Perfecta

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Capítulo 70

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Capítulo 70

Sentado en el solario, Zack revisaba con cuidado los documentos que Matt le había proporcionado para que se pusiera al tanto de su estado financiero. Afuera, más allá de las paredes de vidrio tintado que impedían que desde afuera se viera el interior del solario, alguien pronunció el nombre de Zack y él levantó la mirada, no para contestar, sino por el puro placer de estar en su casa y de solazarse con la vista tan familiar. Del otro lado del vidrio, un parque de césped bien cortado descendía hasta una enorme piscina curva con graciosas columnas románicas y estatuas de mármol. En el otro extremo del parque se levantaban los pabellones de huéspedes, construidos en el mismo estilo arquitectónico románico que la casa principal... que en ese momento se hallaban todos llenos de gente.

El grueso vidrio que rodeaba el solario apagaba el sonido de la fiesta que estaba en todo su apogeo. Un centenar de personas se bañaban en la piscina de Zack, o utilizaban sus canchas de tenis o tomaban sol. Los trescientos invitados restantes regresarían esa noche para la segunda velada de festividades, y los mozos ya empezaban a preparar la carpa blanca en el costado este del parque.

—¿Dónde está Zack Benedict? —preguntó una mujer de bikini verde, sin darse cuenta de que Zack la veía y escuchaba sus palabras—. He estado aquí todo el día y todavía no lo he visto. Estoy empezando a creer que es una leyenda y que no existe.

No era extraño que no lo hubiera visto, porque esa ala de la casa estaba exclusivamente reservada para Zack y para Matt y Meredith Farrell. Ellos eran los únicos huéspedes de Zack. Los únicos que estaban autorizados a entrar en su santuario. Por eso Zack frunció el entrecejo al oír que otra mujer decía:

—¿Alguien ha visto a Zack? —Era evidente que no tendría más remedio que aparecer, o esa cantinela que se había repetido a lo largo de la última hora crecería hasta que alguien fuera a buscarlo.

—¿Has visto tú a Zack Benedict? —preguntó a sus espaldas la voz melodiosa y culta de Meredith Farrell, que estaba muerta de risa.

—No, me temo que no —bromeó Zack, poniéndose de pie para recibirla.

—Todo el mundo parece estar buscándote —dijo Meredith, colocando una mano en la que le extendía Zack.

Zack se inclinó y la besó en la mejilla, un poco sobresaltado por el afecto instantáneo que le inspiraba la mujer de Matt. Hasta dos días antes, cuando la conoció, Zack creía que las alabanzas que hacía Matt cuando se refería a ella eran motivadas por el amor, pero al conocerla también él quedó muy impresionado. Meredith Bancroft Farrell poseía el aplomo y la belleza que le atribuían las notas sociales, pero carecía de la fría altanería que Zack esperaba encontrar en ella. En cambio, poseía una suavidad, una nobleza y una calidez carente de toda afectación que lo desarmaban y emocionaban.

—Se comenta —dijo Zack— que ese Benedict es un bicho antisocial a quien no le gustan las grandes fiestas, pero lo que es seguro es que no le gusta ésta.

Ella se puso seria y lo miró a los ojos.

—¿En serio? ¿Y a qué lo atribuyes? —Zack sonrió y se encogió de hombros.

—Supongo que en este momento no estoy en el estado de ánimo indicado.

Meredith consideró la posibilidad de mencionar a Julie Mathison, cosa en la que había pensado mucho en esos días, pero Matt no sólo le pidió, sino que le rogó que no lo hiciera.

—¿Estoy interrumpiendo tu trabajo? —preguntó Meredith, mirando las gruesas carpetas que Zack estudiaba.

—No, y me encanta tu compañía. —Zack miró a su alrededor, buscando a la encantadora hija de los Farrell. En realidad esperaba verla aparecer con su habitual exigencia de un abrazo—.Dónde está Marissa?

—Está tomando el té con Joe, antes de su siesta.

—¡Qué infidelidad! —exclamó Zack, mirando el juego de té de Sevres que había pedido a su ama de llaves que tuviera preparado—. ¡Me había prometido que tomaría el té conmigo!

