Perfecta

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Capítulo 46

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Capítulo 46

Katherine metió una asadera con bizcochos dentro del homo y levantó la vista sorprendida al oír que el portero eléctrico de la verja de entrada empezaba a sonar con insistencia. Se secó las manos en una toalla y atendió.

—¿Sí?

—¿Hablo con la señorita Cahill?

—¿Quién es? —preguntó Katherine.

—Paul Richardson —replicó impaciente la voz de hombre—. ¿Julie Mathison está allí con usted?

—Señor Richardson —contestó Katherine con tono sombrío—, ¡son las siete y media de la mañana! Julie y yo todavía estamos en bata de cama. Por favor, váyase y vuelva a una hora decente y civilizada, digamos a las once. Yo creía que el FBI les enseñaba mejores modales a sus agentes —agregó. Pero se quedó mirando el teléfono sorprendida al oír la carcajada de su interlocutor.

—Poco civilizado o no, debo insistir en ver a Jul... a la señorita Mathison.

—¿Y si me niego a abrirle la verja? —preguntó Katherine con tozudez.

—En ese caso no me quedará más remedio que hacer volar la cerradura con mi revólver de servicio.

—Si lo llega a hacer —contestó Katherine irritada, mientras apretaba el botón para abrirle—, le aconsejo que mantenga cargado ese revólver, porque dos de las escopetas de mi padre lo estarán apuntando cuando llegue a la casa.

Cortando toda posibilidad de respuesta, Katherine soltó el botón del portero eléctrico y se encaminó con rapidez a la biblioteca, donde encontró a Julie, instalada en un sillón, mirando el noticiario de la mañana. En la pantalla proyectaban una fotografía de Zack Benedict y la expresión de ternura y de añoranza de Julie, emocionó a Katherine.

—¿Zack está bien? —preguntó.

—No tienen la menor idea de su paradero —contestó Julie con evidente satisfacción—. Tampoco saben si yo fui o no su cómplice. La sensación que tienen es, de que mi silencio, agregado al silencio del FBI, es una admisión de culpa. ¿Te puedo dar una mano con las omelettes?

—Sí —contestó alegremente Katherine—, aunque debo advertirte que tenemos una visita inesperada e intempestiva que probablemente desayunará con nosotros. Y su grosería es tal, que no tenemos por qué peinarnos ni vestirnos para recibirlo —dijo cuando Julie miró preocupada su larga bata de cama amarilla.

—¿Quién es?

—Paul Richardson. A propósito, te advierto que piensa en ti como “Julie”. Se le escapó cuando hablábamos por el portero eléctrico, aunque luego trató de disimularlo.

La larga conversación mantenida la noche anterior con su amiga, junto con varias horas de sueño, habían restaurado las fuerzas y el ánimo de Julie.

—Yo abriré —dijo cuando oyó sonar el timbre. Con muy poca ceremonia, Julie abrió la puerta de un tirón, pero retrocedió sorprendida al ver que Paul Richardson levantaba los brazos.

—¡No dispare, por favor!

—¡Qué idea tan encantadora! —replicó Julie, conteniendo una sonrisa ante el sentido del humor de ese hombre—. ¿Me entrega su arma?

Richardson sonrió, observando, el pelo castaño de Julie que le caía sobre los hombros, sus ojos resplandecientes y su suave sonrisa.

—Una noche de paz y tranquilidad parece haberle hecho muchísimo bien —comentó, pero enseguida frunció el entrecejo con gesto adusto—. Sin embargo le pido que no vuelva a desaparecer así. Ya le dije que quiero saber todo el tiempo dónde está.

Alentada por lo que acababa de ver en televisión, que le demostraba que Zack seguía a salvo, Julie aceptó la reprimenda sin protestar.

—¿Ha venido a arrestarme o a retarme? —interrogó con tono alegre, porque sabía que no la arrestaría.

—¿Por qué? ¿Ha quebrantado alguna ley? —preguntó Richardson en el momento en que entraban en la cocina.

—¿Piensa quedarse a tomar el desayuno con nosotras? —agregó Julie, evasiva, encaminándose hacia la tabla de picar.

Paul Richardson miró alternadamente a Katherine, que en ese momento partía huevos en un recipiente, y a Julie, que se aprestaba a cortar un pimiento verde. Las dos estaban sin maquillar, de pijama y batas de cama, con el pelo todavía revuelto. Estaban preciosas, con un aspecto inocente y encantador.

—¿Estoy invitado? —le preguntó a Julie, sonriendo.

