. Le entregó uno a Carl—. A menos que me equivoque, en menos de diez segundos vas a necesitar esto. —Katherine confirmó su vaticinio y se volvió hacia el hermano mayor de Julie.

—En cuanto a ti, Carl, ¡estás lejos de ser un santo!

—Deja a mi mujer fuera de esto —advirtió él.

—Ni siquiera pensaba mencionar a Sara —contestó Katherine con frialdad—. Estaba pensando en Ellen Richter y en Liza Bartiesman, cuando estabas en el último año del secundario. Y después, cuando tenías diecinueve años, fue Kaye Summerfield y...

La risa horrorizada y suplicante de Julie los obligó a volverse a mirarla.

—¡Basta! ¡Por favor! —agregó, entre divertida y extenuada—. No sigan. Esta noche ya hemos arruinado demasiadas ilusiones de unos con respecto a los otros.

Ted se volvió hacia Katherine y levantó su vaso en un irónico brindis.

—Como siempre, Katherine, has conseguido criticar y avergonzar a todos los demás, mientras tú te conservas limpia de culpa y cargo.

Katherine perdió por completo su actitud de antagonismo.

—En realidad, yo soy la que debería estar más avergonzada.

—¿Por haberte rebajado a acostarte conmigo, supongo? —preguntó Ted con aburrida indiferencia.

—No —contestó ella en voz baja.

—¿Entonces por qué? —preguntó Ted.

—Tú conoces la respuesta.

—¿Supongo que no será porque nuestro matrimonio haya fracasado?

—No, porque yo fui la causante de que fracasara.

Ted apretó la mandíbula, mientras rechazaba con enojo esa suave y sorprendente admisión.

—Y de todos modos, ¿qué estás haciendo en Keaton? —preguntó.

Katherine se acercó al bar y empezó a descorchar una segunda botella de Chardonnay.

—Spencer dice que tengo una necesidad subconsciente de estar un tiempo aquí antes de casarme con él, y que necesito enfrentar toda la censura que desperté al huir cuando nuestro matrimonio se fue al diablo. Dice que es la única manera en que podré recuperar el respeto por mí misma.

Para sorpresa de Ted, su tempestuosa ex mujer lanzó una carcajada contagiosa en el momento de volverse y levantar su vaso para brindar con él.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Ted.

—Spencer —contestó Katherine—. Siempre me ha hecho acordar de ti...

Julie hizo a un lado el vaso de vino que no había tocado y se puso de pie.

—Tendrán que continuar la discusión sin tenerme como referte. Me voy a la cama. Tengo que dormir un poco.

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