—¡Ni se te ocurra permitir que Marissa toque estas tazas exquisitas! Últimamente parece convencida de que cuando uno termina el té, lo que corresponde es dejar caer la taza al piso.

En ese momento entró Matt, que parecía descansado, relajado y divertido.

—Sin duda lo hace porque yo le he dicho que es una princesa. Lo cual es cierto. ¿Dónde está Joe? —preguntó—. Necesito mandarlo a...

Como si la mención de su nombre hubiera conjurado su presencia, en ese momento entró en el solario Joe O’Hara; su expresión era adusta.

—Zack —dijo—. Acaba de pararme su ama de llaves en el vestíbulo. Parece que tiene una visita, un hombre que le mostró su identificación y la dejó aterrorizada. Es alguien del FBI. Se llama Paul Richardson. Ella le pidió que esperara en la biblioteca.

Ante la necesidad de tener que conversar con un agente del FBI, Zack maldijo en voz baja y se volvió para salir.

—¡Zack! —lo llamó Matt. Zack se volvió—. ¿Vas a verlo a solas? ¿O con testigos?

Zack vaciló.

—Con testigos, si no te importa.

—¿Estás en condiciones de acompañarnos? —le preguntó Matt a su mujer.

Ella asintió y los tres se encaminaron a la biblioteca revestida de paneles de caoba. Ignorando groseramente al hombre alto y morocho que miraba los libros de los estantes, Zack esperó hasta que Matt y Meredith se sentaran, después se ubicó detrás de su escritorio y dijo, cortante:

—Muéstreme su identificación. —El agente del FBI, a quien Zack ya había reconocido por haberlo visto en el aeropuerto de la ciudad de México, sacó la identificación del bolsillo de la chaqueta y se la tendió. Zack la miró y luego miró a Richardson—. Es una pésima fotografía, pero se le parece en algo.

—No vale la pena que perdamos tiempo con jueguitos —contestó Paul con idéntica falta de cortesía, buscando la mejor manera de encarar a ese adversario—. Usted supo quién era yo en cuanto me vio. Me reconoció porque estuve en el aeropuerto de México.

Benedict le quitó importancia y se encogió de hombros.

—De todos modos, no tengo la menor intención de hablar con usted ni con ningún otro del FBI a menos que sea en presencia de mis abogados.

—Ésta no es una visita oficial, sino personal. Además, no es necesario que usted diga una sola palabra. Hablaré yo.

En lugar de invitarlo formalmente a sentarse, Benedict señaló con una leve inclinación de cabeza la silla que había frente a su escritorio. Paul contuvo su enojo por el tono que ya había adquirido la reunión, se sentó, puso el portafolio a su lado en el piso y lo abrió.

—En realidad, preferiría hablar de esto en privado... —dijo, mirando de soslayo al hombre y la mujer que lo observaban desde el sofá, y a quienes reconoció enseguida—...sin la presencia del señor Farrell y su señora.

—No me interesa en absoluto lo que usted “prefiera” —replicó Benedict. Se reclinó contra el respaldo de su sillón de cuero, tomó la lapicera de oro que tenía sobre el escritorio y empezó a hacerla rodar entre sus dedos—. Escuchemos lo que tenga que decir.

Paul hizo un esfuerzo por ocultar su enojo tras una fachada de fría amabilidad.

—Empezaré por recordarle que se encuentra en una posición muy vulnerable con respecto al secuestro de Julie Mathison. Si ella decidiera acusarlo, es muy probable que usted acabara entre rejas por lo que le hizo. Por razones personales —agregó con tono amable—, yo disfrutaría enormemente si se me encargara ese caso.

Observó la cara inexpresiva de Benedict y al no ver la menor reacción ante su amenaza, Paul decidió que le convenía más emplear un tono cortés.

—Mire, a cambio de mi garantía personal de que ella no presentará cargos en su contra, lo único que le pido es que me conceda cinco minutos y que escuche lo que tengo que decirle.

—¿Me equivoco, o acaba de hacerme un pedido amable?

Paul contuvo sus ganas de pegarle una trompada.

—Lo fue.

—En ese caso, le quedan cuatro minutos y cincuenta segundos.

