Perfect

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Capítulo 4

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CAPÍTULO 4

«Un amigo es esa persona que conoce la canción que suena en tu corazón y que puede cantártela cuando se te han olvidado las palabras». Anónimo. (Joder, ojalá lo hubiera escrito yo).

—¿Qué opinas? —preguntó Noah mientras nos sentábamos a la mesa de pícnic del parque del barrio. Esa mesa se había convertido en nuestro refugio secreto.

Se acercaba el final de las vacaciones de verano. Dentro de una semana ambos seríamos alumnos de primer curso del instituto. Quería disfrutar de cada minuto del tiempo que nos quedaba. Cuando empezaran las clases, ya no podríamos ir allí tan a menudo.

En Charleston, el calor y la humedad son brutales durante el verano, aunque esa noche corría una ligera brisa que hacía que el bochorno fuera más soportable. Los grillos cantaban en los árboles a nuestro alrededor y de vez en cuando se oía alguna salpicadura de agua, ya que cerca había un estanque donde se bañaban los patos.

Noah estaba sentado muy cerca de mí. Ambos llevábamos pantalones cortos, y la sensación de nuestros muslos al entrar en contacto fue algo nuevo y excitante. Justo antes del verano noté que Noah había empezado a mostrarse más cariñoso conmigo. Siempre había sido un chico muy dulce, pero últimamente me abrazaba más, me daba más la mano y se sentaba más cerca de mí. Me gustaba. Me gustaba mucho. Notaba cosquillas cada vez que lo tenía tan cerca.

Estábamos escuchando música, compartiendo sus auriculares. A los dos nos encantaba la música: alternativa, indie, punk, rock, etc. En esos momentos sonaba nuestro grupo favorito: Lifehouse.

—Son la caña —dije meciéndome de un lado a otro con los ojos cerrados, dejando que la música fluyera a través de mí—. Todo el CD es brillante. Everything es mi canción favorita.

—La mía también. Me recuerda a ti —reconoció él.

Le dirigí una mirada rápida antes de volver a bajar la cabeza y cerrar los ojos. No estaba segura de haber oído bien. Cuando la canción acabó, volví a abrirlos. Noah me estaba observando con una sonrisilla.

—¿De qué te ríes?

—No me río, sonrío. Me gusta contemplarte cuando escuchas música. Te pierdes en las notas.

Nuestras miradas se encontraron, y me mordí el labio inferior. Sentí que empezaba a ruborizarme. Le devolví el auricular con una sonrisa.

—¿Crees que saldrán de gira pronto?

Él se encogió de hombros.

—Tal vez.

—Si pasan por aquí, tenemos que ir a verlos. Seguro que en concierto son increíbles.

De repente, Noah se levantó de la mesa de un salto y se plantó ante mí. Se metió la mano en el bolsillo trasero de sus pantalones cortos de camuflaje, sacó dos entradas y las sostuvo ante mis ojos. Intentaba controlarse, pero la sonrisa de su cara se estaba volviendo más grande a cada segundo que pasaba.

—En el Centro de Artes Escénicas, dentro de tres semanas, tú y yo, Piolín —anunció emocionado.

Tardé unos instantes en asimilar lo que estaba oyendo. Sería el primer concierto para los dos. Estaba tan entusiasmada que no podía contenerme.

—¡¿Me tomas el pelo?!

—No.

Pegué un salto y me lancé sobre él, que tropezó y cayó de espaldas al suelo. Yo caí sobre él. Ambos estábamos riendo sin parar y pronto nos quedamos sin aliento.

—Noah Stewart, eres el mejor mejor amigo que una chica pueda tener.

—¿A que molo? —Me dirigió una sonrisa seductora y sentí que me fundía por dentro.

—Sí, mucho. —Respondí en voz baja.

Permanecimos así, tumbados, con las narices casi pegadas y mirándonos a los ojos. Los de Noah eran asombrosos. Eran azul pálido, y tan brillantes que parecía que tuvieran una lucecita interior.

Me habría gustado tener unos ojos como los suyos. Los míos eran de un color muy raro. Mi madre siempre decía que eran de color verdeazulado. ¿Qué color es ese? Estoy segura de que es el color que menos se usa de la caja de colores Crayola.

