Perfect

Perfect


Capítulo 5

Página 8 de 44

CAPÍTULO 5

Cuando a mi madre se le mete algo en la cabeza, no hay quien se lo quite. Queda ahí, grabado en cemento, y nunca se irá. Y hace poco me di cuenta de que he empezado a convertirme en mi madre, porque no puedo quitarme de la cabeza unos soñadores ojos azules, un suave pelo castaño y unos brazos increíblemente musculados.

Noah y yo estábamos en su casa pasando el rato en su habitación, escuchando música. Tras la conversación con Beth y con Brittani ese mismo día, me había costado mucho mirarlo sin pensar en su culo perfecto. Menos mal que estaba sentado a su escritorio y así no lo veía. Para mayor seguridad, opté por tumbarme en la cama con los pies apoyados en el cabecero y los ojos clavados en el techo.

Oí la silla de Noah rodando ruidosamente sobre el suelo de madera en mi dirección. El sonido se interrumpió y la música bajó de volumen. Cerré los ojos con fuerza y tragué saliva. Sentí un cosquilleo en el estómago al mismo tiempo que me subía la temperatura. La cabeza empezó a darme vueltas.

Seguí moviendo el pie en el aire al ritmo de la música, fingiendo estar muy concentrada en la canción. ¿Quería hablar conmigo? ¿Iba a tener que mirar a esos soñadores ojos azules… o a ese culo perfecto?

Malditas fueran Beth y Brittani. Tenía que quitarme esas ideas de la cabeza.

«Céntrate, Amanda. La tía Agnes en traje de baño, la tía Agnes en traje de baño, la tía Agnes en traje de baño, Noah en un traje de baño que le queda muy bajo, justo por encima de las caderas, y que apenas le cubre ese perfecto trasero… Mierda».

Oí que se aclaraba la garganta.

—Piolín —dijo, y el sonido de su voz hizo que el pulso se me acelerara.

—¿Sí?

—¿Te acuerdas de la chica que se ha sentado con nosotros a la hora de la comida, Brittani Monroe?

—Sí.

—¿Qué opinas de ella?

—Es un putón con nombre de stripper.

El sonido de su risa me hizo sonreír.

—Eh, no te cortes. Di lo que piensas en realidad.

Bajé las piernas y me senté de cara a él, con los pies colgando sin llegar al suelo. Evitando el contacto visual, me eché hacia atrás y me apoyé en los brazos.

Con la vista baja le pregunté, tratando de sonar despreocupada:

—¿Por qué me lo preguntas?

—Porque me ha invitado a salir con ella.

Di un brinco y me quedé sentada, pero con la espalda muy tiesa.

—¿Te ha pedido una cita? —No pude evitar que me temblara la voz.

—Sí, supongo.

—¡Qué tontería! —Mi cara era una mueca de disgusto. Me salían los celos por todos los poros de la piel.

—¿Por qué te parece una tontería?

Alcé los ojos y vi que él trataba de disimular una sonrisa. Al parecer, estaba disfrutando de mi reacción. Capullo.

—Eh…, pues, para empezar, solo tenemos catorce años y no nos dejan salir con nadie hasta que tengamos dieciséis. Y en segundo lugar…

—A mí me dejan.

Me crucé de brazos y lo miré entornando los ojos.

—¿Estás de coña?

—Mis padres me han dado permiso.

Busqué desesperadamente otras razones para evitar que saliera con el zorrón-stripper, la Zorríper. Esa chica me inspiraba. Su lista de apodos crecía a toda velocidad.

—¿Cómo vas a llegar al lugar de la cita? Ni siquiera tienes carnet de conducir. Y diría que esa chica no cabe encima del manillar de tu bici. Porque, vamos, ¿tú has visto el culo que tiene?

—Pues sí, me he fijado en su culo —respondió él con una sonrisa irónica.

No me gustó su modo de expresarlo. Ver no era lo mismo que fijarse.

—Me ha invitado a ir a la bolera. Su padre nos acompañará.

—¿Así que piensas salir con ella?

—Supongo. ¿Por qué no? Es maja y no está mal. Es guapa.

