Perfect

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Capítulo 6

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CAPÍTULO 6

Él tenía la capacidad de darme la felicidad completa, pero también de destrozarme. La mayoría de la gente se lanzaría de cabeza ante la posibilidad de experimentar tanta felicidad, pero yo no. Cuanto más feliz eres, más dura es la caída, y siempre hay una caída, un choque o una colisión. Cuando vives una felicidad de esas que hacen temblar la Tierra, siempre acaba habiendo víctimas, es inevitable.

No, prefiero mantener un grado de felicidad bajo par. Sé lo que se siente al caer. Aunque solo fue el principio de la caída, me sentí morir.

No viviré una felicidad completa, pero al menos no quedaré rota en un millón de pedazos que no sería capaz de volver a recomponer.

[Nota para mí misma: comer barritas Hershey tamaño gigante y beber Pepsi light a las 23.25 horas no es una buena idea. Espero que lo que acabo de escribir tenga sentido mañana, cuando se me haya pasado el chute de azúcar y cafeína (azucafeína). Tengo que buscar si azucafeína es una palabra aceptada en el diccionario, y, si no lo es, tengo que empezar a usarla mucho para que cale en la sociedad. Joder, estoy muy pasada de vueltas].

A nivel académico, el primer curso en el instituto me fue muy bien. Lo acabé con un notable alto de media. Como siempre, no logré alcanzar mi objetivo, pero gané una condecoración por mi participación. Ole por mí. Soy muy testaruda, y al empezar el nuevo curso me dije que tenía que conseguir el sobresaliente, como mi hermana Emily, que nunca sacaba notas más bajas. Decidí que ese año lo lograría.

Mis sentimientos hacia Noah crecían cada vez más. Notaba mariposas en el estómago cada vez que se aproximaba, que se alejaba, que se quedaba a mi lado. Cuanto más se acercaba, más locas se volvían. Me pasaba el día pensando en él: durante las clases, en mi habitación, en el coche, a la hora de la comida. En resumen, pensaba en él cada minuto de cada día. Mi temperatura corporal aumentaba y notaba cosquilleos al recordar algo que me había dicho o cuando me tocaba. Se me ponía la carne de gallina cada vez que me acordaba de nuestro primer beso, y me acordaba a menudo.

Mamá me pilló varias veces en un estado de colocón provocado por Noah. Una mañana, mientras desayunábamos, papá y ella sacaron el tema. Mamá incluso me dio un panfleto de esos de «Simplemente di no» tan populares en los años ochenta. Creo que los rescató de sus recuerdos personales de adolescencia.

Al principio pensé que estaba pasando por una fase, un enamoramiento inocente y transitorio. Quería a Noah desde siempre; para mí era algo tan natural como respirar. No le di importancia. Cuando empezamos a darnos la mano a menudo y a abrazarnos más, pensé que era la progresión natural de nuestra amistad. Más tarde me di cuenta de cómo se alteraban mis sentimientos, y luego tuve que admitir que no parecía que fuera algo pasajero. Pensé que los dos éramos sacos de hormonas, que era un tema biológico y que con el tiempo se nos pasaría. Bueno, pues lo único que hizo el tiempo fue demostrar que era una auténtica idiota, porque lo que ocurrió fue justo lo contrario.

A medida que el curso avanzaba, Noah cada vez tenía más moscardones a su alrededor. Flirteaban con él de un modo tan descarado que yo sentía vergüenza ajena. Noah las trataba con amabilidad porque era amable con todo el mundo, pero ni una sola vez vi que respondiera a sus coqueteos.

La más insistente era Brittani. No dejaba pasar ni una oportunidad para tirarle los tejos, pero él siempre se la quitaba de encima. Un día que Noah y yo estábamos junto a las taquillas, Brittani se acercó, como siempre, y empezó a ligar con él, como siempre también. Pero esta vez me di cuenta de que Noah se sentía incómodo. Me dirigió una mirada triste y arrepentida antes de apartarse de ella a toda prisa. No me costó mucho imaginarme qué había pasado entre ambos, y que Noah no quería que me enterara, pero no le pedí explicaciones. Seguí viviendo en mi mundo de fantasía, donde nadie podía interponerse entre mi caballero andante y yo.