Ella le clavó la mirada de sus ojos azules, como si tratara de ver más allá de su piel y dentro de su alma, y de repente Richardson lamentó que en su interior no hubiera más bondad y cosas buenas para ver.

—¿Quiere que lo invitemos?

—Sí.

Entonces Julie sonrió. Fue la primera sonrisa auténtica y distendida que le había dedicado, y era tan radiante que apresuró el ritmo cardíaco del hombre del FBI.

—En ese caso —dijo Julie—, vaya sentándose mientras nosotras preparamos una de nuestras famosas omelettes. Pero no se haga demasiadas ilusiones, porque hace más de un año que no trabajamos en equipo en la cocina.

Paul se sacó la chaqueta y la corbata, se desabrochó el botón superior de la camisa y se instaló ante la mesa. Julie le alcanzó una taza de café antes de volver a sus tareas. Richardson la observó en silencio, escuchando la charla intranscendente de las dos amigas, y tuvo la sensación de que, de alguna manera, acababa de ser admitido en un reino de paz, gobernado por hadas hermosas de cabello enmarañado y largas vestiduras, que bromeaban sobre acontecimientos pasados y lo fascinaban.

—Señor Richardson —dijo de repente Julie sin dejar de mirar el objeto pequeño y blanco que estaba picando.

—Llámeme Paul —pidió él.

—Paul —se corrigió Julie.

A Richardson decididamente le gustó como sonaba su nombre en boca de ella.

—¿Sí?

—¿Por qué me mira fijo?

Paul tuvo un sobresalto, se sintió culpable y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Me preguntaba qué es eso que está picando.

—¿Se refiere a esto? —preguntó ella, señalando con el dedo el diente de ajo que tenía sobre la tabla de picar. Pero al hacer la pregunta levantó la cabeza y él tuvo la sensación de ser un colegial al que acababan de pescar en una mentira.

—Sí. Eso —mintió. — ¿Qué es?

Él la observó formar la palabra y pronunciarla con enorme dulzura.

—Cicuta.

—¡Gracias a Dios! ¡Temí que fuera ajo!

La risa de Julie parecía música y cuando sus carcajadas cesaron, ambos sonreían.

—Tiene una hermosa sonrisa —dijo Paul en voz baja mientras ella seguía con su tarea.

—Justo lo necesario para salvarme de la persecución del FBI, ¿no cree?

La sonrisa de Paul se borró abruptamente.

—¿Benedict se ha puesto en contacto con usted? ¿Es por eso que se fue ayer de su casa sin avisarme? ¿Es por eso que esta mañana ha mencionado dos veces la posibilidad de que la arrestemos?

Julie levantó los ojos al cielo y rió.

—Usted tiene una imaginación galopante.

—¡Maldito sea! —exclamó Paul, poniéndose de pie y acercándosele antes de darse cuenta de lo que hacía—. ¡No ande con jueguitos conmigo, Julie! Cuando le haga una pregunta, quiero una respuesta directa. —Miró a Katherine sobre el hombro—. ¿Le molestaría dejarnos solos? —preguntó.

—Sí, por supuesto que me molestaría. ¿Honestamente cree que Julie colaboró con la huida de la prisión de ese hombre? —preguntó, indignada.

—No —contestó él—, por lo menos hasta que ella me dé motivos para creerlo. Pero no estoy completamente seguro de que no protegiera a Benedict de nosotros, si pudiera.

—No puede arrestarla por algo que todavía no ha hecho —dijo Katherine con una lógica irrefutable.

—¡No tengo la menor intención de arrestarla! En realidad, he hecho todo lo que está a mi alcance para que a nadie se le ocurra eso.

La voz sobresaltada de Julie lo hizo volver la cabeza.

—¿En serio ha hecho eso? —preguntó, sorprendida y llena de gratitud.

Paul vaciló; la expresión de esos ojos lo desarmaba.

—Sí —asintió.

Durante un instante ella lo miró sonriente; después miró a Katherine.

—¡Cancelemos la cicuta! —exclamó. Paul no pudo menos que reír.

Ese desayuno había sido una experiencia deliciosa, pensó Paul levantándose a servirse otro café, mientras Katherine y Julie cargaban el lavavajilla. Había pasado un momento muy agradable... y sabía exactamente por qué. Cuando Julie Mathison decidía que alguien le caía bien, se entregaba de todo corazón y sin reservas. Desde el momento en qué le dijo que había tratado de que nadie la arrestara, ella lo empezó a tratar con calidez, sonriendo cuando él hablaba y bromeando cuando se ponía tieso o se comportaba como un agente del FBI. En eso pensaba cuando se dio cuenta de que ella le estaba pidiendo consejo, cosa que también le resultó gratificante.