«¿Guapa? Pufff, ¿ha estado fumando crack? Lo único que esa tía tiene es un gran culo, unas grandes tetas y las ganas de dejar que cualquier tío se los toque».

Bajé la vista y me aparté una mota de polvo inexistente de los vaqueros.

—Bueno, haz lo que quieras. Cada uno destroza su vida como le da la gana.

—Solo vamos a jugar a los bolos, Piolín —replicó, y se le notaba en la voz que se estaba divirtiendo.

Eché la cabeza atrás y hacia un lado, con la vista clavada en el techo.

—Sí, sí, se empieza jugando a los bolos, luego vais al cine, después os casáis, os compráis una casa y tenéis zorritas strippers. Pero si eso es lo que te hace feliz, ¿quién soy yo para entrometerme?

Pasaron varios segundos antes de que Noah dijera:

—¿Puedo preguntarte algo?

—Dispara.

Él titubeó durante unos instantes.

—¿Has besado a algún chico?

—He besado a mi padre y a mi abuelo.

Él negó con la cabeza.

—Los parientes no cuentan. ¿Alguna vez te han dado un beso de verdad?

—Ya sabes que te voy a decir que no. —Respondí con un hilo de voz.

Pegué la barbilla al pecho, bajé la mirada y moví los pies adelante y atrás.

—Pues una fuente de confianza me ha dicho que Brittani ha besado a un chico. Bueno, en realidad, a más de uno.

—Pues no me extraña. —Permanecimos en silencio unos instantes hasta que se me encendió la bombilla—. ¡OH, NO! ¿Vas a salir con ella para pillar cacho?

Noah se puso en pie de un salto.

—¿Qué? «¿Pillar cacho?». ¿Un cacho de qué?

—Un cacho de Brittani, de qué va a ser. —Le dirigí una mirada asesina. Tenía los hombros y el cuello en tensión.

—¡No! Voy a salir con ella porque…, no lo sé. Porque me lo pidió. Además, ya sabes lo mucho que me gustan las patatas fritas de la bolera. Si no quieres que vaya, dímelo y no iré.

Había llegado el momento de la verdad. Tenía que tomar una decisión. Podía aferrarme a Noah un poco más y esperar a que mis sentimientos por él cambiaran o podía dejarlo marchar. Tal vez si lo veía con otra chica, recuperaría el sentido común, aunque esa chica fuera la Zorríper.

Sin mirarlo a los ojos, le dije:

—Ve. —Hice una pausa—. Es solo que no creo que sea la chica adecuada para ti.

—Oh, eso ya te lo aseguro yo.

Lo busqué con la mirada. Tenía mariposas en el estómago. Estaba monísimo allí sentado con sus vaqueros gastados, una camiseta y la gorra de béisbol de los Red Sox. La llevaba al revés y le asomaba un poco de pelo por la abertura, justo encima de la cinta regulable. Las chicas tenían razón: estaba buenísimo. Tenía muchas ganas de lanzarme sobre él y abrazarlo.

Noah se pasó la mano por la nuca.

—El caso es que…, eh…, todavía no he besado a nadie. No digo que vaya a pasar en la cita, pero ¿y si ella me besa y no lo hago bien? Si se corre la voz, ya puedo meterme en un monasterio, porque ninguna chica querrá salir conmigo nunca más.

Inspiré hondo mientras me imaginaba cómo sería que Noah me besara. Supongo que me perdí en mis pensamientos, porque lo siguiente que oí fue:

—Tierra llamando a Piolín.

—Lo siento, eh…, no te preocupes, lo harás bien.

Él se echó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas, quedando más cerca de mí.

—¿Sabes qué me ayudaría mucho?

—¿El qué?

—Poder practicar —dijo inquieto.

Noah me sostuvo la mirada durante varios segundos, hasta que me di cuenta de lo que me estaba diciendo.

—¿Conmigo?

—Sí.

Negué con la cabeza.

—No, no me parece buena idea.

—Es una idea fabulosa. Podemos practicar los dos y así estaremos preparados y no pasaremos vergüenza delante de nadie. —Trató de convencerme con los ojos brillantes por esa idea tan absurda y ridícula.

—Yo no voy a tener que besar a nadie en un futuro cercano —admití, muerta de la vergüenza.