Hacía un día precioso, así que Beth y yo decidimos olvidarnos de la cafetería y pasar la hora de la comida en el patio.

—¿Vas a ir al baile? —me preguntó ella cuando ya estábamos acabando de comer.

—¿A qué baile?

—El baile LMELQP.

—¿Y eso qué significa?

—La Mujer Es La Que Paga. Son las chicas las que tienen que invitar a los chicos a que las acompañen.

—Pues ni de cooooña. —Respondí.

—Tendrías que ir.

—¿Por qué? No sé bailar.

—Será superdivertido.

—Lo dudo mucho. Además, no tengo con quién ir.

Arrugué la bolsa vacía de patatas fritas y la lancé hacia la papelera, pero fallé de mucho. Fui a buscarla, volví a arrugarla, volví a lanzar y volví a fallar. ¿Cómo demonios lo hacía Emily para meter tantas canastas durante un partido con el aro tan alto? Yo no era capaz ni de meter una bolsa de patatas en una papelera gigante a un palmo de distancia. Lo intenté dos veces más antes de rendirme.

—A la mierda —dije, sentándome otra vez en el banco.

—Tienes que invitar a un chico, tonta.

—No vuelvas a hacer eso.

—¿El qué?

—Llamarme tonta. Excéntrica está bien, y extravagante, mejor aún, pero tonta no me gusta; no me gusta nada.

—Jo, qué rara eres cuando quieres.

Rara también me vale.

Todavía nos quedaban unos minutos libres, así que me dediqué a mejorar mi color. Me eché hacia atrás en el banco, cerré los ojos y levanté la cara dejando que el sol me la calentara. No me había atrevido a hacerme mechas en el pelo, tal como había sugerido Bichani, pero me había puesto un poco morena ese verano y trataba de mantener el color.

Beth y yo estábamos sentadas en silencio. Últimamente se estaba comportando de un modo muy extraño, pero siendo Beth tampoco me sorprendió tanto. A veces ya lo hacía, sobre todo cuando tenía a un chico metido en la cabeza. La miré de reojo y vi que se estaba mordiendo las uñas.

—Estoy pensando en preguntárselo a Noah —susurró.

Al oírla, la única parte de mi cuerpo que pudo moverse fue mi boca:

—¿Qué Noah? ¿Preguntarle qué?

—Noah Stewart, preguntarle si quiere venir conmigo al baile.

Permanecí completamente inmóvil durante un minuto entero, intentando procesar lo que acababa de oír. Traté de disimular cualquier señal visible de mi creciente irritación, pero tenía la mandíbula apretada y me estaba clavando las uñas en los muslos. Los celos me quemaban por dentro. Me incorporé muy despacio y me volví hacia ella, poniendo mi mejor cara de póquer. No podía mostrar lo que estaba sintiendo en realidad. Debía mantener la calma mientras le explicaba lo increíblemente absurdo que era plantearse siquiera invitar a Noah.

—Es ridículo —dije.

—¿Por qué? —me preguntó, bajando la mano con la que había estado tapándose la boca.

—Pues porque lo es. Él no irá a ese estúpido baile contigo.

—¿Por qué no?

—Bueno, en primer lugar, porque odia bailar y, en segundo, porque si fuera con alguien, iría conmigo. Sería el primer baile para los dos, y siempre nos estrenamos juntos en todo. Y, tercero, porque vosotros dos no podéis salir sin mí.

—¿Por qué no?

—Porque yo soy el pegamento.

—¿Cómo? ¿El pegamento? —preguntó con una mueca de confusión.

—El pegamento. Noah y yo éramos amigos antes de conocerte. Luego tú te mudaste al barrio y te hiciste amiga mía. Fui yo quien te presentó a Noah y, gracias a eso, os hicisteis amigos.

Beth me miró como si acabara de salirme otra cabeza. Yo seguí hablando un poco más despacio, esperando que así me entendiera.

—Yo te presenté a Noah; no seríais amigos de no ser por mí. Soy el pegamento, el nexo de unión entre los dos. Noah y yo podemos salir juntos. Tú y yo también podemos, pero Noah y tú no podéis salir si no es conmigo. —Me apoyé una mano en el pecho—. El pegamento, soy el pegamento.

Beth se me quedó mirando en silencio un buen rato y luego negó con la cabeza. Respiró hondo mientras se retorcía las manos.

