Perfect

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Capítulo 9

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CAPÍTULO 9

Las frases motivacionales son…, ¿cómo definirlas? Ah, sí, ¡UNA CHORRADA!

Hay miles y miles de libros que tratan de convencerte de lo maravilloso que eres. Pero los autores no te conocen. ¿Cómo demonios pueden afirmar que eres bueno tal como eres? El mundo está lleno de gente que es un desastre total. (¡Saludos, amigos!).

Esos libros están llenos de recetas que sirven a todos por igual, y no todos necesitamos lo mismo. Además, no me fío de la gente que dice que ama a todo el mundo tal y como es. Eso tiene un regusto a secta. (Regusto es una palabra curiosa. Regusto… a gusto…, gusto… Vaya, genial, ahora me ha entrado hambre).

Los autores cumbayás dicen que puedes formular una cita motivacional que se ajuste a lo que necesitas y repetírtela a lo largo del día. Aunque fuera capaz de encontrar una cita adecuada, ¿por qué tendría que hacerme caso a mí misma? ¿Qué sé yo de la vida? Soy una fracasada. Si fuera capaz de convencerme de que puedo mejorar, no me compraría vuestros estúpidos libros.

(Me pregunto si aún quedarán ganchitos en la despensa).

Progresivamente, Noah y yo volvimos a vernos. Al principio era incómodo, porque ninguno de los dos sabía cómo actuar. Yo quería que recuperáramos nuestra amistad de siempre; él, en cambio, quería que avanzara y entrara en terreno desconocido. Estábamos atrapados en una especie de limbo extraño. Veía que las chicas coqueteaban con él constantemente. Al final empezó a aceptar salir con ellas. Eran citas puntuales, nada serio. Yo me esforzaba mucho en fingir que no me daba cuenta, centrándome en los estudios o en escribir.

Durante los dos últimos años, había dado clases extras durante el verano para avanzar en el programa; por eso ahora tenía algunas horas libres al final de cada jornada. A veces me iba a casa temprano, pero casi siempre iba a la sala de estudio o al aula de periodismo para acabar el artículo que estuviera escribiendo en aquel momento. No sé cómo me dejé convencer para apuntarme a un grupo de estudio con Stacey y Kim, con las que iba a clase de Gobierno americano. Nos reuníamos una vez a la semana en la sala de estudio.

Estaba sentada revisando los capítulos que entraban en la prueba de la semana siguiente cuando las hermanastras de Cenicienta entraron dando saltitos y se sentaron en sus sitios de siempre. Al principio, ninguna de las dos me dijo nada. Cuando levanté los ojos, vi que me estaban dirigiendo una mirada de pena. No las conocía mucho, pero no me daba la sensación de que fueran especialmente caritativas. El apodo de Stacey era Princesa y el de Kim, Duquesa y, por su modo de actuar, parecía que habían acabado creyéndose que eran miembros de la realeza. Les encantaba contar chismes y meter cizaña.

Stacey ladeó ligeramente la cabeza y me dedicó una sonrisita antes de suspirar hondo.

—Las cosas mejorarán, ya lo verás.

Dirigió una mirada de complicidad a Kim, que asintió antes de volverse hacia mí. Esta última, que estaba sentada delante de mí, alargó la mano y me dio unas palmaditas en la mía.

—No nos conocemos mucho, pero queremos que sepas que no estás sola.

—Eso es, nuestros oídos están a tu disposición siempre que necesites desahogarte. Podemos intercambiarnos los teléfonos para que puedas llamarnos a cualquiera de las dos si nos necesitas —me ofreció Stacey, volviendo a ladear la cabeza y suspirando una vez más.

Tuve la sensación de haber entrado en un capítulo de Expediente X. Estaba desconcertada, pero habían despertado mi curiosidad. Las miré a una y a otra varias veces antes de preguntar:

—¿De qué estáis hablando?

Ellas volvieron a dirigirse una mirada de complicidad. Cuando se giraron hacia mí, ambas ladearon las cabezas en direcciones opuestas. Kim se inclinó un poco más sobre la mesa y susurró con fuerza:

—Nos hemos enterado de lo de Noah y Beth.

Cuando el timbre sonó, salí disparada del aula y recorrí el pasillo a toda velocidad hasta llegar a las taquillas. Agarraba las correas de la mochila con tanta fuerza que me estaba clavando las uñas en la palma de la mano. Me estaba subiendo la temperatura de la rabia que me daba sentir que me habían traicionado. Cuando llegué a la taquilla de Beth, ella estaba buscando algo dentro. Permanecí esperando, inmóvil, hasta que se volvió hacia mí. Cuando me vio, se sobresaltó.

—Joder, Amanda, qué susto me has dado.

—¿Noah y tú salís juntos? —le pregunté, aunque sonó más a acusación que a pregunta.