—Yo no estaría tan seguro.

Alcé la mirada y vi que su sonrisa se iba haciendo más grande. Bajó de la silla e hincó una rodilla en el suelo para suplicarme:

—Piensa en ello como formación para el futuro. Por favor, Piolín, te necesito.

Permanecí sentada sin moverme durante un rato que se me hizo eterno. ¿Realmente me apetecía hacerlo? En realidad, lo que quería era que no saliera con Brittani. Y, desde luego, no quería que la besara a ella, pero sí quería que me besara a mí. Y yo quería besarlo a él. Era mi mejor amigo y me necesitaba; lo haría por él. Además, si lo besaba, probablemente me quitaría la obsesión de encima y podría volver a mi vida de siempre.

Mirándolo fijamente a sus preciosos ojos, dije:

—Vale.

—¿En serio?

—Sí.

Noah se abalanzó sobre mí, derribándome sobre la cama. Empezó a hacerme cosquillas sin parar y me reí tanto que no podía respirar.

—Piolín, eres la mejor mejor amiga que se puede tener. Eres asombrosa, increíble, fantástica…

Yo seguí riéndome y tratando de respirar mientras él intensificaba las cosquillas.

—¡Para! Deja de hacerme cosquillas. Ya te he dicho que te ayudaré; no dejaré que hagas el ridículo.

Él no aflojó la tortura.

—¿Me lo prometes?

Con los ojos llenos de lágrimas, respondí:

—Sí.

—¡Dilo!

Cuando dejó de hacerme cosquillas, se me aclararon los ojos y vi que Noah estaba sobre mí. Cada vez que respirábamos, nuestros pechos se rozaban. Él se apoyaba en las manos, una a cada lado de mi cabeza, para no chafarme. Teníamos las piernas entrelazadas. Permanecimos así unos cuantos segundos mirándonos a los ojos, hasta que me acordé de que todavía no le había hecho la promesa.

—Lo prometo —susurró.

—Esto se está convirtiendo en una costumbre.

Fruncí el ceño, sin entender a qué se refería.

—¿El qué?

—Tú y yo, uno encima del otro —respondió con un brillo canalla en la mirada mientras su boca empezaba a curvarse en una sonrisa.

Sus labios estaban tan cerca. Me pregunté a qué sabrían. Estaba segura de que sabrían a cereza. Noah tenía aspecto de saber a cereza. Sus labios empezaron a acercarse a mi cuello. Me estremecí. ¿Iba a besarme en el cuello? Tragué saliva con dificultad y me quedé paralizada al notar el roce de su nariz justo debajo de mi oreja.

—¡Guau! Hueles muy bien —susurró. El cálido aliento que me acarició la mejilla y el cuello me hizo estremecer.

—Me he comido un Chupa-Chups de manzana ácida antes de venir —repliqué, haciéndolo reír.

Tenía la respiración alterada, jadeante, y no había parpadeado en los últimos cinco minutos. Noah me tenía totalmente en trance.

Apartándose de mi cuello, me sonrió y me dijo en voz baja:

—Gracias por ayudarme, Piolín.

—De nada. —Estaba tan abrumada por lo que acababa de pasar que casi no se me oía.

Noah me buscó los ojos con la mirada y añadió:

—Ya sabes lo que dicen, ¿no? —Negué con la cabeza—. Que para alcanzar la perfección hay que practicar mucho. Tal vez tengamos que practicar un buen rato. Ya sabes que soy lento aprendiendo. —Meneó las cejas y me dirigió una sonrisa ladeada.

Inspiré hondo.

—¿Quieres empezar ahora? —le pregunté con la voz tan aguda que sonó como si hubiera pisado un muñeco de goma.

Él se inclinó un poco hacia mí antes de levantarse y apartarse de la cama.

—No puedo. Tengo que ir al dentista. Mi madre me recogerá enseguida.

Me incorporé ligeramente, apoyándome en los codos. Estaba algo aturdida.

—Ah, vale.

Noah me estaba ofreciendo las manos, así que se las tomé y dejé que me ayudara a levantarme. Me atrajo hacia su pecho y me sujetó las manos detrás de la espalda, con delicadeza.