—YalehepedidoaNoah­que­me­acompañe­y­me­ha­dicho­que­sí. —Soltó el aire ruidosamente.

—¿Perdona?

—Ya le he pedido a Noah que me acompañe y me ha dicho que sí.

—¿Y cuánto tiempo hace que Noah y tú lleváis preparando ese baile? —Levanté una ceja pero no alcé la voz.

—No mucho. —Dudó—. Un par de días… o semanas…, tal vez un mes.

—¡¡¿Un mes?!! —Me incliné hacia ella.

Beth no me miraba a la cara mientras iba titubeando:

—Es que necesitaba al menos un mes. Necesitaba comprar el vestido, los zapatos…

—¿Por qué ninguno de los dos me ha dicho nada? Deberíais informarme de estas cosas.

—No sabíamos cómo ibas a reaccionar. Te pones muy rara cuando se trata de Noah.

—Rara. Es la segunda vez que dices que nuestra amistad es rara —repliqué enfadada.

—Tal vez rara no sea la palabra adecuada. Posesiva; te pones muy posesiva.

—Eso NO es verdad.

—Te vuelves loca de celos cuando las demás chicas se le acercan.

—No me pongo celosa; es que no creo que sean lo bastante buenas para él.

—Amanda, ¿te gusta Noah?

—Qué pregunta tan idiota. Claro que me gusta; es mi mejor amigo.

—Ya sabes a lo que me refiero. ¿Te gusta como hombre?

—Noah es mi mejor amigo; es lo más importante del mundo para mí.

No pensaba contarle a Beth lo que sentía por Noah. Ni siquiera yo lo tenía claro. Sabía que no podía ser mío, pero tampoco quería que fuera de nadie más. Sé que era absurdo e injusto, pero era lo que sentía.

—Pues no lo pillo. —Hizo una pausa—. ¿Por qué no invitas a algún chico y vienes con nosotros? Será divertido. —Recogió la mochila y se levantó—. Tengo que pasar por la taquilla antes de entrar en clase. Al menos, piénsalo.

Me la quedé mirando mientras se alejaba y entraba en el edificio principal. No estaba enfadada con ella por querer salir con Noah; todas las chicas del instituto querían hacerlo. Era con Noah con quien estaba enfadada. Y dolida. No recordaba haber estado nunca enfadada con él. No entendía por qué no me lo había contado. Nos los contábamos todo, ¿no? ¿Qué había cambiado?

Tal vez debía ir al baile. Así podría verlos juntos en una cita de verdad; tal vez eso me ayudaría. Pero no tenía ni idea de a quién invitar. No quería que nadie se llevara una impresión falsa. Solo necesitaba a un tipo que me acompañara a ese baile y punto; nada más. Únicamente faltaba una semana para el baile; a esas alturas me valía cualquiera.

Miré a mi alrededor, como esperando que mi cita se materializara por arte de magia. Tras ver que las posibilidades eran escasas, agaché la cara, como si fuera a encontrar la respuesta escrita en el cemento.

Preparándome para volver a clase, cogí la mochila y, al levantar de nuevo la cara, allí estaba mi respuesta, sentado frente a mí.

—Eh. —No obtuve respuesta—. ¡Eh!

Vincent miró por encima de sus dos hombros para asegurarse de que no me dirigía a otra persona.

—¿Hablas conmigo? —me preguntó.

Vincent Chamberlin era el chico más listo de nuestro curso, probablemente de todo el instituto. También era un empollón y terriblemente tímido, pero era majo e inofensivo.

—Claro, ¿con quién quieres que esté hablando?

—Pues con cualquiera menos yo.

—¿Tienes planes para el viernes por la noche?

—¿En serio? —Hizo una pausa y levantó la vista como si tuviera la agenda anotada en las nubes—. No.

—¿Quieres ir al baile ese?

—¿Me estás pidiendo una cita?

—Técnicamente.

—Bueno, eh…, deja que lo piense un momento; es la primera vez que me lo piden. —Apoyó la barbilla entre el pulgar y el índice, acariciándose la mandíbula mientras consideraba mi proposición—. Tú y yo nos conocemos desde la guardería, pero nunca me habías dirigido la palabra. Ni siquiera sabía que fueras consciente de mi existencia.