Supongo que debería haberme quitado de encima de Noah inmediatamente, pero no lo hice. A él no parecía molestarle que yo estuviera ahí, montada sobre él. Al tener las palmas de las manos apoyadas en su pecho, notaba lo tonificado que estaba. Jugaba al béisbol desde que éramos niños y le sentaba muy, muy bien. También noté que estaba excitado. Nunca había notado nada parecido clavándose en mi cuerpo. Curiosamente, no me asusté. Me pareció natural.

Bajé la vista hacia su boca. Cuando vi que sacaba la punta de la lengua y se la pasaba sobre el labio inferior, sentí mucho calor. Las mariposas que vivían en mi estómago estaban dando volteretas. Aunque al principio respirábamos de manera rápida y superficial, cada vez lo hacíamos de manera más lenta y profunda. No estaba segura de qué estaba sucediendo. Noah era mi mejor amigo. Siempre me alegraba cuando lo veía y quería pasar todo el rato posible con él, pero lo que estaba sintiendo era distinto; superaba a todo lo que había sentido con anterioridad.

Su mirada descendió hacia mis labios y volvió a mis ojos. Levantó la mano y me colocó un mechón de pelo que se había caído detrás de la oreja. Noté un cosquilleo en la mejilla y la oreja al contacto con la punta de sus dedos.

—Has sacado las entradas sin preguntármelo primero. Estás muy seguro de ti mismo, ¿no crees? ¿Y si no hubiera querido ir? —bromeé, en voz tan baja que sonó como un susurro.

—Imposible. Eres mi chica; te conozco demasiado —replicó sonriendo. Me encantaba que me llamara su chica. Se aclaró la garganta y añadió—: Será mejor que nos levantemos.

—Ah, sí. Lo siento —me disculpé notando que me ruborizaba.

Me aparté de Noah y me quedé sentada a su lado. Él también permaneció un rato sentado antes de ponerse en pie. Supuse que necesitaba un poco de tiempo para calmarse, igual que yo.

Cuando se levantó, se volvió hacia mí, alargó las manos y me ayudó a hacer lo mismo. Cuando estuve de pie, me atrajo contra su pecho.

—Ha sido divertido. ¿Qué harás si algún día compro entradas para ver a Green Day? —preguntó con una sonrisa irónica.

La combinación de nuestros cuerpos unidos, el brillo de sus ojos azules y esa sonrisa canalla hizo que empezara a darme vueltas la cabeza y que mi cuerpo experimentara sensaciones desconocidas hasta ese momento.

No sabía si sería culpa de mis hormonas o de Beth, que se pasaba el día babeando detrás de Noah, pero el caso era que había empezado a mirarlo de manera diferente. No me gustaba cómo lo miraba Beth ni cómo hablaba sobre las partes de su cuerpo. Y todos esos sentimientos eran nuevos para mí. Lo único que tenía claro era que, cuando estaba con él, me sentía feliz, entusiasmada y segura. Y que cuando no estábamos juntos era como si me faltara un trozo.

Como habíamos compartido todas nuestras primeras veces, supongo que no fue nada raro que mi primer enamoramiento también fuera provocado por él. Aunque su cuerpo había respondido al sentarme sobre él, no le di más importancia. A los adolescentes les pasa constantemente. Eran las hormonas las que hacían que su pene reaccionara. Para Noah yo era su amiga, no su novia.

Además, yo sabía que no era la chica adecuada para él. No tenía nada especial. Era de estatura mediana como mi madre, no era alta como Emily. Mis rasgos no estaban mal; solían decirme que era mona. Probablemente porque tenía la cara redonda y las mejillas regordetas. En las reuniones familiares, mis parientes siempre querían pellizcarme los mofletes, cosa que nunca entendí. Pellizcar mofletes tal vez sea divertido para el que pellizca, pero no para el pellizcado. A mí me habría gustado tener la cara fina de Emily y sus altos pómulos. Mi tipo era ligeramente curvilíneo; no tenía un cuerpo atlético como el de mi hermana. Hacía unos meses que mis tetas habían decidido hacer acto de presencia. Habían estado desarrollándose de manera lenta y regular, hasta que, de repente, un día, ¡tachán! ¡Tenía tetas! No eran una exageración, pero tampoco eran pequeñas. Eran normales. Tenía el pelo de color castaño oscuro, largo hasta los hombros. En eso me parecía a Emily, pero, a diferencia de la mía, su melena era sedosa y brillante. Y mi piel era pálida, no como la de mi hermana, que parecía estar bronceada todo el año. Y luego estaba el tema del color de mis ojos, ese asqueroso color verdeazulado que hacía que la gente me mirara como si fuera un bicho raro.