Bajó la vista y, sonriendo, me ordenó en tono autoritario:

—Esta noche, a las siete en punto, en nuestro refugio secreto.

—De acuerdo, nos vemos allí —repliqué sin aliento.

Dando un par de pasos hacia atrás, Noah se quitó la gorra de los Red Sox, se pasó los dedos por el pelo, dio una vuelta a la gorra y volvió a ponérsela. En ningún momento apartamos la vista el uno del otro.

La nuez de Noah subió y bajó un par de veces, mientras tragaba saliva, antes de decir:

—Gracias otra vez por ayudarme, Piolín. Nos vemos esta noche.

—Vale…, sí…, esta noche…, nos vemos luego.

Lo observé salir de la habitación y solté un gran suspiro cuando su culo perfecto desapareció. Tenía que tranquilizarme y quitarme a Noah de la cabeza. No podía arriesgarme a perder a mi mejor amigo por culpa de un estúpido enamoramiento adolescente.

Cuando salí de casa de Noah, la adrenalina me corría tan rápidamente por las venas que no podía quedarme quieta. Monté en la bici y di una larga vuelta. Siempre que me preocupaba algo o que necesitaba aclararme las ideas, montar en bicicleta era mi terapia perfecta. Me encantaba la soledad, la libertad y la sensación de control que tenía siempre que iba a dar una vuelta en bici.

Al llegar a casa, me duché y me vestí a toda prisa. Me puse un vestido largo de color verde pálido y unas sandalias. Me recogí el pelo en una coleta alta y completé el conjunto con unos aros plateados. Nada especial, me dije.

Todavía seguía estando muy nerviosa. Habría sido absurdo cenar; podría haberlo devuelto todo. Mi estómago no paraba de dar volteretas.

Cuando entré en el parque, vi que Noah estaba en nuestra mesa de siempre, de espaldas a mí. Me oyó acercarme; imposible no hacerlo por la grava que cubría la zona de pícnic. Cuando se volvió y me vio, abrió unos ojos como platos y me pareció que decía «Guau» en voz muy baja. Le dirigí una sonrisa tímida. Él iba perfecto, con sus pantalones cortos anchos de color negro que le llegaban justo por encima de la rodilla, dejando al descubierto sus pantorrillas musculadas. Una camiseta blanca, marca Nike, le cubría el amplio pecho. Llevaba unas zapatillas blancas y negras, también Nike, y su gorra de los Red Sox vuelta del revés.

Cuando se apartó de la mesa, no di crédito a lo que veían mis ojos. Había preparado una cena para dos: el mantel era de cuadros rojos y blancos; había platos de papel, servilletas y latas de refresco. En el centro había una vela roja, como las que solían adornar las mesas de nuestra pizzería. En su iPod sonaba You and Me, de Lifehouse.

Noah tenía un brazo oculto a la espalda. Al acercarse, me mostró el ramo que llevaba en la mano. Eran las flores silvestres más preciosas que había visto nunca. Era la primera vez que alguien me regalaba flores.

—Son para ti —dijo sonriéndome.

Las cogí, me las llevé a la nariz e inhalé su dulce fragancia.

Noah se balanceó sobre los talones con las manos en los bolsillos. Estaba nervioso; era adorable.

—Estás muy guapa, Piolín.

Me ruboricé.

—Gracias, ¿qué es todo esto? —Me abrumaba que se hubiera tomado tantas molestias.

—Quería agradecerte que hayas aceptado ayudarme. Sé que es pedir mucho.

Sonreí a pesar de las lágrimas que se agolpaban en mis ojos. Me habría gustado tanto que eso fuera una cita real y no una amiga ayudando a un amigo. Me entristecí al darme cuenta de que eso no era más que un amable gesto de agradecimiento de Noah y de que al día siguiente sería otra chica la que disfrutaría de una auténtica cita con él.

Noah se acercó a mi lado y me dio un codazo, relajando el ambiente.

—Deja de estar ahí plantada como si fueras una niña —se burló de mí—. Es nuestra mesa de siempre. Siéntate.

—Gracias, Noah. Esto es… es… —Por primera vez en mi vida no sabía qué decir.