—¿Tengo su palabra de que me dejará terminar?

—Siempre que pueda hacerlo en cuatro minutos y cuarenta segundos. —Empezó a golpear el escritorio con la lapicera de oro, en un gesto de clara impaciencia.

—Para que no dude de la credibilidad ni de la validez de mi información, quiero que entienda que estuve a cargo de su caso —dijo Paul, cortante—. Yo estuve en Keaton mientras Julie estaba en Colorado con usted, y estaba allí cuando regresó, y soy el que la puso bajo constante vigilancia cuando abandonamos Keaton, porque tenía el presentimiento de que ella trataría de ponerse en contacto con usted, o usted con ella. También soy la persona a quien ella llamó la noche antes del día en que debía reunirse con usted en la ciudad de México. —La voz de Paul se ponía más enfática a medida que se acercaba al punto que deseaba aclarar—. A pesar de todo lo que usted crea, y de la forma en que lo han presentado los medios, también sé, más allá de toda duda, que Julie no aceptó reunirse con usted en México para tenderle una trampa y entregarlo. La verdad es que mi oficina ignoraba por completo su intención de reunírsele hasta la noche antes de la fecha en que debía tener lugar ese encuentro. Ella por fin se dejó llevar por el pánico y me llamó por dos motivos. Tres días antes había ido a visitar a su abuela, Margareth Stanhope, porque se le ocurrió la loca idea de que, por su bien, quería cicatrizar las heridas familiares. En lugar de lograrlo, su abuela le mostró pruebas de que usted había confesado haber matado accidentalmente a su hermano, y además le informó que ella creía que usted lo había asesinado con toda deliberación, como después asesinó a su esposa.

Paul esperaba que esas bombas verbales produjeran alguna clase de reacción, pero con excepción de que un músculo empezó a palpitar en la mandíbula de Benedict ante la mención de la abuela, no hubo ninguna.

—Julie regresó de Ridgemont —continuó Paul con tenacidad—, y esa noche se enteró de que los integrantes del elenco y el equipo técnico de Destino estaban recibiendo llamadas amenazadoras, presuntamente realizadas por usted, pero a pesar de eso, ella siguió sin entregarlo. Justo la noche antes de su partida, cuando supo que Tony Austin había sido asesinado, por fin decidió notificarnos que usted pensaba encontrarse con ella en la ciudad de México. —Hizo una pausa y al ver que Benedict seguía allí sentado, mirándolo con expresión de desprecio, Paul se enfureció—. ¿Me escuchó, maldito sea? ¡Julie no le tendió una trampa desde el principio! ¿Está claro eso?

La cara de Benedict se puso tensa, pero su voz era ominosamente suave.

—Si vuelve a usar ese tono de voz una sola vez más, yo en personarlo sacaré a patadas de aquí, a pesar de mi promesa de escuchar lo que tenía que decir. ¿Está claro eso para usted? —preguntó con sarcasmo.

Paul se recordó que, por el bien de Julie, debía tener éxito, y continuó hablando con cierta mansedumbre.

—Suspendamos los escarceos adolescentes. Nosotros no nos tenemos simpatía, así que dejémoslo ahí. El asunto es que no vine para provocarlo, sino para proporcionarle pruebas de que Julie nunca pensó tenderle una trampa en México. La verdad es que lo que ella vio que sucedía en el aeropuerto, además de su negativa a permitir que le diera explicaciones, y que ni siquiera abriera sus cartas, la han herido hasta un punto difícil de imaginar. Su familia está preocupada por ella, y yo también.

—¿Usted? —preguntó Zack con divertida insolencia—. Me pregunto por qué.

—Porque, a diferencia de usted, me siento responsable por el papel que desempeñé en la ciudad de México y por el daño que eso le causó. —Tomó el portafolio, del que sacó un sobre grande; luego se puso de pie, como dando el caso por cerrado—. Y porque estoy enamorado de ella —agregó, arrojando el sobre con desdén sobre el escritorio de su adversario.

Benedict no lo tomó, ni siquiera lo miró.

—¿Por qué será que ese anuncio no me sorprende? —preguntó con tono burlón.