Noah se merecía estar con alguien perfecto porque él lo era. Yo, en cambio, era lo menos perfecto que existía en el mundo. Además, era mi mejor amigo y no quería que eso cambiara nunca.

Los recuerdos de la primera semana de instituto los tengo un poco borrosos en mi mente. Recuerdo que estaba un poco asustada por las nuevas materias y los nuevos profesores, pero cuando se calmaron los nervios de los primeros días, las cosas volvieron a la normalidad. Iba a dos clases con Noah y a tres con Beth, y nos reuníamos todos a la hora de comer. La vida en el instituto era apacible, hasta que apareció La Intrusa.

Fue casi al final de la hora de comer. Noah estaba sentado a mi lado revisando unas notas para la siguiente clase. Al otro lado de la mesa estaba Beth, que no paraba de hacer comentarios sobre todos los chicos guapos que pasaban junto a ella, cuando no estaba comiéndose a Noah con los ojos. Esa chica nunca tenía la boca cerrada, y los chicos eran su tema favorito.

En cada instituto hay una como ella. La nuestra acababa de entrar en la cafetería. La Intrusa era un cliché andante. Era alta y rubia, tenía los ojos azules, una figura exuberante y, para mi sorpresa, se dirigió directamente a nuestra mesa. No apartó la mirada de Noah en ningún momento mientras una sonrisa igual que la del gato de Cheshire crecía en sus labios exageradamente relucientes por el gloss. Ni por un momento dudé de que esa chica iba a traerme problemas. Supe desde el principio que seríamos enemigas a muerte.

Ella era muy consciente de cuáles eran sus puntos fuertes y los exhibía sin ninguna vergüenza. Llevaba una blusa muy ceñida, igual que los vaqueros, de cintura baja. Los tacones, en cambio, eran altos, igual que las tetas. Cuando caminaba le rebotaban todas las partes del cuerpo.

Una vez leí un artículo en la revista Cosmo que decía que a los chicos les gustaban las cosas que rebotaban. Y en La Intrusa todo rebotaba de manera exagerada. En cambio, a mí no me rebotaba nada. Algunas partes me temblequeaban un poco, pero nunca he encontrado un artículo en el que hablen de lo mucho que les gustan a los chicos las partes con tembleque. Me volví hacia Noah y me pregunté qué preferiría, los rebotes o los tembleques en las chicas.

Seguí observando a La Intrusa mientras su pelo, sus tetas y su culo rebotaban en su paseo por la cafetería. Cuanto más se acercaba a nuestra mesa, más se me retorcía el nudo que tenía en el estómago. Notaba como si una tenaza me apretara los intestinos. Cuando se detuvo a nuestro lado, un escalofrío gélido me recorrió la espalda.

—¡Guay, os he encontrado! —exclamó.

—Hola, Brittani. Te he guardado sitio —dijo Beth, arrastrando la silla que tenía al lado para que La Intrusa se sentara en ella.

«Pero ¡¿qué demonios?! ¿Beth se ha vuelto loca o qué?».

La Intrusa —la llamaré L. I. para abreviar— se sentó junto a Beth, lo que la dejó justo enfrente de Noah. Se lo quedó mirando fijamente para atraer su atención. Al ver que no funcionaba, se aclaró la garganta ruidosamente para que él levantara la vista. Cuando Noah al fin lo hizo, se sorprendió al ver que había alguien que lo estaba mirando fijamente.

Ella alargó la mano en su dirección, con la palma hacia abajo, como si esperara que se la besara.