Nos sentamos uno frente al otro, mirándonos en silencio y escuchando la música. No estábamos incómodos; al contrario, estábamos a gusto. Era una sensación muy natural.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dije rompiendo el silencio.

—Puedes preguntarme cualquier cosa, Piolín.

—¿Crees que es raro que seas mi mejor amigo?

—¿Qué quieres decir con «raro»?

Me encogí de hombros.

—Beth dice que es raro.

Él alargó el brazo, me cogió la mano y entrelazó los dedos con los míos.

—A mí no me parece raro. Cuando estoy contigo, todo me parece perfecto. No me imagino a ninguna otra persona siendo mi mejor amiga, no quiero a nadie más.

Bajé la vista hacia nuestras manos unidas y el pulso se me aceleró. Debía estar recordándome constantemente que eso no era una cita, que yo no era su novia y que nunca lo sería.

Me aclaré la garganta y susurré:

—A mí me pasa lo mismo.

Una lágrima me cayó por la mejilla y suspiré con sentimiento. Traté de secarme la lágrima antes de que Noah se diera cuenta, pero no fui lo bastante rápida.

Se llevó mi mano a los labios y depositó un suave beso en la palma sin dejar de mirarme a los ojos.

—No llores, Piolín.

Por su tono de voz y su mirada pensé que quería decirme algo pero no sabía cómo hacerlo. Noah me conocía mejor que cualquier otra persona en el mundo y era capaz de saber lo que pensaba y lo que sentía. Sin duda se daba cuenta de que me estaba poniendo femenina y acaramelada por culpa de la cena, la música, las flores y él. Seguro que estaba buscando cómo decirme, sin hacerme daño, que todo aquello no era más que una manera de darme las gracias; no una cita de verdad.

El sonido de la bocina de un coche lo salvó a él del mal momento y a mí de la vergüenza. Levantando la mano que le quedaba libre en el aire, dijo:

—Creo que ha llegado la cena.

Comimos pizza y caramelitos de menta de postre. A Noah no se le escapaba detalle: había llegado la hora de practicar.

Ambos estábamos nerviosos. Él golpeó la mesa varias veces, como si estuviera tocando la batería. Parecía que trataba de tomar una decisión. Dejó de tamborilear con los dedos y me miró.

—Creo que lo mejor será que nos pongamos de pie —dijo al fin, y yo asentí.

Nos levantamos y él se acercó a mí. Se detuvo a un par de pasos de distancia. Estábamos cara a cara. Hizo girar los hombros adelante y atrás un par de veces, estiró el cuello a un lado y a otro y sacudió los brazos. Parecía que estuviera preparándose para una prueba de atletismo. Se echó hacia delante, frotándose las manos en los pantalones cortos mientras respiraba hondo. Luego se incorporó y anunció:

—Vale, vamos allá.

—No creo que sea buena idea anunciarlo de esa manera.

—Mañana no lo diré.

Levanté los dos pulgares en señal de aprobación.

—Perdona, pensaba que siempre empezabas así.

Noah se acercó más, dejando muy poco espacio entre los dos. Al mirarlo a los ojos me di cuenta de que el nerviosismo había dado paso a la excitación. Nos observamos fijamente. Mi corazón latía tan deprisa que estaba segura de que él podría oírlo. Sentí un hormigueo en el cuerpo que nacía en lo más hondo de mi vientre y se iba extendiendo en todas direcciones hasta consumirme por completo.

Noah me sujetó la cara entre las manos y me acarició delicadamente la mejilla con el pulgar, causándome un estremecimiento. Sonrió al notar cómo mi cuerpo respondía a su contacto. Yo respiraba entrecortadamente y tenía la piel ardiendo. Si no hubiera estado frente a un chico guapo, habría pensado que estaba incubando la gripe.

Sus ojos azules, clavados en los míos, me mantenían hipnotizada. Era como si estuviera tratando de memorizar todos mis rasgos. Permaneció observándome la boca antes de volver a mirarme a los ojos. Deslizó el pulgar con delicadeza hasta mis labios y me los acarició un par de veces para luego volver a la mejilla.

Ambos empezamos a jadear. Juro que podía oír la sangre bombeando por mis venas. Había partes de mi cuerpo que no sabía que existían que estaban vibrando.