Beth miró a su alrededor para asegurarse de que nadie nos oía. Se mordió el labio y jugueteó nerviosa con la correa del bolso.

—Eh…, sí…, algo así —respondió en voz baja.

—Y ¿cuándo coño ha pasado? —insistí con los dientes apretados.

—¿De verdad quieres hablar de eso aquí y ahora?

Miré a un lado y a otro. Casi no había nadie en el pasillo; estábamos prácticamente solas. Me crucé de brazos y me mantuve firme.

—Responde a mi pregunta. ¿Desde cuándo? —insistí, marcando mucho cada sílaba.

—Eh…, bueno…, vamos a ver. No lo tengo muy claro —titubeó ella, tratando de ganar tiempo.

—Ve al grano, Beth. —Me estaba poniendo cada vez más nerviosa. Con los ojos entornados y la voz tensa, repetí—: ¿Cuándo?

—Hace algún tiempo.

—¿Cuánto tiempo es «algún tiempo»?

Ella bajó la vista y empezó a darle vueltas al anillo que llevaba en la mano derecha, algo que siempre hacía cuando estaba nerviosa. Se resistió unos segundos más antes de responder:

—Hará cosa de un mes.

Me tensé mucho y me olvidé de respirar.

—¿Me habéis estado mintiendo los dos durante un mes? —Era una pregunta retórica; ya conocía la respuesta, pero necesitaba oírla de sus labios.

—No te hemos mentido, Amanda —respondió mirando a todas partes menos a mí.

—Me lo habéis ocultado. He estado con vosotros durante ese tiempo y no he notado nada distinto.

—Yo quería contártelo desde el principio, pero Noah se negó. —Entornó los ojos y apretó mucho los labios.

Con cada palabra que salía de su boca me iba tensando más y más. Mi voz sonaba mecánica, como la de un robot. Era como si todo mi cuerpo se estuviera cerrando, física, mental y emocionalmente, pero no podía parar de hacer preguntas, aunque sabía que las respuestas me iban a destrozar.

—¿Quieres saber cómo me he enterado? Me lo han contado Stacey y Kim. Lo sienten mucho por mí y quieren ser mis mejores amigas. Al parecer, todo el mundo estaba al corriente menos yo.

—Nos vieron en el cine hace un par de días. Debieron de imaginar que había algo —admitió Beth, sin mirarme a los ojos en ningún momento y dejando de dar vueltas al anillo solo para empezar a retorcer la correa de su bolso.

—Y ¿por qué crees que se imaginaron algo así?

—Porque íbamos de la mano.

Empecé a temblar de arriba abajo. No me quedaba mucho tiempo; pronto me derrumbaría. Todavía no había asumido que Beth y Noah estaban juntos; no estaba preparada para asimilar que tuvieran contacto físico.

—Hay cientos de chicos en este instituto. Podrías haber salido con cualquier otro. ¿Por qué tenía que ser Noah?

—Sabes que siempre me ha gustado. Es amable, divertido, popular…

—¡Y MÍO! —grité. Esa fue la primera grieta en mis ya frágiles cimientos.

—Cálmate. —Beth hizo una pausa antes de echar los hombros hacia atrás y levantar la cara. Mirándome al fin a los ojos, continuó—: Mira, Amanda, sé que Noah y tú teníais ese vínculo o como quieras llamarlo cuando erais niños, pero…

—Lo tenemos.

—¿Qué?

—Lo seguimos teniendo, no uses el pasado. —Insistí.

—Vale, bueno, eso es algo muy bonito mientras somos niños, pero ya no lo somos. Y, francamente, nunca he entendido el rollito que os traéis. Pero ¿qué esperabas?, ¿que no saliera con nadie, nunca? Noah es uno de los tíos más buenos del instituto. Todas las chicas quieren enrollarse con él. No quiero ser borde. Eres mi amiga y te quiero, pero ha llegado la hora de madurar.

Me daba mucha rabia, pero sabía que tenía razón. Me había convencido de que Noah siempre sería mío. Sabía que había salido con alguna chica, cosas puntuales. No me gustaba, pero lo toleraba porque no eran relaciones serias. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que podría tener una relación seria con nadie.

—Lo sé —susurré.

Beth inspiró hondo y soltó el aire lentamente.

—Creo que me he enamorado de él, Amanda.

Esas palabras causaron la segunda grieta en mis cimientos. Aunque seguía mirándola fijamente, en realidad no la miraba; no estaba mirando nada. Tenía la mente embotada; tenía una sobrecarga de información. No podía asimilar nada más. Veía que movía los labios y oía un sonido lejano y amortiguado, pero no distinguía las palabras. Era como si estuviera debajo del agua. Beth continuó moviendo la boca sin parar, sin esperar respuesta por mi parte, hasta que al final me tocó el brazo para hacerme salir del trance.