—Soy Brittani Monroe. —Se presentó como si estuviera haciendo un anuncio trascendental. Tenía un acento sureño tan cerrado y empalagoso que noté que me salían varias caries a medida que hablaba.

Noah, confundido, le cogió la punta de los dedos y los sacudió arriba y abajo.

—Eh…, hola, soy Noah Stewart.

Me miró con las cejas levantadas, como preguntándome si había hecho lo correcto. Yo le devolví la mirada con los labios fruncidos pero no dije nada.

Tamborileé con los dedos de la mano derecha sobre la mesa mientras me mordía la uña del pulgar. Esa tía era increíble. A mí no me había hecho ni caso y a Beth no había vuelto a mirarla desde que se había sentado.

—Es un placer enooorme conocerte, Noah. Me alegro de que Beth me invitara a comer con vosotros.

Noah seguía alternando miradas entre L. I. y yo.

Yo dejé de tamborilear y de morderme el pulgar para lanzarle a Beth mi mirada asesina de alerta máxima. La mirada asustada que me devolvió me indicó que había recibido mi mensaje.

—Eh…, Brittani, ella es mi amiga Amanda —me presentó con voz temblorosa.

L. I. reconoció al fin mi presencia con un lacónico «Eh» mientras continuaba con la vista clavada en Noah.

Luego cambió de postura y se echó hacia delante, apoyando las tetas en la mesa y dejando a la vista un canalillo más impresionante que el Gran Cañón.

—¿Qué estudias, Noah? —preguntó revolviéndose en la silla y apretando los brazos para juntar los pechos un poco más.

La vista de Noah acabó yendo a parar a donde ella quería. El Gran Cañón debía de tener poderes hipnóticos, porque una vez que llegó allí, Noah ya no consiguió apartarla.

Incapaz de soportar el espectáculo de ver a Noah hipnotizado por el panorama, le di un codazo en las costillas.

—¡Ay! ¿Por qué has hecho eso? —protestó él, acariciándose la zona.

—Antes mencionaste que tenías que llegar a clase pronto. —Respondí con una sonrisa que era pura inocencia.

—Es verdad, tengo que ir tirando. —Noah cerró la libreta y se la guardó en la mochila.

L. I. ladeó la cabeza, le dirigió sus mejores morritos y lloriqueó.

—No quiero que te vayas todavía. Te echaré mucho de menos.

«Alucinante».

Noah balbuceó:

—Sí, eh…, ah, tal vez más tarde. —Se levantó—. Nos vemos en álgebra, Piolín. —Le sonreí—. Hasta luego, Beth y, eh…

—¡Brittani! —chilló ella, mordiéndose el labio inferior.

Alejándose de la mesa, Noah titubeó y al fin dijo:

—Eh, sí, eso, Brittani.

Las dos chicas se volvieron en la silla y contemplaron cómo Noah se alejaba. No se movieron hasta que hubo desaparecido por completo.

L. I. suspiró hondo mientras se volvía de nuevo hacia la mesa.

—Está buenísimo, pero una cosa exagerada, ¿a que sí?

Beth le dio la razón asintiendo con entusiasmo.

—Está para mojar pan.

Le dirigí otra mirada amenazadora de alerta máxima.

—¿Qué pasa, Amanda? No me digas que no te has dado cuenta de lo bueno que está.

—Es mi mejor amigo. No pienso en él de esa manera.

Mentí. Había empezado a pensar en él de esa manera. Últimamente, muy a menudo. De hecho, había comenzado a aparecer en mis sueños. Me estremecía cada vez que se acercaba a menos de tres metros o que oía su voz. Unos días antes lo vi segar el césped de su jardín. Se había quitado la camiseta y estaba sudoroso. Llevaba unos pantalones cortos que le colgaban, bajos, a la altura de las caderas. Por el latido desbocado de mi corazón y la sensación de mareo, pensé que estaba sufriendo un ataque al corazón.

L. I. cogió una servilleta y empezó a abanicarse.

—Esas cosas no se piensan. Se sienten, en todo el cuerpo.

—Sí, en todo el cuerpo —asintió Beth en tono soñador.