Poco a poco, sus labios se fueron acercando a los míos. Las notas de nuestra canción, Everything, llenaban el aire. Cuando nuestros labios se unieron, noté como si estallaran dentro de mí fuegos artificiales.

Al principio, sus labios me tocaron con mucha suavidad. Cuando sentí que me succionaba ligeramente el labio inferior, estuve a punto de desmayarme. Me agarré de sus brazos para no perder el equilibrio. En ese momento noté la punta de su lengua entre los labios, esperando a que yo tomara una decisión. Los separé encantada y nuestras lenguas se encontraron, rozándose con delicadeza.

Había oído hablar de los besos con lengua y me habían parecido algo asqueroso. Pues…, sorpresa, no lo eran.

Noah sabía muy bien. No sabía a cereza, sino a caramelos de menta. Nuestras lenguas comenzaron a moverse más rápidamente, con más impaciencia. Nunca había sentido nada igual en toda mi vida.

Se me escapó un discreto gemido cuando aflojamos el ritmo. Noah se separó ligeramente, aunque nuestros labios seguían en contacto. Me pareció que susurraba «Eres perfecta», pero yo estaba tan desconcertada que tal vez lo imaginé.

Permanecimos inmóviles, con los ojos cerrados y las frentes unidas mientras recobrábamos el aliento.

Noah me acarició los brazos de arriba abajo y, al llegar al final, entrelazó los dedos con los míos. Perdí la noción del tiempo, del espacio y de cualquier otra cosa.

Cuando finalmente volvimos a respirar con calma, abrimos los ojos pero no despegamos las frentes.

Noah me miró y susurró:

—Guau.

—Madre mía —dije yo con la voz ronca—. ¿Estás seguro de que no lo habías hecho antes?, porque no se te da nada mal. Tienes trucos escondidos. ¿De dónde los has sacado?

—De Wal-Mart —respondió él con una sonrisa irónica.

Yo se la devolví.

—¿Cuánto has tardado en prepararte esa respuesta?

—Nada. Se me acaba de ocurrir. No está mal, ¿no?

Después de recogerlo todo, Noah me acompañó a casa. Fuimos andando en silencio, pero no era un silencio incómodo. Al llegar delante de mi puerta, ambos titubeamos. Era raro, ninguno de los dos sabíamos cómo acabar la noche. Seguíamos siendo amigos, a pesar de que el beso que habíamos compartido era mucho más que amistoso. Mis sentimientos hacia él se intensificaban de manera vertiginosa. Tenía que superarlo; era mi mejor amigo y no iba a hacer nada que pudiera poner en peligro nuestra amistad. Debía recordarme constantemente que nunca podría pasar nada entre nosotros.

Además, que me hubiera dado un beso increíble no significaba que él me viera como nada más. Los adolescentes iban siempre tan salidos que besarían a cualquier chica que se les pusiera delante.

Finalmente, rompí el silencio.

—Bueno, pues buenas noches. Ha sido muy divertido practicar contigo. Brittani es una chica afortunada. —Hice una mueca y me arrepentí de haber pronunciado esas palabras.

—No la metas en esto; ahora no. —Noah paseó la mirada por mis ojos y mis labios—. Gracias por esta noche.

Apartó la vista un instante y luego volvió a mirarme mientras me dirigía una sonrisa muy dulce.

—Buenas noches, Piolín.

—Buenas noches, Noah.

Lo observé alejarse caminando de espaldas y luego lo vi bajar los escalones de la entrada principal. Los ojos se me llenaron de lágrimas. De repente me sentí hueca por dentro. No quería que se marchara; no quería sentirme vacía, pero ese tipo de sentimientos podían estropearlo todo.

Noah se detuvo bruscamente al pie de la escalera.

—Piolín —me llamó con voz grave y áspera.

—¿Sí? —Traté de que no me temblara la voz.

—Esta noche ha sido asombro… —Hizo una pausa—. Tú eres asombrosa.

—Noah… —Dejé la frase a medias, luchando por no echarme a llorar.

—Ojalá te lo creyeras —dijo, y se marchó sin añadir nada más.

Lo observé mientras se alejaba con una sola idea en la cabeza: «Ojalá, porque así podría ser tu novia».

