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Capítulo 64

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Capítulo 64

Los tres abogados se levantaron de la mesa de conferencias. El que se encontraba más cerca de Emily le estrechó la mano.

—Sé lo duro que esto debe de haber sido para usted, señorita McDaniels, y no puedo explicarle lo que le agradecemos el trabajo que se ha tomado para averiguar que somos los abogados que representamos a Zack Benedict, para recurrir a nosotros sin pérdida de tiempo.

—No fue ningún trabajo —contestó ella con voz tensa a causa del estrés y la angustia—. Recordé la firma de abogados que lo representaba antes, y cuando los llamé, esta mañana, me dijeron que me dirigiera a ustedes.

—Cuando el señor Benedict fue acusado de asesinar a Tony Austin, un gran amigo suyo decidió que en esta oportunidad convenía que lo representáramos nosotros.

Emily se retorció nerviosa las manos.

—¿Podrán sacarlo hoy mismo de la cárcel?

—Me temo que no. Pero si usted estuviera dispuesta a acompañarme ahora mismo al departamento de policía para hacer allí la misma declaración que nos acaba de hacer a nosotros, eso ayudará a apresurar su libertad.

Emily asintió, pero su mente atormentada no hacía más que pensar en los noticiarios en que había visto a Zack esposado y con el uniforme de presidiario, y el video que habían repetido innumerables veces por televisión durante las últimas semanas, que lo mostraba cuando era castigado por la policía mexicana... todo por un crimen que no había cometido... un crimen del que ella era indirectamente responsable.

—No comprendo qué impide que lo liberen hoy mismo —repitió, luchando para no llorar de vergüenza y a causa de la culpa que la agobiaba—. Aguardaremos en la sala de espera.

Cuando Emily salió, acompañada por su marido, John Seiling miró sonriente a sus socios y tomó el teléfono.

—Susan —le dijo a su secretaria—. Llama al capitán Jorgen; después comunícate con Mathew Farrell en Chicago y dile a su secretaria que se trata de una emergencia. Luego llama a William Wesly en la oficina del fiscal de Amarillo, Texas. Y por fin reserva pasaje para nosotros tres en el vuelo a Amarillo de mañana a la mañana.

Cinco minutos después en la sala de conferencias sonó el zumbido del intercomunicador.

—El capitán Jorgen está en la línea 1.

—Gracias —dijo el abogado, oprimiendo el botón de la línea 1—. Capitán Jorgen —dijo con tono jovial—, ¿le gustaría asegurar sus posibilidades de convertirse en nuestro nuevo comisionado policial, y al mismo tiempo en un héroe para los medios de comunicación? —Escuchó lo que le respondían con una sonrisa cada vez más amplia—. Lo único que necesito es que alguien de allí tome una declaración referente a las muertes de Tony Austin y Rachel Evans y que mantengan la boca cerrada uno o dos días sobre lo que han oído, hasta que yo les avise que pueden hablar. —Volvió a escuchar—. Sí, me pareció que usted era la persona indicada para manejar este asunto. Estaremos allí dentro de cuarenta y cinco minutos.

Cuando cortó, ya había otras dos luces encendidas en el teléfono y volvió a oírse la voz de la secretaria.

—El señor Farrell está en la línea 2 y William Wesley, el fiscal de Amarillo, en la línea 3.

Seiling tomó la llamada de la línea 2, y cuando habló, su voz había perdido su tono impersonal.

—Señor Farrell —dijo con evidente respeto—, usted nos pidió que lo mantuviéramos al tanto de cualquier progreso que hiciéramos, y llamo para decirle que esta mañana hemos recibido una información inesperada y de suma importancia para el caso de Zachary Benedict.

En su oficina de Chicago, Matt volvió la espalda a los integrantes del directorio de Intercop, reunidos alrededor de su escritorio.

—¿Qué clase de información?

—Nos la proporcionó Emily McDaniels. Anoche su padre admitió haber dado muerte a Rachel Evans y a Tony Austin. En este momento se encuentra en un hospital local, donde están realizando una evaluación de su estado mental, pero está dispuesto a confesar. Emily nos ha hecho personalmente una declaración y también nos ha entregado el arma que su padre utilizó para matar a Austin.

—Después puede darme los detalles. ¿Cuánto tiempo necesita para liberar a Zack?

—Mañana nos reuniremos en Texas con el fiscal, le presentaremos la declaración de Emily McDaniels junto con un pedido de hábeas corpus, que intentaremos convencerlo debe llevar sin demora ante un juez. Con un poco de suerte, el juez estará de acuerdo en firmarlo. De allí pasará a la capital, Austin, para ser firmado por el juez de apelaciones, y entonces el señor Benedict debería ser puesto en libertad bajo fianza.

—¡Bajo fianza! —repitió Matt en voz baja—. ¿Por qué?

Seiling vaciló ante el tono de voz que constantemente reducía a los adversarios financieros de Farrell a un estado de sudorosa incoherencia.

—Sea o no inocente, al huir de la prisión Benedict transgredió las leyes de Texas. Técnicamente cometió una ofensa contra la sociedad. A menos que tengamos mucha suerte y podamos mostrarnos persuasivos, el fiscal de Amarillo puede, y es seguro que lo hará, tomarse algún tiempo para decidir qué hacer con respecto a ese problema. Señalaremos que el muy publicitado maltrato físico que Benedict recibió en ciudad de México es castigo más que suficiente por la falta cometida. Según el estado de ánimo del fiscal, puede mostrarse de acuerdo y recomendar al juez que pase por alto la fianza y deje todo en la nada, o mantenerse en sus trece y causar problemas.

—Entonces le recomiendo que lo pongan de buen humor —advirtió Matt con tono implacable.

—De acuerdo —dijo Seiling.

—En el caso de que no reciban cooperación instantánea por parte de las autoridades, quiero que los medios sean notificados de todo. Ellos moverán las cosas.

—Estoy de acuerdo. Mis socios y yo salimos mañana para Amarillo.

—Mañana, no. Esta noche —corrigió Matt—. Yo me encontraré allí con ustedes. —Cortó antes de que Seiling pudiera poner alguna objeción, y oprimió un botón de su intercomunicador—. Eleanor —le dijo a su secretaria—, cancele todos los compromisos, que tenga mañana y pasado mañana.

En Los Ángeles, el abogado depositó el tubo en la horquilla. Alzó las cejas y miró a sus socios.

—Si alguna vez se han preguntado qué tienen Benedict y Farrell en común, acabo de averiguarlo: son dos tipos increíblemente fríos.

—Pero pagan jugosos honorarios —bromeó uno de los abogados.

Seiling asintió y entró en actividad.

—Empecemos a ganar los nuestros, señores —dijo, mientras oprimía el botón de la línea 3—. Señor Wesley —dijo, modulando la voz para que fuera a la vez firme y agradable—, entiendo que su predecesor, Aiton Peterson, hace cinco años fue fiscal en el caso contra Zachary Benedict. Por lo tanto comprendo que nada de lo sucedido fue culpa suya, pero por lo visto se ha cometido una enorme injusticia. Necesito su ayuda para rectificar la situación con la mayor rapidez posible. En retribución, me encargaré de que los medios sepan que usted intervino en persona y con premura para remediar la situación. Más allá de lo que usted haga, Zack Benedict saldrá de esto con la imagen de un mártir y un héroe. Los medios pedirán la sangre de alguien a cambio de la injusticia que se cometió, y no me gustaría que se tratara de la de usted. —Hizo una pausa para escuchar—. ¿Qué de qué diablos estoy hablando? ¿Por qué no lo conversamos mientras comemos, esta noche a las siete?

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