Puse los ojos en blanco; no pude evitarlo. Vincent iba a ponerme las cosas difíciles.

—¿Qué quieres que te diga? Soy tímida. ¿Sí o no?

—Sí, será un honor acompañarte al baile. ¿A qué hora te recojo?

—¿Sabes dónde vivo?

—No estoy seguro.

Me levanté.

—Nos encontraremos allí; no hace falta abarrotar tu mente con esa información innecesaria.

—¿No quieres que vayamos a cenar antes del baile?

—Me encantaría, pero me temo que estaré tan nerviosa que podría vomitarte encima. —Vincent hizo una mueca de asco. Inclinándome sobre él, le clavé la puntilla—: No querrás ir todo pringoso con mi vómito goteando, ¿verdad?

Él se apartó, negando con la cabeza muy deprisa.

—Nos vemos en el baile.

Masoquista es quien obtiene placer al ser castigado. Y un buen sinónimo de masoquista es Amanda Marie Kelly. Ni siquiera era una buena masoquista, porque no iba a obtener placer con lo que estaba a punto de hacer.

Durante el resto del día no pude pensar en nada que no fuera la inminente cita entre Noah y Beth. Quería y necesitaba saber por qué Noah me lo había ocultado. Cuando acabaran las clases, me enteraría.

Me había apuntado para colaborar en el periódico del instituto; me encantaba escribir. Pensaba graduarme en Periodismo, pero dudaba sobre qué especialidad seguir: televisión, prensa escrita o internet. Tal vez algún día escribiría un libro. Lo único que tenía claro era que quería escribir.

A Noah lo habían invitado a jugar en el primer equipo. No era muy habitual que un alumno de segundo curso jugara en el primer equipo del instituto, por eso me encargaron que escribiera un artículo sobre él. Lo hicieron porque sabían que éramos amigos, no por mis conocimientos de béisbol.

Pensé que sería buena idea hacerle la entrevista en el campo. Cada vez que saltaba a la cancha, sucedía algo mágico. Quería ver si era capaz de capturarlo en el artículo y la foto.

Tony Hoffman era el fotógrafo del periódico. Primero nos quitamos de encima el tema fotos. Tony le pidió a Noah que hiciera unas cuantas poses de béisbol y que se sentara en las gradas, bajo el cartel que mostraba el nombre del instituto y la mascota. Cuando hubo acabado, Tony se marchó y nos quedamos solos.

Le hice las preguntas de rigor, aunque ya conocía las respuestas. Eran preguntas del tipo: «¿A qué edad empezaste a jugar al béisbol? ¿Qué jugador te influyó más?». Luego pasé a los temas más profundos.

—Vale, una pregunta más y te dejo en paz. —Levanté la vista de mis notas y le sonreí—. ¿Qué te hizo enamorarte del béisbol?

—Mi padre; es muy aficionado. Tenía cuatro años cuando vimos juntos el primer partido en la tele. Yo estaba sentado a su lado, y en la mesita había un litro de refresco de naranja y dos bolsas grandes de patatas chips. —Sonrió—. No me acuerdo de quién jugaba; eso era lo de menos. Lo importante era que estaba con mi padre, compartiendo algo que a él le encantaba.

»Cuando jugaba en las categorías infantiles me lo pasaba bien, pero lo mejor siempre era el rato que pasaba con mi padre. No importaba lo ocupado que estuviera, siempre iba a todos los entrenos y los partidos.

»Cuando cumplí seis años, me llevó a ver mi primer partido profesional en Fenway Park. Los Red Sox jugaban contra los Minnesota Twins. Ganaron los Sox por 9 a 1. Yo alucinaba con todo: los jugadores, el estadio, el campo, las gradas, los banquillos, la comida, el parking… —Se echó a reír—. Mi padre me regaló uno de los mejores días de mi vida.

»Y del juego, me gusta todo: el trabajo en equipo, notar el peso del bate en la mano, el sonido de la pelota al golpear el guante de cuero, el olor de la hierba y la comida de los chiringuitos. Me gusta mirar hacia las gradas y ver a los aficionados y a las personas más importantes de mi vida.