Tras el beso con Noah, llegó el siguiente lunes por la mañana. Estaba delante de mi taquilla, en el instituto. No había vuelto a verlo desde nuestra sesión de prácticas del viernes por la noche. Su cita con La Intrusa había sido el sábado por la noche. Me pasé todo el domingo haciendo un trabajo de clase, así que no tuvimos ocasión de comentar nada.

Tampoco es que me interesara mucho saber cómo les había ido. Mentira, me interesaba un poquito. Eso también es mentira: no había podido pensar en otra cosa en todo el fin de semana, pero me daba miedo imaginar lo que me diría, y por eso lo evité. Si no veía ni oía nada, podía convencerme de que no había sucedido en realidad.

Me sobresalté cuando se acercó a mí por detrás y me susurró al oído:

—Buenos días, Piolín.

—Buenos días.

—Te he echado de menos. Te he estado llamando todo el fin de semana. Ayer vi a tu madre; me dijo que estabas ocupada haciendo un trabajo. —Apoyó el hombro en las taquillas.

—De lengua.

En ese momento, uno de los colegas de Noah, Brad Johnson, se acercó, le palmeó la espalda y dijo:

—Eh, Stewart, ya me he enterado de que has pasado un buen finde. Acabo de salir de clase con Brit. No paraba de ponerte por las nubes, tío. Así se hace.

Mientras Brad se alejaba, Noah se volvió hacia mí y se encogió de hombros.

Otros dos compañeros de equipo, Jeremy y Spencer, se acercaron también. Spencer lo agarró por la nuca en plan de broma y dijo:

—Ya me he enterado de que tuviste una cita calentita este finde. ¿Quién lo iba a decir? El novato ya ha empezado a romper corazones.

Noah volvió a mirarme cuando los dos tipos se alejaron.

Le dirigí una mirada que era la viva imagen de la inocencia.

—Ah, ¿tu cita era este fin de semana?

—No hagas eso.

—¿El qué?

—No te hagas la tonta. No se te da bien, Piolín.

—Bueno, pues parece que tu primera cita fue un éxito, ¿no? —comenté con un puntito de ironía.

—Sin duda, mi primera cita fue perfecta.

Empecé a cambiar libros de sitio dentro de la taquilla para no tener que mirarlo. Era consciente de que me estaba comportando de un modo ridículo; sabía perfectamente que su primera cita había sido el sábado. Mientras golpeaba las paredes de la taquilla con los libros, notaba que él estaba sonriendo…, el muy capullo.

—Eh…, ¿has acabado ya de golpear esa inocente taquilla, Rocky?

—¡Felicidades! Me alegro de que tu primera cita fuera…

—Perfecta. —Se lo estaba pasando en grande a mi costa.

—Perfecta. —Repetí molesta—. Ah, ¿te comenté que voy a escribir en el periódico del instituto? Pues si quieres puedo escribir un artículo sobre citas perfectas. Podría entrevistarte a ti y a tu pareja perfecta, ya que vuestra cita fue tan perfecta. —Cuanto más se alargaba la frase, más levantaba el tono.

—¿Tienes la menor idea de lo adorable que estás ahora mismo? —Lo miré entornando los ojos—. Esos tipos estaban hablando de mi segunda cita.

—¿Ya has tenido una segunda cita?

—El sábado por la noche.

—¿El sábado por la noche? Pero yo pensaba que la del sábado era tu primera cita.

—Mi primera cita fue la del viernes.

Alcé las cejas, sin entender nada.

—Pero el viernes estuviste conmigo todo el rato.

Se inclinó hacia mí hasta que nuestras narices casi se rozaron y dijo en voz baja:

—No pensarías que iba a permitir que mi primera cita y mi primer beso fueran con Brittani, ¿no? He compartido todas mis primeras veces contigo. —Me miró fijamente mientras una sonrisa tímida se adueñaba de sus labios carnosos.

Sin perder el contacto visual en ningún momento, se apartó de la taquilla, se volvió y se alejó pasillo abajo sin despedirse, dejándome aturdida, confusa y sin aliento. Esas debían de ser las palabras más dulces y sexis que un chico le había dicho jamás a una chica.

Ir a la siguiente página

Report Page