—Ayer —explicó— conversé con el señor Duncan, el director de la escuela donde trabajo, y le pareció bien que mañana reanude mis clases, pero con la condición de que no sean interrumpidas por los periodistas. Katherine piensa que la única manera de impedirlo es reunirlos a todos y hacer una declaración detallada y formal de lo que sucedió, y después contestar las preguntas que quieran hacerme. ¿Qué le parece?

—Creo que Katherine tiene razón. En realidad es una de las cosas que pensaba sugerirle esta mañana.

Julie abrió un armario para guardar la sartén, sintiendo una enorme frustración ante la necesidad de defenderse ante el mundo.

—No sabe lo que me molesta la idea de que una cantidad de desconocidos crean tener derecho a que les dé explicaciones acerca de algo que no tiene nada que ver con ellos.

—Lo comprendo, pero sólo tiene dos opciones: enfrentar a la prensa ahora y con sus propias condiciones, o permitir que sigan imprimiendo conjeturas dañinas y persiguiéndola a todas partes adonde vaya.

Julie vaciló, y por fin rió.

—Está bien, lo haré, pero les advierto que preferiría enfrentar un pelotón de fusilamiento.

—¿Le gustaría que esté allí para respaldarla?

—¿Realmente haría eso por mí?

¿Si haría eso por ella? pensó Paul. Por ella, no sólo haría eso sino que estaría dispuesto a matar un dragón... a afeitar la cabeza de un león... a mover una montaña. ¡Por Dios! ¡Hasta estaría dispuesto a secar una sartén!

—Considerando que la presencia del FBI es, en parte, el motivo por el que la persigue la prensa, es lo menos que puedo hacer.

—¡No sé cómo agradecérselo! —dijo ella con sencillez, tratando de no notar que, cuando se mostraba encantador, Paul le recordaba mucho más a Zack.

—¿Y si me lo agradeciera comiendo conmigo el miércoles?

—¿El miércoles? —preguntó ella, sorprendida—. ¿Todavía piensa estar aquí ese día?

El dragón que Paul pensaba matar por ella le clavó los dientes en el trasero, el león rugió de risa y la montaña se alzó ante él, gigantesca e inamovible.

—Trate de no demostrar tanto entusiasmo —dijo Paul.

—No quise que sonara así —dijo ella, apoyando una mano sobre la manga de Paul y pidiéndole disculpas con la mirada—. Se lo digo en serio. Lo que pasa es que... que me resulta odioso sentir que me espían y me interrogan... aunque sea usted quien lo haga.

—¿No se le ha ocurrido que Benedict tal vez decida venir tras usted, o que su vida puede estar en peligro? —preguntó Paul, ablandado por la sinceridad de la disculpa y más aún por el gesto inconsciente de Julie—. Benedict es un asesino, y usted misma admite no haberle creado problemas después de que él trató de salvarle la vida. ¿Y si decide qué extraña el placer de su compañía? ¿O la agradable seguridad que usted le proporcionaba siendo su rehén? Suponga que de repente decide que usted ya no le es leal, y toma la decisión de vengarse, lo mismo que hizo con su mujer.

—¡Qué disparate! —contestó Julie, meneando la cabeza ante un absurdo tan grande.

En ese momento Paul deseó devotamente que Benedict hiciera algún movimiento contra Julie, para que él pudiera salvarla de ese cretino y al mismo tiempo demostrarle que tenía razón. Por motivos que no alcanzaba a comprender y menos explicar, todo su instinto le advertía que Benedict trataría de ir a buscarla. O que se pondría en contacto con ella. Por desgracia, Dave Ingram estaba en completo desacuerdo con eso y tenía una explicación muy inquietante para los “instintos” de Paul. Afirmaba que Paul estaba tan fascinado con Julie que no podía creer que Benedict no se hubiera enamorado también de ella.

—Bueno, ¿y qué me dice de salir a comer conmigo el miércoles a la noche? —preguntó Paul.

—No puedo —contestó Julie—. Los miércoles y los viernes por la noche doy clase a adultos.

—Está bien, ¿entonces qué le parece el jueves?

—Me parece bien —contestó Julie, tratando de ocultar el desagrado que le producía saber que el FBI pensaba seguir vigilándola durante tanto tiempo.