—Tal vez sea clarividente —retrucó Paul—. De todos modos allí tiene las pruebas: dos videos y una carta. No acepte mi palabra, Benedict, véalo usted mismo. Y luego, si le queda algo de decencia, alivie el sufrimiento de esa chica.

—¿Cuánto cree que costará “aliviar su sufrimiento”? —preguntó Zack con sarcasmo—. ¿Un millón de dólares? ¿Dos millones? ¿El doble, dado que usted piensa compartir con ella el botín?

Paul plantó las manos sobre el escritorio de Benedict, se inclinó hacia adelante y dijo con furia salvaje:

—¡Debí haber dejado que los Federales le rompieran el alma durante todo el camino hasta la frontera!

—¿Ah, sí? ¿Y por qué no lo hizo? —Paul se enderezó y le dirigió una mirada de desprecio.

—Porque antes de entregarlo, Julie me obligó a prometerle que no permitiría que nadie le hiciera daño. En lo único que le mintió fue cuando le dijo que estaba embarazada. Lo hizo para que le permitiera reunirse con usted. Debe de haber estado loca para creer que estaba enamorada de usted, ¡cretino insensible y arrogante!

Al oír esas palabras, Zack se puso de pie, rodeó el escritorio y se le acercó con aire amenazador.

—¡Inténtelo! —invitó Paul, con las manos a los costados—. ¡Por favor, le pido que lo intente, actor de cine! ¡Pégueme la primera trompada para que yo pueda darme el gusto!

—¡Basta! —atronó la voz de Matt Farrell, quien tomó a Zack por un brazo—. Richardson, ya han pasado sus cinco minutos. ¡O'Hara! —gritó—. Acompañe al señor Richardson hasta la puerta.

Joe O'Hara apareció al instante en el cuarto desde la puerta donde había estado escuchando.

—¡Justo ahora que empezaba a ponerse bueno! —exclamó. Miró a Paul Richardson con respeto, señaló la puerta con un ademán grandilocuente y dijo—: Hasta ahora nunca había conocido a un agente de civil que estuviera dispuesto a no ampararse tras su insignia y que en cambio amenazara con los puños. Permítame que lo acompañe hasta su coche.

Su muestra de buen humor no hizo nada por disipar la tensión que reinaba en el cuarto cuando ambos salieron.

—Creo que debemos irnos —dijo Matt.

—En cambio, yo creo que debemos esperar mientras Zack mira las pruebas que hay en ese sobre —contradijo Meredith, provocando una mirada de sorpresa de los dos hombres. Se volvió a mirar a Zack—. Creo que también ha llegado la hora de que te diga que estoy absolutamente segura de que Julie te amaba. También estoy convencida de que todo lo que dijo Richardson es cierto.

—Si eso es lo que crees —retrucó Zack con sarcasmo—, te sugiero que te lleves las “evidencias” y las veas, Meredith. Después puedes quemarlas.

Matt se puso blanco de furia.

—¡Te doy cinco segundos para disculparte ante mi mujer!

—Sólo me hacen falta dos —contestó Zack con tono cortante, y Meredith sonrió antes de que lo hiciera Matt porque había escuchado las palabras y no el tono. Zack le tendió la mano y dijo con una sonrisa sombría—: Te pido que me disculpes el tono. Fui inexcusablemente grosero.

—Inexcusablemente, no —contestó ella, mientras lo miraba a los ojos, como buscando algo—. Pero, si no te importa, aceptaré tu ofrecimiento y me llevaré el sobre.

—Como veo que tu marido todavía se debate en la duda y no sabe si pegarme una trompada o no, y como sé que me la he ganado, no creo que deba tentar más mi suerte, negándotelo —dijo Zack con sequedad.

—Creo que has estado muy prudente —dijo ella mientras miraba con expresión risueña a su marido. Tomó el sobre del escritorio y enlazó su brazo con el de Matt—. No olvides que en una época, la sola mención de mi nombre te provocaba una furia igual a la de Zack —le recordó con suavidad, haciendo un esfuerzo por impedir que ambos siguieran tensos.

El ceño de Matt se trocó en una sonrisa.

