Perfecta

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Capítulo 55

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Capítulo 55

—Julie, ¿estás bien, querida? —Mientras hablaba, Flossie Eidridge golpeaba con los nudillos el parabrisas del coche—. Hace casi media hora que estás ahí sentada en la oscuridad y con el motor en marcha.

Julie miró el rostro regordete de expresión preocupada y sacó la llave del contacto, apagó el motor del coche y bajó presurosa.

—Estoy perfectamente bien, señorita Flossie... Estaba pensando en algo... en un problema que tengo en el colegio, y olvidé dónde estaba.

Temblando en la noche gélida, Flossie se arrebujó en su abrigo.

—Ahí sentada te pescarás un resfriado espantoso.

Mortificada por haber perdido por completo la noción de tiempo y lugar, Julie tomó su portafolio del asiento trasero e hizo un esfuerzo por sonreír a su vecina. Impulsivamente se inclinó y besó la mejilla arrugada de la anciana.

—Buenas noches —dijo. Adiós, pensó. Ya habían pasado seis de las ocho noches que Zack le pidió que esperara.

Una vez que llegó al porche de su casa, buscó las llaves de la puerta en la cartera, abrió la puerta, entró y cerró la puerta. Cuando estiraba la mano para encender la luz, oyó una voz de hombre.

—No prenda la luz. —Julie sintió surgir un alarido de espanto en su garganta, pero lo contuvo cuando el hombre volvió a hablar—. Está bien, soy amigo de Zack.

—¿Y por qué debo creerle? —preguntó Julie, cuya voz temblaba tanto como sus manos.

—Porque —contestó Dominic Sandini con una sonrisa en la voz— he venido a echar una mirada y a constatar si el camino está libre por si de repente usted decidiera hacer un viajecito.

—¡Maldito sea! ¡Me dio un susto tremendo! —explotó Julie, entre enojada y divertida, desmoronándose contra la puerta.

—Lo siento.

—¿Cómo logró entrar? —preguntó ella, sintiéndose un poco absurda al hablar con un desconocido en plena oscuridad.

—Entré por atrás, después de echar un vistazo por los alrededores. Tiene compañía, señora.

—¿Compañía? —Julie estaba tan desorientada que supuso que había alguien más en la habitación y empezó a mirar a su alrededor.

—La están vigilando. Un camioncito azul estacionado del otro lado de la calle observa la casa, y una furgoneta negra la sigue a todas partes. Tiene que ser el FBI... ellos usan coches que no vale la pena robar, pero son más hábiles para vigilar que la policía local. Los coches —agregó con orgullo— son mi especialidad.

—¿Usted... vende automóviles? —preguntó Julie, ignorando por el momento el problema del FBI ante la alegría de poder estar conversando con alguien que se decía amigo de Zack.

—Algo por el estilo —contestó el desconocido con una risita—. Pero cuando los vendía era sin papeles, no sé si entiende lo que le quiero decir.

—¿Usted... robaba automóviles? —preguntó Julie, inquieta.

—Sí, pero eso era antes —contestó el desconocido, lanzando otra risita—. Ahora me he reformado.

—¡Me alegro! —exclamó ella con sinceridad. No resultaba tan tranquilizante que el amigo de Zack fuese ladrón de coches. De repente Julie comprendió que tal vez su visitante invisible fuera capaz de hacer desaparecer el resto de sus temores.

—Zack no está en Los Ángeles, ¿verdad? No está amenazando a otra gente, ¿no?

—No sé dónde está ni lo que está haciendo, y le aseguro que ésa es la verdad.

—¡Pero debe saberlo! Es decir... obviamente ha hablado con él...

—No... yo no. A Zack le daría un ataque si supiera que vine en persona y que me involucré en esto. Se suponía que este asunto sería manejado por gente de afuera, pero comprendí que sería mi única oportunidad de conocer a su Julie. Usted debe de quererlo muchísimo.

El desconocido permaneció en silencio y Julie habló en voz baja.

—Sí, lo quiero muchísimo. Supongo que también usted lo querrá, para haber corrido un riesgo tan grande viniendo acá.

—¡Diablos! No es ningún riesgo —contestó el desconocido con tono fanfarrón—. No estoy haciendo nada ilegal. Lo único que he hecho es detenerme a visitar a la amiga de un amigo, y no hay ninguna ley que me lo impida, como tampoco hay una ley que me impida entrar por la puerta de atrás y esperarla en la oscuridad. En realidad, mientras lo hacía hasta arreglé la cerradura de la puerta trasera. Esa cosa no hubiera impedido que un chico entrara en esta casa. ¿Eso significa que soy o no un ciudadano respetuoso de la ley? —bromeó.

Había dicho que fue hasta allí para asegurarse de que Julie estuviera en condiciones de hacer el viaje, y justamente cuando ella estaba por preguntarle qué significaba eso, él se encargó de proporcionarle la explicación con el mismo tono jovial y despreocupado.

—De todos modos, el motivo que me trajo hasta aquí es que Zack quería que usted tuviera un coche nuevo... por si dentro de un par de días decidiera hacer un largo viaje... así que me ofrecí a entregarlo. Y aquí estoy.

Julie supuso de inmediato que tendría que usar ese coche, en lugar del suyo, para despistar a sus perseguidores cuando se alejara de Keaton, dos días después.

—Asegúreme que no es un coche robado —pidió en un tono que hizo que el desconocido largara una carcajada.

—No, no es robado. Como le dije, me retiré del negocio. Zack lo pagó y yo decidí entregar su regalo, eso es todo. No hay ninguna ley que impida que un convicto prófugo compre un coche para una señora con su propio dinero bien habido. Ahora, la forma en que ella decida usar ese coche no es asunto mío.

—Esta noche no vi ningún coche frente a mi casa.

—¡Por supuesto que no! —exclamó él con tono de horror exagerado—. No creí que fuera prudente quebrantar alguna ordenanza municipal llenando de coches estacionados una calle tan linda como la suya. De manera que lo entregué en una plaza de estacionamiento situada detrás de un lugar de la ciudad llamado Keldon's Dry Goods.

—¿Por qué? —preguntó Julie, sintiéndose una tonta.

—Ésa es una pregunta interesante. No sé por qué tuve un impulso tan loco como ése —bromeó, y de repente a Julie le recordó el carácter incorregible de sus alumnos de ocho años—. Supongo que imaginé que si alguna mañana usted estacionaba su propio coche frente a esa tienda, tal vez tuviera ganas de entrar, de mirar a su alrededor, y después salir por la puerta trasera y dar una vuelta de prueba en el coche nuevo. Por supuesto que tal vez eso les dé rabia a los hombres que la siguen. Es decir, a ellos les resultaría difícil imaginar hacia qué lado fue, qué coche maneja y qué ropa lleva puesta... suponiendo que una vez dentro de la tienda usted tuviera repentinas ganas de ponerse un suéter diferente o algo que por casualidad llevara en su portafolio. ¿Sabe a qué me refiero?

Julie asintió en la oscuridad, temblando ante el tono de clandestinidad de todo lo que el desconocido acababa de decir.

—Sé a qué se refiere —contestó con una risita nerviosa.

La mecedora crujió cuando él se puso de pie.

—Ha sido muy agradable poder conversar con usted —dijo, mientras su mano rozaba el brazo de Julie—. Adiós, Julie de Zack. Espero que sepa lo que está haciendo.

Julie también lo esperaba.

—No encienda las luces de atrás de la casa hasta que me haya ido.

Julie escuchó los pasos lentos del desconocido y tuvo la sensación de que caminaba con una leve renquera.

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