—Con respecto a la conferencia de prensa —dijo Katherine, recurriendo a Paul en busca de consejo—. ¿Dónde conviene hacerla, a qué hora y a quiénes debemos invitar?

—¿Cuál es el edificio de más capacidad del pueblo? —preguntó Paul.

—El auditorio del colegio secundario —contestó Julie sin vacilar.

Decidieron que la conferencia de prensa tendría lugar a las tres de la tarde. Katherine se ofreció a hablar con el director de la escuela secundaria para que les prestara el auditorio y para llamar al alcalde, quien se encargaría de invitar a la prensa y hacer todos los arreglos necesarios.

—Llamen también a Ted, el hermano de Julie —aconsejó Paul mientras se ponía la chaqueta—. Pídanle que notifique a toda la oficina del sheriff para que estén allí y me ayuden a impedir que los periodistas ahoguen a Julie. —Miró a Julie y agregó—: ¿Por qué no se viste y me permite llevarla en coche hasta su casa? Así tendrá tiempo suficiente para hacer algunas anotaciones antes de enfrentar al mundo vía satélite y prensa escrita.

—¡Qué manera tan aterrorizante de decirlo! —exclamó Katherine.

—No me parece nada aterrador —dijo Julie, sorprendiendo a todos, incluso a sí misma—. Es exasperante y también absurdo, pero no aterrador. Me niego a permitir que la prensa me aterrorice o me intimide.

Paul le sonrió con aprobación.

—Iré a calentar el motor del coche mientras usted se viste. Katherine —agregó con una sonrisa—, tengo que agradecerle por esta mañana tan agradable y el desayuno delicioso. La veré en la conferencia de prensa.

Cuando la puerta de calle se cerró tras él, Katherine se volvió hacia Julie y dijo sin rodeos:

—Por si no te has dado cuenta, Julie, éste es un hombre muy especial. Y está loco por ti. Eso es algo que salta a la vista. —Guiñó un ojo—. Y da la casualidad de que además es alto, morocho, buen mozo y extremadamente atractivo...

—¡No sigas! —interrumpió Julie—. No quiero escuchar esas cosas.

—¿Por qué no?

—Porque Richardson me recuerda a Zack —confesó con sencillez—. Siempre me lo ha recordado. —Se quitó el delantal de cocina y se encaminó al vestíbulo.

—Existen algunas diferencias importantes entre los dos —señaló Katherine, subiendo la escalera tras ella—. Paul Richardson no es un criminal, no es un convicto prófugo, y en lugar de tratar de romperte el corazón está haciendo todo lo posible por protegerte y ayudarte.

—Ya sé —suspiró Julie—. Tienes razón en todo lo que acabas de decir, con excepción de una cosa: Zack no es un criminal. Y antes de que mañana me lo saque completamente de la cabeza, tengo la intención de encargarme hoy de algo, vía “satélite y prensa escrita”.

—¿Y de qué piensas encargarte? —preguntó Katherine, preocupada.

—Tengo la intención de asegurarme que el resto del mundo sepa que no creo que él haya matado a nadie. ¡Tal vez, si hago un buen trabajo en esa conferencia de prensa, la opinión pública obligue a las autoridades a reabrir el caso!

Katherine la observó sacarse la bata.

—¿Serías capaz de hacer eso por él, a pesar de lo mal que te trató y de lo que te hirió? —Julie le sonrió y asintió enfáticamente. Katherine se volvió para irse, pero cambió de idea.

—Si estás decidida a convertirte en el vocero de Zachary Benedict, te aconsejo que trates de estar lo más hermosa posible. Es injusto, pero mucha gente se deja llevar más por el físico de una mujer que por lo que dice.

—Gracias —dijo Julie. Estaba tan decidida que no se sentía nada nerviosa. Empezó a analizar lo que le convendría ponerse—. ¿Algún otro consejo?

Katherine meneó la cabeza.

—Estarás maravillosa, porque es algo que te importa y porque eres sincera, y eso se notará en todo lo que hagas y digas. Siempre se nota.

Julie apenas la oyó. Estaba pensando en alguna estrategia para lograr lo que se proponía. Se le ocurrió la idea de tratar el incidente —y a los medios— con cierta frivolidad. Pero luego decidió que sería mejor hacer un relato formal del incidente durante el cual trataría de suavizar la actitud de la prensa hacia Zack. Eso sería lo mejor, seguido por una actitud relajada y sonriente cuando empezaran a hacerle preguntas.

Sonriente. Segura. Relajada. Zack era el actor, y no ella, y no sabía cómo lo lograría, pero de alguna manera se las arreglaría.

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