Permanecí sentada en silencio escuchando a aquel par cotorrear sobre los atributos de Noah. Una sensación de ardor me nació en el estómago y fue ascendiendo por el pecho. Cuanto más hablaban sobre mi Noah, más se me cerraba el nudo en el estómago.

—Está alucinantemente bueno. Está mucho más bueno que cualquiera de los demás chicos que he visto por aquí. Podría pasar por un universitario. Los chicos de la clase están llenos de granos; son larguiruchos y torpes, les sobran brazos y piernas por todas partes —se quejó L. I., alzando mucho los brazos—. Noah, en cambio, tiene un cuerpo tallado en roca. Los músculos de sus brazos son INCRE-Í-BLES.

«Me ha abrazado con esos brazos. Es verdad. Sus músculos son increíbles».

—Es que juega al béisbol. —Aportó Beth.

—Claro, así se entiende.

—El pelo castaño y ese tono de piel tan bronceado son una combinación de lo más sexi. —Beth se echó a reír—. Quiero acariciarle ese pelo. Se ve tan suave.

«Noté ese pelo contra mi mejilla cuando me abrazó. Era muy suave y olía a naranjas».

—Dios, Beth, ¿has visto ese culo?

—Uf, sí. Es perfecto.

—Delicioso. —L. I. apoyó la barbilla en la mano y se perdió en una ensoñación que sin duda incluía el culo de Noah—. Pienso reptar por todo su cuerpo.

—¿Como si fueras un hongo? —No pude evitar soltar mientras me metía las últimas bolitas de queso en la boca.

Ella me dirigió una sonrisa sarcástica.

—Ja, ja. Reptaré sobre su cuerpo antes de que acabe el semestre, te lo garantizo. A menos que tú te lo hayas pedido antes, Beth. Nunca persigo a los chicos de mis amigas.

—No, no me lo he pedido. —Beth me miró sin disimular el enfado.

—Bien.

—Y ¿yo qué? —pregunté.

—¿Tú qué? —L. I. me miró entornando los ojos y dirigiéndome una sonrisa irónica.

—Tal vez yo me lo haya pedido antes.

—Acabas de decir que no piensas en él de esa manera. Pero da igual; aunque lo hicieras, no cambiaría nada.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

Beth y ella intercambiaron una mirada cómplice.

—Noah está fuera de tu alcance. Juega en otra liga, ¿no lo ves?

—Brittani, no —le rogó Beth.

—Ha sido ella la que me ha preguntado. —L. I. volvió a centrar su atención en mí—. No te conozco de nada, pero es obvio que no tienes nada de especial. No eres fea, pero tampoco eres atractiva. La verdad es que deberías arreglarte un poco más.

—Brittani, para. —Se notaba que Beth se estaba enfadando de verdad.

—Le estoy haciendo un favor. Mírala. Ese pelo castaño sin gracia, la piel blancuzca y esos ojos tan raros. Me ponen nerviosa. Todo lo tiene soso y aburrido. Tal vez si se hiciera unas mechas y se bronceara un poco estaría mejor, pero, vamos, necesitaría un milagro.

Estaba hablando de mí como si no estuviera delante.

—En la escala de tíos buenos, Noah es un diez. Tiene que salir con alguien que sea al menos un ocho o un nueve, si no puede ser un diez. Y, si te soy sincera, cosa que acostumbro a ser, tú no llegas ni al dos. Y estoy siendo generosa.

—Vale, se acabó. Ya basta. Vamos, Amanda. Tenemos clase de lengua.

Me quedé mirando cómo Beth y L. I. se levantaban y cogían sus cosas. No es que no quisiera moverme; es que no podía. Yo ya sabía que no era nada del otro mundo y que Noah se merecía algo mejor; lo que me dejó muerta fue comprobar que a esa chica que acababa de conocerme le hubiera dado tiempo de darse cuenta también. Los ojos se me humedecieron.

«No pienso llorar en medio de la cafetería».

Me levanté de un salto, recogí mis cosas y me marché a toda prisa. Fui a los lavabos y llegué justo antes de que las lágrimas se derramaran sin control.

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