Nuestros ojos se encontraron, y el afecto que vi en los suyos mantuvo cautiva mi mirada durante unos segundos. Deseé sentarme en su regazo y abrazarlo eternamente. Por suerte, había traído una grabadora para registrar sus respuestas. Su voz destilaba tanto amor y respeto cuando hablaba de su padre que me había quedado embobada y me había olvidado de tomar notas.

Claramente emocionado, Noah se aclaró la garganta y dijo:

—Lo siento, Piolín, no quería soltarte ese rollo.

—No me has soltado ningún rollo; has estado perfecto. —No podía dejar de mirarlo.

—Bueno, ¿alguna pregunta más?

—No, ya estamos, gracias.

—De nada, no iba a perderme la oportunidad de pasar un rato con mi chica. —Me guiñó el ojo.

A esas alturas, ya no me atreví a preguntarle por qué había mantenido la cita en secreto. Me habría sentido mezquina, después de aquella respuesta suya tan bonita. Empecé a dar golpecitos nerviosos con el boli en la libreta.

—¿Qué te pasa, Piolín?

La voz de mi cabeza repetía: «Levántate y lárgate, Amanda, ¡ahora mismo! No le preguntes por el baile; ahora no. ¡¡¡NO SE LO PREGUNTES!!!».

—¿Por qué no me contaste que ibas a ir al baile con Beth?

Él suspiró profundamente y apoyó los codos en las rodillas. Se quitó la gorra de béisbol de la cabeza y se pasó las manos por el pelo. Antes de empezar a hablar, tragó saliva varias veces.

—¿Sabes qué? —lo interrumpí—, olvida que te lo he preguntado.

Recogí las cosas rápidamente y empecé a alejarme, pero él me agarró por la muñeca.

—No huyas de mí. Vuelve a sentarte —me ordenó con voz firme y áspera. Respiré hondo y me senté a su lado, pero no nos miramos—. Me sentía culpable. Sé que lo que diré es de nenazas, pero me decepcionó mucho que no me lo pidieras.

—No sabía que quisieras ir.

—Me importa una mierda ir a ese baile. Lo que quería era ir contigo y que tú quisieras ir conmigo, pero no decías nada. Cuando Beth me invitó, le dije que sí, no sé por qué. Luego deseé no haber dicho nada, pero se la veía tan contenta que no me atreví a decirle que lo había pensado mejor.

—¿Por qué te sentías culpable?

—No lo sé. Sentía que te estaba engañando. —Hizo una pausa, como si lo que estaba a punto de decir le costara un gran esfuerzo. Mirándome, añadió—: Piolín, últimamente me despiertas muchos sentimientos…, pienso mucho en ti.

Permanecí sentada en silencio. La cabeza me daba vueltas. No estaba preparada para esa conversación. Noté que se me hacía un nudo en la garganta y que se me tensaban los hombros y la nuca; tenía que salir de allí. Dejé de oír las palabras de Noah por el zumbido que me ensordeció cuando el pulso se me disparó. Pero al notar una mano cálida que me tocaba, me tranquilicé. Volví la cara y vi ese par de ojos azules en los que podría perderme.

—Pienso en ti constantemente, Piolín —dijo entrelazando sus dedos con los míos.

—Es agradable que piensen en ti. —Aún hoy, esa sigue siendo una de las tonterías más grandes que he dicho.

Él me dirigió una sonrisa irónica.

—Cuando estás cerca, quiero tocarte, darte la mano o abrazarte. Quiero volver a besarte. —Siguió mirándome fijamente, porque no quería perderse mi reacción.

Yo inspiré hondo. Estaba a diez segundos de sufrir un ataque de ansiedad de los gordos. Noté que se me empezaban a formar gotas de sudor en la frente y el cuello. La garganta se me cerró un poco más y mis músculos se tensaron con más fuerza. No sabía qué decir, así que hice lo que suelo hacer en esos casos: salí huyendo.

—Eh…, Noah, tengo que irme.

Los preciosos ojos que hacía un segundo estaban llenos de afecto se llenaron de sorpresa, dolor y… cabreo.

—¿Te largas?

Sí, definitivamente estaba cabreado.

—Tengo que asegurarme de que Tony haya hecho bastantes fotos y, eh…, mira, lo siento. Nos vemos luego. Gracias otra vez por la entrevista.

Con una mano sujetaba la mochila. La otra la tenía agarrada Noah. La levanté con brusquedad para soltarme y me alejé a toda prisa.

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