—Ya puestos, será mejor que te lo cuente todo. Ya sabes, como el esparadrapo, mejor arrancarlo de golpe. Esta noche voy a dormir en su casa. —Al ver que la miraba sin comprender, me aclaró—: Sus padres no estarán; están fuera todo el fin de semana.

—Lo sé, van con mis padres; viajan juntos todos los años por estas fechas.

Beth miró a su alrededor, inquieta. Se inclinó hacia mí y me susurró:

—Me voy a acostar con él esta noche.

Esa fue la grieta número tres. Beth no parecía darse cuenta de cómo me afectaban sus palabras. Seguía hablando sin parar mientras yo permanecía ante ella inmóvil. Estaba siendo la experiencia más surrealista que había vivido nunca: Beth, Noah, sexo, amor… Esas palabras se repetían en bucle en mi mente.

—Me moría de ganas de contártelo. Quería pedirte ayuda. Me gustaría sorprenderlo preparándole la cena. —No entendía por qué continuaba hablando—. Y seguro que tú sabes cuáles son sus platos favoritos. Amanda…, ¿te encuentras bien? Tienes una mirada muy rara.

Si antes estaba herida y celosa, en algún momento entre «Me voy a acostar con él» y «Dime cuáles son sus platos favoritos» me cabreé. Pero bien cabreada, ¿eh? Con ganas de tirarle del pelo y de escupirle en la cara.

—No pienso ayudarte a meterte en la cama de Noah.

—Solo te he preguntado cuáles son sus platos favoritos.

—Llevas un mes saliendo con él. ¿No habéis ido nunca a comer juntos? —No pude disimular el sarcasmo.

Gracias a la adrenalina que empezó a fluir por mi cuerpo, recuperé la movilidad poco a poco. Durante ese rato había estado agarrando las correas de la mochila con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. El corazón me latía tan rápido que parecía que iba a salírseme del pecho. Entorné los ojos y Beth notó que algo había cambiado en mi actitud.

—Sé que te duele que no te lo contáramos, pero no me digas que también te molesta que salgamos juntos. —Apartó la mirada, resopló y puso los ojos en blanco—. Ya te vale, de verdad. No quieres salir con él, pero tampoco quieres que lo hagan las demás. Te he preguntado mil veces si te gustaba Noah y siempre me has dicho que te gustaba como amigo. Pues, ¿sabes qué? A mí me gusta como algo más que como un amigo. Quiero que sea el primer hombre con el que me acueste, y lo será. Si querías que fuera tu novio, deberías haber actuado hace tiempo. La cagaste. Perdiste tu oportunidad con Noah, y ahora es mío. Estamos juntos, así que ¡supéralo!

—Y tengo que creérmelo porque tú me lo dices. Noah me lo cuenta todo y nunca me ha hablado de ti.

Noté un calor muy intenso en las mejillas. La barbilla me temblaba, igual que las manos, y las lágrimas se me agolpaban en los ojos. No iba a poder aguantar mucho más; me resultaba insoportable seguir allí, oyéndola hablar sobre Noah y ella.

Beth me dirigió una mirada de suficiencia.

—Oh, te aseguro que estamos juntos. Tendrías que ver cómo me ha dejado los labios…

Esas fueron las últimas palabras que oí antes de la sacudida final. Mis cimientos se zarandearon violentamente y me derrumbé. Me volví, dejándola con la palabra en la boca. Tenía que salir de allí antes de que las lágrimas me bañaran las mejillas.

Abrí la puerta con ímpetu y fui a buscar el coche directamente. El tiempo entre que dejé plantada a Beth y mi llegada a casa pasó a una velocidad tan acelerada que tuve la sensación de que todo lo había hecho en un solo movimiento continuo. No me detuve hasta que me tumbé en la cama.

Secándome las lágrimas con la manga, traté de calmarme para poder respirar. No me di cuenta de que me faltaba el aire hasta que me quedé quieta.

Debería haber seguido en movimiento porque, en cuanto me detuve, mi mente se aceleró.

Estaba perdiendo a Noah. Él no tenía bastante con nuestra amistad. No tenía bastante conmigo. Sabía que ese día tenía que llegar, pero no pensaba que sería tan pronto, ¡que sería hoy! Y, desde luego, no pensaba que sería con Beth. Estaba furiosa; sentí que me habían traicionado y dejado de lado. No le había respondido a Beth cuando me preguntó si estaba enfadada porque no me lo hubieran contado o porque estuvieran juntos. La verdad es que el enfado por su mentira se me pasó tres segundos después de oírla decir que lo amaba.

No quería que estuvieran juntos; no estaba preparada. Sabía que no podía ser mío, pero tampoco quería que fuera de nadie más; aún no. Sabía que estaba actuando de un modo irracional, pero el pensamiento lógico no formaba parte de mi vida en esos momentos. No podía perderlo. Noah era lo único en el mundo que era totalmente mío.

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