—¿Era yo tan tonto como Zack? —Meredith lanzó una carcajada.

—Ésa es una pregunta que me meterá a mí en un brete con alguno de los dos.

Matt la despeinó con gesto afectuoso.

—Te veremos en la fiesta después de que nos hayamos cambiado —se despidió ella de Zack.

—Muy bien —dijo Zack y se quedó mirándolos alejarse, maravillado ante lo unidos que eran y ante el cambio que Meredith había logrado en Matt. No hacía mucho imaginó que Julie y él... Furioso por haber permitido que ella entrara en sus pensamientos, se acercó a los ventanales y abrió los cortinados. No sabía qué despreciaba más, sí la traición de Julie o su propia credulidad. A los treinta y cinco años ella lo había convertido en un pelele que volcaba su corazón en cartas de amor y se pasaba noches enteras mirando su fotografía, para no hablar de que arriesgó su cuello para comprarle el anillo indicado en la joyería más exclusiva de Sudamérica. La vergüenza y el disgusto que le provocaban esas cosas eran casi peores que la humillación que significó ser golpeado y puesto de rodillas delante de medio mundo. Y ella también era responsable de eso. Y todo el que tuviera un televisor lo sabía... sabía que él se dejó embaucar ciegamente por una maestra de pueblo chico y que arriesgó su vida por estar con ella.

Zack hizo un esfuerzo para sacarse a Julie de la cabeza y miró a la multitud creciente que se reunía para las festividades de esa noche. Glenn Close conversaba con Julia Roberts. Levantó la vista, lo vio parado junto a la ventana y lo saludó con la mano.

Zack le devolvió el saludo. Por su jardín se paseaban casi todas las mujeres más hermosas del mundo y la mayoría de ellas correría hacia él con que sólo les hiciera una seña. Zack las estudió, buscando alguna que se destacara entre las demás y lo atrajera... alguna que tuviera ojos particularmente lindos, una boca romántica, una cabellera atractiva, pelo sano... una mujer cálida e ingeniosa, con metas y con ideales... alguien capaz de derretir el hielo que tenía en su interior. Se alejó de la ventana y se encaminó a su suite para cambiarse. No existía en el mundo entero una antorcha con fuerza suficiente para derretir ese hielo, y para hacerle sentir lo que había sentido en Colorado. Y aunque fuera posible, no volvería a permitir que le sucediera. Comportarse como un tonto enamorado no era su estilo. Debía de haber estado loco en Colorado. Sin duda se debió a una combinación de tiempo y lugar. En circunstancias normales, jamás habría sentido eso por ninguna mujer.

Se prometió que sería más atento con sus invitados. Ignoraba por qué, pero después de sólo seis semanas, parte de la fascinación que le provocaba la renovación de su carrera empezaba a desaparecer. Decidió que estaba extenuado y empezó a desabrocharse la camisa. En apenas seis semanas, además de reunirse con seis productores, cinco directores de estudios e incontables hombres de negocios, había leído docenas de guiones y conseguido recuperar las dos casas que tenía alquiladas. Además contrató nuevo personal, recuperó parte del anterior, compró dos coches y encargó un avión. Le hacía falta relajarse y disfrutar del gusto del éxito, ahora que volvía a ser suyo, decidió, arrojando la camisa sobre la cama. Oyó que se abría la puerta del dormitorio, y se volvió con las manos en la cintura.

—He estado buscándote por todas partes, Zack —dijo la pelirroja con una sonrisa invitante mientras se adelantaba, meneando las caderas. En sus muñecas y sus dedos resplandecían las alhajas. —Y vengo a encontrarte justo cuando empiezas a desvestirte. ¿No te parece una coincidencia sorprendente?

—Sorprendente —mintió Zack, mientras trataba de recordar quién demonios sería esa mujer—. Pero para eso son los dormitorios, ¿verdad?

—No sólo para eso —susurró ella, deslizando las manos por el pecho de Zack.

Con suavidad, él las tomó entre las suyas.

—Más tarde —dijo, haciéndola girar sobre sí misma y conduciéndola con firmeza hacia la puerta—. Necesito una ducha y luego tengo que salir a interpretar el papel de dueño de casa.

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